Adiós al papel

También para las revistas científicas

Foto: "Adiós al papel"  por Anay Romero RMC.

Foto: «Adiós al papel» por Anay Romero RMC.

Hace ya tiempo que el papel empezó a perder papel en todo lo relacionado con la comunicación social pública. Las revistas científicas no podían quedarse a la zaga en este fenómeno imparable y sin retorno de reducción del rol jugado por ese soporte legendario desde su entronización en la Europa del siglo XII, traído por los árabes tras un largo viaje por el norte de África, desde Samarcanda hasta Xátiva, donde se instaló la primera fábrica europea de ese material, hoy en pleno declive.

Por: José Manuel de Pablos* / Concha Mateos Martín** / Alberto Ardévol Abreu***

La prensa convencional ha ido perdiendo terreno por motivos económicos derivados de la caída de la publicidad, el alto coste de los insumos para hacer el periódico en papel y el abandono de los nuevos lectores, más proclives a ver lo que sea  –son veedores más que lectores–  pero en pantalla. Los directores de diarios españoles consideran que el soporte más habitual para leer noticias dentro de diez años será la pantalla del ordenador, seguida de los dispositivos móviles y las PDA, mientras el papel se situará en tercer lugar. Ya Martínez Albertos aseguró que en 2020 habrán desaparecido todos los diarios en papel. No obstante, hay que ser cautelosos con la web, donde la propaganda se puede colar como información. También, ser conscientes de que la idea del ‘triunfo’ del documento en línea ya tiene casi veinte años.

El panorama en el modelo del journal  clásico ha entrado en una coyuntura semejante, agravada incluso por el delicado problema de la precaria visibilidad, casi invisibilidad, de las revistas en papel, en tiempos de incremento de los nativos digitales.

Para empezar, por lo general, de una revista científica en papel se hacen 300 o 400, a veces 500 ejemplares. Esa cantidad es un volumen desorbitado, de un costo altísimo para cualquier entidad universitaria al que hay que sumar después el franqueo de los envíos a los pocos suscriptores que han pagado por recibir los ejemplares, así como a otras entidades que pagan su cuota con el intercambio de cabeceras… que ya empiezan a estar todas en soporte digital, de modo que nos encontramos ante un absurdo de marca mayor. Para hacer frente a los crecientes costes, muchas editoriales han optado por subir los precios de los journals de una manera significativa. Esta situación ha provocado que muchas bibliotecas hayan abandonado las suscripciones por no poder hacer frente al gasto, lo que provoca una nueva caída de ingresos y una nueva alza del precio de la revista, en un círculo vicioso que trata de compensar las pérdidas, sin conseguirlo en la mayoría de los casos.

El paso a papel resulta, además de costoso, un retroceso. Las revistas que se muestran en los dos soportes añaden a la lentitud del proceso impreso un tiempo de espera para la “liberación” de sus contenidos en soporte digital abierto en la web. De este modo, siempre se termina ofreciendo ese contenido con un punto de caducidad. ¿Por qué mantener ese esquema de publicación? Las resistencias que están frenando los cambios tienen procedencias y alegan razones muy diversas.

Como sabemos, los cambios tecnológicos, aunque se manifiesten en formas materiales, implican siempre una transformación de naturaleza cognitiva y conllevan un proceso social. Hay elementos de la estructura editorial académica que pueden ver –o que sospechan que pueden ver– amenazada su estabilidad si los cambios se realizaran sin contar con ellos. Y estos elementos, lógicamente, se resisten. Es el caso de los funcionarios que trabajan en un servicio de publicaciones. Su temor es comprensible, aunque resulte negativo para la transición que reclama el mundo digital. Por eso resulta necesario prestarle atención y gestionarlo. Nadie sobra en la edición digital, más bien al contrario: la mayoría de las publicaciones académicas vivas en línea en la universidad española se están manteniendo sin profesionalizar. El resultado con frecuencia acusa esa carencia, especialmente en tareas que resultan nuevas: diseñadores de páginas web de la revista digital, promotores de la presencia de las revistas en bases de datos, repositorios o catálogos, editores técnicos, transmisores y colocadores de ficheros, registradores de DOIs… El repertorio de nuevas ocupaciones en amplio y está vacío: es una realidad ignorada por algunos responsables últimos de la nueva situación.

La transición del papel a lo digital está reclamando una reconversión institucional en el entorno de la edición académica. Una reconversión con doble cambio (de máquinas y de pensamiento), como la realizada en la prensa convencional en los años ochenta al abandonar la tipografía e impresión analógicas e incorporarse al primer estadio del mundo digital, la fotocomposición. Va a requerir, como es bastante lógico, la creación y mantenimiento de puestos de trabajo, no sólo de diseñadores y técnicos para el sostenimiento de la web donde se ofrece la revista, sino también  –como quedó dicho–  de nuevos perfiles especializados, como el de gestor de las transferencias de ficheros desde el ordenador de trabajo al servidor remoto de alojamiento de la revista. No hay o no debe haber, pues, conflicto derivado de una temida amortización de puestos de trabajo. Las publicaciones en línea requieren en muchas ocasiones el desarrollo de las mismas tareas que ya se estaban realizando para las publicaciones en papel: lo mismo, pero con una simple transformación del modo de hacerlo, ahora más efectivo y más complejo y comprometido desde que el material maquetado sale de la mesa de redacción, que antes se limitaba a su entrega a la imprenta y al envío por correo postal.

Se trata de una sencilla traducción del mero concepto de nueva tecnología: mismo producto (servicio informativo impreso o ‘periódico’… revista científica) mediante otras maneras de producir, basada en novedades. Una transformación para romper ataduras actuales. Lo dijo bien claro Tim Berners-Lee, el creador de la tecnología web: “Podríamos poner la tecnología web a disposición del público en general, sin ataduras”. El papel, ya una vez establecido en la sociedad, fue una atadura, de costo y de espacios, porque el mensaje, del tipo que fuera, ocupa una determinada superficie, que se traduce en precio del insumo papel. Por eso se puede decir: “No eran-son los tiempos de Gutenberg (que ya fue) sino el presente de Tim Berners-Lee, creador de la web libre (que está aquí y se va a quedar)”.

Hablamos, entonces, de costes de producción y de exposición, de efectividad del documento producido y ofrecido a la sociedad, a la comunidad científica. ¿Debe ser efectiva una revista? ¿Cómo se verifica su mayor o menos efectividad? ¿La revista en papel es más o menos efectiva que en la web?

Tipos de efectividad de una revista científica

La publicación académica persigue facilitar con agilidad el acceso a los resultados de la investigación y la reflexión científicas. Que una revista se vea, se conozca, se distribuya y se lea ampliamente. Que expanda sus contenidos. Esta efectividad se puede contabilizar de dos maneras: a) Una directa, en beneficio de la revista, que consolida su nombre y su valor como fuente de referencia. Y b) una efectividad referida al público lector, que se enriquece por el acceso a los contenidos que la revista difunde.

¿Es más interesante una efectividad que la otra? Si la revista es considerada un servicio a la comunidad académica, a los editores les dará igual una u otra. La primera de ellas se muestra en forma de citas a la revista, con incidencia en el (¿obsoleto?) factor de impacto1 y mejor presencia en una tabla clasificatoria por índices. La segunda forma se manifestará, a su vez, de dos maneras: 1) por la facilidad que la revista ofrece para que sea visitada o leída y consultada por lectores posibles y 2) por el mayor o menor número de visitantes que la revista tiene, a lo que hay que añadir la mayor o menor diversidad de orígenes de lectores de los que goza la revista.

Las publicaciones científicas sólo en papel tienen una efectividad baja: el acceso al contenido implica transporte físico y conservación del objeto revista, desplazamientos del sujeto para acceder a ella, imposibilidad de consultas simultáneas de un mismo ejemplar, horarios de acceso en bibliotecas…

Dijo Alvin Toffler: “La moraleja es que internet da una oportunidad a los desheredados. Nunca había ocurrido antes”.2 Las revistas abierta sólo digitales son una materialización de esa oportunidad.

También existen las publicaciones que aún se distribuyen en los dos formatos, pero en la mayoría de sus casos, el formato digital en ellas permanece supeditado al del papel, arrastrando con ello ciertos frenos de las posibilidades digitales. No obstante, la tendencia a la digitalización en el campo de las revistas científicas es innegable: entre 2003 y 2007, el porcentaje de revistas académicas vivas en formato digital pasó de 20% a 43%, aunque –según Abadal y Rius– gran parte de tales publicaciones disponen de versión impresa, manteniendo un doble formato papel / digital.

Las revistas sólo en formato digital, al ser lo digital su única manera de salir a la luz, concentran todo el mimo de su diseño y su dinámica editorial en que el servicio web ofrecido por ellas sea el mejor posible. Hay una entrega completa de la tarea editorial a la búsqueda de la excelencia digital. La humildad de origen de las revistas digitales juega a su favor. Si no fuera de esa manera, ¿cómo se puede explicar que una revista “surgida de una utopía” de una universidad periférica, sin presupuesto, sin ayuda institucional alguna, haya podido situarse los tres años seguidos en la primera posición del primer cuartil de su especialidad, en los índices anuales y en los índices de los tres últimos quinquenios corridos, desde 2003?3. La revista, entonces, “no es el soporte, sino el contenido”.

Es cierto que esa regla de la entrega absoluta a la búsqueda de la excelencia digital a veces no se cumple. Podemos encontrar también revistas digitales en el fondo del último cuartil, ejemplos excepcionales que rompen la regla… porque el mimo mencionado no llega a ser tal.

Repasemos las dinámicas que sigue cada uno de los tipos de publicación y encontraremos los argumentos que explican lo que acabamos de exponer:

a) Revista sólo en papel:  sale una o dos veces al año, con la periodicidad acordada. Si se trata de un journal semestral, sus seis meses de vida previa a la salida no coinciden con los seis meses previos a la fecha de portada: su edición es lenta y su maquetación o puesta de materiales en página es más pausada aún. Acabado de editar un primer artículo, éste ha de esperar a que esté el segundo, el tercero… todo el contenido de la revista, para entonces llevarla en bloque a la imprenta y aguardar al proceso final de impresión, como en los tiempos medievales de Gutenberg, aunque se trate de una impresora digital, sistema no aplicado a revistas científicas. Habrán transcurrido dos, tres semanas, un mes, lo que significa un tiempo menor de vida de los trabajos publicados a la espera de su encuentro con su público lector.

b) Revista en papel y en digital: estamos en el caso en el cual la revista en soporte analógico es el producto ‘principal’, de manera que no se entra en el terreno digital hasta que la revista en bloque se lleva a la imprenta, para entonces empezar a pensar en el producto ‘secundario’ que es la versión para la web. Esta versión web no siempre es en html, a veces se queda en pdf (más cómodo). En estas circunstancias, todos los mimos son para el ‘producto estrella’, que es la revista clásica en papel y de toda la vida, la que tiene larga tradición en la entidad que la hace, la que va a manifestar una retroalimentación en forma de otras revistas que llegan a la biblioteca del centro sin necesidad de pagar por ellas… aunque ya empiecen a estar también en la web, sin el mimo aludido.

Podría pensarse que al ser publicaciones en dos formatos estas revistas acumulan más ventajas. Sin embargo, la realidad es que las dinámicas de los dos formatos se interfieren y generan servidumbres que frenan la efectividad. ¿Por qué dejar pasar un tiempo desde que sale la ‘revista matriz’ en papel? Porque el papel tiene suscriptores y es preciso mantener un servicio que aporte sentido a su compra: el acceso preferente y exclusivo al contenido durante un tiempo: hay que evitar que los suscriptores se enfaden por disponer de ella en la web antes que en sus manos. Es una manera de ponerse al servicio ‘del mercado’, o sea, poco que ver con la diseminación de la ciencia.

Las ediciones mixtas siempre son una fuente de tensiones. El periódico que sale en papel actualiza su web con agilidad porque de ello depende su prestigio. Si retrasara la actualización permitiría que otros medios se le adelantaran y, con ello, se devaluaría su versión web. Las revistas académicas mixtas no sufren esta presión porque no suelen competir en contenidos entre cabeceras: los informes que ofrece cada una son originales y propios. No se produce, pues, el mismo fenómeno que en los medios periodísticos convencionales impresos y digitales a la vez, que en un notable porcentaje publican lo mismo, de ahí parte de la pobreza del periodismo actual.

Al contar con contenido original, lo que hacen muchas revistas es utilizar la versión web durante un tiempo como reclamo de ventas: sólo muestran el índice y los resúmenes de los artículos, hasta que pase el plazo establecido para ‘liberar’ en línea el texto completo. Otra cuestión estriba en lo ridículo de esos ingresos.

c) Revista sólo digital: incluso dentro de esta modalidad no todos los planteamientos son iguales. Aún perviven en algunos casos dinámicas concebidas con mentalidad analógica. La revista digital que aparece con una periodicidad cerrada y conocida de antemano (tres veces al año, dos veces, una sola vez), reproduciendo con ese sistema de salida la lógica de las revistas en papel, que jamás pueden adelantar contenidos en papel  –aunque sí podrían hacerlo en la web, si así lo desearan y lo decidieran, o ir ofreciendo su sumario a medida que los distintos artículos van estando listos–.  Es el mismo caso del periódico en papel que tiene su web y no hace actualizaciones continuas. Tal dinámica –aún extendida– empobrece el producto ofrecido. Hay revistas digitales que no han llegado a percatarse de la potencialidad de lo digital y actúan con ideas analógicas. No se ha presentado en sus redacciones la teoría del doble cambio: toda nueva tecnología implica un doble cambio: uno, material (reconversión de aparatos o maquinarias); el otro, no material: el cambio de mentalidad hacia una postura más moderna.

En el informe de Aguillo et al sobre revistas científicas en la web (2005) se señala claramente el problema de la presencia del sentimiento analógico frente a las posibilidades de la web:

“Tanto la productividad medida en número de artículos, como la visibilidad evaluada a través de bases de datos y motores de búsqueda son bajas, aunque algunas revistas reciben un número significativo de enlaces. Se han identificado como causas posibles tanto la inadecuada adaptación al medio digital como la inadecuada explotación de las nuevas posibilidades ofrecidas en la Web. Ello incluye la falta de servicios de valor añadido, la utilización de direcciones URL inadecuadas, el incumplimiento de los mínimos de accesibilidad y la falta de versiones en formatos alternativos y otros idiomas”.

La revista digital en toda la extensión del concepto es la que, cualquiera que sea su periodicidad anunciada, se va ofreciendo a sus lectores artículo a artículo, de forma que el informe de investigación listo y preparado para ser publicado, sencillamente se edita y se publica. Los lectores no han de aguardar a una cita previa para conocer los contenidos de la revista: saben que según esté disponible un nuevo trabajo éste se va a publicar, aparte de que recibirán un aviso de alerta de nueva publicación o lo podrán conocer a través del muro de Facebook de la revista, de la que podrán ser ‘amigos’. Lo más semejante es el ‘periódico’ en línea que hace actualizaciones constantes, lo que origina que el lector acuda a él en varias ocasiones en un mismo día, siempre con la certeza de que podrá encontrar novedades informativas, en el caso de que las hubiera, lo que casi siempre sucede. Todo, como se podrá apreciar, en consonancia con otro pensamiento del creador de la web: “El objetivo último de la web es apoyar nuestra entretejida existencia en el mundo”, asegura Berners-Lee.

¿Qué diferencias positivas hay entre un tipo y otro de revista, desde la efectividad del mensaje científico liberado? Una primera pista sobre eficiencia de las revistas digitales la encontramos en la encuesta realizada entre personal académico de las universidades catalanas por Borrego en 20094, según la cual

“En más de la mitad de las encuestas respondidas (52%) se afirmaba usar exclusivamente o casi exclusivamente revistas digitales. Además, 76% de los encuestados dejarían de usar las revistas impresas si existiesen versiones digitales, lo que da una idea del grado de penetración y aceptación de las revistas digitales en el ámbito académico”.

Un mayor tiempo de exposición a los investigadores

En la revista que hemos catalogado como “revista digital en toda la extensión del concepto”, sus artículos se publican antes que los de las otras revistas, de manera que su encuentro con los lectores ha necesitado menos tiempo desde el momento de su aceptación por los revisores hasta que aparece publicado. Esto origina una mayor exposición a los investigadores, de manera que su capacidad de penetración en el tejido académico es mayor y mayor igualmente sus posibilidades de facilitar citas, porque siempre va a ser un artículo más fresco que el semejante que aparece más tarde, con un mayor tiempo perdido desde su edición hasta su publicación.

En una revista anual, el primer artículo aceptado en una cabecera plenamente digital podrá aparecer en enero, cuando el bloque de artículos de la revista anual en papel  –antes de que aparezca en su versión digital–  será a finales de otoño o principios de invierno, o sea, noviembre o diciembre; a veces, octubre. ¿Cuántos meses más tarde? En cualquier caso, el artículo que salió en enero va a llevar diez u once meses de ventaja sobre el trabajo impreso, con lo cual se da ese mayor grado de exposición del que hemos hablado. Parece que la diferencia a favor de una revista sobre la otra es más que manifiesta. Y aquí se muestra uno de los defectos o absurdos del actual sistema de evaluación de citas en revistas: el artículo publicado en enero y citado el mismo año, en otro artículo publicado en diciembre, 11 meses más tarde, no es considerado por los controladores del factor de impacto, a pesar de ser la cita más fresca de todas: es la mirada a la revista desde la óptica de lo analógico, cuando el mundo ya se hizo digital. Pero hay más. Es la actuación ceñida al mundo en papel, de espaldas al mundo digital y a sus efectividades.

En efecto: hay mucha más exposición de los contenidos de las revistas digitales frente a las revistas en papel. Hasta hace pocos años, una ventaja de las revistas en papel era que estaban físicamente en determinadas bibliotecas, a disposición de los investigadores que se acercaran presencialmente a las bibliotecas. Ello era una ventaja cuando los catálogos de estos servicios no estaban tan equipados de tecnologías digitales como ahora ni las personas estaban en disposición de hacer consultas digitales desde sus casas, laboratorios o despachos, lo que nivela el uso de una y otra forma de contenido según el soporte.

Hay otros detalles de importancia que desvían la balanza a favor de las revistas digitales. Los journal analógicos, por ejemplo, son catalogados como obras de referencia, lo cual implica que son unidades de consulta que no pueden salir físicamente de la biblioteca. No entran nunca en el rango de los productos, como libros, que se pueden prestar para su estudio en el domicilio del beneficiario durante un tiempo determinado. De los libros, en ocasiones, la biblioteca dispone de varios ejemplares, extremo que por principio de biblioteconomía no se da con una revista científica, que si está repetida se expurga, desprecia o regala. La revista en papel queda fuera de juego cada día cuando cierra la biblioteca, queda fuera de servicio cuando llega el viernes y ‘muere’ durante dos días, hasta el lunes por la mañana, después de todo ese tiempo en los anaqueles, sin posibilidad de consulta. Mientras una revista digital podrá ser consultada durante las 168 horas de una semana, la posibilidad de una revista en papel se reduce a 65 horas5, lo que implica solo 39% de posibilidades de uso de la revista en papel frente a las posibilidades de consulta de la revista digital, sin hacer referencia al espectro universal, en el sentido más pleno y literal de esta palabra, que tiene la publicación digital. ¿No es una pena que todavía se tenga que advertir de estos beneficios? Éste es un detalle para la reflexión de quienes siguen optando por la revista analógica.

