Una carta de Buendía
A 23 años de su asesinato
El próximo 30 de mayo se cumple el XXIII aniversario luctuoso del homicidio de Manuel Buendía, uno de los periodistas más destacados de la segunda mitad del siglo XX en México. Al autor de “Red Privada” no sólo se le ha reconocido por la calidad de su prosa y esmero reporteril, sino fundamentalmente por su fortaleza ética. Ello queda de manifiesto en una carta que rescató de sus propios archivos el periodista Virgilio Caballero –otrora su cercano amigo– quien nos sugirió darla a conocer porque “tiene un inmenso valor moral en los días que corren al desamparo del periodismo de chacales que se presta absolutamente a todo”.
La misiva, enviada al director de la Agencia Mexicana de Informacion el 11 de enero de 1982 y que a continuación reproducimos en extenso, realmente se explica por sí sola y describe la sólida raigambre humana y profesional de un columnista que muchos profesionales de la información seguimos y seguiremos recordando:
A don José Luis Becerra:
Amigo muy estimado:
Por supuesto, sigo teniendo el mismo sentimiento de sorpresa y de gratitud… y la misma firme decisión externada al terminar nuestro desayuno del miércoles pasado: devolver a usted el millón de pesos. Por tanto, junto con estas líneas, recibirá usted su cheque Nº 000116 de Banca Serfín, SA.
Y, también por supuesto, he confirmado mi idea de enviar a usted una nota. Por muchos motivos es necesaria. Siempre que me ocurre algo extraordinario, siento el irrefrenable impulso de reflexionar por escrito.
Pocas cosas pueden ser más extraordinarias que a uno le regalen, así nomás de pronto, ¡un millón de pesos! Aun estando el peso como está y yendo a donde va, un millón es un millón, o sea, una barbaridad.
De modo, pues, que usted está ahora inscrito en mi no poco accidentada vida como el autor de un hecho verdaderamente extraordinario. Como el amigo que trató de regalarme un millón de pesos. ¡Nada menos! Si no me constara, no lo creería. Si al escribir y enviar estas líneas no tuviera aún frente a mí el cheque firmado por usted, diría que ya estaba ebrio a la hora del desayuno el miércoles pasado.
Yo sabía, por sus hechos, por sus palabras, que usted no es un hombre común. Pero ahora tengo un dato que me da una idea muy precisa acerca de cuán fuera de lo común es usted. Creo que ni siquiera entre personas muy adineradas es un gesto usual regalar un millón de pesos. Menos, pues, de parte de alguien que, como usted, apenas empieza a levantar la prosperidad de una pequeña empresa. Buena, importante para el país, sí, pero en fin de cuentas una empresa pequeña, que requiere todo su esfuerzo, su imaginación, su voluntad y su valor. Su tiempo también y la inversión de ahorros propios y pequeños capitales de los amigos. No es usted un “muchimillonario”, ¡pero me regala un millón de pesos! ¡A mí, que soy una persona apenas conocida de usted!
Unos días antes fue necesario que tuviésemos una charla acerca de “cómo está construido Manuel Buendía”. Hasta entonces se enteró usted que yo no tengo negocios, ni concesiones, ni he conseguido unas cuantas licencias para restaurantes. Supo usted a qué se reduce mi patrimonio: una casa, un par de autos usados y unos ahorros verdaderamente flacos.
Después de 35 años de periodista, es todo lo que tengo. Y reto a cualquiera –principalmente a quien se sienta el más enconado de mis adversarios– a que escarbe, indague y pregunte. La casa está edificada sobre menos de doscientos metros cuadrados, y su origen es un premio de la Lotería Nacional, al que agregué una hipoteca y un préstamo. El billete premiado se paseó por toda la redacción de La Prensa antes de que dos fracciones me fueran vendidas en diez pesos. Esto ocurrió hace veinte años, delante de docenas de testigos.
