El Violín

 

Jorge Meléndez Preciado

Después de una larga espera para exhibirse en México, no obstante que obtuvo cerca de treinta premios internacionales, El violín de Francisco Vargas Quevedo se estrenó en 20 cines del Distrito Federal.

El asunto importa, ya que otras producciones nacionales han tenido una exhibición masiva –recordemos hace poco la cinta de Javier Patrón, Fuera del cielo–, no obstante que sus resultados en muchos terrenos son medianos. Y es que la obra de Vargas plantea un asunto que incomoda a muchos: la represión del ejército a un movimiento armado en el que están inmersos grandes núcleos de una población no determinada, pero muy identificable por la sierra de Guerrero.

No es raro, entonces, que si bien el abuelo se llama Plutarco (excepcional actuación de Ángel Tavira), su hijo lleva el nombre de Genaro y el nieto de Lucio. Lo que recuerda a los dos guerrilleros que en la patria chica de Ignacio Manuel Altamirano fueron un dolor de cabeza para los gobierno priistas de los años sesenta-setenta.

Afortunadamente, Vargas no se queda en el panfleto. Más bien realiza una película en donde las bellas tomas serranas a lo lejos, los diálogos intensos, el suspenso, la amistad, las indispensables relaciones entre víctimas y represores y la música, sobre todo, es lo que va marcando no sólo las posiciones sino además mostrando quiénes van por un lado u otro de la existencia no obstante sus preferencias artísticas.

Desde el inicio, encontramos que en los sitios aparentemente más cotidianos hay apoyo a los rebeldes: el mercado, las tiendas y hasta lugares donde las mujeres bailan y se expende cerveza y otras bebidas etílicas. En este último establecimiento vendrá el primer contrapunto de tensión. Una patrulla de la policía llega a meter a dos borrachos y todo mundo piensa que van a abortar el plan de ayuda a los alzados. No es así, lo cual posibilita que se desarrolle la historia.

Luego de una represión a un pueblo, donde la población tiene que huir, no se muestra la ferocidad de los militares sino únicamente se le presenta como gandallas e insinúa un ajusticiamiento por medio del sonido –no hay derramamientos de sangre al estilo gringo, por ejemplo–. Luego de ello, el abuelo Plutarco es el puente entre la posibilidad que el movimiento tenga éxito o fracase.

El músico se hace amigo de un teniente que está a cargo de sofocar la guerrilla. Ello porque el violín, ese instrumento que tentó al diablo, según dicen los melómanos, es el puente entre dos hombres con diferentes proyectos: el insurgente y el represor. Tan seductora es la música, que el militar posibilita un trato preferencial al viejo. Incluso le permite ir a su parcela que se encuentra en el territorio prohibido y cercado por los verdes.

Antes, Plutarco consigue una mula con un viejo cacique. El engaño del poderoso, el abuso de que hace gala y la prepotencia sin límites se muestran en unos cuantos minutos. Todo concluye con la firma del anciano en un papel en blanco, no obstante que el terrateniente hace un elogio a la honradez y buena fe de un campesino amolado por las circunstancias. Lo que muestra, plenamente, que no hay escape posible de los desposeídos.

La fe, confianza y falta de malicia de Plutarco tendrán consecuencias nefastas para todos. Igual la imprevisión de los armados del pueblo, que no saben cómo enfrentar en serio a un grupo con mayores posibilidades de reprimir en grado extremo a todos aquellos que luchan por la libertad pero están en desventaja ante las fuerzas que han usurpado el poder durante lustros.

La escena final es un poema. El teniente dice que le perdonará al artista todo con tal de que no lo deje sin música. Incluso sus engaños para llegar a sus terrenos y sacar municiones. Y Plutarco, muy bien plantado afirma: “Se acabó la música”. La frase, dicha con bajo tono pero no sumisa, muestra que es necesario aceptar la fatalidad, en un momento dado, pero no bajar la guardia ante los mendrugos que tiran de arriba. La libertad, siempre, tiene un costo y hay que asumirlo. Como lo hizo Francisco Vargas, quien no renunció a filmar lo que le pareció correcto y esperar a que vinieran de fuera y adentro nuevos vientos para imponerse.

En una noche de bella luna y fogata ardiente, el abuelo le explica al nieto porque no puede éste ver a su mamá. Le dice que los ambiciosos han ido ganando terreno, comiéndose el mundo, aislando a los otros, la mayoría. Pero que llegarán, sin duda, tiempos mejores en los cuales habrá oportunidades para una vida familiar y social armoniosa. La secuencia mientras ocurre la plática, además, es un paneo al bosque y sus animales, resultando poética y significativa. Y recuerda los malos tiempos de lo que hoy ocurre en muchas partes, la degradación biológica. Bella, inigualable parábola.

La fotografía en blanco y negro resalta las intenciones de Vargas: no se trata de hacer juegos pirotécnicos sino mostrar una realidad cruda y ruda. Y los planos generales presentan la exuberancia de la naturaleza, contrastando con las tomas cerradas que dan idea de la asfixia que vivimos. Un formidable manejo cinematográfico.

Todo, pues, en su sitio. No hay nada que lleve a lo banal, lo deslumbrante que ciega. Incluso las actuaciones de los no profesionales, son estupendas. Desde luego resalta Ángel Tavira no obstante sus 82 años y su primera aparición como artista.

El público asistente, generalmente aquellos que vivieron los años de la guerra sucia, aplaude al final de la proyección. Y se da cuenta que una institución como las fuerzas armadas ha sido utilizada por los gobernantes para la represión.

Sólo 20 copias y tal vez el éxito la lleve a diferentes lugares. Pero es difícil que recupera su costo, pues como dice Jorge Ayala Blanco en su libro, La herética del cine mexicano (Océano), para que una cinta pueda salir tablas entre gastos e ingresos, necesita meter en las salas ¡tres millones de espectadores!, mientras que en Argentina únicamente se requieren 150 mil asistentes.

México, un país que desalienta la industria nacional en aras de favorecer a las transnacionales, como Motion Pictures Asociation of America, la corporación que maneja la exhibición en nuestro país.

Grave, terrible, criminal asunto por lo cual no hay cine nacional.

¿Y el gobierno actual qué hace al respecto?

Deja una respuesta