Miguel Ángel Granados Chapa vive mientras lee y escribe

  • Plaza Pública” : un lugar de encuentro con la gente.
  • El trabajo periodístico de Granados Chapa, una mezcla de su vida pública y privada.
Fotografía: "Miguel Ángel Granados Chapa" por Eneas @ Flickr

Fotografía: «Miguel Ángel Granados Chapa» por Eneas @ Flickr

 

Por Angélica Palacios Luciano

Publicado originalmente en RMC 86

 

Azul y blanco. No hay otro color a la vista en Radio UNAM.

Al terminar su programa Plaza Pública, Miguel Ángel Granados Chapa sale de la cabina satisfecho. Trae las manos llenas de papeles, con un dedo sostiene una taza de café y bajo el brazo aprieta el periódico Reforma.

La entrevista transcurre en una salita azul ubicada en la entrada de la radiodifusora

 

–¿Le gusta su vida?

–Sí, me gusta muchísimo, me gusta su diversidad, su variedad. Me gusta que mi trabajo sea placentero como lo es, no obstante que a veces en sus contenidos no lo es tanto. Me gusta muchísimo ser periodista –dice todo bajo el mismo tono de voz, suave y lineal.

Antes del programa, Granados Chapa acostumbra leer ampliamente dos periódicos: el Reforma y El País. Escucha la programación de varias estaciones de los noticiarios matutinos. Este ejercicio de sondeo es su desayuno diario. Dice que es una forma de actualizar lo que ha preparado para su Plaza Pública radiofónica.

Su trabajo periodístico es una mezcla de su vida pública y privada, pero al mismo tiempo cada una de éstas tiene su propio territorio, aclara. No acepta ni un boleto para asistir gratis a  cualquier espectáculo por virtud de su trabajo:

–Es una cuestión de ética, no tengo por qué no pagar  el acceso a  ciertos espectáculos.  Soy una persona como todas las demás y me atengo a las reglas comunes.

–El periodismo –compara– es como las artes o la investigación científica que reclaman la entrega. Son tareas que no se cumplen con horarios. Debe existir una búsqueda de mejoría en la realización del trabajo. El periodismo es una búsqueda permanente.

 

–¿Qué gana o pierde el periodista a lo largo de su ejercicio?

–Se pierden amigos, se pierde privacidad. Y se ganan también amigos, aunque menos de los que se pierden. Se gana la posibilidad de contribuir a la ampliación de los espacios públicos.

 

–¿Quiénes son los amigos que le ha heredado el periodismo? 

Fernando Solana, Julio Scherer, que fueron mis jefes. Manuel Buendía, que ya murió (fue asesinado). Ellos son los amigos que el periodismo me trajo.

El periodismo no se sufre, sería muy exagerado llamarlo así –replica–. Me han tocado épocas difíciles de encarar, particularmente cuando trabajé en Excélsior y el presidente Echeverría organizó una conjura para echar al grupo que dirigía el periódico. Ése  fue un momento difícil, quizá  lo más cercano, pero sería pretencioso decir que fue sufrimiento.

 

–¿Qué sintió entonces?  

–Impotencia, temor, porque teníamos amenazas de muerte a las que no podíamos ser insensibles. Desencanto no, porque nunca pensé que el Presidente fuera lo contrario de lo que estaba haciendo, pero sobre todo impotencia y temor.

 

–¿Ha vuelto a sentirlo? 

— No, no en esa medida.

Sus respuestas son cortas, claras, firmes. Son directas y prontas a responder. Granados Chapa no titubea, contesta al instante y se muestra atento a la siguiente pregunta. Se escribe a sí mismo con la claridad de una de sus columnas.

Miguel Ángel Granados Chapa nació en Mineral del Monte, en el estado de Hidalgo, el 10 de marzo de 1941. Estudió dos carreras al mismo tiempo en la UNAM: derecho por las mañanas, y por las tardes periodismo.

–Porque yo quería ser periodista. Yo fui el primer miembro de la familia que ingresé a la universidad, a ellos les  parecía un poco riesgoso que yo cursara una carrera que era nueva entonces. Hubo una presión, materna sobre todo,  y decidí no contrariar a mi madre, pero tampoco contrariarme  a mí mismo. Por esa razón estudié dos carreras, pero con el ánimo siempre de ser periodista.

Granados Chapa comienza a escribir en un semanario dirigido por Manuel Buendía llamado  Crucero. El año de 1964 es el último de su estancia en la Universidad y en esas fechas consigue también su primer trabajo periodístico. Buendía lo prueba asignándole la realización de una biografía de Ezequiel Padilla, un político que había sido candidato a la Presidencia de la República, después se separó del Partido Social, y en aquél año se volvió candidato a senador.

Mientras escucha música, bebe café y contesta el teléfono, Granados Chapa escribe cuartillas que no tienen que ver con la producción inmediata. En la tarde-noche, entre las siete y nueve, avanza en su tesis doctoral, pendiente desde su egreso del Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana en 1992. Se trata de una biografía de Jesús Reyes Heroles. También tiene pendiente una  biografía de Manuel Buendía y el esbozo de una novela.

Es un hombre al que el periodismo le sabe a helado de cajeta, un sabor agradable, fuerte y bien definido. Es un periodista atormentado por la exactitud de sus palabras, por la profundidad de sus críticas. Granados Chapa vive mientras lee y escribe. Lee hasta ocho periódicos al día –con mayor intensidad La Jornada y El Universal.