Considero que, salvo prueba en contrario, son casos de enriquecimiento absolutamente ilegítimo todos los que conocemos de periodistas que poseen varios inmuebles, incluyendo ranchos; que hacen inversiones cuantiosísimas y se dan vida de lujo.
Creo firmemente que el periodismo no da, no puede dar para enriquecer a nadie. Cuando se llegan a cobrar honorarios profesionales como los míos desde hace más de cuatro lustros, todo lo que se puede alcanzar legítimamente es un modo de vida apenas mediano. Para satisfacer muchas otras necesidades, es preciso añadir al ejercicio periodístico propiamente dicho una variedad de actividades remuneradas más mal que bien. La docencia, las conferencias y algunas asesorías que no interfieran con la libertad del periodista.
Todo esto fue motivo de nuestra conversación. Pero también le dije que yo no pensaba dejar la vida que llevo y como la llevo, porque ahí está claramente identificado mi destino, claramente identificada y abrazada una vocación. No puedo ser otra cosa que un periodista, aunque cada vez más comprometido con otras actividades que quizá tengan alguna importancia en el desarrollo de las ideas sociales en mi país, y en defensa de estos intereses nacionales, a los que gentes como usted y yo hemos entregado pasión y esfuerzo. Y estamos resueltos a entregar mucho más, si es necesario.
Usted comprendió perfectamente todo lo que le dije. En realidad compartimos muchos puntos de vista frente a la vida. Pero su reacción ha sido inesperada. Deslumbrante. Absolutamente inusitada. ¡Regalarme un millón de pesos!
Usted cree limpiamente que con ese millón puedo establecer una mejor base patrimonial, para sentirme menos inseguro. Y tiene razón. Con un millón se pueden hacer muchas cosas. Todavía.
Pero esto es algo totalmente desproporcionado, para mí y para usted mismo. Para mí, porque no corresponde a algo de lo que pudiera haberme hecho merecedor, en tan corto tiempo, con mi trabajo, con mis opiniones sobre la marcha de la Agencia Mexicana de Información. Para usted, porque aunque los negocios vayan ahora mejor que el año pasado –mejor, repito, gracias al esfuerzo de usted y la confianza que ha sabido despertar en otros inversionistas–, un millón de pesos es un desprendimiento muy considerable. Es su dinero y en sus manos debe permanecer. Yo sólo puedo tener aquello que de varios modos sea fruto de mi propio trabajo, de mi actividad intelectual y física aplicada a fines concretos.
Devuelvo a usted el millón de pesos. Pero el gesto ya está dado; el hecho ya ocurrió. He tenido conmigo el cheque cinco días –porque usted así lo pidió insistentemente al salir del desayuno–, lo cual significa que pude haberlo cobrado. Pude realmente hacer efectivo el documento y convertirme en propietario de un millón, cantidad que ciertamente jamás había pasado por mis manos, ni siquiera delante de mis ojos.
Lo fantástico ya sucedió, pues. Lo bellamente onírico ya queda registrado. Gracias. Gracias por hacerme sentir objeto de un gesto tan cordial, tan limpio, tan amistoso, tan profundamente humano. Pero le ruego que entienda los irrevocables motivos que tengo para rehusar. Es parte de mi modo de ser. De este modo de ser que es lo único de valor que poseo. Un valor de cambio; es decir, con eso obtengo empleos que me permiten ir viviendo; con eso he podido hacerme de una clientela como periodista; con eso atraigo a aquellos que quieren aprender de mí algunos de los trucos del oficio periodístico; me refiero a mis alumnos en los cursos de la universidad. Con eso, en fin, descubro a mis amigos, los construyo, me construyen a mí, los conservo y me conservan. Me muestro como soy y así me quieren; y yo los quiero como son.
[…]
Y ya no me alargo más. Sólo unas palabras finales para enviarle a usted un fuerte abrazo, que exprese mis sentimientos de verdadera gratitud.
Manuel Buendía.
De cuerpo moral entero!!!!! magnífico retrato de un hombre honrado. Gracias por publicarlo. Voy a compartirlo en todos los sitios que pueda.