Nada de eso sucede con la revista digital ‘viva’. Aclaramos lo de ‘viva’: si lo de ser digital es condición necesaria para su mayor presencia y consulta, no va a ser suficiente para que su encuentro con la comunidad científica sea tan gozoso como desea cualquier editor. Por eso, decíamos antes, no es extraño encontrar revistas digitales en el pozo del último cuartil: son las revistas digitales ‘muertas’ o ‘moribundas’, con dificultades para que en sus estructuras solidificadas e inamovibles entren los motores de búsqueda: suponenla mejor fórmula para pasar inadvertidas en la red. La revista digital ‘viva’ hace lo posible por mostrarse no solo en html con metadatos sino en la mayor variedad posible de presentaciones, para hacer lo más vasta posible su exposición pública y gratuita.6 Decíamos que nada de aquello sucede con la revista digital ‘viva’, porque la revista digital es un producto universal y de libre acceso, por lo general, gratuito también, desde cualquier rincón donde haya una conexión a la red y una investigadora curiosa, inquieta por conocer novedades de su disciplina. Además, la posibilidad de entrada es durante las 24 horas del día y lo va a ser los siete días de la semana. Aquí no se da el caso de anaqueles imposibilitados para la consulta, durante las noches, los fines de semana ni los días festivos. Estamos ante el paradigma de la consulta pública, posible, universal, sin tiempo impedido; de la ciencia entregada a la sociedad, sin tener en cuenta fronteras, banderas ni lenguas. Mercados, tampoco. Por esto último, la importancia, además, de que esa revista universal amplíe su mundo con una versión en paralelo en lengua inglesa, para evitar el ‘atasco’ en una frontera lingüística.7 Garfield ha señalado que el idioma científico de nuestra época es el inglés: “Publishing in English is an indicator that the publisher recognizes that the maximum number of readers can be reached with English”, ya que “at this stage in history English has become the lingua franca of science and commerce. At another time it was German or Latin”. En la misma línea, Castillo y Ruiz constatan que gran parte de las revistas de Comunicación en el ámbito latinoamericano no son aún conscientes de las posibilidades de contar con versiones de sus papers en más de un idioma, lo cual añade gastos al proyecto.

Vemos, hasta aquí, que la revista digital, plenamente digital, fundamentada en el espíritu libre de la red y del pleno servicio a la comunidad científica, es además un producto sumamente barato  –y ecológico–  si se compara con las caras publicaciones impresas, siempre con grandes presupuestos e impedidas de la frescura de la revista digital. Cabe la posibilidad de que la gran estafa que llaman ‘crisis’ del segundo decenio del siglo XXI aconseje que determinadas ediciones en papel abandonen el sistema tan oneroso y se reconviertan a la web.

El presupuesto, otro tope de la revistas en papel

A todo lo anterior, hay que añadir otro detalle que produce el estancamiento de las revistas científicas en papel: su presupuesto. Mientras no cambien las cosas y la denominada ‘crisis’ no aconseje el natural pase al solo digital, el presupuesto es el gran freno para el crecimiento y mantenimiento de la revista en papel.

Para empezar, los servicios editoriales, sean centrales de una universidad, de una facultad o departamento o de una sociedad científica, están constreñidos al presupuesto o gasto contemplado para determinada edición en papel. Y cada año es muy probable que la imprenta encarezca su trabajo, porque cada período sube el precio del papel de forma imparable y los gastos generales de la empresa, de manera que los presupuestos editoriales no pueden quedar estancados, so pena de provocar un serio debilitamiento en número de páginas o de la tirada y cantidad de ejemplares de la revista.

Esta situación establece el número máximo de páginas de cada edición. Podrá darse el caso de que un determinado artículo necesitaría el gasto de una plana impar más, pero esa hoja (dos páginas siempre, la impar agregada supone una página par en todos los casos8) no existe o implicaría un alza en la factura del número. Y eso no es posible. En consecuencia, ese artículo no podrá entrar o se tendrá que cambiar por otro de menos páginas. Tenemos, entonces, un problema de encaje llegado el momento del cierre del número, que podrá originar una decisión no deseada en los editores de la revista, pero obligada por la dictadura del presupuesto, de la factura que va a llegar, con incidencia en la calidad del impreso. Factura que va a llegar y que se ha de pagar, so pena de que la misma imprenta no haga el número siguiente.

Semejante caso no se dará jamás en la revista digital, donde todo el sitio es nuestro, “estamos liberados del espacio, del tiempo y del costo” y donde la capacidad en número de páginas va a depender sólo de la cantidad de artículos, no de las páginas de cada uno de ellos, porque en html  cada artículo siempre es una página y en pdf no nos va a afectar el número de páginas en las que se transforme. Aquí aparece uno de los absurdos del sistema de control de calidad de losjournal: aunque una revista digital puede publicar una gran cantidad de artículos de calidad, no lo deberá hacer, porque el factor de impacto se va a hallar dividiendo el número de citas por el número de artículos publicado en determinado periodo.9 Ésta es una de las fallas del factor de impacto: penaliza a revistas con gran servicio a la comunidad (las que publican más artículos), frente a las conservadoras, que publican poco para que sus citas valgan más.

En el perverso sistema originado por el mix académico-empresarial Garfield10 y seguido ciegamente en todo el mundo, en ocasiones por empresas multinacionales ante las que se postran las administraciones académicas, el factor de impacto de una revista en un determinado año va a depender del número de citas que reciban sus artículos y del número total de artículos que publique. El factor de impacto  –según Aleixandre-Benavent, Valderrama-Zurián y González-Alcaide–  tiene “serios desequilibrios que cuestionan su validez cuando se utiliza en la evaluación de la actividad científica”. Así, por ejemplo, no todos los artículos reciben el mismo número de citas, por lo que no se debería otorgar a todos el mismo impacto. Además, el índice no debe usarse para comparar disciplinas distintas, pues aquéllas con un mayor número de investigadores se ven favorecidas frente a las pequeñas o menos desarrolladas. Pero, ¿cómo se lleva a cabo el cálculo del factor de impacto?

El factor de impacto (FI) se calcula –como quedó dicho– sumando el número total de citas que han recibido durante ese año los artículos publicados durante los dos años anteriores11, y dividiendo el resultado entre el número total de artículos publicados durante esos dos años anteriores. Así, una revista que en 2009 haya publicado 20 artículos y 23 en 2010, recibiendo 43 citas a esos artículos durante 2011, tendrá un FI para 2011 de [43 / (20+23)] = 1. Esto implica  –como quedó dicho–  que, a mayor servicio a la comunidad científica (con un mayor número de artículos publicados), peor índice de impacto de la revista (descenso en la tabla de índice de impacto correspondiente) que hizo aquel mayor servicio comunitario. Ello, es obvio, es una contradicción poco seria y nada científica. Y, a la postre, una incoherencia con los fundamentos de la nueva tecnología que es la web, cuya potencialidad se vira en perjuicio del producto que se realice, si acaso desearan sus editores aumentar las naturales capacidades de la revista en Internet.

Según lo visto hasta aquí, el adiós al papel está muy presente en la sociedad actual, dando la bienvenida a las publicaciones digitales en un mundo cada vez más digital y en un proceso sin discusión ni vuelta atrás.

En otras palabras: tenemos dos modelos de publicación, una, cara, y, otra, barata; una, con el compromiso del espacio y, otra con todo el espacio suyo; una, apurada a veces para salir a tiempo, y la otra, saliendo desde el primer día del nuevo año y cerrando cuando se estime, nunca con el problema de no estar en el plazo convenido, porque aparece antes que cualquier otra. Una, abierta a todas las horas; la otra, consultable solamente en las bibliotecas universitarias, si no se está suscrito. Una, con un precio facial; la otra, gratuita. Unas, a veces con acceso restringido un tiempo o que sólo dejan ver los títulos y el resumen, desaprovechando las facilidades de la tecnología web y los fundamentos de la telemática; otras, en acceso abierto y, además, en grandes bancos internacionales de open access journal.12

Unas son revistas de ayer, otras son revistas del mañana. Algunas todavía pensando de forma analógica para actuar en lo digital. El cambio decisivo es el cultural. Y aún no lo hemos completado. Podemos hacerlo renovando el parque de ideas que tienen las personas o esperando a que se renueve el parque de personas. La única diferencia será cuestión de tiempo.

Notas

1) La aparición de Google Scholar Metrics en 2012 ha puesto en evidencia el sistema de factor de impacto de Eugene Garfield.

2) Cita de apertura del capítulo 1 de La Red es nuestra.

3) Alusión a Revista Latina de Comunicación Social (La Laguna, 1998-), situada en el primer puesto del primer cuartil de los años 2008, 2009 y 2010. En el índice de 2011 permanece en el primer cuartil. Y lo mismo en los quinquenios corridos 2003-2007; 2004-2008 y 2005-2009, últimos datos hechos público tras la grave crisis económica (2011) del In-RECS (Universidad de Granada).

4) Citado por Abadal y Rius, pp. 244 y 245.

5) En el caso muy hipotético de una biblioteca que abriera de lunes a viernes desde las 8 de la mañana a las 9 de la noche (13 horas-día, un periodo de apertura muy difícil que se dé), supondría cinco días a trece horas diarias (5 x 13), 65 horas-semana.

6) Esto no siempre sucede así, pues compañías como Reed-Elsevier, Springer, Taylor & Francis “han ido reforzando su cuota de mercado […] para erigirse casi en monopolios de la información”. Estas empresas han impuesto un “abusivo aumento de los precios de las suscripciones a sus revistas y la imposición de contratos ‘por paquetes’”, además de controlar los “derechos de copyright sobre los artículos”. Estas acciones han sido contestadas por “numerosas manifestaciones e iniciativas en contra de esas restricciones, consolidadas en el llamado movimiento Open Access” (Melero, 2005: 255).

7) La traducción al inglés, además de permitir su comprensión a lectores de diferentes nacionalidades, “constituye también un factor de importancia en relación con la accesibilidad del sitio que contiene el texto, pues […] los motores de búsqueda presentan claros sesgos idiomáticos, particularmente positivos en el caso del inglés” (Aguillo at al, 2005: 32).

8) Lo más probable es que suponga una mayor ampliación de páginas, porque la imprenta usa el sistema de pliegos de al menos cuatro páginas, de manera que añadir una página impar impresa representa añadir cuatro páginas más al producto impreso, aunque las otras tres vayan en blanco.

9) Dos o tres años, según el sistema empleado en el hallazgo del índice de impacto del que se trate. En el caso español, tres.

10) Alusión a su postura mixta académica y empresarial y a lo percibido por la venta de su índice de impacto según su método, el antiguo ISI.

11) Tres años, en el caso español del In-RECS.

12) Destacamos aquí el DOAJ, Directory of Open Journal Access, de la Universidad de Lund (Suecia), creado en 2002, paradigma de banco de datos abierto y gratuito: “Free, full text, quality controlled scientific and scholarly journals, covering all subjects and many languages”. En 2012, España es el cuarto país con revistas científicas en DOAJ (414), antecedido de EEUU (1.230); Brasil (743) e Inglaterra (543), seguido muy de cerca por India (413). Alemania aparece con 248; Francia con 154; Italia, con 210; Canadá, con 238; Australia, con 119. Suecia, en el puesto 31, dispone de 55 journals. Con más de 100journals existen 22 países. La posición de las revistas españolas –que eran “unas 40” hace pocos años (Abadal y Rius, 2008: 250)– es una clara contradicción con la equivocada política científica de la FECYT, que sigue, muy tozuda, sin reconocer la realidad de las publicaciones científicas españolas. DOAJ es, en la actualidad, el verdadero RECYT, Repositorio Español de Ciencia y Tecnología, no el ideado por la burocracia FECYT, minoritario frente a la presencia española en Suecia… que es gratuito y sin coste para las revistas indexadas en Lund. Tal vez ahí esté la clave…

 

Bibliografía

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Aleixandre-Benavent, R., Valderrama-Zurián, J. C. y González-Alcaide, G. (2007): “El factor de impacto de las revistas científicas: limitaciones e indicadores alternativos”, en El profesional de la información, 1 (16), 4-11. Consultable en: http://www.scribd.com/doc/48151224/010-El-factor-de-impacto-de-las-revistas-cientificas-limitaciones-e-indicadores-alternativos

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***Profesor ayudante de la ULL – Miembro del Consejo de redacción de la Revista Mediterránea de Comunicación, RMC, http://www.rmedcom.org (Universidad de Alicante).

¿Sigues sin pensar que todo está conectado?

 Tecnología y sociedad

La informatización de la sociedad: 25 años después.

RMC #2

RMC #2

Por: Carmen Gómez Mont

Publi­cado ori­gi­nal­mente en RMC 135

Hace  25  años,  cuando  estaba  por  iniciarse  la  década  de  los  noventa,  México  vivía  un  boom  económico  y  político.  Estaba  por  firmarse  el  Tratado  de  Libre  Comercio  con  Norteamérica,  acuerdo  que  representaría  para  el  país  el  ingreso  al  selecto  grupo  de  países  desarrollados.  En  la  puerta  estaba  también  la  privatización  de  la  telefonía  y  un  impulso  al  avance  de  las  telecomunicaciones  en  la  región  latinoamericana.  México  y  Brasil  eran  los  países  líderes  que  contaban  con  sistemas  propios  de  satélites.

Hace 25 años florecía un lenguaje grandilocuente que colocaba toda su esperanza en las TIC para el avance económico y social, principalmente, de los países del Sur. La globalización daba sus primeros pasos y poco entendíamos las fronteras a las que nos llevaría una sociedad interconectada, previamente anunciada por Simón Nora y Alain Minc en su libro La informatización de la sociedad (1978 ).

El Muro de Berlín y todo un sistema político-económico estaba por derrumbarse (noviembre de 1989) y junto con él los ideales que derivaron del Manifiesto del Partido Comunista redactado por Marx y Engels en 1848. En su lugar, la Ciencia y la Tecnología (Z.Brzezinski) ocuparían un lugar primordial ante una sociedad que repentinamente se vio sin rumbo y sin ideales en los cuales creer.

La fe se colocaba así en los grandes laboratorios de I&D, dictando el nuevo dogma que señalaba que las sociedades más avanzadas serían las que contarían con recursos para la innovación destinada, desde luego, a incrementar el capital.  Así nace la llamada  sociedad de la información, pronto cooptada por las industrias y empresas más poderosas del mundo, transformando sus sueños e ilusiones en nuevas rutas para el incremento del capital.

Bajo estas normas, queda en el centro del escenario la necesidad de conocer y dominar partes, componentes, lógicas y generación de contenidos derivados de la industria informática. Una educación por siglos no alterada, se tornó uno de los reductos más importantes para formar cuadros capaces de responder a las leyes de la industria de la información, hoy en pleno florecimiento, pero no para dar respuesta a las reales demandas de información y comunicación de la sociedad. En esos años nos preguntábamos sin cesar si las TIC serían un nuevo caballo de Troya para la educación. Hoy no hemos encontrado aún la respuesta.

Ante las agudas demandas de esta nueva industria, la educación se cimbró y se dio cuenta de que, a pesar del uso de la tiza y del pizarrón, se estaba configurando un mundo cambiante en todos los órdenes: medio ambiente, economía, política, sociedad y cultura, entre muchos factores más. La globalización tomaba fuerza por un lado y el avance de las democracias en el mundo impulsaba la posibilidad de establecer un diálogo horizontal entre ciudadanos. No más audiencias en tal sentido, todos devenimos productores, siguiendo a Omar Rincón.

A partir de ese momento se hicieron varias constataciones: a pesar de que la educación comenzaba a sacudirse siglos de inmovilidad, iba mucho más lenta que los vertiginosos cambios que se venían perfilando desde el último tercio del siglo XX, es decir: millones de ciudadanos capaces de generar contenidos innovadores que impulsarían principios de información y comunicación fuera de los cauces institucionales. El aprendizaje invisible (como lo refieren Cristóbal Cobo y Moravec en 2011) se tornaba así una de las claves para una educación con mayor capacidad de respuesta a las demandas del siglo XXI. A pesar de la sociedad de la información, la educación dejó de ubicarse intramuros, para desplazarse en mil direcciones en marcos extramuros, en la vida cotidiana de los sujetos.

Ante esta irrupción de necesidades por informarse, conocer y comunicarse, derivaron principios de cooperación y de organización por comunidades de aprendizaje. Fue en esta vertiente −como plantea Castells−  donde ingresó la sociedad red constituyéndose los principales fundamentos para hablar de sociedades del conocimiento.

Tal hecho, más allá de las TIC, implicaba elementos que es importante considerar. El campo de los expertos y de los profesionales abría nuevas fronteras para que participaran en la generación de informaciones miles, millones de amateurs que generaban con igual profesionalismo, pasión y compromiso informaciones de gran valor porque se desprendían de su vida cotidiana, de ser testigos y vivenciar lo que venían contando en sus sitios Web, Blogs, Facebook y Twitter. Ante una crisis de credibilidad en los grandes medios, esa práctica renovó a comunidades enteras urgidas de contar con información fidedigna. Es así como se vio nacer a un sujeto comunicacional capaz de hacer caer gobiernos (países árabes).

Patrice Flichy (Le sacre d´ama-teur, 2010) señala que no se trata de que los ciudadanos digitales desplacen a los expertos. Éstos están anunciando un nuevo he-cho: un nuevo diálogo que se establece a partir experiencias y visiones bien particulares, que se realiza en marcos de vida cotidiana, que es capaz de crear imaginarios, nuevos usos e innovaciones que van a devenir el eje de las sociedades del conocimiento.

Estos nuevos actores se desplazan –señala Flichy– fundamentalmente en tres áreas de manera altruista: el arte, el espacio público y el conocimiento. Un factor primordial, en este sentido, se vincula con propuestas innovadoras que se muestran, comparten y mejoran en las redes. La innovación deviene así colectiva: se trata de un conocimiento en constante evolución que es obra de un grupo de expertos. Entre los mejores ejemplos están Wikipedia, el Wi-Fi y el Software libre.

Ante la velocidad con que se llevan a cabo estas mutaciones, la educación formal no sabe cómo responder pues aún no hay cabida para ellos en los clásicos planes de estudio, en la organización escolar y universitaria por semestres, en las modalidades de evaluación (aprobado-reprobado) y tantos factores más que la educación está tratando de entender cómo integrar, para resolver.

De esa suerte se crea una crisis generacional, no tanto entre quienes pueden manejar con cierta facilidad las TIC y quienes no, sino entre quienes han ingresado a los núcleos comunitarios de aprendizaje de manera natural y por propia convicción y quienes aún permanecen en una visión personal e individualizada de la educación. Esta división no tiene que ver ni con edades, ni con generaciones, ni con nativos digitales. Es transversal. Se trata de procesos de integración social ante los cuales todos estamos en juego.

Se trata de sistemas de reconocimiento y de integración donde la lógica de las redes a través de las TIC forman una primera encrucijada. La sociedad ha dejado de ser una para transformarse en núcleos de sociedades diversas, complejas, frágiles e integradas en un espacio de relaciones que van de lo local a lo global, sin importar país ni cultura. Ante una miríada de configuraciones sociales, ser parte de este nuevo conglomerado de sociedades, crear una identidad propia y permanecer conectado, se han tornado  un valor supremo que la educación como sistema debe lograr comprender e integrar dentro de sus lógicas de aprendizaje. En estos espacios, la capacidad de respuesta se da y debe darse en tiempo real. Sin embargo, la capacitación docente y el rediseño de planes de estudio pueden tomar lustros.

En este mundo de tribus, las interconexiones permiten pasar de unas a otras. Hay una inmensa apertura social que todo mundo quiere aprovechar. Cada quien, libremente, puede elegir el grupo al que quiere pertenecer. Es así como la integración (social) pasa por la posibilidad de estar conectado a través de la creación de una identidad que toma forma, en gran parte, en las redes sociales. De ahí derivan las posibilidades de ejercitarse laboralmente, de ser reconocido y contratado desde un sistema económico fragilizado e igualmente en mutación.

Cuando estas tesis tratan de aplicarse a los sistemas educativos, aún brincan en mil pedazos. Desde esa perspectiva se puede hablar de la enorme distancia que aún existe en las instituciones y la metamorfosis social que se vive en pleno siglo XXI.

