Multiculturalidad musical

Mariano Cebrián

En el Eurofestival participa una gran  diversidad  de  culturas  existentes  en  Europa,  no  sólo  por  razones  idiomáticas,  sino  también  por  tradiciones,  formas  de  vida,  folclor  y  pasión  por  determinados  estilos  musicales.  No  se  trata  de  un  espejo  de  la  música  que  se  produce  en  cada  país,  sino  de  una  deformación  tendente  a  la  creación  de  productos  musicales  fáciles  de  consumo.  Pretende  convertirse  en  una  construcción  de  la  cultura  musical  de  cada  país  y  del  conjunto  de  Europa,  pero  al  someterlo  a  la  intriga  de  concurso  se  reduce  la  base  cultural.

Eurovisión, un consorcio europeo de canales de radio y televisión parecido al de la OTI en Iberoamérica, desde hace medio siglo organiza el Festival de Música en el que participan la mayoría de los países europeos. En Eurofestival, como se le conoce, concursan canciones representativas de cada uno de los países, y se celebra en el país ganador del año anterior. Hace unos años añadió otro festival, pero con la participación exclusiva de niños. En septiembre de este año se promovió la primera edición del Festival Eurovisión de Baile, con el mismo criterio que el de los anteriores, aunque centrado en el baile, o sea, también vinculado a la música.

Los tres festivales, que se celebran cada año, mantienen la misma estructura: presentación del país organizador, actuación de cada uno de los representantes separada por una escueta presentación previa y votaciones de los telespectadores a los demás países, excepto al propio, mediante llamadas telefónicas o envío de mensajes desde los celulares. De este modo, se abre la vía a una nueva financiación de cada canal difusor, ya que también recibe un porcentaje de los costos de cada llamada.

Más allá de lo que es un concurso musical, prevalecen unos criterios subordinados a las exigencias de la competitividad televisiva. Es la plasmación de un determinado estilo musical, de unas estructuras o formatos y de unos tratamientos expresivos de la televisión y, en suma, de una cultura light o videoclip, de un pensamiento débil y un consumo global.

El Eurofestival pretende convertirse en una construcción de la cultura musical de cada país y del conjunto de Europa, pero al someterlo a la intriga de concurso se reduce la base cultural. Interesa más triunfar o quedar en los puestos privilegiados que ofrecer una representación de la música real y de calidad de cada país. La apuesta más generalizada es por la corriente musical de moda y pegadiza, aunque algunos países se inclinan por una música folclórica o por un estilo de largo abolengo y arraigado en su cultura, pero con escaso éxito.

En cada edición hay que afrontar la selección de las canciones y de los intérpretes. Algunos países los eligen mediante otro concurso dentro del país, bien con una especie de academia como la del exitoso programa Operación Triunfo en España o mediante una convocatoria abierta a los compositores. En ambos casos, todo se somete a la opinión popular. Otras veces, es el canal el que decide la canción y el intérprete, según sus intereses. En el trasfondo aparece siempre un debate que gira en torno a la representatividad individual o de conjunto. Las discrepancias son claras entre unos países y otros, pero se aprecia que la mayoría apuesta por el intérprete individual y dentro de éste también se dirimen los criterios entre jóvenes como una confrontación entre masculinidad y femeninidad; en este caso suele haber un predominio de chicas. En unos y otros casos se fomenta la cultura de lo joven y esbelto, por encima de los criterios de calidad musical e interpretativa, porque eso lo que atrae audiencia. El consumo se impone a lo cultural.

Al tratarse de un concurso musical dirigido a países con una enorme variedad idiomática, la letra sólo llega a un grupo más o menos amplio de telespectadores. Por tanto, la carga siempre radica en la música. Esta variedad conduce también a que las votaciones se aglutinen por áreas idiomáticas implantadas en varios países: inglés, alemán, francés, o por proximidades geopolíticas: países nórdicos, centroeuropeos, del Este, balcánicos, península ibérica.

Votaciones con

carga sociopolítica

Durante los últimos años está emergiendo un fenómeno nuevo como el de la orientación de las votaciones de las comunidades migratorias. Los turcos que viven en Alemania o los españoles, portugueses y griegos ubicados en otros países europeos, tienden a votar por el intérprete de su país de origen. Se ha llegado también a una tesitura en la que las votaciones varían según una situación determinada, como ocurrió con motivo de la invasión bélica de Irak por Estados Unidos con el apoyo del Reino Unido y España. En la celebración del Eurofestival de ese año, el Reino Unido, por primera vez, no obtuvo ni un solo voto; España tampoco consiguió ninguno por parte de los países europeos miembros del Consejo de Seguridad opuestos a la guerra. De esta manera, la votación se asocia con unas realidades distintas de las musicales y que encierran una carga sociopolítica de gran magnitud.

