El golpe a Excélsior

Una de tantas historias…

Es cierto, casi todos los medios de difusión no sólo avalaron el asalto a Excélsior  el 8 de julio de hace 30 años, sino que en la peor tradición anticomunista y macartista tacharon de delincuentes a quienes estaban con Julio Scherer.  Algo muy común desde los movimientos magisteriales, ferrocarrileros y estudiantiles de 1968 y 1971.

 

Aunque en el famoso Halconazo de San Cosme, el 11 de septiembre, algunas publicaciones se quejaron porque sus reporteros fueron agredidos por el grupo paramilitar e incluso la policía, la golondrina no hizo verano. Nuevamente el poder político logró cooptar y acallar a la sociedad convulsa en la que vivíamos. Por tanto, los valientes que abandonaron el rotativo más influyente de América Latina fueron menospreciados y denostados por sus aparentes pares.

 

A tres decenios del asunto, éste no ha tenido mayor repercusión.

 

Pero si bien entonces hubo un silencio casi sepulcral al asunto de Scherer y compañía, la revista Sucesos para todos, cuyo dueño era Gustavo Alatriste y director Armando López Becerra, publicó algunas fotografías –hoy muy conocidas– de la salida de quienes pretendían un periodismo más digno y certero. También se incluyeron escritos cortos y no tan agresivos al gobierno, para no incomodarlo. Con todo, en la hemeroteca podemos encontrar esa digna actitud.

Quien sacó una buena cantidad de imágenes fue Juan Miranda (luego jefe de fotografía  en Proceso) y el que reporteó el asunto hoy trabaja en el Instituto Federal de Acceso a la Información (IFAI): Luis Alberto García.

 

Este refugiado llegó tarde al desalojo de los compañeros de oficio por parte de unos sombrerudos a las órdenes del entonces diputado priísta Humberto Serrano.

Desde ese día, planeamos el apoyo a quienes habían sido echados de su casa a la mala. Acordamos, luego de una consulta telefónica, llevar a cabo una asamblea en el Club de Periodistas por parte de la Unión de Periodista Democráticos (UPD). Ello posibilitó que el 13 de julio se diera a conocer un manifiesto a la opinión pública donde se decía:

Los firmantes, periodistas mexicanos, consideramos que los hechos registrados en el diario Excélsior rebasan ampliamente los marcos de una empresa cooperativa y afectan de manera directa el ejercicio de nuestra actividad y, en general, la vida política del país. Tales hechos configuran un severo golpe a la libertad de expresión y reducen las posibilidades de convivencia democrática, civilizada entre los mexicanos.

 

Los sucesos del jueves 8 representan la culminación de una larga y persistente campaña destinada a impedir que nuestro pueblo sea informado con amplitud y a silenciar las opiniones disidentes en la vida pública de México.

Firmaba ese llamamiento la directiva de la UPD, encabezada por Renato Leduc, Antonio Caram, Humberto Musacchio, Luis Suárez, Hugo Tulio Meléndez, Dolores Cordero, Ángeles Mastretta y el Comité de Ingreso y Conciliación integrado por Juan de la Cabada, Carlos Pereyra, Roberto Esperón, Ola Harmony y Francisco Zúñiga. Además, se adhirieron militantes y amigos de la UPD, 88  en total.

 

La cantidad, pequeña en el número de compañeros que estaban en activo, mostró que la batalla fue recibida bien por quienes desde entonces deseaban un nuevo periodismo. Muchos de ellos, todavía hoy andan en la brega para abrir cauce a la información sin límites y algunos, por desgracia, ya fallecieron.

 

La asamblea no fue sencilla. Como siempre, hubo todas las propuestas inimaginables, pero se optó por hacer algo que tuviera el máximo consenso. Desde luego que se aquilató mayormente lo que propusieron algunos como Miguel Ángel Granados Chapa, Froylán López Narváez y otros que tenían mejor el pulso de los acontecimientos por aquellos días. Aunque también se aceptaron otras posiciones como un plantón ante las instalaciones de Reforma y Bucareli, el cual en un momento se consideró muy riesgoso.

 

Una de las voces más claras y sensatas fue la de Carlos Pereyra –a quien apodaban El Tuti–, politólogo que desde entonces descollaba. Lástima que falleció muy joven.

 

La mayoría de los presentes eran comunistas  –incluso firmó Arnoldo Martínez Verdugo, el entonces  secretario general del PCM–, que colaboraban en Radio Educación y en alguna de las ediciones de Excélsior (Últimas Noticias y La Extra). Pero incluso se aventaron, sin red protectora, amigas como Lilia Aguayo, que estaba en El Sol de México, Pedro Reyner Vamos, de origen húngaro y yerno de Emilio Portes Gil, que estaba en Ovaciones; trabajadoras de TV UNAM como Concepción Salcedo y Araceli González, Roberto Esperón Díaz Ordaz –sobrino de Gustavo el represor, que militaba en el PST– y otros.

 

Se decidió, en esa ocasión, dejar pasar unos días y citar a un nuevo encuentro para saber cómo iba evolucionando la situación y proponer nuevas acciones.

Para organizar las cosas, Renato Leduc nos convocaba en la calle de las Artes, en un café llamado El Chino, a la vuelta de su despacho. Varios acudíamos para intentar no dejar morir solos a nuestros amigos que habían sufrido la afrenta de Echeverría.

 

Una tarde llegó Froylán López Narváez y nos dijo que ya no se necesitaban más reuniones ni propuestas, pues el asunto estaba en vías de resolverse de manera positiva para los expulsados. Nos quedamos desconcertados, pero sabemos que las víctimas son quienes deciden hasta dónde se puede ir en la lucha. Por tanto, tocamos retirada.

 

Ahora sé, por el libro de Cecilia González Escenas del periodismo mexicano (editado por la Fundación Manuel Buendía) lo siguiente:

Ya con Proceso en circulación, Scherer estuvo a punto de regresar a la dirección de Excélsior, gracias al apoyo que en mayo de 1977 obtuvo por parte del gobierno de José López Portillo, pero cometió el error de confiarle la maniobra al corresponsal de The New York Times, Alan Riding, quien publicó declaraciones en las que Scherer explicaba que su retorno al diario era un acto ilegal y no un acto de generosidad del gobierno.

 

Para sorpresa de todos, Díaz Redondo publicó íntegra la nota de Riding en Excélsior, y la negociación se vino abajo.

 

Pero seguramente el cabildeo fue desde antes, en la época de Echeverría, por eso la UPD ya no hizo mayores acciones en defensa del diario más importante que hemos tenido en el país.

Hay muchas historias más del asunto. Ésta es una de ellas.

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