Víctor Roura: La ética periodística, una necesidad que casi no se palpa

  • «El término ética se ha convertido en necesidad informativa para cada informador, pero una gran mayoría habla de ella sin conocerla».
  • El periodismo cultural mexicano ha intentado desligarse de todo aquello que impuso la mafia a partir de los años cincuenta.
Víctor Roura y Virgilio Caballero - Foto: Cuartoscuro

Víctor Roura y Virgilio Caballero – Foto: Cuartoscuro

Por Verónica Trinidad Martínez

Publicado originalmente en RMC 73

La ética informativa en el terreno cultural naufraga tras una veleta de buenos vientos, asevera enfático y sin ambages Víctor Roura, polémico periodista con un cuarto de siglo de experiencia en la prensa mexicana.

Dispuesto a charlar a propósito de los temas de su más reciente libro titulado Cultura, ética y prensa (Paidós), el jefe de la sección cultural del periódico El Financiero, sostiene:

—Hoy casi todos los periodistas hablan de ética porque no les queda otro remedio. El término ética se ha convertido en necesidad informativa para cada informador, pero una gran mayoría habla de ella sin conocerla, sin palparla en vivo. Tienen que referirse a ella porque saben que es útil aparentar ser éticos.

Cuando en los medios se toca el tema de la ética en el periodismo, sólo se refieren a personas mitificadas por el ámbito cultural: Carlos Monsiváis, Héctor Aguilar Camín, Carlos Fuentes… pero no hablan de sí mismos. Eso me recuerda aquella maravillosa canción de rock: “Hablas demasiado: primero déjate oír a ti mismo y luego déjame oír todo lo que tú dices”.

 

—¿Por qué el tema de la ética en la prensa no ha sido abordado suficientemente por los propios periodistas?

—Yo pienso, y no sé si esté equivocado, que muchas veces no lo tocan porque se saben culpables. ¿Por qué voy a hablar de la ética si yo mismo no puedo denunciar el sistema interno de mi propio periódico?

Sería absurdo y contradictorio que un periodista de algún medio hablara de la ética cuando en su propio periódico lo están limitando o callando. Si hubiera más libertad en cada medio, seguramente los periodistas abordarían con mayor soltura el problema de la ética. No lo pueden hacer porque sería denunciarse a sí mismos.

Muchas veces un periodista está a disgusto con lo que sucede dentro de su periódico, pero eso sólo lo denuncia en los bares, con sus amigos, y no públicamente; esto lo hace, es preciso decirlo, por falta de ética. Se calla porque tiene miedo a las posibles represalias de los directivos.

Lo que sucede es que en realidad los periodistas no están conscientes de lo que es la ética periodística. ¿Por qué no están conscientes? Porque, por un lado, actúan de acuerdo con las ordenanzas de ciertos intelectuales y, por otro, de acuerdo con el sistema institucional de la cultura. Así, por ejemplo, como el propio Conaculta apoya más a ciertos medios que a otros, Sari Bermúdez no tiene críticas agudas porque la propia compra-venta que implica el sistema publicitario de alguna manera silencia a los reporteros.

 

Panorama de la prensa cultural

En los últimos 15 o 20 años, el periodismo cultural mexicano ha intentado desligarse de todo aquello que impuso la mafia a partir de los años cincuenta: los métodos coercitivos para hacer periodismo, los amiguismos, las conveniencias… Pero, Roura aduce convencido, el periodismo cultural no se ha librado de esa gran carga ominosa con la que nació. Por fortuna poco a poco ha cambiado con la presencia de algunos periodistas que no participan en las mafias culturales.

Roura se adentra en el tema y critica severamente que las secciones de cultura nazcan a partir de los gozos de las directivas, que evidentemente muestran una gran simpatía con los intelectuales y, claro, pretenden quedar bien con ellos.

Actualmente casi todos los diarios tienen una sección de cultura, pero no todas ofrecen calidad ni pluralidad: “siguen teniendo sus listas negras, sus rencores internos… Al primero que buscan es aquel que es amigo de la casa, y quien no lo es ni siquiera comentan la aparición de su nuevo libro”.

 

—¿Cómo ve Roura el panorama del periodismo cultural?

—Cuando se acabó el reinado priísta, se respiraron aires como de posibilidades de cambio en este terreno. Pero ya tenemos un año viviendo de color azul en México y las cosas no han cambiado; por el contrario, han seguido un barniz lineal verdaderamente grisáceo donde ni siquiera hay continuidad sino continuismo: lo que hizo el PRI ha sido continuado por el sistema cultural actual.

