Scherer y Leñero: Unidos por la prensa

Su huella en el periodismo mexicano es imborrable

El primero, ícono del «mejor oficio del mundo», es el mejor reportero de todos los tiempos. El otro, dramaturgo y cronista sin igual, es ahora guía de las nuevas generaciones.

Vicente Leñero y Julio Scherer - Foto: Benjamin Flores / Proceso

Vicente Leñero y Julio Scherer – Foto: Benjamin Flores / Proceso

Por José Luis Esquivel Hernández

Publicado originalmente en RMC #137

Julio Scherer García vino al mundo el 7 de abril de 1926 en la Ciudad de México. Cuando estaba dando sus primeros pasos en la escuela nació en Guadalajara Vicente Leñero Otero el 9 de junio de 1933, pero muy pronto sus padres dejaron la Perla Tapatía y regresaron a la capital de la república. Ambos se encontrarían después en la senda de las letras y forjarían una sólida amistad: el primero soñaba desde niño con ser escritor, y Leñero puso sus aspiraciones infantiles en el teatro. Sin embargo, «el mejor oficio del mundo» (García Márquez dixit) terminó por unirlos irremediablemente.

Fue hijo de Pablo Scherer y Scherer, un  alemán que vino económicamente a menos con toda su familia heredera de la Casa Scherer, existente desde el porfiriato. Julio se regodeaba también del origen de su madre Paz García Gómez, hija de don Julio (su tocayo) García López Portillo, afamado jurista de Guanajuato en los años porfirianos, y presidente de la Suprema Corte de Justicia durante largo tiempo. Por tanto, algún día le pareció pesado su parentesco con el que fuera presidente de México de 1976 a 1982, José López Portillo y con Margarita, la todopoderosa funcionaria de Radio y Televisión en ese mismo sexenio.

Leñero, en cambio, fue heredero directo del teatro que llevaba en las venas su padre, un hombre extrovertido que por razones de su trabajo fue de pisa y corre a trabajar a Guadalajara llevando a su familia por poco tiempo fuera de la ciudad de México, donde la mamá de Vicente, que nació con el siglo, nadaba a sus anchas en su fe católica y era ferviente admiradora de León Toral y la Madre Conchita, involucrados en el asesinato de Álvaro Obregón en julio de 1928.

Scherer bebió también en familia la formación católica –para él lo cristiano era un principio de liberación–, y su educación con los jesuitas y sus amistades con curas, lo llevaron a estudiar derecho, literatura y filosofía que, si bien no le permitieron triunfar con un título profesional, marcaron el paso de sus primeras aventuras en el periodismo, al que llegó antes de cumplir los 22 años, en el segundo semestre de 1947.

Leñero estudió en la década de 1940 primaria y secundaria en el colegio Cristóbal Colón, de los lasallistas, donde fue colaborador de La Fragua, el periodiquito preparatoriano que dirigía Carlos Chanfón. Aunque su motivación seria lo orientaba al teatro, gracias a que desde niño con su hermano Luis,  construyeron un foro para títeres de alambre y fueron muy alentados por su padre, quien les enseñaba a los hermanitos a improvisar un escenario maravilloso y a realizar obras propias sobre la cama matrimonial, amontonando almohadas y cojines.

Julio Scherer García llegó en 1947 como reportero a la segunda edición de Últimas Noticias, de Excélsior, donde coincidió con su entonces gran amigo Manuel Becerra Acosta (1932-2000). Y éste, a pesar de que partió a París dos años después, mantuvo una franca comunicación a la distancia y lo alentó para que en 1950 apretara el paso a fin de hacer méritos que lo llevaran a formar parte de la redacción de “El veriódico de la vida nacional”. Ahí, el padre de aquél, del mismo nombre, ganó gran respeto y, a una edad avanzada, llegó a ser subdirector y director del diario en 1963. Fue la misma época en la que el pundonoroso Scherer cumplió su sueño de meterse en 1961 a las primeras planas del prestigiado medio que dominaba la prensa en México en ese tiempo.

Vicente Leñero Otero, a su vez, creyó que el teatro sería su fuente de vida al crear con su hermano mayor Armando y su primo Héctor un mejor escenario, el Teatro de la mariposa como le llamaron. Fue creado para que Luis y él entretuvieran a la familia, especialmente a su hermana Esperanza, cada tarde de sábado, en temporadas que duraban dos o tres meses a lo largo de algunos años. Sin embargo el futuro dramaturgo fue a dar a la facultad de Ingeniería de la UNAM en 1953 sin dejar su sueños de niño al mismo tiempo en que se inscribió en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, en la que se tituló en 1956.