Por tal razón, más que enumerar una serie de innovaciones tecnológicas que se introducen al aula, ha sido importante reparar en esta columna las verdaderas dimensiones sobre las cuales debe pasar el  proceso de apropiación de las TIC en sociedades en constante cambio. La educación es, en este sentido, sólo una de sus vertientes. Queda irremediablemente unida a todos los ámbitos de la vida y por esta misma razón se torna casi imposible contemplarla como una realidad aparte.

 

Los 5 países y empresas que más atentan contra la libertad en Internet

Foto: “espianaje facebook” por skynetcusco vía @Flickr

Foto: “espianaje facebook” por skynetcusco vía @Flickr

Por Elthon García

Siria, China, Irán, Bahrein y Vietnam; Gamma, Trovicor, Hacking Team, Amesys y Blue Coat, son los países y empresas, respectivamente, que, según el informe “Enemigos de Internet 2013” publicado en marzo por Reporteros sin Fronteras (RsF), se comportan como los mayores enemigos de la libertad en la red. Bien ejercen espionaje contra opositores, voces disidentes y ciudadanos en general, o prestan su tecnología para esos fines, como es el caso de las segundas.

La Gran Murralla Electrónica, halal y la STE

Según RsF, China, que con la Gran Muralla Electrónica utiliza los sistemas más sofisticados del mundo, ha intensificado sus ataques incluyendo a empresas privadas en sus seguimientos. El régimen iraní ha dado también un paso más en el control de la red mediante el desarrollo de su propia red de Internet, “halal”.

En cuanto a Siria, RSF ha conseguido un documento inédito, una convocatoria de licitación, emitida en 1999, por la empresa siria de telecomunicaciones (STE), que demuestra hasta qué punto su red de Internet está diseñada para filtrar y vigilar con más eficacia.

Compañías mercenarias de la era digital

En cuanto a las “compañías mercenarias de la era digital”, llamadas así por la ONG, los productos de la empresa Trovicor, utilizados para vigilar e interceptar, han servido a la familia real de bahrení para espiar y detener a informadores. En Siria, los productos DPI (Deep packet Inspection) desarrollados por Blue Coat, han dado al régimen la oportunidad de espiar a los disidentes y a los usuarios de Internet de todo el país para llevar a cabo detenciones y torturas.

Mientras, los productos Eagle, suministrados por la sociedad Amesys, fueron encontrados en las instalaciones de la policía secreta de Gadafi. Softwares diseñados por las empresas Hacking Team o Gamma permitieron a las autoridades recuperar contraseñas de periodistas y de usuarios de Internet.

«La vigilancia de la red representa un peligro creciente para periodistas, usuarios de Internet, blogueros y activistas de derechos humanos. Los regímenes tratan de controlar la información discretamente, con una sutil censura y el seguimiento de los protagonistas, en lugar de utilizar el bloqueo de la información fácilmente burlado y que genera mala publicidad», ha señalado Christophe Deloire, secretario general de Reporteros Sin Fronteras.

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Historia de la Nota Roja en México

  • Te recomendamos algunos libros que pueden servir de guía para conocer este género periodístico.
  • El recorrido inicia en 1520 con el «Libro rojo»  y culmina hasta nuestros días con «Aquí no es Miami«.
Foto: “Enrique Metinides” @ Josee Beinvenu vía @Flickr

Foto: “Enrique Metinides” @ Josee Beinvenu vía @Flickr

Por Elthon García

A continuación te presentamos una serie de libros que ofrecen una investigación periodística exhaustiva y bien documentada que, a manera de guía, permiten atisbar el marco histórico de la nota roja en México. En general, todos muestran compilaciones de relatos y otros registros, ordenados cronológicamente hasta llegar a nuestros días, que dan cuenta de sucesos donde la muerte y la tragedia son los protagonistas.

El libro rojo 1520-1867 Hogueras, orcas, patíbulos, martirios y sucesos lúgubres y extraños

Escrito en el siglo XIX por Vicente Riva Palacio, Manuel Payno, Juana Mateos, Rafael Martínez de la Torre y Francisco Zarco. Situado en el periodo que abarca desde la conquista hasta la caída del imperio de Maximiliano, este compendio de relatos, narra acontecimientos importantes ocurridos en México durante esta época como movimientos de esclavos negros para liberarse, episodios de la Independencia y la Guerra de Reforma, donde todo gira en torno a la sangre y la muerte.

Terribilísimas historias de crímenes y horrores en la Ciudad de México en el siglo XIX (Ediciones B; 2006)

El historiador Agustín Sánchez ofrece un retrato de la sociedad capitalina decimonónica, desde la perspectiva de la nota roja. Los textos tienen un antecedente en los que usaba José Guadalupe Posada en sus hojas volantes o en su gaceta callejera, por medio de las cuales daba cuenta de este tipo de noticias. 

El libro rojo. Continuación (FCE; 2008, 2011, 2013)

A manera de continuación de El libro rojo publicado en 1870, coordinados por Gerardo Villadelángel Viñas, historiadores, cronistas, narradores y artistas visuales compendian, en una serie de tres volúmenes (Tomo I 1868-1928, Tomo II 1928-1959  y Tomo III 1959-1979) una suerte de antología abreviada, por su horizonte inabarcable, de crímenes ocurridos en nuestro país entre 1868 y 2008.

Nota(n) roja. La vibrante historia de un género y una nueva manera de informar (Debate; 2009)

Lara Klahr, Marcos y Francesc Barata, El libro parte del nacimiento en España de los “pliegos de cordel”, en el siglo XVI, donde se publicaban fábulas terroríficas, y las gacetas que en la época colonial daban cuenta en México de los sucesos criminales, hasta la preeminencia del delito y la violencia en el surgimiento de la prensa industrial, en el siglo XIX, y la actual era del infoentretenimiento.

Los mil y un velorios (Debate; 2010)

Carlos Monsiváis hace un recorrido del Virreinato al auge del narco durante la primera década del siglo XXI. Aborda el siglo XIX, donde descubre una nota roja vinculada estrechamente con el arte popular; después el siglo XX que se inicia con la información sobre la violencia revolucionaria y los asesinatos políticos, hasta llegar a la proliferación de las páginas amarillistas de la prensa de los años treinta y cuarenta.

Historias del más allá en el México de hoy. Crónicas esotéricas (El salario del miedo;2012)

Gerardo Lammers logra una fusión exacta de periodismo y literatura, un libro-amalgama de 15 crónicas diversas y extravagantes que se convierten en un acto de transgresión. Es una obra periodística pura donde el autor se preocupa por investigar hasta el mínimo detalle, se documenta sobre el tema y escribe de forma paciente.

101 Tragedias (Blume; 2012)

Selección que hace Enrique Metinides de las 101 imágenes clave de su vida como fotógrafo de escenas de crimen y accidentes en México, para diarios locales y nota roja. Sus textos acompañan cada una de las imágenes, y a través de ellos describe la situación, los personajes y la vida en las calles, la tristeza de las familias, los criminales y el heroísmo de los equipos de rescate, lo que deja entrever una gran parte de su propia persona.

Aquí no es Miami (El salario del miedo, Almadía; 2013)

A través del periodismo narrativo y relatos, como ella se refiere a sus textos, Fernanda Melchor nos ahorra el trabajo de desplazarnos a Veracruz y de atisbar por nosotros mismos la otredad lacerante y real del puerto. Un libro de crónicas devastadoras y crudas, basadas en hechos reales pasados, historias acuñadas en la tradición oral colectiva y en experiencias propias.

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Todo listo para la FIL Zócalo 2013

Por Elthon García

Bajo la premisa de despertar el interés de la población por la lectura y enriquecer esta actividad, la  FIL Zócalo 2013 tendrá como temática los movimientos sociales que han acontecido en la última década en el mundo, así como el desarrollo y uso de medios alternativos de comunicación, como las redes sociales, para su difusión. De igual forma, está dedicada a Carlos Montemayor y Augusto Monterroso, en homenaje a su trayectoria literaria.

“Quisimos que esta Feria tuviera un tema que, en estos momentos, es muy particular: las movilizaciones que se han dado en el mundo, tanto en América Latina y Europa, como en el resto del planeta, y que tienen que ver con una explosión de ciertos núcleos de la sociedad”, explicó la Directora de Contenidos Literarios de la Feria del Libro, Paloma Sáiz Tejero.

Del 16 al 27 de octubre de 2013, los capitalinos tendrán acceso a obras de todos los géneros, a través de 200 editoriales y 350 sellos literarios de carácter nacional e internacional; además, podrán interactuar con más de 118 autores destacados de México, Norteamérica e Iberoamérica.

Entre los asistentes se repartirán dos antologías editadas por el comité organizador del evento: la primera con textos de 47 autores participantes en esta edición; la segunda titulada “Crónicas de la ciudad”, con una selección de escritos sobre la ciudad de México, desde la Conquista a la actualidad.

El último domingo de actividades se contará con la presencia de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México (OFCM) que bajo la batuta de su director artístico, José Areán, ofrecerá un concierto totalmente gratuito.

Durante la feria también se entregará la sexta edición del Premio Iberoamericano de Novela «Elena Poniatowska» de la Ciudad de México a Ana Clavel por Las ninfas a veces sonríen (Alfaguara, 2013).

Consulta la programación completa aquí.

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10 consejos para encontrar empleo como periodista

  • Tener presencia en la web es de suma importancia, ya que es otra forma de exponer tu trabajo.
  • El uso pulcro de la gramática, la ortografía y la puntuación, es otra excelente carta de presentación.
    Foto: "1er Feria del Empleo" por Gobierno de Aguascalientes @ Flickr

    Foto: «1er Feria del Empleo» por Gobierno de Aguascalientes @ Flickr

Por Elthon García

La Sociedad de Editores de Reino Unido seleccionó algunas características que las agencias buscan en un aspirante a periodista al momento de realizar contrataciones.

En una nueva sección dentro de su página web, la organización estableció aspectos que ayudarán a los practicantes en la búsqueda de un buen primer trabajo. Estos son los puntos a tener en cuenta:

  1. El título. De acuerdo con la nota, un título no es garantía para la obtención de un buen trabajo. Por supuesto que se toma en cuenta el nivel de estudios de un periodista pero también insiste en contratar a personas con experiencia y con iniciativa.
  2. Presencia en línea. Es importante que un periodista que solicita empleo cuente con presencia en la web. Los blogs y las plataformas de opinión son una excelente alternativa para exponer textos, reseñas, investigaciones, etc.
  3. Dominio del idioma. Los editores esperan un alto nivel en la escritura. Es necesario dominar la gramática, la ortografía y la puntuación para ofrecer textos de alta calidad que no necesiten de correcciones.
  4. Conocimientos básicos. Los empleadores contratan a postulantes que conozcan los puntos básicos del periodismo como la ley de medios, la ética, los aspectos que toman en cuenta los sistemas reguladores, etc.
  5. Habilidades básicas. Algunas destrezas son importantes cuando se valora el trabajo del practicante, entre ellas la redacción rápida, la ortografía, la expresión oral, el desenvolvimiento, la capacidad de argumentar, el desarrollo de ideas ordenadas, etc.
  6. Rapidez. Aparte de la velocidad, es necesario que los aspirantes a periodismo redacten bien y rápido para desarrollar en tiempo real las noticias.
  7. Periodismo multifacético. Para que un aspirante a periodista tenga éxito debe dominar la redacción en revistas, la locución en radio, la presencia escénica en televisión, saber un poco de publicidad y marketing, etc. Aunque parezca demasiado es necesario tener conocimiento básico.
  8. Dominio de redes sociales. La tendencia que existe hacia el uso de las redes sociales hace que los empleadores ofrezcan trabajo a aquellos practicantes que dominan la web y sus principales plataformas de difusión como Twitter y Facebook.
  9. Elabora un buen CV. Es importante elaborar un currículo interesante y llamativo que demuestre un interés constante en la industria de los medios. No es necesario incluir en él una amplia experiencia laboral si se cuenta con proyectos personales interesantes o propuestas prometedoras.
  10. La entrevista. Durante las entrevistas de trabajo, el aspirante debe mostrar interés y entusiasmo por ingresar al medio en cuestión. Las preguntas se deben responder de manera ordenada y con sinceridad, de tal forma que se genere confianza en el entrevistador.

Fuente: www.societyofeditors.co.uk

La mujer mazateca que dio a luz en un jardín

  • El género es tam­bién otra ver­tiente que explica esta lamen­ta­ble reali­dad.
  • El caso de la señora Irma me remite inevitablemente a Las venas abiertas de América Latina.
  • ¿De verdad les interesa esta realidad a los medios de comunicación?

 

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Por: Christian Rea Tizcareño

Periodista. Licenciado en Comunicación (UNAM). 

Publicado en el sitio de la Agencia Notiese / http://www.notiese.org/notiese.php?ctn_id=7045

 

Mujer mazateca que dio a luz en un jardín”. Palabras más, palabras menos, esta fue la frase impersonal que empleó la prensa en Internet para describir una rentable y “viral” fotografía que circuló en redes sociales.

Tal y como sucedió semanas antes con el fugaz y famoso video del “Niño tzotzil humillado en Tabasco”, ni el nombre de la persona, ni las brutales estadísticas en torno a la maternidad en la pobreza, ni los derechos humanos de los pueblos indígenas, ni el artículo 4 de la Constitución (referente al acceso a la salud de los mexicanos sin exclusión) figuraron en el discurso mediático. La receta era simplemente vender morbo y funcionó: la noticia se colocó entre los temas más vistos en Internet.

Y no es que los medios de comunicación deban ser “buenos samaritanos” o agencias de defensa de derechos humanos. Tampoco niego el legítimo fin de lucro que tienen estas empresas. Sin embargo, considero que la actividad periodística sí tiene la responsabilidad social de investigar todos los ángulos posibles de estos hechos de interés colectivo, para presentarlos al público de manera equilibrada, es decir, ubicados en un contexto determinado y desarrollados como un diálogo o debate entre todas las partes involucradas en el problema.

La indígena Irma López Aurelio, protagonista de estas narraciones mediáticas, forma parte de una población que en México representa más de 16 millones de personas, y que de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), vive en los municipios con “mayor incidencia de la pobreza por ingresos y mayores índices de rezago social”, en un país con más de 53 millones de pobres.

El caso de la señora Irma me remite inevitablemente a Las venas abiertas de América Latina, donde el escritor Eduardo Galeano nos recuerda que “un virrey de México consideraba que no había mejor remedio que el trabajo en las minas para curar la ‘maldad natural’ de los indígenas. Juan Ginés de Sepúlveda, el humanista, sostenía que los indios merecían el trato que recibían porque sus pecados e idolatrías constituían una ofensa contra Dios. El conde de Buffon afirmaba que no se registraba en los indios, animales frígidos y débiles, ‘ninguna actividad del alma’”.

En México hay miles de Irmas López Aurelio sin foto. Organizaciones no gubernamentales (ONG) dedicadas a la defensa de los derechos sexuales y reproductivos alertan sobre las violaciones que sufren todos los días las mujeres más pobres del país, sin que el tema merezca un seguimiento puntual por parte de los medios de comunicación.

Tan sólo el pasado 10 de octubre, el Observatorio de Mortalidad Materna en México y otras ONG estatales enviaron un comunicado para manifestar su indignación por la muerte de la indígena tzotzil Susana Hernández, tras ser víctima de una negligencia médica en el Hospital de la Mujer del Instituto de Salud en la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

Y no es necesario ir a la sierra, a la montaña o al municipio indígena más alejado de la urbe para constatar las reiteradas vejaciones al ejercicio de los derechos reproductivos por parte del Estado mexicano.

Organizaciones civiles como El Caracol han acompañado y denunciado múltiples casos de mujeres embarazadas en situación de calle en la capital del país, a quienes se les niega atención médica con el pretexto de que están sucias, drogadas o carecen de una identidad legal.

La Organización Mundial de la Salud advierte que al día fallecen cerca de 800 mujeres por causas prevenibles relacionadas con el embarazo y el parto; 99 por ciento de estos decesos ocurre en los llamados “países en desarrollo”; este tipo de defunciones son más frecuentes en el campo y en las comunidades más pobres; además, quienes corren mayores riesgos mortales son, sin duda, las más jóvenes.

¿De verdad les interesa esta realidad a los medios de comunicación? Además de las imágenes y encabezados morbosos, ¿dónde están las cifras de mortalidad materna, embarazo adolescente, aborto, pobreza y exclusión social? Desgraciadamente esto ocurre en la República de la Indiferencia, donde más de tres cuartas partes de la población refiere que los derechos de las personas o grupos indígenas se respetan poco o nada, según la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México levantada en 2010.

El género es también otra vertiente que explica esta lamentable realidad. Hace más de una década, Comunicación e Información de la Mujer mostró los resultados de una investigación en medios impresos, donde alertaba que solamente 16 por ciento del protagonismo en las notas periodísticas es femenino, cifra que contrastaba totalmente con la población femenina nacional, es decir, 52 por ciento.

Tras el “éxito mediático” de Irma, ya sea por “moda” o por una auténtica indignación, el añejo y soslayado tema de la mujer, indígena y pobre que pare en condiciones infrahumanas se colocó en la agenda informativa y política, no en el marco de una efeméride como el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, sí en una coyuntura morbosa; sin embargo, habría que aprovechar para pugnar porque los derechos sexuales y reproductivos sean tema permanente, espejo en una sociedad profundamente desigual como la mexicana.

 

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Revolucionan la forma de hacer periodismo en China

  • Periodistas y ciudadanos han encontrado en las redes sociales chinas un nuevo espacio para publicar información sobre casos de corrupción de funcionarios, la cual no pasa por los filtros oficiales.
  • El gobierno chino ha emprendido una nueva campaña de censura, llamada a combatir los rumores en la red,  que ha llevado a la cárcel a varias personas acusadas de esparcirlos, así como al cierre de sitios web.
  • En medio del reforzamiento de la censura, un periodista lanza una innovadora iniciativa para captar fondos y publicar sus artículos en las redes sociales, de forma independiente.
  • En la era digital, una nueva generación de periodistas ciudadanos chinos está dispuesta a informar sobre temas sensibles y utilizan internet como su espacio vital de trabajo y de protección.
记者   Son los caracteres chinos para referirse a periodista o reportero que en alfabeto latinizado se escribe jizhe.

记者 Son los caracteres chinos para referirse a periodista o reportero que en alfabeto latinizado se escribe jizhe.

Por Raúl López Parra

Aunque el título le parezca extraño, sí, leyó bien, en China están revolucionando la forma de hacer periodismo, y ocurre en un caso que hasta el momento, con sus guardadas distancias, no tiene un símil en Occidente.

La narrativa que predomina sobre China en los “medios occidentales”, comúnmente referidos a aquellos con base en Europa y Estados Unidos, muestra predominantemente la imagen de un país completamente autoritario, sin matizar los espacios de libertad que existen al interior del mismo.

Incluso hay quienes afirman que en el gigante asiático no se hace periodismo, sino sólo propaganda, una forma poco seria o estereotipada de descalificar los mil 937 periódicos que se editan ahí, convirtiendo a China en el país con el mayor mercado de diarios del mundo.[i]

Sin embargo, el modelo periodístico que está levantando las cejas de propios y extraños no está surgiendo en los periódicos sino en las redes sociales chinas.