En las votaciones no importa el tamaño de la población de cada país. Todos disponen del mismo número de votos para repartir, lo cual manifiesta una democracia televisiva muy desproporcionada. De hecho, durante los últimos años la unión de los más pequeños ha dado como ganador a uno de ellos. La tradicional hegemonía ganadora de países como Reino Unido, Francia, Italia o Alemania, caracterizada por su elevada calidad, ha desaparecido.

El formato de concurso, en lugar de fertilizar la cohesión entre los países europeos, provoca la competitividad, exalta las diferencias e impulsa la sobrestima del candidato del país como algo propio. El refuerzo de la unidad se produce dentro de cada país. Durante la dictadura franquista en España, se aprovechó el Eurofestival para promover la unidad del país frente a lo extranjero y se apoyó la apuesta mediante la creación de un auténtico lobby internacional hasta conseguir el triunfo en dos ocasiones, algo que no ha vuelto a ocurrir en la democracia. El sometimiento a la rivalidad puede llevar, asimismo, en el caso del Eurofestival Junior, a unas tensiones perturbadoras para la formación de los niños. De hecho, Televisión Española ha tomado la decisión de no participar más en él.

Cultura de consumo

Los Eurofestivales son programas que duran entre tres y cuatro horas, fragmentados en varios bloques de canciones para las desconexiones de la red y para que cada país introduzca publicidad. Cada canción busca el impacto inmediato, la sorpresa o llamada de atención para que la audiencia se fije en ella al estilo de lo que sucede entre los anuncios dentro de un largo bloque publicitario. La acumulación lleva a la saturación de la memoria a la hora de votar. Es una cultura de consumo vertiginoso. Es la exaltación de la cultura televisiva comprimida y variada: fragmentos breves; atractivo de la belleza de los intérpretes; espectacularización de la escenografía y vestuarios (ocultados hasta el último momento de aparición en el escenario como factor de sorpresa); colorido de iluminación; realización con cadencia rápida de planos, aunque con un criterio similar para cada intérprete por encima de los ritmos específicos de cada canción, y promoción de los paisajes del lugar entre canción y canción, orientada al marketing y seducción turísticos. Aparecen, pues, todos los ingredientes definidores de la televisión actual: competición con los demás canales de cada país, fomento de los sentimientos afines en torno a su héroe representante e implicación de los telespectadores en la participación con sus votos.

El pensamiento de McLuhan de que el medio es el mensaje tiene un cierto cumplimiento en estos festivales. La concentración popular en torno al programa, despierta pasiones, vacía las calles y congrega a los componentes de cada hogar, especialmente cuando el marketing del canal del país ha preparado bien la celebración erigiendo al representante propio como favorito. Pero cuanto mayor es el enaltecimiento y la expectativa creada, más profunda es la decepción en el supuesto de que no se gane, aunque esto poco importa ya al canal, porque ha conseguido atraer una cuota de audiencia muy superior a la de cualquier otro canal y cosechar suculentos ingresos por la publicidad y llamadas telefónicas.

Por encima del concurso y de la exhibición musical, interesa la construcción cultural. Es la presencia de la diversidad de culturas existentes en Europa, no sólo por razones idiomáticas, sino también por tradiciones, formas de vida, folclor y pasión por determinados estilos musicales. No se trata de un espejo de la música que se produce en cada país, sino de una deformación tendente a la creación de productos musicales fáciles de consumo, por imposición de un formato televisivo que, al sustentarse en la competitividad, obliga a elegir canciones que peguen fuerte en los escasos minutos que están presentes secuencialmente con los demás en la pantalla. Todo ello se involucra en la tendencia a un consumo musical que supera incluso el ámbito europeo para convertirse en algo global.

De la cultura televisiva musical se pasa a unas situaciones de cierta yuxtaposición de la interculturalidad con la multiculturalidad. Se genera la interculturalidad por la presencia de cada país en el resto de los países; hay una aproximación a conocer lo de los demás. Y se mantiene una multiculturalidad, es decir, cada país se entrega a su representante, lo defiende y se entusiasma con él, pero no asimila ni integra la aportación de los demás. En lugar de la cohesión social se suscita la competitividad excluyente.

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