 

Dos mujeres, un camino

Julio Scherer García, a los 28 años, ya era el gran reportero metódico, redactor sensible y brillante, así como disciplinado y muy culto cuando decidió unir su vida a la de doña Susana Ibarra. Esta mujer, de 26 años, sería su inspiración hasta que falleció el 11 de junio de 1989 y en su honor el gran periodista no dejaba de hacer fiesta en casa cada 24 de mayo por ser el día del santo de su esposa. Fue su apoyo en los momentos difíciles y lo enseñó a cumplir con sus deberes de padre de nueve hijos (Pablo, Regina, Ana, Gabriela, Julio, Adriana, Susana, Pedro y María) en forma ejemplar sin descuidar jamás su carrera de periodista de Excélsior y luego del semanario Proceso. Por eso el ser humano que latía en la piel del reportero se deshizo en lágrimas como nunca al verla en el féretro.

 

Vicente Leñero Otero, por su parte, aspiraba a escribir obras como las de Héctor Mendoza, Carballido, Magaña, Luisa Josefina Hernández, Héctor Azar y Juan García Ponce, pero lo más que se le había dado en 1958 era ganar un concurso universitario de cuento con el seudónimo de Gregorio. Así es que la necesidad económica lo llevó por el camino de la literatura al contraer matrimonio con la psicóloga Estela Franco y ser padre de su primera hija, Estela, en 1960, refugiándose en el taller literario de Juan José Arreola, después de haber frecuentado a Juan Rulfo y Arturo Souto.

Al periodista de cepa pura y al escritor en ciernes, parecía impredecible que el destino los uniría algún día en el campo fértil de la información noticiosa y de la interpretación de hechos y personajes trascendentes. Scherer ya vivía con pasión los acontecimientos fragorosos de la inestabilidad social de 1958-59 cuando estalló la huelga ferrocarrilera que tuvo como protagonista a Demetrio Vallejo, así como la agitación de maestros, petroleros, electricistas, telegrafistas y telefonistas que exhibieron la represión del régimen y la falta de libertad de prensa. Mientras tanto, Leñero aprendía a trabajar un texto hasta el detalle hasta que en 1961 el Centro Mexicano de Escritores le concedió una beca que aprovechó para dar forma a la novela Los Albañiles, que concluyó en 1962 en el monasterio benedictino de Santa María de la Resurrección, en Cuernavaca. Un año después, en 1963, recibió el premio Seix Barral.

En otro frente, el de una lucha sin cuartel por la apertura gubernamental a la libertad de prensa, Scherer no midió riesgos e inclusive fue tachado de comunista por haber firmado en 1960 un desplegado periodístico a favor de la excarcelación de los presos del movimiento obrero, entre quienes se hallaban figuras relevantes de la izquierda. Luego también por llevar más allá su adhesión al triunfo de Fidel Castro en Cuba en enero de 1959, pues el 17 de abril de 1961 aplaudió el triunfo de los isleños  en Bahía de Cochinos sobre el gobierno de John Kennedy. Y, para rematar, Julio publicó en 1963 varias entrevistas con el «rojillo» David Alfaro Siqueiros durante su cautiverio en Lecumberri, que fueron un libro de éxito en 1965.

Sin poder vivir exclusivamente como escritor, al modo como lo hacía José Emilio Pachecho, Leñero buscó en 1963-64 un sueldo como autor, increíblemente, de telenovelas para el canal 2 de Telesistema Mexicano, a las órdenes de Ernesto Alonso y Luis de Llano. En 1965 cayó, junto con su gran amigo José Agustín, en la revista Claudia, dirigida por Ernesto Spota, primo del novelista Luis Spota. El periodismo, por la vía de entrevistas y reportajes, comenzó a atrapar a Vicente al grado de que esos trabajos en la revista mensual los reprodujo después en su libro Talacha Periodística, en 1989.

 

Al periodista consagrado, Julio Scherer García, esos mismos años le servirían para proyectarse a grandes alturas, al fallecer en noviembre de 1962 el Gerente General de Excélsior, Gilberto Figueroa, y luego el director del diario, Rodrigo de Llano, el 31 de enero de 1963. Los reportajes y la fama de las entrevistas con el pintor Siqueiros, lo incrustaron en los movimientos internos en la Cooperativa que llevaron al cargo de director a Manuel Becerra Acosta señor, quien nombró a Julio como sub-director en esos años de febril actividad en el medio, líder de la prensa nacional.