A mediados de septiembre pasado, el periodista Yin Yusheng publicó un mensaje abierto a los internautas en su cuenta de weibo, —el equivalente chino de twitter— el cual expresaba:

“Soy un reportero con amplia experiencia y no tengo miedo a los poderosos ni a la violencia. Seré un periodista de investigación independiente, no adscrito a ninguna agencia de noticias. Estaré con los internautas cuanto esté en línea o cuando esté reportando en el lugar. Quiero reportar las noticias que los internautas quieren conocer. Si tú estás cansado de escuchar cómo algunos medios alaban sus logros, o harto de los medios web halagadores, es tiempo de cambiar la situación”.[ii]

Yin Yusheng tiene como carta de presentación el haber trabajado 10 años en distintos periódicos. Ganó prestigio en 2010, cuando reportó el caso de Li Qiming, hijo de un subjefe de la policía, en la provincia de Hebei, quien tras atropellar a dos estudiantes al conducir ebrio en la universidad, trató de usar la influencia de su padre para evadir la justicia. Una de las estudiantes falleció y la otra quedó lesionada.

“¡Demándame si te atreves, mi padre es Li Gang!”, gritó el joven para amenazar a los guardias que lo detuvieron. El caso cobró dimensión nacional en las redes sociales, donde los internautas presionaron para que no quedara impune.

La cínica frase que gritó Li circuló en la red como un meme que ilustraba la corrupción en China y los privilegios de los hijos de los oficiales.

Los censores del gobierno trataron de detener la cobertura de la noticia, pero la presión social en Internet fue enorme, por lo que se vieron obligados a reportar el caso, incluso en la televisora estatal CCTV.[iii]

Li Qiming fue condenado a seis años de prisión, una pena menor que la corte justificó porque el inculpado indemnizó a las víctimas y aceptó su responsabilidad.

Yin Yusheng, el periodista que reportó la historia, perdió su trabajo, sin embargo atestiguó el poder que estaba cobrando Internet para difundir la información periodística y romper la censura.

El gobierno también tomó nota de ello.

Revolucionando las prácticas periodísticas chinas

¿Qué es lo que está haciendo Yin Yusheng para sostener que su propuesta no tiene parangón en China?

Con el ascenso de los medios digitales y la caída de los ingresos de los medios tradicionales, se ha desarrollado una práctica llamada crowdfounding, que se traduce como el financiamiento en Internet.

Estados Unidos y Europa son las regiones pioneras donde en los últimos años se han creado plataformas crowdfounding exclusivas para los periodistas que deciden trabajar por su cuenta.

El modelo funciona con un intermediario, una plataforma web en la que se abre un espacio para que los periodistas oferten sus trabajos terminados o los proyectos a realizar, ya sean fotografías o textos, y reciban donaciones en línea. En caso de concretar una transacción, las plataformas se quedan con un porcentaje que va del 10 al 25%.

Pero en el caso de Yin, su propuesta de crowdfounding hace a un lado los intermediarios y va directo al público.

Yu Sheng pidió a los internautas  financiar su trabajo periodístico. /Imagne del perfil del periodista en weibo.

Yu Sheng pidió a los internautas financiar su trabajo periodístico. /Imagen del perfil del periodista en weibo.

En su cuenta de weibo, Yin propuso a los internautas financiar dos historias en las que él quería trabajar. Una se basaba en la detención de un periodista acusado de mantener cautivo a un trabajador dentro de la excavadora con la que éste demolería una casa, en la provincia de Shandong. La segunda historia refería a las acusaciones de corrupción de una docena de policías en contra del departamento de justicia local, en la provincia de Henan.

Indicó a los internautas que las donaciones se podían realizar en el sitio Taobao, la principal plataforma de comercio electrónico de China, donde los minoristas venden prácticamente de todo. Cada uno puede aportar desde un mínimo de 10 yuanes hasta un máximo de mil. El límite en el monto en las donaciones por cada internauta es para evitar que el dinero influya en los reportes, según Yin explicó en entrevista al diario oficial Global Times.

Una vez que se alcanza la suma de 5 mil yuanes finaliza la petición y Yin inicia la investigación. En cada historia se toma 10 días para indagar.

A consideración del mismo periodista, 5 mil yuanes es la cantidad suficiente para realizar un trabajo. El monto cubre viáticos y su salario.

Dos días después de lanzar la convocatoria, Yin ya había recibido 8 mil yuanes de donantes individuales que aportaron desde 10 y 200 yuanes. Todos los mensajes eran elogios por dicha iniciativa.

En el sitio de comercio electrónico Taobao, el público puede donar desde 10 a mil yuanes /Imagen tomada de la cuenta del periodista en Taobao.

En el sitio de comercio electrónico Taobao, el público puede donar desde 10 a mil yuanes /Imagen tomada de la cuenta del periodista en Taobao.

De este modo, Yin comenzó a trabajar en su primera historia y se comprometió a publicarla en weibo, junto con los gastos hechos, con el fin de transparentar a los internautas el financiamiento de la cobertura.

El periodista reconoce que no espera ganar mucho dinero con este modelo experimental de periodismo financiado en la red.

Es cuidadoso ante las expectativas por su trabajo, por ello no se compromete a ofrecer la verdad, sino en “aportar datos y hechos”, según publica en su weibo, y para garantizar objetividad, ofrece hacer entrevistas imparciales.

“Estoy preocupado acerca del tema de la seguridad. Sin embargo, nuevas cosas son las que valen la pena probar. Quiero ver qué tan lejos puedo llegar”.[iv]

Temerario o valiente. Todos se preguntan hasta dónde llegará Yin o hasta dónde lo dejarán llegar con su trabajo, ya que presenta su modelo periodístico justo en momentos en que el gobierno chino ha emprendido una nueva campaña de censura, llamada a combatir los rumores en la red, pero que en el fondo es considerada una acción para evitar que periodistas independientes y ciudadanos ventilen casos de corrupción y abusos de poder en las redes sociales, lo que alienta el descontento social.

Apertura informativa controlada

Beijing, además de ser la capital de China, es considerada el centro político y cultural del país; en cambio Shanghai es identificada como el lugar para hacer negocios, pero Guangzhou es la zona más liberal, donde se ha desarrollado el periodismo de investigación independiente.

El crecimiento económico, el desarrollo de las telecomunicaciones, la urbanización y los mayores niveles educativos han propiciado una paulatina liberalización de los controles informativos.

El más reciente ejemplo es la Zona Piloto de Libre de Comercio de Shanghai, la cual comenzó a funcionar a fines de  septiembre, donde se desbloqueará Facebook y Twitter —mediante la aplicación de permisos especiales—lo que ha generado muchas expectativas en el extranjero, que ya miran esta acción como una apertura a la libre expresión. [v] Debido a que el régimen no puede ejercer control sobre estas plataformas, desde 2009 decidió  bloquearlas tras las revueltas ocurridas en la provincia de Xinjiang.

Sin embargo, el Global Times, diario oficial del gobierno, se encargó de echar agua fría a los entusiastas. En un comentario editorial advierte que el libre acceso de Internet es “sólo para facilitar el libre comercio” en la zona de 29 kilómetros que abarca el proyecto piloto.

La muralla digital, refiere el diario, ha servido para “garantizar la seguridad del ciberespacio chino”, un medida basada en la “realidad, no en valores”.[vi]

En otras palabras, la apertura de internet no es una concesión de derechos para los chinos, sino una vía para atraer a los extranjeros. La razón es económica, no política.

Más allá de esta isla de libertad vista desde el extranjero, es cierto que al interior del país existe una mayor apertura informativa en  temas locales que preocupan a la gente, y que son incluso reportados en los órganos oficiales del gobierno chino, tales como corrupción,  abusos de autoridad,  desigualdad social, contaminación, seguridad de los alimentos e incluso, de forma esporádica, la necesidad de reformas al sistema político, siempre que estas ideas sean pronunciadas por los líderes políticos.[vii]

Los aires de apertura se vieron en 2008, durante la cobertura del terremoto de 8 grados de magnitud que devastó la provincia de Sichuan y causó la muerte de 69 mil personas.

El gobierno flexibilizó los controles a la prensa y permitió a los periodistas chinos hacer su trabajo, quienes reportaron abiertamente cómo muchas construcciones derrumbadas se habían edificado con materiales de mala calidad, lo que apuntaba a corrupción de oficiales locales.

Por primera vez en la historia de la República Popular China, en la televisión estatal se hizo un seguimiento en vivo de un desastre de esta naturaleza, antes sólo se presentaban reportes grabados. Medios como CNN y BBC retomaron las imágenes de las televisoras chinas. El caso mostró a sus pares extranjeros que en China también se hacía periodismo.[viii]

En los últimos años los medios chinos privados e independientes han desarrollado un periodismo de investigación respetable. Reportan una gran variedad de temas en el ámbito local con relativa libertad, mientras no violen la regla de oro que es poner en duda o criticar la legitimidad del Partido Comunista y a sus principales líderes. Recordemos que el Premio Nobel de la Paz 2010, Liu Xiabo, desde 2008 cumple una condena de 11 años en prisión por pedir democracia en China.[ix]

A partir de que Deng Xiaoping introdujo la reforma de apertura al exterior, en 1979, cambiando la línea radical de Mao para dar paso al “socialismo con características chinas”—entendido como el capitalismo planificado por el Estado— el gobierno autorizó la creación de medios de comunicación  privados, los cuales pueden comercializar su información para atraer anunciantes. Tal como funciona en cualquier sistema de mercado.

Ello no implica que el régimen cede el control sobre los medios. Las autoridades deciden cómo y cuándo se crea un nuevo periódico; a quiénes se contratan, ya que para ser periodista se requiere una licencia. También se define cómo se deben abordar los temas sensibles, entre ellos los conocidos como la “triple T y la F”: Taiwán, Tíbet, Tiananmen(por el movimiento estudiantil del 1989) y el Falungong (un organización espiritual proscrita).

Para trabajar como periodista el gobierno otorga una licencia/ Imagen de carnets de periodistas.

Para trabajar como periodista el gobierno otorga una licencia/ Imagen de carnets de periodistas chinos.

Siguiendo la línea oficial, los medios tienen garantizada una cierta autonomía, pero no la suficiente como para evitar los controles.

Los periódicos frente al arribo de internet

En un espacio acotado para reportar temas públicos, el mercado periodístico chino vive una competencia feroz por la búsqueda de patrocinios y lectores. El panorama se complica ante el surgimiento de Internet y la popularización de las redes sociales chinas, que ahora emergen como fuentes de noticias.

Si en 2008 los periodistas chinos mostraron al mundo que también saben investigar, en 2011 los ciudadanos mostraron que no necesitan ni Facebook ni Twitter para ejercer su libre expresión.

Ese año fue marcado por el accidente de tren de alta velocidad en Wenzhou, en la provincia de Zhejiang, en el que murieron 40 personas y 190 resultaron heridas.

A minutos de ocurrir el accidente, en las redes sociales chinas comenzaron circular mensajes pidiendo ayuda. Conforme avanzaban las horas, crecía el descontento por la actuación de las autoridades, que más que atender el incidente estaban preocupadas por cubrirlo. Y, literalmente, intentaron sepultar uno de los trenes para ocultar las causas de la tragedia, según denunciaron internautas en weibo.

El descarrilamiento del tren, además de las  fallas técnicas, fue producto de la negligencia y la corrupción al interior del Ministerio de Ferrocarriles, ya que por inaugurar con premura la nueva ruta ferroviaria, no se atendieron todas las medidas de seguridad.

En Sina y Tencent, los principales proveedores del servicio del microblog conocido como weibo, circularon más 20 millones de mensajes sobre la tragedia, algunos para movilizar ayuda y otros dirigidos contra la actuación de las autoridades. Los censores se vieron rebasados.

Por su parte, los medios chinos realizaron una cobertura crítica sobre el accidente,  incluso en los órganos oficiales. Demandaban respuestas sobre lo que pasó y qué autoridades eran responsables. El caso Wenzhou marcó un hito en China porque mostró el poder de las redes sociales para convertirse en los nuevos espacios informativos.

Weibo, el nuevo referente informativo

En China, como en otras partes del mundo, los periódicos están perdiendo terreno en el consumo informativo entre los jóvenes menores de 30 años,[x] quienes mayoritariamente se informan en Internet y particularmente en las redes sociales, espacios que gozan de mayor credibilidad, con todo y que también se difunde abundante información no verificada.

Si bien el negocio de los periódicos impresos en China está  muy lejos de vivir en crisis, comienza a mostrar signos de declive. Los puestos de revistas están cerrando. El Global Times reportó que, en opinión de los vendedores, en los últimos dos años las ventas de diarios han caído entre 20 y 50%.[xi] Las tendencias indican que se acelera su declive conforme se incrementa el número de personas con acceso a Internet.

El país asiático tiene el mayor número de internautas del mundo, con 591 millones, de entre los cuales, 420 millones se conecta usando dispositivos móviles (teléfonos, tabletas, entre otros), esto es el 74 por ciento del total.[xii]

En términos de penetración, el 42 por ciento de la población tiene acceso a la red, lo que significa que la mayoría aún se sigue informando en los medios tradicionales, sin embargo, por su ubicuidad y rapidez, las noticias se están generando en la red y se prevé que habrá un mayor consumo informativo a través de dispositivos móviles.[xiii]Un reflejo son los 274 millones de usuarios que tienen cuenta registrada en weibo, la cifra más grande de microblogueros en el mundo.

Si por un lado Internet afecta a la industria periodística, por otro lado libera a los periodistas de las organizaciones mediáticas, como ocurre con el caso de Yin Yusheng, quien puede independizarse y trabajar directo con sus lectores, pero su caso no es el único.

Gracias a internet, una nueva generación de periodistas ciudadanos está reportando directamente al público a través de sus cuentas de weibo o microblog, sin pasar por los medios tradicionales y, por ende, los controles del gobierno.

La era digital ha permitido a los internautas convertirse en generadores de contenidos. Ello ha transformado todos los ámbitos de consumo, comunicativos e informativos. Para los gobiernos de todo el mundo ha sido un reto poder maniobrar en los entornos digitales, donde los controles son prácticamente imposibles.

En China se da un juego del gato y el ratón. Los mecanismos de censura se renuevan todo el tiempo porque los internautas encuentra la forma de evitarlos. Hasta hace poco los periodistas ciudadanos estaban fuera de la mano de los censores, pero en los últimos meses las cosas han cambiado radicalmente.

El periodismo en China: el juego del gato y el ratón

Pese a los visos de apertura expuestos anteriormente, no nos confundamos, China sigue siendo un lugar poco amigable para hacer periodismo. No obstante su desarrollo económico, el país asiático no solo continúa, sino que hace más férrea la censura en Internet.

El Índice de Libertad de Prensa 2013 de Reporteros Sin Fronteras sitúa a China en el séptimo puesto de los países en el mundo con el ambiente más represivo para el periodismo. En el ranking de los países que más respetan a la prensa ocupa el lugar 173 de 179, donde Finlandia es el país más avanzado. [xiv]

En enero de este año, la Administración General de Prensa y Publicaciones de China(AGPP) anunció una campaña para identificar y sancionar a periodistas sin licencia “para preservar la reputación de los medios de comunicación del país”.[xv]

Según las autoridades, el objetivo era combatir prácticas irregulares de personas que se hacen pasar por periodistas para extorsionar a personas a cambio de que no se publiquen historias negativas o historias pagadas que van contra la reputación de lo medios.

Para mayo, las acciones habían sido efectivas con el cierre de 107 sitios web de “noticias irregulares”, en consideración de las autoridades.  Pero a ojos de los medios independientes, estas acciones estaban destinadas amedrentar a los periodistas ciudadanos.

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Por su trabajo periodístico Zhu RuiFeng ha atraído la atención de medios internacionales como el The New York Times y la BBC. /Imagen captada del NYT

Uno de los más notables es Zhu Ruifeng, quien en 2012 cobró fama hasta sumar un millón de seguidores en su weibo, por revelar el video del jefe del Partido Comunista en Chongqing, Lei Zheng Fu, teniendo relaciones sexuales con una joven de 18 años.

El video fue grabado en 2007 por la misma joven, quien fue instruida por un empresario para hacerlo y obtener una evidencia contra el oficial con el fin de extorsionarlo y ganar contratos para su empresa. Esto formaba parte de una red de extorsión contra funcionarios de Chongqing.

Tras cansarse de las extorsiones, Lei confesó su falta con un alto oficial, quien en lugar de sancionarlo, lo promovió y ordenó destruir el video. Pero una copia estaba en manos de otra persona que decidió filtrarlo al periodista, quien publicó sobre el caso y subió fragmentos del video en su cuenta de weibo.

En siete días, el oficial Lei Zheng  Fu fue expelido de su puesto y sometido a juicio. Fue sometido a juicio y condenado a 13 de años de prisión por corrupción. También fueron sancionados los implicados en la red de extorsión y así como otros oficiales.[xvi]

Desde la publicación del caso, el periodista ciudadano Zhu Ruifeng comenzó a ser hostigado por las autoridades hasta que cerraron su página web llamada “Supervisión del Pueblo”, la cual creó en 2006 para investigar la corrupción entre  oficiales, donde expuso 100 casos, según refirió al diario New York Times.  Las autoridades también dieron de baja sus cuentas en los microblogs.

Al no tener una licencia de periodista el gobierno no lo reconoce como tal, por ello queda desprotegido ante la ley. Zhu Ruifeng  asume su labor como un activista. Decidió divorciarse de su esposa, quien trabaja en el gobierno, para protegerla y seguir develando escándalos de los funcionarios. En la entrevista con el NYT, antes de que cerrarán su weibo, aseguró que  asumía los riesgos por amor a su país.

Otro renombrado periodista ciudadano que ha publicado sus reportes en las redes sociales es Zhou Xiaoyun, quien en 2011 reveló que la paraestatal petrolera Sinopec de Guangdong, había gastado millones de yuanes en la compra de licor lujoso para el jefe local Lu Guangyu. El escándalo derivó en la destitución del funcionario en tan sólo 10 días.

El periodista ciudadano Zhou Xiaoyun cubre su rostro porque asegura que tiene varios enemigos que le gustarían verlo muerto /Foto facilitada por Zhou al diario Global Times.

El periodista ciudadano Zhou Xiaoyun cubre su rostro porque asegura que tiene varios enemigos que le gustarían verlo muerto /Foto facilitada por Zhou al diario Global Times.

En otro reporte de alto impacto ofrecido por Zhou reveló la malversación de fondos que hizo el Ministerio de Ferrocarriles en el lanzamiento de su sitio web, lo que causó el enojo de los internautas.

El escándalo más reciente en el que está envuelto es la denuncia que hizo en contra la organización no gubernamental de la Sociedad de la Cruz Roja de China, porque acusó que algunos de los funcionarios se han beneficiado personalmente con los recursos de los donantes.

En una entrevista para el Global Times, donde Zhou aparece con un cubrebocas y gafas para no revelar su identidad por miedo a represalias, aseguró que en su trabajo nunca considera los dichos de las personas como pruebas hasta que no tiene documentos o grabaciones que sostengan las acusaciones.  También aclara que sólo colecta información de forma legal. Gracias a su red de contactos, que incluyen académicos y figuras influyentes entre los internautas en las redes sociales, el puede expandir el alcance de sus publicaciones en internet.  «Internet y los internautas son mi protección», aseguró.

Y para cerrar esta muestra de ciudadanos convertidos en periodistas es ilustrativo el caso de Chen, un gerente de hotel quien durante dos años pidió a la Corte de Shanghai que investigara la actuación del juez que falló en su caso. En el juicio fue condenado a pagar una indemnización a un contratista por una cantidad mucho mayor de la que implicaba el contrato, por lo que se le obligó a vender su departamento para pagar la deuda. Chen sospechaba que el juez había sido parcial porque el contratista era familiar de éste.

Al no obtener respuesta de la corte, Chen decidió investigar por su cuenta. Pacientemente siguió los pasos del juzgador hasta que obtuvo la evidencia que necesitaba: Un video de seguridad de un hotel en el que se muestra al juez, con otros tres oficiales, acudiendo a un bar para contratar a prostitutas. La prostitución en China es un delito.

