Google y la sociedad del conocimiento

Busca asegurar el mercado de libros electrónicos


José Luis Esquivel Hernández

Profesor en la Facultad de Comunicación de la UANL.
Doctor en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid


Nadie puede negar el vaticinio fatalista de unos años a la fecha sobre la cultura de la palabra, del lenguaje escrito, del grafos, frente a la valoración excesiva de la cultura del ícono, del símbolo, de la imagen. Giovanni Sartori triplicó su fama al pontificar que hemos pasado de la cultura de la palabra escrita
y hablada a la cultura visual. Y su Homo Videns se convirtió en libro de cabecera de
académicos y profetas de la desaparición de la prensa tradicional ante el paso arrollador
de los medios electrónicos.

Su aserto fue un complemento a lo expresado por Emile Durkheim, hace más de 100 años, al sostener que la mayoría de la gente valoraba el sentido del oído más que cualquier otro. Todo porque unos atrevidos tecnólogos de California, hace casi una década, constataron el cambio de respuesta del hombre actual: por ningún motivo hay que perder la vista, porque a través de este sentido se obtiene la mayor cantidad de información valiosa. Y si sumamos el oído y la vista: allí está el gran negocio de los medios de información y de entretenimiento.

No hay duda de que la vista tiene un enfoque seductor de la realidad que nos determina en estos tiempos efímeros. Al asociar lo que los ojos ven con lo que los oídos escuchan, el cerebro procesa con más rapidez y deleite cuanto pasa como estímulo cultural de los seres humanos. Lo dicen los neurólogos y lo comprueba el marketing dentro de la vida cibernética, que sigue la misma tendencia o evolución: de una máquina sofisticada de escribir, a una creadora de imágenes virtuales.
Y así llegamos a una sociedad del conocimiento basada en la instantaneidad e inmediatez del hallazgo de datos o envío de los mensajes y en la envoltura de los contenidos en imágenes con sonido. Nos hemos plantado en una nueva alfabetización digital, al grado de considerar retrógrados y anquilosados a quienes no entran al mundo de las computadoras y los programas de internet, llámense blogs, redes sociales, motores de búsqueda…

El celebre pensador Zygmunt Bauman, en su obra Tiempos Líquidos, describe magistralmente nuestro contexto. Ese colapso del pensamiento, de la planificación, del largo o mediano plazos, porque la única certeza es lo inmediato, porque lo mediato cambia, se modifica, se fragmenta. Y si no, echemos un ojo a las versiones en red de los periódicos, de los diarios, que dejaron de serlo para convertirse en horarios, en minutiarios.

Google, principalmente, vino a revolucionar el negocio de la publicidad en la red, pero también le dio a la sociedad del conocimiento una pauta en el almacenamiento de obras literarias.

La Biblioteca de Alejandría estaba constituida por cientos de miles de volúmenes que recreaban el mundo de aquel entonces (siglo III antes de Cristo), con el griego como cabeza de otros idiomas que estaban grabados en esos textos escritos a mano y sobre papiro o pergamino. Pero no sería sino hasta la creación de los llamados tipos móviles, que la imprenta de Occidente engrandeció el nombre de Johannes Gutenberg, y desde la década de 1440 su asociación con los libros no ha terminado, porque hasta la fecha no hay obra literaria o de cualquier otro género, que sea relegada, sin importar la mucha, poca o nula fama de sus autores.

Pero con el avance de las tecnologías, el siglo XXI ha visto con asombro el fenómeno de la digitalización que pone a la disposición del mundo entero todos los libros en versión electrónica.

Desde la década de los setenta empezaron los intentos de esta nueva alfabetización cuando Michael Hart lanzó su Proyecto Gutenberg (www.gutenberg .com), pero sólo al paso de los años pudo verse como una realidad palpable cuando en 1990 las pantallas de las computadoras fueran cosa común en la lectura de libros en serie. Hasta que el fenómeno de las lecturas virtuales, entre impulsos eléctricos y el centelleo de brillos en la pantalla, alcanzó su máxima expresión con las innovaciones lanzadas por Google en el momento en que esta compañía mostraba que su facturación había crecido 92% en 2005 y 74% en 2006.