Entretanto, Leñero Otero pasó de Claudia al semanario Siempre!, de José Pagés Llergo, y ya con cuatro hijas (Estela, Mariana, Eugenia e Isabel, apenas nacida en 1970) no podía desprenderse de las labores periodísticas que le aseguraban un sueldo, aunque se dio tiempo para escribir otras dos novelas: Estudio Q (1965) y El Garabato (1967).

 

Unidos por la prensa

Julio Scherer García siguió su camino en Excélsior hasta llegar a ser electo director en agosto de 1968. Mientras, Vicente Leñero Otero dio a conocer también en 1968 con gran aceptación su primera obra teatral, Pueblo Rechazado, iniciadora del «teatro de testimonio» y que determinó para siempre su carrera como dramaturgo. Se animó de inmediato a adaptar Los Albañiles para un buen montaje que el director Ignacio Retes convirtió en éxito sinigual en 1971 y en 1974.

 

Pero sería en 1972 que el destino enlazaría a Scherer y a Leñero con los nudos de la prensa pues en ese 1972 el gran periodista de México invitó al dramaturgo a colaborar en Excélsior, y le encargó la conducción de Revista de Revistas. Fue el mismo año en que se estrenó la desafortunada y truculenta versión cinematográfica de Pueblo Rechazado con el título de El monasterio de los buitres, y justo cuando Leñero acabó de escribir la novela Redil de Ovejas y la obra de teatro El Juicio (a León Toral y la Madre Conchita).

A partir de entonces establecieron una estrecha relación profesional y amistosa. Y así como Leñero tributó enorme gratitud a Juan José Arreola, por lo que hizo por él en la literatura; a Ignacio Retes, por lo que hizo por él en el teatro, y a Joaquín Díez-Canedo, por lo que hizo por él al publicar sus libros, también mantuvo siempre franco reconocimiento a Scherer por quien aprendió todo lo que sabía de periodismo, y en textos conmovedores dejó plasmado su crédito hacia su gran maestro.

«Reportero, siempre reportero», llama Vicente a Scherer en la contraportada del libro de éste, Cárceles, y en el perfil que de él traza en Lotería: Retratos de compinches, ensalzándolo hasta la glorificación. «El único sustantivo que sirve para definir a Julio es el de reportero. Como reportero vive, como reportero trabaja tiempo completo, como reportero hace y pierde amigos».

Y continúa sus elogios: «Pocos reporteros son, en México, tan reporteros como este Julio Scherer de corazón abierto a la curiosidad (…) Quienes durante años hemos trabajado al lado de Julio aprendimos que el periodismo sólo puede ejercerse plenamente cuando se trabaja con independencia y al servicio de la curiosidad».

 

En otro apartado de su encomioso texto afirma: «Con la ferocidad de un reportero joven, pero con la malicia y el tino de quien ha exudado periodismo durante cincuenta años, Scherer García indaga, registra, mira pero sobre todo pregunta. Pregunta. Pregunta siempre, impertinente, firme, con urgencia por saber. Y es el lector el que termina sabiendo, agradecido».

 

«A Julio se le mira mal por ese afán machacón, pero por eso mismo se le admira. Lo admiramos por muchas cualidades más sus amigos: porque nos ha enseñado a lanzar preguntas a la realidad y a vivir, con pasión, el trabajo que hacemos».

Julio Scherer, a su vez, siempre destacó la lealtad de Leñero, probada en circunstancias de todo orden, empezando por la solidaridad que le manifestó durante el llamado «Golpe a Excélsior» asestado por el Presidente Luis Echeverría en julio de 1976 y la mano firme demostrada a la hora de fundar y conducir el semanario Proceso a partir de noviembre de ese mismo año.

Unidos por las exigencias de la prensa, Scherer y Leñero siguieron el mismo camino de la búsqueda de la verdad y de la crítica en otro espacio propio, dándose tiempo Vicente para escribir en 1978 Los Periodistas, con el fin de novelar los hechos de aquel fatídico julio de 1976 y hacer pasar a la historia a Julio como protagonista de aquel suceso histórico que contribuyó a roturar la vía de la democracia y de la libertad de prensa en México.

Unidos por los afanes de la prensa, Scherer y Leñero dejaron en manos jóvenes el destino de Proceso en 1996, para dar curso a su vocación de escritor, el primero, y de dramaturgo y guionista el otro, pero sin desentenderse del todo de la conducción del semanario.

Y, unidos por siempre en la amistad, uno se fue de este mundo detrás del otro. Leñero falleció en diciembre de 2014, y Scherer lo siguió en enero de 2015. Dos baluartes de la cultura en México terminaron también unidos por el adiós terreno en fechas muy cercanas.

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