Tras revelarse el video, el Tribunal Popular Superior de Shanghái,  destituyó a cuatro oficiales, entre los que se encuentra Chen Xueming, uno de los jueces y jefe del juzgado número 1, y Zhao Minghua, juez suplente. /Imagen del video revelado por Chen

Tras revelarse el video, el Tribunal Popular Superior de Shanghái, destituyó a cuatro oficiales, entre los que se encuentra Chen Xueming, uno de los jueces y jefe del juzgado número 1, y Zhao Minghua, juez suplente. /Imagen del video revelado por Chen.

Chen publico anónimamente el video en su microblog. Al día siguiente de publicar la información, la corte abrió una investigación, posteriormente dos jueces y dos oficiales fueron destituidos.

Los casos expuestos muestran cómo internet ha empoderado el ejercicio del periodismo ciudadano en China, el cual ha servido como un efectivo contrapeso para exhibir a los oficiales corruptos.

Esta ola de denuncias en las red fueron en parte animadas por el discurso del presidente, Xi Jinping, quien al asumir el poder aseguró que su gobierno estaba decidido a combatir la corrupción.

En esta sintonía, los microblogs se han convertido en un espacio efectivo y eficiente para mostrar y castigar la corrupción. Mientras que en 2010 se registraron 78 casos expuestos en los microblogs, en 2012  fueron 105.

No sólo la denuncia, también la respuesta de las autoridades para investigar los casos se incrementó. En 2011 se iniciaron investigaciones dentro de las 24 horas de publicarse la información en los microblogs, lo que ocurrió en 29% de los casos. Para 2012 la reacción de las autoridades se duplicó, abriendo investigaciones en 36% de los casos, según las cifras la investigación de la Universidad Jiao Tong de Shanghai.[xvii]

El estudio indica que los microblogs son el espacio preferido para revelar los casos de corrupción, pero son los medios tradicionales los que realizan la cobertura con reacciones y entrevistas de los implicados, ya que más del 60% de la información de seguimiento fue publicada en estos espacios.

Pero hasta el cielo tiene un límite y el periodismo en las redes sociales encontró el suyo.

Dado el efecto explosivo que han tenido las denuncias de corrupción en la red, también se ha convertido en una arma de venganzas entre oficiales o bien para extorsionar a funcionarios corruptos, más que para llevarlos ante la justicia, como se pretendió con los videos sexuales de Chongqing.

En una entrevista para el Global Times, Zhu Ruifeng señaló que el 95% de los casos expuestos de corrupción se basan en información filtrada por fuentes internas, pero también reconoció que algunos buscan obtener dinero por lo que publican información para chantajear. Y como los oficiales están dispuestos a pagar para que no se devele su corruptela, esto ha generado un mercado de extorsiones y rumores en la red.

En 2008, la provincia de Hebei se detectaron a 82 “periodistas falsos” que defraudaron a funcionarios del gobierno con un monto total de 11 millones de yuanes.

Pero a decir de los críticos, el combate a los rumores ha sido el argumento perfecto que el gobierno chino encontró para controlar a los periodistas ciudadanos y sus reportes, mediante nuevas leyes.

Nuevos periodistas, nuevas censuras

Yang Hui, un adolescente de 16 años de la provincia de Gansu, se convirtió involuntariamente en un héroe en la batalla por la libertad de expresión. La policía de Zhangjiachuan lo arrestó al salir de su escuela, acusado del cargo criminal de “provocar problemas”. Su delito fue publicar en su cuenta de weibo sus dudas sobre la investigación de la policía local en un caso en el que un hombre fue encontrado muerto en un karaoke.

La policía concluyó que fue suicidio, pero Yang sugería que la persona había sido asesinada y los familiares de ésta fueron detenidos para ocultar la verdad, porque el negocio pertenecía a Su Jian, un oficial de la Corte.

La corte desmintió que Jian fuera su empleado, pero reconoció que el karaoke pertenece a la esposa de otro oficial.

Por su parte, la policía aseguró que el post de Yang provocó que cientos de personas protestaran, causando el desorden público.

El adolescente se convirtió en el primer acusado del país en esparcir rumores en Internet, a partir de que la Suprema Corte del Pueblo de China promulgó una ley que sanciona a quienes publiquen difamaciones o información falsa en la red, la cual sea compartida hasta 500 veces y reciba 5 mil visitas.  El delito se sanciona hasta con tres años de cárcel.

Tras ser encarcelado, el adolescente recibió el apoyo justamente en las redes sociales. Los internautas comenzaron a publicar fotografías de las instalaciones de la policía de Zhangjiachuan, que muestran un gran lujo en uno de los condados más pobres de China. Al tiempo,  dos abogados activistas viajaron a la provincia para pedir la liberación del adolescente y recabaron la firma de 40 abogados para reclamar su liberación.

Tras una semana de detención y ante las presiones en la red, Yang fue liberado, lo primero que hizo al salir fue publicar una foto en su weibo haciendo la V de la victoria y vistiendo un jersey con la leyenda “Make the change”.

Yang Hui fue el primer detenido por esparcir rumores en la red, bajo la nueva ley. La presión de abogados e internautas ayudó a su liberación.

Yang Hui fue el primer detenido por esparcir rumores en la red, bajo la nueva ley. La presión de abogados e internautas ayudó a su liberación. /Foto publicada por Yang Hui en su weibo.

Su liberación fue celebrada por los internautas como una victoria en la batalla por la libertad de expresión.

Antes de la promulgación de la ley, la ofensiva del gobierno contra los rumores llevó a prisión a algunos periodistas y celebridades de weibo como a Xue Manzi, un inversor chino-estadounidense, quien suma 12 millones de seguidores en su microblog.

Las celebridades en weibo son aquellos usuarios que tienen una cuenta verificada que se distingue con una «V», lo que da un estatus de confianza a los internautas de que la identidad de la persona es real. Existen 19 mil cuentas verificadas cuyos seguidores exceden los 100 mil, por cada cuenta. De este número, 3 mil 300 usuarios tienen al menos un millón de seguidores cada uno, según estadísticas de Sinaweibo. Es por ello que las celebridades de weibo se convierten en líderes de opinión, y cada post que publican puede ser compartido y visto miles de veces o millones, ya que en la red compartir contenidos puede duplicar, triplicar el alcance de quienes ven las publicaciones.

Xue Manzi fue detenido por contratar prostitutas, lo que es un delito en China como se mencionó. Las autoridades han negado que su detención se deba a su condición de líder de opinión en la red, lo cierto es que su caso fue usado para enviar un mensaje a las celebridades de weibo para que piensen dos veces antes de publicar o compatir  información sensible.

Xue había sumado seguidores en la red gracias a sus posts denunciando el tráfico de niños, por comentar temas sobre problemáticas públicas así como algunos casos de corrupción. Tras su detención, apareció en una entrevista para CCTV, la televisora estatal, donde confesó que había sido irresponsable al publicar información no verificada.

Las especulaciones entre quienes siguen de cerca la política china sugieren que las autoridades lo presionaron para mostrarse ante las cámaras y servir como chivo expiatorio para controlar tanto a los que publican como a los que difunden contenidos que puedan generar descontento social. Y no es poca cosa.

Si hay algo que molesta a las autoridades es el desorden público. Para gobernar a mil 300 millones de personas el gobierno aplica mano dura, aunque a veces la pone suave.

En 2010 se registraron 180 mil manifestaciones en todo el país, lo que equivale a un promedio de 500 diarias, cuatro veces más que lo registrado en la década anterior, según afirma el sociólogo Sun Liping, de la Universidad de Tsinghua, uno de los investigadores más respetados del país.

En este contexto, la campaña contra los rumores es parte de una acción de más amplio alcance por parte del gobierno para controlar el flujo de información que no pasa por sus filtros.

En el discurso oficial, el régimen comunista está dispuesto en combatir la corrupción pero bajo sus términos. La exposición mediática del juicio a Bo Xilai, quien fuera el poderoso secretario del partido comunista en Chongqing, condenado a cadena perpetua por corrupción y abuso de poder, es la muestra más clara.

Por ello, a la vez que el gobierno emprende una ofensiva en la red, por otro lado el órgano anticorrupción del Partido Comunista lanza un sitio web para que los internautas denuncien a los funcionarios. Según las cifras oficiales, hasta el momento han recibido más de 700 denuncias en línea.

En estos planes del combate a la corrupción los periodistas ciudadanos no están invitados.

Existe un proverbio chino que dice: “matar a la gallina para espantar a los monos”. Aunque parece que hay monos curados de espanto.

Periodistas como Yin Yusheng,  y como muchos otros que no reciben tantos reflectores, han aprendido a sortear la censura, arriesgando su propia integridad e incluso la de su familia.

Es el precio a pagar por revolucionar las formas de hacer periodismo en China.


[i] Según el registro publicado por el Centro de Información de Internet de China, el país asiático tiene el mayor mercado de la prensa en el mundo, con 1.937 periódicos e imprimió 43900 millones de copias en 2009. La Asociación Mundial de Periódicos y Editores también ubica a China como el mayor productor de diarios con 33% del total global.

[ii] La traducción indirecta en español se basa en la versión en inglés traducida del chino por el Diario Global Times.

[iii] WINES, MICHAEL (2010). “China’s Censors Misfire in Abuse-of-Power Case”, The New York Times  17 de noviembre. Consultado en  http://www.nytimes.com/2010/11/18/world/asia/18li.html

[iv] Wen, Ya (2013) “Journalista for hire”, Global Times, 18 de septiembre.

[v] Chen, George (2013) “EXCLUSIVE: China to lift ban on Facebook – but only within Shanghai free-trade zone” en South China Morning Post, 24 septiembre, consultado en http://www.scmp.com/news/china/article/1316598/exclusive-china-lift-ban-facebook-only-within-shanghai-free-trade-zone

[vi] Global Times (2013). “Firewall not the issue as trade opens.” 25 de septiembre. Traducción del autor.

[vii] Noticias sobre estos temas aparecen de forma frecuente en los órganos informativos oficiales del régimen comunista tales como el Diario del Pueblo, la Agencia estatal Xinhua, el diario Global Times y la versión internacional del China Daily.

[viii] Bandurski, David y Hala, Martin (2010) “Investigative Journalism in China: Eight Cases in Chinese Watchdog Journalism”. Hong Kong Press University.

[ix] Liu Xiabo fue detenido el 8 de diciembre de 2008 después de que firmara la ‘Carta 08’, junto a otros 302 intelectuales chinos, la cual fue publicada en Internet, en la que pedía reformas legales para tener democracia y protección de las libertades fundamentales en China. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 2010.

[x] Hooke Paolo (2012) “Why Newspaper Market are growing in China and India, while they decline in the US an UK” Volume 12, Number 1, 2012. Disponible en http://ejournalist.com.au/ejournalist_v12n1.php

[xi] Zhou Ping, (2013) “Running out of print”, Global Times, 3 de septiembre. Consultado en http://www.globaltimes.cn/content/808331.shtml

[xii] Según cifras del Centro de Información de la Red de Internet de China (CNNIC, siglas en inglés).

[xiii] Según las previsiones del Reporte Anual del Desarrollo de los Nuevos Medios en China 2013, publicado por la Academia de Ciencias Sociales de China.

[xiv] Press Freedom Index  2013 de Reporteros Sin Fronteras se puede consultar en http://en.rsf.org/press-freedom-index-2013,1054.html

[xv] Diario del Pueblo (2013) “China tomará medidas contra los periodistas sin licencia”,  4 de enero, consultado en http://spanish.peopledaily.com.cn/31614/8077976.html

[xvi] Pang, Jiaoming (2013) “A Scandal Involving Chongqing Officials Was a Web of Sex, Lies and Video”, 9 de Junio. Caixin. http://english.caixin.com/2013-09-06/100579236.html?p1

[xvii] Chen, Lu (2013) “Corruption finds foe in microblogs”, 19 de agosto. Global Times.

5 aplicaciones para periodistas

  • Los smartphones se han convertido en poco tiempo en el aliado perfecto de reporteros.
  • Los editores de foto, video y audio son los más utilizados.
    Foto: "Multimedia" por  hugoespinozas @ Flickr

    Foto: «Multimedia» por hugoespinozas @ Flickr

Por Elthon García

Aunque dependerá del tipo de medio para el que trabajemos y las características y formato de la crónica o el reportaje que estemos elaborando, he seleccionado 5 apps que pueden facilitarnos nuestro quehacer periodístico.

 

iPadio

Es una aplicación que a pesar de no ser nueva, ha comenzado a popularizarse entre los periodistas este último año. Sirve tanto para grabar, editar y subir audio y vídeo como para grabar llamadas en el iPhone. En su blog, han publicado un tutorial en el que te detallan qué pasos seguir para grabar conversaciones telefónicas que después se puedan emitir. Una de sus ventajas, que es gratuita. También te ofrece la posibilidad de emitir en streaming. Disponible para iPhone como para Android.

 

Youtube Capture

No lleva demasiado tiempo en el mercado y también permite grabar, editar y subir el material que hayamos seleccionado tanto a Youtube, Google+ como a Facebook y Twitter. Su mayor ventaja es la rapidez con la que sube los vídeos a Youtube. Su última actualización soporta contenido en resolución Full HD. Es una de las que últimamente recomiendan más los periodistas móviles.

 

1st video

Es la preferida de muchos reporteros multimedia. Permite editar foto y vídeo en HD. Una de las ventajas es que tiene dos pistas para vídeo y dos para audio, lo que nos permite montar piezas muy profesionales. Una vez hecha la edición, lo podemos compartir a través de Youtube, enviarlo a nuestro carrete o enviarlo a nuestro ordenador. La app está en inglés, cuesta 9,99 dólares y recomiendan ponerse en contacto con su departamento de ventas si queremos personalizar la edición de alguna manera.

 

Voddio

Está diseñada por VeriCorder -1st video-, una firma especializada en herramientas para el nuevo periodista. Esta app integra la posibilidad de grabar y editar vídeo y audio con formato profesional, transferirlo al Content Management System, en su caso el Voddio Management Console, para después para poder publicarlo a través del Voddio Network System.

 

iFTP Pro

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Venta del Washington Post: Fin de un ciclo

  • Un repaso histórico por la evolución del diario y sus grandes hitos.
  • ¿Podrá Jeff Bezos continuar con el legado de una cabecera tan importante?
  • «El Post terminó su ciclo pero el periodismo seguirá su sinuosa marcha, en medio de contradicciones, insuficiencias y sobre todo metido en las contradicciones de un modelo informativo de crítica al poder pero metido en los conflictos de empresa».
Foto: "The Washington Post" por Esther Vargas @ Flickr

Foto: «The Washington Post» por Esther Vargas @ Flickr


Por Carlos Ramírez

I

La venta del periódico The Washington Post por apenas 250 millones de dólares el 5 de agosto de 2013 y el anuncio oficial de un cambio de cabezal implicó el fin de un ciclo histórico del periodismo en los Estados Unidos: el de la prensa como servicio social que comenzó en 1965 con las protestas contra la guerra de Vietnam y los reportajes contra las mentiras del gobierno, y anunció en los hechos la necesidad de los grandes medios de comunicación de darle prioridad a aspecto financiero y empresarial. La decisión de la familia Meyer-Graham-Weymouth, propietaria del diario desde 1933, se basó en la caída de la publicidad, la disminución de la circulación y la competencia de internet, aunque asociado a dos de los temas que tendrá que discutirse con mayor intensidad si es que los medios escritos quieren sobrevivir: la definición de una política editorial en función de los intereses estratégicos y de seguridad nacional de los Estados Unidos y la inclinación conservadora de la sociedad estadunidense.

El tema editorial fue, en los últimos años, uno de los más delicados al interior del periódico. De hecho, la crisis estalló en 2008, justo con el arribo de Katharine Weymouth –nieta de Katharine Graham— a los cargos mayores del periódico: la crítica de lectores a la línea editorial “demasiado liberal” del periódico, a pesar del apoyo de la familia Graham al Partido Republicano. Inclusive, la ombudsman del lector del diario, Deborah Howell, había aireado el asunto en sus textos de respuesta a la crítica de los lectores y había señalado que el tono de reclamación de algunos lectores había sido acompañado con la cancelación de suscripciones. El rechazo de lectores llegó asociado a la baja en la publicidad y una drástica disminución en la circulación. El periódico quedó sorprendido por las críticas de los lectores conservadores y la cancelación de suscripciones y hasta su venta no pudo procesar ese hecho social.

Este hecho fue inédito y encendió las luces de alarma del diario pero no consiguió respuestas; las justificaciones de funcionarios del Post se dedicaron sólo a establecer las razones de la libertad de opinión, la búsqueda de un equilibrio entre conservadores y liberales y la necesidad de la pluralidad. Pero la sociedad norteamericana del 2008 había cambiado: los jóvenes rebeldes y movilizados de 1968 tenían ya sesenta años, habían abandonado sus rebeliones y luchaban por la vida en el duro y competitivo sistema de empleos. La reacción de rebeldía a los comportamientos de Richard Nixon se había neutralizado, luego de Vietnam se eliminó el modelo de llamado obligatorio a filas, la crisis de los rehenes en Irán en 1979 volvió a unir a los estadunidenses ante el enemigo externo, Reagan reactivó la economía y llevó a la Unión Soviética al desmoronamiento imperial y al fin de la guerra fría, Bush Sr. fijó el tema Irak en la agenda militar y geoestratégica, Clinton exhibió con Mónica Lewinsky la comodidad y la voluptuosidad del auge aunque fuera en empleos temporales, y Bush Jr. convirtió el ataque terrorista del 11 de septiembre en el factor miedo para la unidad interna.

Por tanto, el conflicto ideológico en torno a las opiniones publicadas en el Post pudo haberse considerado como lógico. Sin embargo, Donald Graham y Katharine Weymouth –hijo y nieta de Katharine Graman, respectivamente– carecieron de capacidad de entendimiento sociológico y político de la protesta de los lectores. La baja de circulación tuvo ciertamente que ver con las crisis económicas en el largo periodo 1980-2008, pero también con la mala comprensión que tenía el diario respecto a los lectores. Washington había dejado de ser liberal y paulatinamente, sin protestas sociales, se fue corriendo a la derecha. La ombudsman del lector del diario, Deborah Howell reveló en noviembre del 2008 que sólo en cuatro semanas se habían cancelado casi mil suscripciones por razones de quejas con la política editorial liberal.

El problema exigía un enfoque novedoso y decisiones igualmente inéditas. La concepción del periodismo mixto –liberales y conservadores– ha necesitado de un lector plural, uno con la capacidad de entendimiento del otro. Pero los lectores estadunidenses han estado siempre lejos de la tipología ideal debido a las razones mismas del enfoque geopolítico y de seguridad nacional del Estado norteamericano: ver enemigos debajo de cada piedra. Vista a la distancia, la confrontación de cierta prensa liberal contra Nixon no fue ideológica –a la larga resultó más reaccionaria la política de Reagan– sino reactiva a las agresiones de Nixon a la prensa, al autoritarismo en sus decisiones y la intolerancia del carácter del presidente. El Post, por ejemplo, era un periódico conservador moderado y se confrontó a Nixon por la perversión del poder y por la arrogancia en desdeñar los hechos que comenzaron a revelar los primeros indicios del asalto a las oficinas del Partido Demócrata en el complejo inmobiliario de Watergate. Los editorialistas del Post nunca pusieron el enfoque ideológico por encima del análisis de los hechos: la investigación de Bob Woodward y Carl Bernstein se redujo sólo a la revelación de los secretos del grupo clandestino de la Casa Blanca para desprestigiar y atacar a adversarios y a probar con informaciones lo que los funcionarios negaban, no contra la línea conservadora del grupo gobernante y el Partido Republicano.