 

–¿Qué se autocritica como periodista?

–La falta de tiempo para una reflexión y una búsqueda de información. Puedo pasar hasta dos horas buscando un dato y ya en el momento mismo de escribir, a veces con más frecuencia de lo deseable, incurro en una inexactitud, en una interpretación insuficiente. ¡Eso me irrita y sin embargo está ahí, es parte de mí mismo!

 

–¿Cuándo tiempo le dedica a su columna?

–Buena parte del día. La escritura misma es más o menos breve, una hora y media o dos. Pero para llegar a ese momento hay mucho tiempo antes empleado en la búsqueda de información, en la reflexión, en las referencias.

 

–¿Por qué nombra “Plaza Pública” a su columna? 

–Porque es la idea que yo tengo del periodismo: un lugar de encuentro con la gente como ocurre en el Zócalo.

 

–¿Qué detesta del periodismo? 

–Ciertas prácticas del gremio, ciertos comportamientos del poder. Por ejemplo, le platico: hace unas semanas fui invitado por el periódico Síntesis de Puebla, que también tiene ediciones en Tlaxcala e Hidalgo. Fui invitado para ser una especie de ombusman de los periodistas frente a eventuales agresiones, sobre todo del poder público.

Se realizó una ceremonia muy rumbosa en el Palacio Virreinal de Puebla. Fueron el gobernador, el presidente municipal, los líderes del gabinete del gobernador. Se pronunciaron varios discursos, todos lo cuales subrayaban la independencia de los medios frente a los gobiernos, la necesidad de establecer una distancia que evite la corrupción entre los medios y el gobierno.

Y al  terminar la ceremonia un miembro del gabinete, el secretario de turismo del estado, me invita a que vaya yo con todo pagado a visitar Puebla. Le dije: “oiga usted, no puedo oír siquiera lo que me acaba de decir”. Es deplorable. Ese tipo de cosas me disgustan de este oficio.

La actual –señala– es una época de retos y oportunidades, hay una expansión de los medios que no había hace 25 años. El campo de trabajo se  ha ensanchado, pero al mismo tiempo se ha angostado, porque hay una gran cantidad de egresados de las escuelas de periodismo. Los periodistas se enfrentan a un oficio mal pagado.

A los periodistas les pasa lo que a los maestros de primaria: son oficios reconocidos socialmente, pero ese reconocimiento no se refleja en buenas remuneraciones.

Cuenta que había un periódico vespertino, Avance,  en donde el dueño se ufanaba de que no les  pagaba a sus reporteros, es decir les daba credencial y manos libres para  que chantajearan, para que sacaran dinero por donde fuera, a través del soborno.

 

–¿Y los periodistas jóvenes?

–Son poseedores de destrezas, son capaces de emplear instrumentos muy novedosos. Los percibo más curiosos, pero también los percibo a veces menos vehementes, menos ganosos de hacer el trabajo, como más proclives a la rutina.

Hace cuarenta años había una gana de construir el horizonte, de vivir en sociedad –relata con nostalgia y por fin eleva la voz entusiasmado por el recuerdo–. Hoy  es una época en que la juventud tiene menos alicientes, no hay estímulos históricos, digamos que no hay utopías que construir, se ha perdido la gana de construir mundos nuevos, hay un cierto conformismo, hay una búsqueda de salvación individual más que social.

 

–¿Cuál es su opinión sobre la forma de hacer periodismo hoy?

–Tiene claroscuros. Es un periodismo más amplio, más libre, pero  también tiende más  al amarillismo, a lo superficial, a tocar muy circunstancialmente temas que luego abandona.

 

–¿El periodismo en un gobierno foxista? 

Una risita discretamente burlona precede su respuesta:

–Dice Carlos Monsiváis que antes se requería valor para atacar al Presidente. Ahora se requiere valor para defenderlo. Hay una gran apertura de crítica hacia su gobierno, que es sana y útil pues permitirá la consolidación de la democracia electoral.

Granados Chapa suele ser solemne cuando habla y escribe. No le gusta la presentación de un  lenguaje chabacano, demasiado coloquial ni en los espacios políticos ni en lo medios de comunicación:

–Dice el Presidente de la República: “hay que echarle ganas”. Esas expresiones me parecen impropias de un espacio compartible.

 

–¿Qué se espera en el periodismo para los siguientes años?

–El periodismo impreso va a poner mayor énfasis en el análisis, porque la información va estar disponible cada vez más de modo directo a través de Internet para todos. Entonces, los periódicos van a informar menos. Lo que se va requerir es una  interpretación  de datos.

 

–¿A dónde va, qué hace después de su programa? 

–Suelo desayunar con personas con quien tengo algún contacto profesional, gente que me va a ofrecer alguna información que yo después conjunto para tener criterio sobre ciertos temas. Luego leo los periódicos y escribo.

Miguel Ángel Granados Chapa saluda al bajar las escaleras. Sale  acompañado, atraviesa la avenida Xola, luego la lateral de Rafael Dondé y en la esquina de Adolfo Prieto entra al Sanborn´s tienda-restaurante. Ahí, el columnista desayunará. En su casa o en su oficina de Pitágoras 1143 revisará los periódicos. Después escribirá.

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