El lanzamiento del libro electrónico consolidado fue una forma como Google trató de imponerse a Yahoo, pionera en Internet al ser fundada en enero de 1994 por dos estudiantes de postgrado de la Universidad de Stanford, Jerry Yang y David Filo, y constituida como empresa un año después. La razón obvia era la fuerte competencia que se veía venir ante la oferta lanzada en febrero de 2008 por Microsoft para adquirir la firma presidida por Jerry Yang depositando 44 mil 600 millones de dólares en efectivo o 31-33 dólares por acción en aquella fecha, aunque finalmente el trato no prosperó.

Como se sabe, Yahoo y Google descubrieron una minita de oro en la publicidad en línea y ambas representan 83% del mercado estadounidense de publicidad ligada a búsquedas en la web, según datos de eMarketer Inc. Se entiende, pues, que los caminos para salir adelante con la venta de libros electrónicos llevara a Google a no bajar la guardia en lograr un mercado seguro.

Pero el camino no ha sido fácil: hoy mismo Google se enfrenta a Europa por poseer la biblioteca virtual más grande del mundo. A la fecha, se ufana de poseer más de diez millones de libros digitalizados (entre ellos, una versión de El Quijote de 1865).

Sin embargo, también hay que considerar que la abundancia de información disponible electrónicamente es tan abrumadora que sería imposible tener acceso a toda sin volverse loco.

Intel acaba de presentar al chip más veloz de todos los tiempos. Los consumidores cada día queremos un soporte que sea más rápido que el anterior, más pequeño, portable y que amalgame diversas funciones al mismo tiempo, lo que los expertos denominan convergencia tecnológica. Ante esa carrera hay que preguntarse: ¿acaso podremos seguirle el paso a la innovación?

Así es que debemos ser más mesurados con las consecuencias que nos ofrece Google y sus adláteres en esta nueva conformación de la sociedad del conocimiento, porque inclusive las modernas vías de comunicación e información han de ser material de estudio respecto a la libertad y seguridad de los ciudadanos. Porque, como lo explicó Michael Foucault, el funcionamiento de la vigilancia y el castigo son la estrategia que utiliza el poder para alcanzar el control y el orden social. Vigilar y castigar se han convertido en mecanismos inherentes al funcionamiento de cualquier sistema.

Foucault advierte que la mejor manera en que se realiza el poder no es desde fuera, sino desde dentro, a través de la interiorización de las reglas y las prohibiciones por parte de los propios sujetos. Preferimos subordinarnos al poder antes de que el poder se ejerza material o físicamente sobre nosotros: nos autocensuramos, nos reprimimos, nos callamos. Es una estrategia de supervivencia, una regla básica de la autoconservación.

La Internet es una ventana hacia la libertad. Es imperfecta, es limitada, no se encuentra completamente abierta, pero puede convertirse en un salvavidas en un océano de oscuridad. La red es peligrosa y de ello están conscientes todos los gobiernos. Los Estados totalitarios, pero también los democráticos, tienen sus ojos sobre ella. Muchos recurren al bloqueo de contenidos considerados peligrosos como una práctica permanente. Algunos gobiernos sólo permiten acceso parcial y restringido a la red por parte de sus ciudadanos.

Y es entonces cuando hay que protestar contra esa censura, que abre más la brecha de la sociedad del conocimiento entre países ricos y pobres, o simplemente entre nativos digitales  e inmigrantes digitales, pero más ostensiblemente entre ciudadanos libres que pueden explotar en la red hasta sus intimidades y ligerezas, contra los ciudadanos atosigados por sus gobiernos feroces que no los dejan ni tener una idea de lo que circula por la red, como es el caso de los blogueros cubanos recientemente apoyados por Washington.

De manera que no basta con que desde nuestro ámbito vivamos alelados por la moderna sociedad del conocimiento en que nos movemos algunos, sino que también se debe tener conciencia de la triste realidad de otros seres humanos encadenados por sus autoridades para no crecer en este largo paso de la civilización electrónica.

El anterior artículo debe citarse de la siguiente forma:

Esquivel Hernández, José Luis, «Google y la sociedad del conocimiento», en
Revista Mexicana de Comunicación, Num. 119, México, noviembre 2009/enero 2010

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