La inclinación conservadora de la sociedad washingtoniana –en el Distrito de Columbia donde se asientan los poderes federales y la élite del establishment político dominante– tuvo un indicio en 1982, ya consolidado Ronald Reagan en el poder: la creación en la capital federal de un diario conservador, marcado por el objetivo de la seguridad nacional en términos de la guerra fría: el The Washington Times pertenece a la Iglesia de la Unificación del reverendo Moon, un ultraconservador que está a la espera de la segunda llegada de Jesucristo a la Tierra. Bien diseñado, con colaboradores inteligentes y un lanzamiento sólido, el periódico se colocó inmediatamente en el espacio ideológico conservador de Washington y obligó al Washington Post a correrse paulatinamente a la derecha, sobre todo en materia de cobertura de la política exterior, dejando el espacio de crítica liberal al The New York Times. Sólo hasta el 2007 se fundó el periódico Político un poco cargado al liberalismo.

Al final, atrapado entre su historia de periodismo como servicio social y su estructura empresarial determinada por el mercado, el Post se quedó sin un perfil definido, liberal en algunas páginas y contenidos, conservador en opinión editorial, sin lograr el equilibrio ideológico ante una existente sociedad conservadora y con lectores exigiendo información crítica. Luego del activismo antibélico del largo periodo 1963-1975, con enfrentamientos callejeros y gobiernos sordos a las demandas de la sociedad, el tiempo político posterior a Vietnam fue conservador, pendular, diría el sociólogo Arthur Schlesinger Jr. En el ciclo 1980-2008 el conservadurismo se fortaleció en Washington y en la sociedad y el proceso se hizo más profundo después del desmoronamiento de la Unión Soviética en 1989, el envío de tropas a Irak para sacarlo de Kuwait en agosto de 1990 y los ataques terroristas del 2001 por parte de Al Qaeda y Osama bin Laden.

El papel activo del TWP en el periodismo de los Estados Unidos de los setenta se definió, a los ojos del lector, en función de dos confrontaciones con el gobierno del presidente Richard Nixon (1969-1974): la difusión en junio de 1971 de los Papeles del Pentágono sobre la guerra de Vietnam y la investigación periodística del escándalo Watergate (1972-1974). En la primera mitad de los setenta, derivado además de las protestas estudiantiles contra la guerra de Vietnam y las revelaciones del activismo ilegal de Washington en el derrocamiento de gobiernos extranjeros vía la CIA, el periodismo estadunidense pasó de la objetividad de los hechos a la investigación de los contextos.

El dato más revelador de ese periodo radicó en la capacidad de la prensa de ofrecer la credibilidad en informaciones basadas en fuentes no mencionadas aunque sí conocidas por los editores, como fue el caso de Garganta Profunda en los reportajes de Bob Woodward y Carl Bernstein en la investigación de Watergate; el arresto de cinco personas que estaban tratando de poner micrófonos en el cuartel general del Partido Demócrata en Washington derivó en una indagación que involucró a la Casa Blanca en labores clandestinas contra opositores. Paradójicamente, el fin de ese ciclo del TWP se dio precisamente en la coyuntura del 2013 en la que el gobierno de los EU decidió penalizar la difusión de seguridad nacional: varios periodistas han tenido que revelar fuentes ante la amenaza de cárcel y la periodista Judith Miller, del The New York Times, fue encarcelada en el 2005 por negarse a identificar a un informante. Con las normas usadas hoy en los EU, la indagación de Woodward y Bernstein hubiera sido imposible. Al comienzo de 2013 la Casa Blanca amenazó a Woodward por acusar al gobierno de manipular el debate sobre la discusión presupuestal como una forma renovada de intimidar a los críticos.

El tránsito de la prensa objetiva a la prensa de investigación ocurrió, como lo documentó el columnista Tom Wicker en su libro De la prensa, en la coyuntura de las guerras expansionistas de los EU: en Vietnam, los corresponsales extranjeros comenzaron a poner en duda el contenido de los boletines del Departamento de Defensa sobre batallas presuntamente ganadas y salieron a verificar los datos encontrándose con la sorpresa del engaño oficial; y en Washington los reporteros decidieron indagar el trasfondo de la guerra, lo que llevó al caso de los Papeles del Pentágono, el informe secreto en 47 volúmenes de la guerra en Vietnam, elaborado por el investigador Daniel Ellsberg para la Rand Corporation y difundidos primero por el The New York Times y luego por el The Washington Post, aunque éste acudió a la Corte Suprema de Justicia y ganó la libertad de expresión. Y Watergate fue asumido como una guerra expansionista interior en los EU.

Ese camino de profesionalización, autonomía e investigación de la prensa estadunidense no estuvo exento de problemas. En 1961, por ejemplo, el The New York Times tuvo en sus manos una nota del corresponsal Tad Szluc que revelaba la inminencia de una invasión de rebeldes anticastristas a Cuba, con la CIA como la parte actora, pero el presidente Kennedy llamó telefónicamente al director y propietario del NYT, Orvil Dreyfus, para pedirle el favor de diluir la denuncia porque estaban en riesgo vidas humanas, aunque en el fondo el temor de la Casa Blanca era alertar a Fidel Castro de la invasión. El diario aceptó los argumentos de Kennedy, le bajó tono a la nota y cargó con esa cesión de independencia, aunque en el fondo se trató de una compartición de intereses políticos e ideológicos; más tarde, ante el fracaso, el propio Kennedy confesó que se habría salvado de ese error si el NYT hubiera publicado la nota.

La crítica hacia los setenta tenía características especiales: operaba más sobre la opinión que sobre la revelación, las columnas y espacios editoriales eran como púlpitos, el principal analista, James Restos, del The New York Times, apoyaba sus comentarios desde una lógica calvinista, de pureza. Se podía criticar pero para ello los editores exigían estándares muy altos, además de que los articulistas mantenían buenas relaciones con el poder: no era una crítica para la alternancia sino para el mejoramiento de la calidad democrática, era la argumentación. Además, los espacios estaban bien definidos: las noticias no se aderezaban con comentarios, la acumulación de datos para ayudar a explicar los sucesos también debía de ser fría y sólo en las páginas de opinión se aceptaban los puntos de vista y las críticas. El periodismo de opinión venía del venero de Walter Lippmann, retirado a finales de los sesenta. Intelectual con sólida formación cultural, su estilo de reflexión era mesurado, con un cuidadoso manejo del lenguaje para aderezar las críticas, eludía la confrontación, su marco de referencia era la democracia, rechazaba la imposición imperial y trataba de escribir para ayudar a la gente a profundizar su reflexión. Si bien criticaba, de hecho formaba parte del establishment político. Su sucesor habría sido James Reston, del TNYT, también cuidadoso con la crítica y con objetivos de consolidar la influencia estadunidense.

Había, también, los periodistas críticos, radicales, sin complacencias. El columnista Jack Anderson, cuyo texto diario se publicaba en la sección de comics del The Washington Post y periodista formado como asistente del legendario columnista Drew Pearson, inició el periodo del periodismo de revelación de secretos del poder, normalmente los que mostraban los excesos imperiales de la Casa Blanca. En 1972 Anderson reveló que la empresa International Telephone and Telegraph había financiado a la oposición derechista chilena para conspirar contra la candidatura del socialista Salvador Allende en Chile, que finalmente ganó la presidencia pero fue derrocado violentamente en septiembre de 1973 con un golpe militar de Estado impulsado por la Casa Blanca y el secretario de Estado, Henry Kissinger, en particular. Anderson había inaugurado el columnismo de investigación y revelación de documentos secretos del poder.

El papel activo de la prensa estadunidense en la investigación de hechos de la realidad, más allá de la difusión pasiva, se convirtió en un dolor de cabeza para los gobernantes. Sin preocuparse por el ingreso publicitario pero cuidándose de alguna militancia ideológica, la prensa estadunidense abrió sus páginas a denuncias que tenían que ver con la seguridad de la nación, entre ellas el papel de la CIA en el derrocamiento de gobernantes. Anderson en el TWP y varios reporteros del TNYT abrieron la caja de pandora de las agencias de seguridad nacional. En este proceso, la prensa pasó de ser aliada pasiva del sistema a un punto de confrontación sistémica aunque sin llegar a la ruptura.

La evolución de las políticas editoriales de la prensa estadunidense se dio en medio de una crisis de credibilidad. Si bien los grandes periódicos pertenecían a grupos empresariales, familiares o corporativos, la estabilidad económica permitía la separación de los intereses publicitarios y económicos de las líneas editoriales. Sin embargo, la durísima crisis económica de comienzos del siglo XX comenzó a reventar a las empresas y, acicateados por la sobrevivencia, los periódicos condicionaron las páginas de información y opinión a los compromisos comerciales. Asimismo, los términos del ejercicio de la crítica aumentaron a finales de los sesenta y la primera mitad de los setenta por el clima de inestabilidad social que generaron las protestas contra la guerra de Vietnam en el periodo 1963-1975, además del clima de ruptura generacional que promovió la generación hippie, el consumo de LSD y marihuana, y el aumento de los divorcios. Los medios quedaron en medio de una desarticulación social casi completa.

Asimismo, los medios de comunicación enfrentaron la modernización de la información: la masificación de la sociedad por la televisión, el internet, la velocidad de las noticias y sobre todo los costos de impresión fueron reventando poco a poco a las grandes corporaciones periodísticas de periódicos y revistas, aunque con el dato singular de que las propias empresas se negaron a modernizarse antes de la llegada de la crisis. El TNYT y el TWP, por ejemplo, se resistieron a la nueva dinámica de la comunicación, se quedaron como diarios tradicionales, con estilos informativos de antes de internet y con reporteros ajenos a la dinámica cibernética de las noticias. Sin embargo, la reorganización de la sociedad le comenzó a dar mayor atención a las noticias por televisión y radio. Hacia finales del siglo XX, el columnista David Broder hizo un experimento: dejó de leer noticias en los medios escritos e inclusive en la radio y la TV y mantuvo su alto nivel de información sólo por la vía de los contactos sociales. La dinámica de la información dejaba las noticias impresas con atrasos hasta de doce horas por el proceso de impresión. Y ante el dinamismo de las imágenes, los textos largos fueron abandonados por los lectores.

La crisis de anunciantes, la declinación de lectores y los problemas en las organizaciones empresariales familiares han sido problemas constantes en los medios de comunicación escritos desde finales del siglo XX, pero pocos enfrentaron el desafío de la reorganización. El shock de la crisis se hizo a partir del dilema: prensa impresa o internet, cuando el desafío era la integración de plataformas interrelacionadas. Los periódicos escritos decidieron no cambiar formatos, contenidos y despliegues de páginas, pero los dueños no atendieron la parte principal del problema: la reorganización de los lectores. La guerra de Vietnam y la oposición interna al reclutamiento de jóvenes sacó a los lectores del conformismo y la prensa pasó a la información dinámica. Pero paulatinamente los medios ajustaron sus reacciones a participar del establishment corporativo, con las exigencias como empresas, la necesidad de aportar dividendos a los accionistas y los vaivenes del mercado bursátil donde comenzaron a cotizar.

El punto de ruptura social fue la guerra de Vietnam, sobre todo por el mecanismo de reclutamiento obligatorio: Kennedy había dejado 60 mil soldados en la guerra y Johnson y Nixon llevaron la intervención  alrededor de tres millones de militares, con un saldo final de casi 55 mil muertos cuyos nombres se localizan en un jardín entre el Lincoln memorial y el Obelisco, casi frente a la Casa Blanca. A lo largo de la segunda mitad de los sesenta, las manifestaciones pacíficas y violentas contra la guerra de Vietnam sacudieron la conciencia de los estadunidenses, y más cuando se cruzaron con las movilizaciones por los derechos civiles de los negros –hoy afroamericanos– bajo el liderazgo de Martin Luther King. Esas luchas no llevaron a enfrentamientos y más de doce mil detenidos en esos años, sino que enmarcaron los asesinatos de King en abril de 1968 en Memphis y del precandidato demócrata Robert Kennedy en California en junio también de 1968.

Jóvenes, estudiantes, padres de familia y ex combatientes –algunos de ellos condecorados– engrosaron las filas de las protestas civiles. En 1967 ocurrió una de las más simbólicas y recordadas: los miles de jóvenes que se dieron cita en los terrenos del Pentágono, el Departamento de Defensa, para quemar las tarjetas de llamados a filas, teniendo entre los invitados al entonces escritor radical Norman Mailer –cuya novela bélica Los desnudos y los muertos lo había proyectado en la cumbre de la literatura–; la historia de esa protesta se inmortalizó en el texto Los ejércitos de la noche, una muestra del periodismo narrativo y crítico. Y en 1968 las manifestaciones antibélicas llegaron hasta Chicago donde se celebraba la convención demócrata para escoger al candidato presidencial, hecho también destacado por Mailer en El sitio de Chicago. Lo paradójico de las elecciones presidenciales de 1968 fue que Nixon derrotó al candidato demócrata, el vicepresidente Hubert Humphrey, porque enarboló el discurso de restauración del orden público. Como presidente, Nixon aumentó la presencia militar de los EU en Vietnam. La polarización política se profundizó en una polarización social con indicios de enfilarse hacia una guerra civil.

Vietnam azuzó a la sociedad estadunidense y creó un ambiente de rebelión social que impactó en el mundo intelectual. Los medios de comunicación escritos se abrieron a esas demandas, aunque con las restricciones de las reglas tradicionales de la información; pero en Vietnam, en la zona de guerra, los corresponsales reprodujeron el ambiente antibélico con reportes sobre las mentiras oficiales: la guerra, en realidad, se iba perdiendo. El primer indicio ocurrió cuando los soldados enviaban a sus familiares, desde los campos de batalla, cartas contando la verdadera historia del conflicto y datos de derrotas sucesivas; algunos padres de familia inundaron las redacciones de los periódicos de cartas exigiendo una mejor calidad y profundidad en la información. El reporte de Seymour Hersh, en marzo de 1968, sobre la matanza de civiles en la aldea de My Lai fue el primer ejemplo del periodismo de investigación, una historia menos teatral que la contada por Woodward y Bernstein en Todos los hombres del Presidente persiguiendo la confirmación de datos sobre Watergate. En su libro sobre My Lai, que está a la espera de una película, de intriga y misterio y de indagación periodística, Hersh contó cómo se encontró con el primer dato de May Lai, cómo tuvo que hacer decenas de entrevistas para ir armando el cuerpo de la información y cómo el periodismo puso acento en uno de los temas más sensibles de la guerra: el abuso de la fuerza por los estadunidenses. El teniente Calley fue acusado del incidente y condenado, pero Nixon conmutó la cárcel por arresto domiciliario en un departamento del fuerte Benning, lugar famoso por entrenar a los boinas verdes, los Rambos de Vietnam. El caso de My Lai no profundizó uno de los temas que luego sería clave en las protestas juveniles: la objeción de conciencia, cuando una persona se niega a servir en el ejército por tener una conciencia pacifista; en 1966, el campeón de boxeo Cassius Clay recibió su tarjeta de reclutamiento obligatorio, se negó a cumplirla por objeción de conciencia, fue encarcelado, se convirtió al islamismo pacifista y cambió su nombre por Mohamed Alí, permaneció poco tiempo en la cárcel, le prohibieron pelear por tres años y perdió su empuje deportivo.

Vietnam había quebrado a la sociedad y había mostrado el lado oscuro del american way of life. La paz en Vietnam se firmó en parís en 1973, pero Vietnam del Norte siguió su guerra hasta aplastar a Vietnam del Sur y provocar en abril de 1975 una estampida de vietnamitas y estadunidenses que literalmente se colgaron de los helicópteros en el techo de la embajada para huir del país.

Después de Vietnam, los Papeles del Pentágono, Watergate y las revelaciones de las andanzas de la CIA derrocando gobiernos, el lector estadunidense regresó a la pasividad cuando como sociedad ya no fue molestada directamente por el poder; inclusive, en plena investigación periodística de Watergate, la atención social era mínima. Luego de Nixon y la breve estancia de Carter, los ocho años de Reagan llevaron a la sociedad estadunidense al confort y los ocho años de Clinton profundizaron la pasividad; inclusive, el escándalo Lewinsky formó parte de la picaresca del poder y no tuvo mucho efecto político en las masas. El conservadurismo de George W. Bush encontró una sociedad ya mediatizada, dominada por el síndrome del 9/11: un ataque externo contra el american way of life, el modo de vida estadunidense, no parte de la lucha territorial por el petróleo.

La prensa estadunidense también regresó las aguas a su nivel: la crítica se diluyó. Los libros de Woodward sobre las guerras de Bush, por ejemplo, dejaron de ser revelaciones y confrontaciones, y se contentaron con las descripciones internas de las élites políticas, demostrando con ello que Watergate no había sido una insurrección antisistémica sino sólo una investigación azuzada –como se supo después– por el entonces subdirector de la CIA, Mark Felt. El abuso del poder por parte de Reagan por vender armas a Irán para financiar a los contrarrevolucionarios de Nicaragua, la invasión a Panamá por Bush Sr., los descuidos de Clinton en el Medio Oriente al permitir el fortalecimiento de Al Qaeda, las mentiras de Bush Jr. sobre las –inexistentes– armas de destrucción masiva que justificaron la invasión a Irak y los endurecimientos de Barack Obama al perseguir medios para evitar filtraciones, el castigo a periodistas que revelan secretos y el escándalo por el espionaje masivo nacional e internacional encontraron a una prensa escrita desorientada, agotada y ya sin el espíritu de Watergate o y sin espíritu de denuncia de Vietnam, y sí muy preocupada por su viabilidad empresarial. El contrapunto Chile-Irak pasó de noche en las redacciones de los medios escritos.

Los medios escritos en los EU regresaron a su pasando anterior al ciclo crítico 1963-1980: de los tres objetivos señalados por Ernest C. Hynds –informar, influenciar y divertir–, el segundo entró en una declinación a partir de la llegada de Reagan y por el clima de agresión contra los EU por la comunidad islámica radical y vinculada al terrorismo. Los medios abandonaron la confrontación con el poder y dejaron de ser el contrapeso a los abusos del poder político y empresarial. Paulatinamente la prensa escrita regresó a su espacio de difusión objetiva de la realidad, dejando la investigación para casos menores. Los escándalos por periodistas que inventaron notas a finales del siglo XX sacudieron a medios prestigiados como The New Republic (Stephen Glass), el The Washington Post (Janet Cooke y recientemente con Fareed Zakaria) y el The New York Times (Jayson Blair y Judith Miller), entre muchos otros casos menores y lo llevaron a aumentar los controles de veracidad que desmotivaron a los periodistas y subieron los estándares para la denuncia.

El debate sobre el papel de la prensa en denuncias contra el poder se reabrió ligeramente en el 2005 con la revelación del ex director adjunto del FBI en los setenta, Mark Felt, era el famoso garganta profunda de la investigación Watergate del The Washington Post porque dejó la posibilidad de que esa indagación pudo no haber sido del todo periodística y noticiosa, sino parte de un operativo de manipulación burocrática por un grupo del FBI en contra del presidente Nixon. El dato mayor que ha sido soslayado es el que exhibe a Bob Woodward como un experto en inteligencia por su participación en esa área exclusiva durante su servicio militar, llevando informes secretos de la Marina a la oficina del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, en una de cuyas antesalas, por cierto, conoció a Felt y se hizo su amigo.

 

 

II

El 7 de agosto de 1981, treinta y dos años antes del anuncio de la venta de The Washington Post, el periódico Washington Star cerró sus puertas, luego de padecer una severa crisis económica; había sido un digno rival a lo largo de más de un siglo: el Star se fundó en 1852 y el Post en 1877. En el tercer cuarto del Siglo XX, los dos diarios disputaban a los lectores de la capital federal. Pero agobiado por las deudas y malos manejos, el Star se vio obligado a terminar su ciclo. Con preocupación y sinceridad, el Post le dedicó un sentido editorial: “su pérdida ha provocado tristeza, nostalgia, ira y preocupación, y la gente del Post ha compartido esos sentimientos”. En privado, un editor del Post le comentó a Katharine Graham, la dueña del TWP: “era un día triste para Washington y para la prensa”.