La situación –agrega con tono de preocupación– ha continuado de la misma manera, y quizás, incluso, de manera más ignorante. Ya nos hemos percatado de que los funcionarios no leen, no les interesa la lectura, como que verbean más, pero no hay cuestiones concretas.

Claro ejemplo es aquella propuesta de Sari Bermúdez respecto de ciudadanizar la cultura: un término que nadie comprendió ni comprende. Vamos a estar huyendo de discursos inacabados de manera indefinida por los cinco años que vienen.

La situación va a continuar igual por una sencilla razón: quien ejerce los lineamientos de la prensa cultural es el sistema cultural del país, y éste trae con hilos invisibles a la mayoría de los reporteros del área. Si hoy se le rinde homenaje a un escritor aunque sus novelas sean espeluznantes, abominables, los periodistas también lo van a hacer. La situación va a continuar igual mientras no cambie el sistema político. Ya vimos que las promesas políticas se desmoronan con prontitud.

 

Ética y libertad

De manera tranquila y apacible, el autor de Apuntes de rock se lamenta un poco del panorama y recalca que los periodistas, si bien han adquirido cierta libertad en el terreno cultural, en la decisión editorial todavía están limitados por las directivas que están confabuladas con el sistema de cultura. El Financiero, donde actualmente labora, es el único medio que ha denunciado todos los abusos de los sitios patrimoniales para uso del entretenimiento privado.

“Esto –apunta enfático– sólo es posible porque las propias directivas de los diarios están de acuerdo con el funcionario que promueve tales actividades. Bajo esa perspectiva es evidente que no hay ninguna ética visible dentro de la prensa cultural”.

 

—¿Cómo podemos captar o distinguir la ética de un periodista?

—Tenemos que estar atentos a sus propias acciones y a su propia escritura. Muchas veces los periodistas se retratan con lo que escriben, pero en otras lo que dicen es “de dientes para fuera”. Nos podemos encontrar con un reportero de aparente progresismo que trabaje en La Jornada, pero resulta que no sabe escribir, que es una persona verdaderamente insultante con todos, un déspota, que no tiene la menor idea del respeto ante los demás. Muchas veces mienten a través de sus textos y eso pasa no sólo en el ámbito cultural, sino en todos los sectores del periodismo. Uno puede creer que un periodista –por lo que está escribiendo– es un profesional honrado, y resulta que es un chayotero verdaderamente insano. Por eso debemos estar atentos para advertir cómo actúa cotidianamente.

 

—¿Por qué el periodista cultural está tipificado como engreído?

—Yo mismo me lo pregunto. No sé por qué muchos periodistas de la cultura inmediatamente se envanecen cuando empiezan a publicar, a ver sus nombres en letras de oro en los periódicos. Son engreídos porque se sienten amigos de grandes intelectuales y otra vez volvemos a caer en este círculo verdaderamente radiante del ego y de la cuestión cultural. Yo creo que es eso, no encuentro otra razón, además de que actúan como si fueran dioses a quienes hay que preservar; si no les envían un libro, una obra, se enojan mucho; si no les dan una entrevista primero a ellos, hacen el coraje de su vida; si no les dan el boleto de Erick Clapton en la primera fila, ¡Dios mío!, que no les hable nadie. Pero son vicios adquiridos, ¿sabes por qué? Por ausencia de ética. Entonces al desconocer una ética, hacen lo que se les pega la gana, y se presenta todo ese tipo de actitudes, corruptelas, envanecimientos, egoísmos.

 

La ética la inculcan los éticos

El maestro Fernando Savater ha dicho en repetidas ocasiones que “la ética comienza con quienes se dicen éticos”, es decir, explica Roura, las éticas las inculcan las personas que han probado, al paso de los años, cómo actuar de manera honesta:

—La ética en la prensa cultural comienza con las actuaciones de los editores y de los directores. De esa manera, los reporteros, viendo el ejemplo de sus jefes, van a actuar en consecuencia. Por ejemplo, si un editor honesto y plural descubre que un reportero suyo será financiado por su fuente en una cobertura informativa, debe impedir que acepte y apoyarlo para que su propio periódico sufrague todos sus gastos y así ir frenando ese tipo de situaciones.

Lo único que puede salvar a los periodistas de toda inundación de mediocridades es la firme convicción personal, a sabiendas de que ello te puede causar enemistades gratuitas.

Tal vez por eso, otros colegas me han golpeado en la prensa. Quizá se deba a que he tratado de seguir un camino en donde, si se ha dado el caso, he tenido que renunciar con tal de evitar la imposición de ideas que no comparto. He tenido que renunciar, por ejemplo, a La Jornada porque no estoy de acuerdo con algunas de sus prácticas internas. Así, he tenido que irme de algunos sitios porque finalmente no quiero parecerme a ciertas personas. Eso es muy complejo cuando lo que necesitas es trabajar para mantenerte, pero yo siempre he considerado la convicción periodística como básica.

