Redes sociales y el uso ético de la información

  • La tecnología no es buena ni mala per se: es el uso que se haga de la misma lo que le da sentido y valor.
  • El problema es el abuso que se puede tener en la proyección de esa otra personalidad que no guarda identidad con el emisor.
  • «Ante la posibilidad de comunicarnos en breves palabras y ante la facilidad de hacerlo a través de las nuevas tecnologías, la ética debe estar presente en ese uso como mecanismo de autorregulación de los alcances de esta comunicación que aún no muestra todo su potencial», dice Gómez Gallardo.

 

Fotografía: Francisco Rodríguez @ Cuartoscuro

Por Perla Gómez Gallardo

Publicado originalmente en RMC 131

En los últimos años, el uso de las redes sociales se volvió parte de la vida cotidiana, como forma de intercambio de información y de inicio para contactar a personas gracias a las nuevas tecnologías.

Existen diversos usos que se manifiestan en el límite de la creatividad del ser humano. Por ello,  esta nueva forma de transmitir información no debe estar desprovista del uso ético de la misma. La tecnología no es buena ni mala per se: es el uso que se haga de la misma lo que le da sentido y valor. Reflexionemos con ayuda de un tratadista clásico español sobre tales alcances. En palabras de José María Desantes:

La intercomunicación es como la respiración de una sociedad: condiciona su existencia, su supervivencia y su acción. No puede caber duda acerca de que la Información cumple una función pública en toda comunidad, sea de las dimensiones y de la complejidad que sea.

Así, en la necesidad de comunicación que tenemos como seres humanos, vemos los más rudimentarios instrumentos como los pictóricos, hasta los más sofisticados en el uso de sonido e imagen a través del teléfono celular. La exteriorización del pensamiento a través de la manifestación de las ideas es la base de la sobrevivencia social. Lo paradójico es que el simbolismo que le damos a la idea es ya en sí una limitación al tratar de comunicarlo a otros que deberán decodificar ese símbolo.

El Derecho habrá de corregir las desviaciones de la comunicación social en el cumplimiento de su función comunitaria. Función pública que realiza al Información en cuanto Institución, ora esté impulsada por la actividad privada, ora por la actividad pública.

En el entramado social y en las reglas que permiten la convivencia pacífica, observamos que las jurídicas se convierten en la forma de inhibición o incentivo de las conductas que permiten esa forma de organización. La comunicación no es ajena a esa regulación; la tentación se da cuando el flujo de información se convierte en una amenaza a poderes institucionales o fácticos que pretenden censurar su emisión.

La valoración cualitativa de la Información no puede dejar al Derecho indiferente acerca del modo en que la actividad se produce, acerca del sujeto conocido o críptico de tal actividad, acerca de los móviles que la impulsan, de los medios que la hacen posible, de lo que constituye el objeto mismo de la comunicación, y de los efectos previsibles o efectivos en la comunidad.

Efectivamente: uno de los grandes retos desde el reconocimiento de la libertad de expresión en instrumentos internacionales ha sido la precisión de sus alcances y límites. Es en el ejercicio del derecho a esa libertad de expresión que se establecieron restricciones, limitaciones y, en el peor de los casos, la censura.

Algunos aspectos como los referentes a la garantía de los derechos de personalidad  (la vida privada, el honor y la propia imagen), permiten establecer algunos límites. Pero también el ejercicio del recurso público y el interés público dan derecho al escrutinio y permiten fijar algunos alcances. Hagamos más compleja la reflexión: la rapidez de la difusión informativa gracias a las nuevas tecnologías hace casi imposible evitar el impacto de cierto tipo de información.

La información nunca podrá tener como destinataria la masa. O se dirige al hombre individualizado o al hombre en colectividad: cualitativamente es lo mismo. Si se dirige al hombre en colectividad, está cumpliendo una función pública, pero respetando la personalidad de cada destinatario, aunque éste sea desconocido, indeterminado y aun indeterminable.

Interesante consideración que en la década de los setenta, cuando Desantes la expresó, no había la posibilidad de masividad de la información que tenemos en plena primera década del siglo XXI. Ahora más que nunca, la despersonalización de la comunicación se evidencia en el uso de otra personalidad ad hoc para un mundo virtual donde se puede ser lo que se quiera sin que haya identidad o congruencia con el emisor de la información.

Ahora, ante la incertidumbre de saber quién está del otro lado del mensaje, se abre una posibilidad de estudio en la psicología que nos libera de hacer o actuar otro personaje como las caretas llamadas personae en el antiguo teatro griego. El problema es el abuso que se puede tener en la proyección de esa otra personalidad que no guarda identidad con el emisor. No podemos pecar de ingenuidad en las redes sociales ante la facilidad de –en el mejor de los casos–  la suplantación de personalidad y –en el peor– la construcción de proxis que nada tiene que ver con quien creemos que interactuamos.

La función pública de la Información no sólo es compatible con el derecho humano a la información, sino que esta compatibilidad viene dada por las esencias mismas de la comunidad, de la Información y del derecho.

Debemos rescatar el uso de las redes sociales reconociendo el valor intrínseco que tiene ese tipo de comunicación tan eficaz e inmediata que, por lo mismo, se convierte en una amenaza latente en manos sin escrúpulos.

En la actualidad vemos una infinidad de identidades ficticias que dan cuenta de un sinnúmero de agresiones e injurias. Llama la atención la capacidad de ofensa que puede existir en 140 caracteres. Finalmente, el poder manifestar esas ofensas sin que se pueda identificar al emisor constituye una forma de catarsis social. La pregunta es: ¿qué clase de personas somos al realizar esa conducta? Hay ofensas que denigran más a quienes las emiten que a quienes las reciben.

Bien lo dice Gregorio Badeni:

El pensamiento presupone la exteriorización de un problema o de una inquietud, frente al cual se desarrolla una actividad intelectual en búsqueda de una solución o comprensión determinados. Requiere de una motivación que desencadene las fuerzas intelectuales del hombre traducidas en procesos de orientación, comprobación, deliberación, formulación de hipótesis y conclusiones, por más rudimentarias y absurdas que sean.

Ante la posibilidad de comunicarnos en breves palabras y ante la facilidad de hacerlo a través de las nuevas tecnologías, la ética debe estar presente en ese uso como mecanismo de autorregulación de los alcances de esta comunicación que aún no muestra todo su potencial.

 

Profesora  Investigadora  UAM  Unidad  Cuajimalpa,  Catedrática  Facultad  de  Derecho  UNAM.

 

2 comentarios a este texto
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