Esta última frase pudo ser el epitafio del The Washington Post el mediodía del lunes 5 de agosto del 2013 cuando el diario anunció la venta del periódico al dueño de la poderosa empresa Amazon, Jeff Bezos: fue un “día triste para Washington y para la prensa”. El Post había sido propiedad de la familia Graham exactamente 80 años, desde 1933 cuando Eugene Meyer, padre de Katharine Graham y bisabuelo de Katharine Weymouth, lo había comprado por poco más de 800 mil dólares en una subasta; en 1947, Meyer se retiró del periódico para atender su profesión de financiero y ascendió a su yerno Phil Graham, esposo de su hija Katharine, a la dirección; a lo largo de ochenta años el periódico como empresa familiar fue dirigido por la familia: Eugene, Phil, Katharine, Donald y Weymouth, pasando por etapas humanas muy duras como el suicidio de Phil por enfermedad mental, los tropiezos empresariales en los setenta y la competencia cibernética en los primeros años del siglo XXI.

La historia empresarial y periodística de The Washington Post estuvo plagada de altibajos, con más problemas que estabilidades; el problema siempre fue reconocido por su familia: la falta de experiencia y audacia empresarial de los Meyer-Graham-Weymouth, pero en uno de los capitalismos más salvajes en etapa, por si fuera poco, de expansión. En sus memorias Una historia personal, Katharine Graham contó sin retórica las veces en que el Post se acercó al abismo de la quiebra. De 1963 en que tomó el control del periódico hasta su retiro en 1991, Katharine pudo más o menos tener una certeza de su tarea cuando tuvo al mejor de los asesores empresariales, Warren Buffet, un inversionista financiero que supo conducirla por los vericuetos de las especulaciones accionarias, además de ser importante accionista bursátil del periódico. Al final, Katharine trabajó en las tres esferas del periódico: la dirección periodística, la conducción empresarial y las decisiones financieras, sacrificando dos cuando hubo de atender una, lo que impidió que el Post realmente se convirtiera en una empresa profesional, competitiva y metida en el mundo accionario. Hacia los ochenta, Katharine logró consolidar al Post entre las diez empresas mejor dirigidas de los Estados Unidos, pero ya sin regresar a la dirección del periódico donde Ben Bradlee tenía todo el manejo.

Antes del suicidio de su esposo, Katharine tuvo un papel social en el ambiente washingtoniano y se hizo de un lugar privilegiado por la presencia en su casa de importantes personajes de las élites de poder, una historia que ha sido contada por diversos personajes del establishment washingtoniano. Pero en 1963 se vio obligada por las circunstancias de su viudez a tomar la totalidad de las riendas del periódico y de la empresa pero sin tener experiencia ni liderazgo y siempre con el miedo de ser mujer en una empresa que decía que sólo podía ser dirigida por hombres. Paulatinamente, el Post se fue consolidando como una empresa-organización ordenada, sólida aunque no lo suficientemente fuerte para la competencia y las inversiones de expansión, pasando por traumas severos como la huelga de 1975 que llevó a los trabajadores a la violencia y el sabotaje, y que impidió la salida del diario durante varios días y obligó a los dueños a buscar la impresión en pequeñas empresas a lo largo de más de dos semanas. El problema no fue sólo el de reactivar la impresión sino solucionar la relación de la empresa con casi dos docenas de sindicatos. El periódico no podía operar agresivamente como las grandes empresas en materia laboral porque su función era la de denunciar abusos de poder.

El periódico se vio envuelto en situaciones contradictorias que la propia editora nunca supo explicar por la complejidad de las relaciones políticas y de poder en las élites dominantes que se mueven en un sistema de competencia y complicidad, no de clase: luego de una mala relación con el presidente Johnson por la guerra de Vietnam, consolidó una buena cercanía con el presidente Nixon en el arranque de su primer mandato, afianzó una relación personal con Henry Kissinger y pudo conducir al periódico a lo largo de las tempestades del estilo atrabiliario de gobernar de Nixon, aunque por Watergate las relaciones se rompieron hasta llegar al insulto de nixonianos a la editora. Inclusive, incidentes como el retiro de una invitación a la reportera de sociales del Post para cubrir la boda de Tricia Nixon por su estilo irónico de narrar, las relaciones de poder pudieron darse de forma inevitable. De ahí la importancia del papel del Post en la cobertura de los incidentes de Watergate, con los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein y el apoyo del director Ben Bradlee pisándole los talones a las irregularidades del gobierno de Nixon. A lo largo de los pesados meses de 1972, 1973 y 1974, no pocas amenazas y muchas ironías descalificatorias salieron públicamente de la Casa Blanca contra el Post tratando de inhibir las notas del diario.

La narrativa de Watergate merece un análisis frío, más allá de apasionamientos: dos reporteros ambiciosos y sin descanso llevaron a la dueña y al director a apoyar una investigación plagada de errores y omisiones, aunque exitosa en la colocación de Watergate en la agenda política fundamental. “Un robo de tercera categoría”, desdeñó el secretario de prensa de la Casa Blanca, Ronald Ziegler, y luego utilizó los tropiezos en informaciones equivocadas para descalificar al Post, aunque la mayor parte de la cobertura estuvo certera. Sin embargo, en 1974, antes de la renuncia, Nixon aceptó los errores de Watergate y Ziegler tuvo que disculparse en una conferencia de prensa. En agosto de ese año, acosado por el Congreso debido a la negativa de entregar información al fiscal especial, Nixon renunció al cargo de presidente de los Estados Unidos que había ganado por primera vez en 1968 con el 60% de los colegios electorales y había avasallado en 1972 con el 73% de los votos electorales. El sistema judicial logró triturar la popularidad de Nixon, ayudado, claro está, por la forma abusiva de ejercer el poder del presidente.

La parte aún no investigada del caso Watergate saltó apenas en el 2005: la identidad del informante estrella de Woodward y Bernstein, conocida además por la esposa de Woodward, la directora Graham y el director Bradlee. El dato sobre la identidad del informante no resultó anecdótico porque introdujo un elemento disruptor en el análisis de la investigación: Mark Felt, subdirector del FBI, y por ello con acceso a toda la investigación, fue el conductor de la investigación, confirmando datos, obligando a Woodward a razonar sobre otros y operando como el punto de referencia fundamental. Como el objetivo final de la investigación del Post fue demostrar una acción de encubrimiento de un delito operado originalmente por un equipo secreto de la Casa Blanca, el resultado siempre fue obvio: el desplazamiento del presidente, aunque en las reuniones eludían esa fase. Por tanto, falta por racionalizar el papel de Felt: ¿sólo ayudó a su amigo Bob, tuvo una motivación política la filtración de datos clave, hasta qué punto la comunidad de los servicios de inteligencia le puso una trampa a Nixon, cuál fue el grado de amistad real que tuvo Woodward con Felt si se conocieron los dos como parte de la estructura de los servicios de inteligencia y seguridad nacional, supo razonar Woodward las implicaciones política y de alta burocracia al tener al subdirector del FBI como su fuente fundamental? Watergate fue una cosa como investigación de dos periodistas y otra muy diferente con el subdirector del FBI como la fuente principal en la conducción de buena parte de la investigación. En su libro El hombre secreto da Woodward algunas pistas que deben profundizarse. En todo caso, la aparición de Felt como Garganta Profunda aportó un marco político, estratégico y de seguridad nacional a Watergate y a la investigación del The Washington Post.

Lo paradójico del caso Watergate, por otro lado, fue la incomprensión periodística. Los demás periódicos y estaciones de televisión comenzaron a seguir el asunto cuando ya Woodward y Bernstein había encontrado la punta de la hebra por la relación de algunos de los asaltantes a las oficinas de Watergate con funcionarios de la Casa Blanca, sobre todo E. Howard Hunt, ex agente de la CIA, jefe de la estación de la CIA en México en los sesenta y operador de labores clandestinas para altas oficinas del poder. The New York Times casi siempre estuvo detrás del Post, probablemente por el hecho de que en los años de Watergate 1972-1974 el Times no tenía director general o executive editor y esa función la desarrollaba el dueño y presidente Arthur Ochs Punch Sulzberger; James Reston abandonó la dirección general y el nuevo director general, A. B. Rosenthal, fue designado hasta 1977, lo que mezclaba los intereses empresariales del dueño con el dueño también como director general.

Por eso fue significativo el acto de mezquindad de la comunidad periodística: la investigación periodística que hizo historia y que provocó una investigación que obligó a la renuncia presidencial fue ignorada en 1973 por el premio Pulitzer, pero se corrigió el desdén por una carta escrita al Comité Pulitzer por los jurados McCord, James Reston (principal columnista y director general del The New York Times 1968-1969) y Newbold Noyes, aunque todavía le dieron a escoger al Post el grado del premio: servicio social o periodismo de investigación, y Bradlee escogió el de servicio social. Para entonces el caso Watergate ya era un asunto judicial imparable y un ejemplo del periodismo de investigación en el renglón de la persecución de las noticias.

De todos modos, el Post ascendió paulatinamente ya a la condición de un diario sólido hacia comienzos de los setenta, aunque pasó sin mucha significación en la segunda mitad de los sesenta durante la fase más grave de Vietnam y sobre todo de las protestas sociales en las calles de los EU. Así, no había sido sólo el asunto Watergate; más aún, Watergate no hubiera sido posible sin el proceso previo de reformulación de la organización periodística interna en el periodo 1969-1971: la autocrítica. En un libro armado por varios de sus ejecutivos (De la prensa, por la prensa, para la prensa y algo más…), el Post explicó la forma de recuperar la credibilidad de los lectores y posicionarse como un medio serio porque estaba inmerso en lo que la Comisión Nacional sobre las Causas y Prevención de la Violencia había señalado como “una crisis de confianza entre el pueblo norteamericano y los medios informativos”: el Post creó una oficina interna que elaboraba memorándums para ejecutivos del periódico sobre los errores en las informaciones, las contradicciones, la valoración errática, y luego creó un pequeño espacio en sus páginas titulado For Your Information (Para Su Información), donde se aireaban autocríticamente esos problemas de credibilidad. Esa oficina operó como una especie de “asuntos internos” similar al de la policía: vigilantes que vigilaban a otros vigilantes.

Los temas principales de esta oficina de evaluación interna no sólo atendía la valoración en la exhibición de las notas ni el análisis de la construcción de despachos de prensa basados en información oficial, sino que comenzó a otorgar atención a las relaciones de la prensa con los poderes, con la guerra de Vietnam y con la oficina presidencial. Richard Harwood, director administrativo de la redacción del Post, calificó de pavloviana la relación de los periodistas con la Casa Blanca porque los medios respondían a condicionamientos y no a intereses sociales. Una columna FYI fue destinada a denunciar la infiltración de las comitivas de prensa en Vietnam por espías militares de los EU. Y otra profundizó la forma en que los corresponsales de guerra deberían de mantener la objetividad y la imparcialidad en un conflicto bélico. Esta oficina interna contribuyó a profesionalizar la tarea periodística y, sobre todo, a abrirse autocríticamente hacia los lectores para reconquistar su atención.

El grupo de inspección interna representó un mecanismo de verificación de la calidad y la valoración de las notas, las columnas y los editoriales, contribuyó a la modernización del lenguaje dejando atrás la especulación y obligó a los periodistas a ser más cuidadosos en la probatoria de sus indagaciones. En el Post, además, Katharine Graham estableció reglas estrictas para el apoyo de datos, obligando a los reporteros a usar una fuente anónima pero al mismo tiempo conseguir otra fuente de verificación. Así, el periodismo especulativo se vio obligado a la confirmación de datos para mayor veracidad. Sin ese proceso iniciado en enero de 1969 en el Post, los reporteros de ese diario no hubieran conseguido publicar notas del caso Watergate acreditadas a fuentes anónimas. Este mecanismo de profesionalización interna permitió el tránsito del periodismo de información al de investigación, inclusive aún antes de que la televisión irrumpiera en el ambiente de la difusión masiva de noticias. Algunos periódicos pasaron, también, de bocinas del poder a páginas de confrontación del poder e instancias de vigilancia contra los abusos de poder, abandonando el enfoque de la prensa pavloviana: sólo la que respondía a los timbres de condicionamiento.

Acicateados por la protesta social contra la guerra de Vietnam, los periódicos se vieron obligados a asumir mayor compromiso en las informaciones. En el territorio de batalla, en Vietnam, los corresponsables comenzaron por salir a los lugares donde los boletines del Departamento de Defensa decían que había habido batallas y bajas del enemigo tratando de verificar los hechos y para sorpresa de muchos se encontraron con enfrentamientos inexistentes, victorias imaginarias y bajas mayores a las cifras oficiales. Esa forma de darle mayor dinamismo a la prensa se coronó con la revelación, hecha por el reportero Seymour Hersh, de la matanza de civiles en el pueblo de My Lai en marzo de 1968 y publicada en el pequeño periódico St. Louis Post Dispatch; más tarde, Hersh publicaría el libro My Lai 14, lo que le valió premios pero sobre todo puso a Vietnam en la mira de las investigaciones periodísticas, casi en correspondencia con el involucramiento de intelectuales en las protestas, con el caso simbólico de Norman Mailer, ex combatiente de la segunda guerra mundial y en los sesenta una de las figuras disidentes más importante y estridente.

La relación de los reporteros con la guerra de Vietnam fue complicada por el papel de los editores y dueños en el establishment de las élites de poder en Washington. El Post, por ejemplo, tuvo que pasar por un proceso editorial y luego personal de su dueña: Katharine Graham, una figura destacada en la élite de personalidades de Washington donde se mezclaban funcionarios, empresarios y promotores de la guerra, tenía a su hijo mayor Donald alistado voluntariamente en Vietnam y a su hijo menor Bill en las protestas violentas contra la guerra, incluyendo dos arrestos en marchas, los extremos del conflicto. A nivel editorial, Graham, de formación conservadora, llegó a confesar en sus memorias que apoyaba la línea bélica de la Casa Blanca aunque marchaba de forma independiente. En los editoriales el Post defendía el argumento de la Casa Blanca de que el ejército estadunidense estaba en Vietnam para defender a un pequeño país del acoso de otra parte del país apoyada por el comunismo internacional. Paulatinamente el Post fue asumiendo la realidad y pasando de la crítica a la participación estadunidense.

En 1971, ya en la lógica de que la victoria estadunidense en Vietnam era imposible y con un Nixon comprometido a terminar la guerra de los demócratas Kennedy y Johnson, el Post se metió de lleno a la difusión de los Papeles del Pentágono, un reporte de 47 volúmenes y más de siete mil páginas de análisis de la guerra de Vietnam realizado por investigadores de la Fundación Rand para indagar las razones del conflicto en el sudeste asiático. Lo interesante del asunto fue que esa difusión se convirtió en uno de los alegatos más importantes contra una guerra ya perdida, no partió de una toma de posición de un periódico frente a la guerra, sino de una competencia del Post contra el Times: Una copia de los documentos fue filtrada al The New York Times por el investigador y coautor del texto Daniel Ellsberg, por cierto en la mira de Henry Kissinger por sus críticas a la política exterior, al grado de que un equipo de operaciones clandestinas de la casa Blanca asaltó el consultorio del psiquiatra de Ellsberg para obtener información que pudiera ser usada para desprestigiar al académico. Katharine se enteró de la publicación de la exclusiva un día antes del domingo 13 de junio de 1971, en una comida donde el propio James Reston, ejecutivo del NYT, le informó del bombazo periodístico. Sin embargo, el gobierno de Nixon logró una orden judicial para detener la publicación de otras partes de los documentos: pero el Post se hizo de otra copia y por su cuenta difundió el material; ante la orden judicial para detener la publicación, el Post llevó el asunto hasta la Corte Suprema y ésta decretó que no eran documentos secretos. Sin dar la exclusiva, el Post capitalizó el proceso judicial a favor de la libertad de expresión.

La historia de los Papeles del Pentágono llevó a una de las más duras confrontaciones de la prensa con el poder imperial, pero siempre en el espacio de la libertad de información. El 17 de junio de 1967, el entonces secretario de Defensa Robert McNamara (sirviendo a Kennedy y Johnson 1961-1968) encargó a un equipo de la Rand Corporation la realización de una investigación documental y analítica del involucramiento de los EU en Vietnam. El jefe de los investigadores fue el especialista en diplomacia de seguridad nacional Leslie H. Gelb, paradójicamente después redactor de temas de seguridad nacional del The New York Times, y en el equipo estuvo Daniel Ellsberg, un inestable investigador que se alistó a filas para ir a Vietnam a ver de cerca los acontecimientos.

El The New York Times logró la exclusiva de tener los documentos de manos de Daniel Ellsberg. El texto final, como le informó Gelb al secretario de Defensa Clark Clifford, aún del gobierno de Johnson hasta días después, el 20 de enero, le escribió una carta el 15 de enero de 1969. A Clifford le sucedió en la Secretaría Eliot Richardson, el 20 de enero, y duró hasta mayo de 1973. Gelb resumió el contenido de los documentos: 39 estudios en 43 volúmenes para sumar algo así como siete mil cuartillas. A pesar de la profundidad, el acceso a cables secretos de la CIA pero sin ningún documento de la Casa Blanca, el estudio contenía errores que el propio Gelb aceptaba en la carta introductoria. Al final, reconocía que era imposible ponerse de acuerdo con un enfoque unitario por parte del grupo de investigadores, seis en total, trabajando día y noche durante tres meses: muchos enfoques en poco tiempo. En su introducción de los documentos, Gelb trata de explicar algunas contradicciones citando nada menos que la novela Moby Dick, de Herman Melville, en la parte del esfuerzo para hacer coincidir enfoques diversos.

El índice de los documentos enumeraba seis capítulos y se titulaba: “United States. Vietnam Relations 1945-1967” y su autoría se acreditaba a “Grupo de Tareas sobre Vietnam”, dependiente de la oficina del Secretario de Defensa. Por cierto, las páginas estaban redactadas en hojas en blanco con máquinas de escribir mecánicas y sin márgenes de derecha porque no dio tiempo de pasarlo por alguna edición más cuidada. Entre los temas calientes estaba, por ejemplo, el de la estrategia de contrainsurgencia durante el periodo de John F. Kennedy 1961-1963, cuando los EU relevaron a Francia en la lucha contra los comunistas de Vietnam del Norte y ahí había datos sobre el Plan Hamlet o Plan de Aldeas Estratégicas para utilizar la contrainsurgencia contra las aldeas que ayudaban a los del Norte. Asimismo, dedicaba once volúmenes a justificar la guerra en las administraciones Truman, Eisenhower, Kennedy y Johnson. Como el texto fue entregado en enero de 1969 aunque terminado en 1968, nada involucraba al gobierno de Nixon que tomó posesión el 20 de enero de 1969.

El NYT publicó la información el domingo 13 de junio de 1971 pero al tercer día recibió una orden judicial para suspender la difusión. El The Washington Post vio con envidia periodística la edición de ese día del Times, mientras el Post llevaba la noticia de la boda de Tricia Nixon. Durante cuatro días los periodistas del Post buscaron tener acceso al documento y por relaciones con un despacho de abogados lograron una copia de 4 mil páginas de las 7 mil que tenía en su poder el Times. Un equipo de trabajo del diario de Washington trabajó largas doce horas para procesar la información y el domingo siguiente salió con la información, después de que Katharine Graham dijo por teléfono las palabras mágicas que estaba esperando Ben Bradlee, palabras que definieron el estilo de Graham ante informaciones con complicaciones políticas o de seguridad nacional: “de acuerdo, adelante. Publiquémoslo”, y que usó otro periodista para titular un libro sobre los años de Katharine Graham en el Post. De nueva cuenta el poder judicial ordenó suspender la publicación, pero el Post se movió en los tribunales y llevó el caso a la Corte Suprema donde se autorizó el uso de los documentos porque no afectaban la seguridad nacional.