 

¿Qué se podría hacer para modificar un poco la conducta habitual de los medios y, por tanto, de los periodistas?

(Antes de contestar confiesa que siempre ha pensado que el periodista es un ser solitario, que necesita caminar solo si en verdad quiere cumplir a cabalidad con su trabajo y defender sus convicciones periodísticas. Después, un poco forzado, continúa).

—Se debería hacer un cambio de fondo de lo que son los medios de comunicación: reconsiderar su función como entidades de servicio público; hacer a un lado intereses privados y pecuniarios; dejar las amistades de alcurnia y no asistir al Castillo de Chapultepec…

El periodista debe alejarse del príncipe para realmente sincerarse con la opinión pública –con ese ente absolutamente anónimo– y cumplir  realmente con lo que ve, oye y siente.

Sin embargo eso es algo muy complicado, pues los medios son empresas y, como tales, acumulan dinero; por tanto, prefieren hacer a un lado información que no les convenga o que les pueda subvertir el orden monetario.

 

Cuento inacabable

En su libro, Roura dice que “la ética la lleva el hombre prendida de manera inherente a su comportamiento. No se puede reglamentar”. Es más, enfatiza, sería absurdo imponer una sola ética a los periodistas.

Convencido de ello, deja ver la necesidad de que cada periódico tenga su propio código deontológico a fin de acatar reglas internas y dejar a un lado intereses personales. “Como el periodismo en México no está reglamentado, como no está reglamentado el derecho a la información, como no está reglamentado qué es un periodista, como no existe un colegio de periodistas, pues realmente cada quien actúa como se le pega la gana o como puede, y entonces la ética, por supuesto, viene valiendo un sorbete”.

Sus manos no han dejado de moverse ni un segundo. Transpiran seguridad y tajantemente critica que en el ámbito cultural se contrate a los periodistas por amiguismo, por compadrazgos y no por su profesionalismo ni por su solidez ética, y que en los medios haya muchas personas que no tienen ni idea de lo que es la cultura.

Ahora bien, dice, si cada medio impusiera sus propios criterios para actuar en el periodismo, las circunstancias serían un poco diferentes, “pero como los periódicos que dicen que tienen ciertas reglas internas tampoco las cumplen, entonces es un cuento de nunca acabar”.

Los minutos han pasado y aún queda mucho por decir, pero por ahora ha sido suficiente. Víctor Roura concluye que ante el desolador panorama de la ética en la prensa cultural, hay que estar atentos al comportamiento de los periodistas para que no suceda lo que un día le confesó un colega: “¡`Mira Roura, yo gano más dinero gracias a mi credencial fuera del periódico que adentro!’ Ya cuando eso sucede es muy difícil controlar a los periodistas”.

 

Una luz para desmitificar a la prensa mexicana

Sin vanagloriarse, el que fuera fundador de la sección cultural de La Jornada, explica que su libro Cultura, ética y prensa “no tiene el fin de un manual, porque estoy en contra de los manuales. Tampoco tiene un propósito académico, porque no estoy de acuerdo con los sistemas magisteriales del periodismo. Creo que se necesita mucho fondo para hacer realmente escuelas activas. Lo que sí quise hacer fue aclararme por dónde va la prensa en México: analizar y exponer todas las dificultades y las corruptelas que hay internamente”.

Contagia entusiasmo al platicar su satisfacción por haber escrito este libro. Cuenta que fue un placer ir descubriendo sus concepciones sobre la prensa, y un día decidió sentarse a escribirlo. Ese día se alargó año y medio en que fue aclarando su panorama.

Con un toque regocijado, ameno, sencillo y hasta humorístico, en su libro Víctor Roura comparte más de 250 anomalías y calamitosas peripecias del oficio periodístico, organizadas en un Diccionario de la calamidad periodística. Pero algo que llama la atención es que ninguna lleva el nombre de los protagonistas. Explica la razón:

—Pues precisamente porque si les ponía un nombre a cada una de las anécdotas hubieran sido personales, y se habría convertido en un libro temporal. Yo casi estoy seguro, sin esa idea presuntuosa de que pueda tener larga vida el libro, que en unos 10 o 15 años las anécdotas van a seguir siendo las mismas. Se reproducen las mismas actitudes, pero con otros nombres.

Y es muy curioso, pero unos periodistas argentinos y españoles han comentado su sorpresa al descubrir a periodistas amigos suyos actuar con esas actitudes, lo cual supone que las realidades expuestas no son exclusivas de México.

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