El año de 1971 llevaría a su punto culminante la guerra en Vietnam y la oposición interna en los Estados Unidos, con los periódicos arrastrados por las protestas violentas y los arrestos; Nixon no acaba de entender la lógica de las protestas, al grado de que una noche salió a hurtadillas de la Casa Blanca y se acercó al monumento a Lincoln para charlar con un  grupo de manifestantes antibélicos; al final, Nixon dijo que seguía sin entender las razones de las protestas. En enero de 1969, cinco días después de que una copia de los Papeles del Pentágono ingresaron al Departamento de Defensa, Richard M. Nixon juró como presidente de los EU y prometió llevar a Vietnam a “una paz con honor”. Sin embargo, subterráneamente, ordenó la profundización de la guerra, autorizó bombardeos secretos, utilizó el criminal agente naranja como bomba química que no sólo contaminó la tierra sino que afectó la salud de los soldados estadunidenses, utilizó el napalm contra aldeas civiles, al tiempo que abrió las negociaciones de paz en París. En 1971 la guerra carecía de sentido, los reportes hablaban de que los EU nunca iban a ganar y aumentaban los regresos de soldados estadunidenses en bolsas plásticas negras. Ahí se localizaba la importancia de los Papeles del Pentágono: su contenido confirmaba que la guerra estaba perdida y que los EU habían fracasado.

En el periodo 1971-1976, el Post, recuerda Katharine Graham, pasó por tres casos desgastantes aunque importantes para situar al diario en el centro de la política: los Papeles del Pentágono, Watergate y una dolorosa huelga en 1975. Pero el saldo no debe quedarse sólo en el aspecto de la lucha de la prensa por espacios de libertad en confrontación con el Estado. Los análisis sobre Vietnam y Watergate parecían agotarse en los medios y en los intelectuales; sin embargo, hubo un sector importante en la configuración de nuevos espacios de participación de la prensa en el espacio público: el lector. El Post, aún sin tenerlo claro ni colocarlo como objetivo, pudo aprovechar la existencia de una sociedad política washingtoniana en transformación: la generación de la rebeldía, los jóvenes consumidores de LSD, el repudio a los abusos de poder, la mayoría silenciosa que no apoyaba Vietnam y los defensores de derechos civiles que llegaron hasta la capital federal forjaron una sociedad activa en defensa de sus derechos, mientras las élites periodísticas, incluyendo a la propia Katharine Graham, se movían en el establishment del poder de la capital federal y sede del poder ejecutivo.

Una generación activa de periodistas sustituyó a los tótems morales tipo James Reston, Walter Lippmann, Drew Pearson; había nuevos reporteros como Seymour Hersh, Tom Wicker, Gay Talese, Bob Woodward, Carl Bernstein, entre muchos otros, apoyados por escritores que comenzaron a escribir en los periódicos utilizando las técnicas de la literatura, como Mailer y Tom Wolfe, entre otros. La nueva generación de periodistas revolucionó el estilo, el lenguaje, la investigación de la realidad consolidando lo que Wolfe calificó, en 1973 como “nuevo periodismo” en práctica desde mediados de los sesenta; Wicker, por ejemplo, estuvo como miembro de la caravana de prensa de John F. Kennedy el 22 de noviembre de 1963 y escribió una larguísima crónica de dos páginas en el NYT basado en testimonios recogidos y luego fue convocado por los presos que se amotinaron en la cárcel de Attica, y luego escribió un libro ejemplar del periodismo social, de denuncia y de investigación. Hersh regresó a Washington después de haber denunciado la matanza de My Lai y se lanzó a revelar los expedientes secretos de la CIA alumbrando el papel nefasto de James Jesús Angleton, operador de contrainteligencia, y obligándolo a salir de la CIA. Talese mezcló la investigación con la reconstrucción de personajes usando la técnica de la novela y revolucionó el estilo.

Paulatinamente, una parte de la prensa estadunidense se colocó en el espacio intermedio entre la adhesión sistémica y la crítica opositora, no siempre con el apoyo o el aval de los dueños o editores; sin embargo, los editores aceptaron las nuevas formas de periodismo sin entender las complicaciones de sus propias relaciones de complicidad con el poder; por ejemplo, el equipo de Nixon llegó a confesar su incredulidad y enojo por las críticas en el Post a la administración si ellos sabían que Katharine Graham era una mujer conservadora y republicana. Pero había un espacio de vacío político: por ejemplo, Woodward siempre se confesó republicano pero no mezcló su ideología con su afán de investigador, o –una línea de investigación aún no profundizada– el caso Watergate mostró una crisis interna al interior del republicanismo entre facciones. La descomposición del poder iniciada por Vietnam, agudizada la crisis económica y acicateada por un nuevo sector social demandante de información crítica ayudó a los medios a consolidar sus espacios de modernización. En la capital del poder, Washington, –inclusive más que en Nueva York– se perfiló una sociedad washingtoniana ajena a los abusos de poder, en tanto que la clase política dirigente se había hundido en las irregularidades, aunque después se supo que esa oposición no era ideológica sino sólo de repudio al poder dictatorial.

El tiempo histórico de esa prensa duró poco: de las protestas en 1965 contra la guerra de Vietnam al colapso de Watergate en 1974; el ascenso al poder de Ronald Reagan en enero de 1981 reconstruyó la guerra fría y regresó a la sociedad a la realidad de la polarización, más aún con el surgimiento del terrorismo contestatario árabe en 1979-1980 con el asalto a la embajada de los EU en Teherán y la toma de rehenes estadunidenses por más de un año. Como respuesta a la política imperial, Estados Unidos entró en la lógica de la guerra no convencional: el terrorismo, que culminó con los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, y una mayor radicalización conservadora no sólo de la sociedad de la derecha sino hasta el sector de los progresistas. Impulsada por los efectos terroristas y el odio del radicalismo musulmán, la sociedad estadunidense se radicalizó hacia la derecha como mecanismo de autodefensa social. Y la prensa resintió esa nueva inclinación: sin lectores sociales regresó a su realidad empresarial.

El Post se consolidó en los ochenta como el periódico de la sociedad washingtoniana ya de regreso al conservadurismo, lo que sin duda le recortó posibilidades de desarrollo al periódico: su estilo, formato y lenguaje estaba hecho para la sociedad de Washington, en tanto que el The New York Times había logrado saltar los límites neoyorkinos para convertirse en el gran diario de la globalización geopolítica estadunidense y era visto como demasiado liberal para los intereses de la sociedad de la capital de la nación. Los dos diarios fueron limitados por su inserción en sus respectivas sociedades, los dos con dificultades para cambiar los hábitos visuales de sus lectores, los dos sin flexibilidades para incursionar de otra manera en internet y los dos con páginas diseñadas con resabios del pasado. El NYT, por ejemplo, pasó por problemas para incorporar el color y las fotos en su primera plana.

La sociedad lectora en Washington se fue avejentando, los jóvenes del 68 pasaron con el tiempo al conformismo laboral de la subsistencia, crecieron y se olvidaron de la protesta, los discursos del poder ya no asustaron a esa sociedad y la prensa se volvió vieja con ellos. En Nueva York el NYT pasó a ser la “vieja dama gris” con una sociedad progresista en materia de defensa de derechos individuales pero conservadora en su entorno geopolítico. Y en Washington el Post fue visto como el caballero sin pasiones.

 

 

III

En una entrevista otorgada al día siguiente del anuncio de la venta del Post, Donald Graham –hijo de Katharine Graham y tío de Katharine de Weymouth, la quinta editora de la dinastía– tuvo una explosión pesimista de sinceridad:

–Yo quise tener un periódico sano y próspero… y no lo hice. Me he decepcionado a mí mismo.

En una charla con el reportero Peter Perl, del Post, para esa parte de las noticias adelantadas que son los obituarios que se preparan antes de los fallecimientos –un género que logró captar Gay Talase en una nota sobre el redactor de obituarios del The New York Times–, Don dio algunas claves de sus objetivos. Por ejemplo, le dijo a Perl que le gustaría ser recordado no como el director del The Washington Post sino como el promotor de una fundación para ayudar a jóvenes sin recursos a terminar carreras profesionales en universidades privadas. Ése sería su legado, le dijo Don a Perl. Eso sí, su peor miedo era el de perder la empresa que había heredado de su abuelo y de su madre y que él pasaría a su sobrina, la hija de su hermana.

Los análisis posteriores al fracaso financiero del Post tendrán que venir con el tiempo y el conocimiento interno de la administración, aunque todos los datos hablaban de una severa crisis de publicidad y de circulación desde 2007, el periódico bajo el control de Don Graham y un año antes del ascenso de Katharine Weymouth. Mientras tanto, podrían adelantarse algunas estimaciones. Entre ellas, subrayar el hecho de que el The Washington Post fue un periódico local, en una sociedad local conservadora, sin manejo propiamente empresarial y atada a las reglas del juego bursátil. A lo largo de 133 años, el periódico se movió con altas y bajas. Fundado en 1880, tuvo una bancarrota en 1933 y fue comprado por Eugene Meyer, un banquero que formaba parte de la Reserva Federal, primer director del Banco Mundial, conservador republicano y contrario a la participación del Estado en la economía. En 1946 le entregó la dirección del diario a su yerno Philip Graham, esposo de su hija Katharine Graham. El periodo de Philip fue corto y se interrumpió por su suicidio en 1963, víctima de alcoholismo y una dura enfermedad mental. En el control del periódico le sucedió su esposa y viuda Katharine, quien duró hasta 1991; su lugar lo ocupó su hijo Donald hasta 2008 en que su sobrina y nieta de Katharine asumió el control del periódico y le tocó enterrar el proyecto familiar con la venta al dueño de Amazon.

A lo largo de ochenta años (1933-2013), cinco miembros de la familia Graham manejaron el periódico sin tener cada uno sólidos antecedentes periodísticos consolidados: Eugene Meyer era banquero, su hijo Philip tenía la especialidad de banquero, Katharine quedó viuda y tomó el manejo, Donald había sido soldado en Vietnam y patrullero de policía y la nieta Katharine se especializó en leyes, entró al Post como parte del despacho que asesoraba en leyes al periódico y finalmente quedó al mando del diario.

La historia del Post fue la de una empresa familiar; se abrió a accionistas como una forma de capitalizar y entró con muchas dudas a la bolsa de valores en 1971. Como empresa editorial y a pesar de su fama periodística, el Post nunca logró la confianza de los inversionistas porque las empresas bursátiles estaban obligadas a crecimientos audaces y a agresivos manejos especulativos. Katharine tuvo la suerte de contar con la amistad Warren Buffet, un exitoso inversionista con olfato para los negocios y la tranquilidad para eludir los baches especulativos. Pero al final Katharine consultaba algunas cosas con Buffet y éste se tomaba la libertad de aconsejar algunas ideas pero al final Katharine Graham tomaba las decisiones finales sin ser una empresaria especuladora. En sus memorias Katharine contó la forma en que con muchos temores le consultaba decisiones a Buffet y éste le sugería maniobras especulativas –legales pero audaces, como la recompra de acciones que le redujo liquidez a la empresa– que a veces Katharine no se atrevía a procesar.

El Post se centró en el medio periodístico, se expandió a la televisión y a periódicos locales, nada con suficiente fuerza como para constituir un emporio: los periódicos Express y Tiempo Latino, la revista Newsweek comprada en 1961, vendida en el 2008 y cerrada como impresa en 2010, Cable One, Grupo Slate (sitio web y la revista Foreign Policy, The Gazette y Southern Maryland Newspapers), una plataforma digital, una agencia para Facebook, un centro de salud y una empresa eléctrica. En los hechos el atractivo para los inversionistas era el periódico The Washington Post, el más importante en la capital federal, con algo de circulación en otras plazas y referente en asuntos en la prensa internacional, pero sin el posicionamiento foráneo del The New York Times, inclusive sin atractivo para lectores fuera de la capital federal Y con todo, la cotización de la acción del Post en la Bolsa de Valores nunca se fue a pique y cerró el año 2013 a 550 pesos por acción, contra 350 al comenzar el año.

En todo caso, el problema del Post fue que nunca se perfiló como inversión atractiva. Como empresa, el Post padeció la carga de otras pequeñas que le quitaban liquidez, el costo laboral fue siempre alto, la expansión periodística lo llevó a una plantilla de casi dos mil trabajadores, llegó a tener trece sindicatos negociando cartas laborales uno por uno. Pero con el apoyo de Buffet Graham ascendió el profesionalismo empresarial y en 1988 el Post apareció entre las cinco compañías mejor dirigidas de la revista Business Month, al lado de Apple, Merck, Rubbermaid y Wal-Mart.

Del lado periodístico Graham había contado desde 1968 con Ben Bradlee, designado director, hasta su retiro en 1991, el mismo que el de Katharine Graham. La recia personalidad de Bradlee, sus relaciones con el establishment kennedyano en Washington y la fama adquirida por su conducción de la información del caso Watergate ayudaron a perfilar al Post en la comunidad de Washington. Fuera de la capital federal, el Post tenía poca circulación, en realidad no competía con The New York Times, el nacional USA Today y otros diarios locales fuertes como Los Angeles Times, Houston Chronicle o Dallas Morning News y jugaba por su espacio en la opinión pública de D.C. Pero el ambiente mediático tenía en realidad escasa influencia en el atractivo empresarial bursátil. De todos modos, el Post fue proyectado a nivel nacional e internacional por Watergate, pero sin destacar más allá con alguna información.

En lo periodístico el Post nunca pudo tener controles éticos y profesionales internos: casos de plagio, falsedad en las fuentes e informaciones que tenían que ser consultadas con el poder le fueron restando valor al diario que se había consolidado con Watergate. El estilo profesional de Bradlee hacía descansar la enorme responsabilidad a los reporteros y sólo pedía la verificación de las notas. Este estilo de dirección periodística llevó al diario a un exceso de confianza que lo metió en duros conflictos de credibilidad de cara a los premios Pulitzer.

En 1980 estalló el escándalo de la reportera Janet Cooke, quien recibió el Pulitzer por una nota sobre un niño drogadicto de la calle pero después se supo que el personaje era inventado, una especie de resumen de varios niños; aunque el texto fue elogiado por Gabriel García Márquez como un ejemplo de ficción, en el periodismo fue condenado y Cooke tuvo que regresar el premio y retirarse del oficio, y el Post hubo de cargar con la crisis de credibilidad. En descargo, el asunto no fue exclusivo del diario; varios otros y algunas revistas fueron descubriendo que algunos de sus reporteros entregaron informaciones inventadas, plagiadas o tergiversadas. Lo malo para el Post fue que salpicó al entonces subdirector de asuntos especiales, Bob Woodward, el reportero de Watergate, y dicen que ahí se trocó su ascenso hacia la dirección general del diario, aunque el propio Woodward no había dado muestras de entusiasmo por el cargo porque siempre prefirió seguir persiguiendo la noticia que dirigir el diario.

De 1974 a 1991, el ambiente periodístico en Washington careció de golpes espectaculares. El Post se estancó en la propiedad principal como buque insignia pero no pudo ofrecer a sus inversionistas algunos otros atractivos para aumentar sus movimientos bursátiles. La propia Graham narra en sus memorias, cerradas en 1997, que la consolidación bursátil, aunque no con la suficiente fuerza, se debió a la gestión exitosa como empresa. El Post se centró en proteger la lealtad de sus lectores y sus ritmos de publicidad, con indicios de caída de la circulación ya en los comienzos del siglo XXI. La satisfacción periodística –Watergate y los Papeles del Pentágono– ayudó a consolidar al diario pero lo dejaron estancado. El diseño, el contenido, los estilos de redacción, el modelo periodístico ofrecido a los lectores y el respeto a las tradiciones le permitieron eludir grandes sobresaltos, pero lo fueron alejando de los nuevos lectores posteriores a Watergate y metidos ya en la dinámica del internet y la televisión, y con enfoques críticos respecto a las primeras planas de los diarios impresos por la persistencia de la vieja política de élites, aburrida para el lector que quería informaciones más veraces y reales con sus conflictos de corto plazo.

El retiro de Katharine y Bradlee –la pareja dinámica del periodismo de pelea– en 1991 dejó el Post en manos de Donald Graham, un eficaz pero anticlimático empresario, sin ideas nuevas ni impulsos rectores. El periodismo, por lo demás, había cambiado no sólo por la investigación de Watergate o el enfrentamiento al poder con los Papeles del Pentágono, sino por la ruptura generacional del 68, el periodismo narrativo de los escritores que irrumpieron festivamente en las primeras planas –Truman Capote, Norman Mailer, Hunter S. Thompson, Tom Wolfe y otros– y la generación posterior al 68 que no tuvo la preocupación de voltear al pasado. Los Estados Unidos habían superado el trauma de Vietnam con los primeros ataques terroristas del radicalismo árabe y el secuestro por más de un año de estadunidenses en la embajada de Washington en Teherán, agresiones ya contra ciudadanos americanos que fueron moldeando el perfil conservador del nuevo ciudadano imperial; los ataques terroristas del 2001 en Nueva York y Washington fueron asumidos como una agresión contra el modelo de vida de los estadunidenses. Por tanto, la política exterior logró una confluencia con los intereses del ciudadano de la calle. Inclusive, el escándalo Irán-Contra –la venta de armas autorizada por Reagan a Irán, violando el embargo por el caso de los rehenes, a cambio de dinero que se canalizó a la contra nicaragüense, un grupo disidente con los sandinistas en el poder– no encontró al lector

El Post se fue quedando sin el espacio político de sus lectores. En 1991 lo reconoció la propia Katherine Graham: Bradlee “había redefinido el Post para una generación de washingtonianos”. Pero al terminar el 2000, la euforia frívola de los dos gobiernos de Clinton, el auge económico y la victoria de George W. Bush habían dado al traste con esa generación y la nueva no fue entendida ni menos atendida por el Post. La gestión de Donald Graham, sin el encanto de su madre Katherine, y el papel de Leonard Downie como director 1991-2008 dejaron perder el espíritu del periodismo del Post, aunque su redacción acumuló premios Pulitzer aunque perdiendo lectores. Sin embargo, el Post ya no supo entender la lógica del poder en Washington y la conformación de una sociedad más conservadora, marcada ya por el avance de los derechos de las minorías. El ingreso del Post a la dinámica de internet fue caótico, sin un proyecto y sin comprender la dinámica de la comunicación por computadora.

En octubre de 2009 Downie publicó en la Columbia Journalism Review, la más prestigiada revista de periodismo, adscrita a la Universidad de Columbia, un ensayo sobre los desafíos de internet, una especie de grito de alarma sobre lo que venía como problema para el periodismo escrito. El texto, titulado “La reconstrucción del periodismo estadunidense”, hizo el primer recuento de daños del internet en las redacciones de los periódicos: la reducción de personal, la caída de la circulación, la generalización de las noticias, el abandono de sectores noticiosos para rescatar los más atendidos por los lectores, la reducción de veinte mil reporteros en el periodo 1992 a 2009 de más de 60 mil existentes, la baja de más de 160 corresponsales extranjeros, el cierre de oficinas de corresponsalías, la competencia de los diarios impresos con los blogueros. El periodismo escrito, para sobrevivir, tendría que reconstruirse en un nuevo escenario periodístico dominado por la comunicación instantánea vía la computadora.

Sin embargo, el texto de Downie pareció olvidar las partes más importantes: el reto de internet como sistema popular de comunicación, la reconstrucción del perfil del lector a partir del conservadurismo, las nuevas tecnologías de comunicación, el crecimiento del periodismo en televisión y la polarización política por cambios sustanciales en el ejercicio del poder –del ascenso del conservador Bush a la elección del afroamericano Barack Obama–, además de los derechos sexuales de las minorías. Por cierto, en este punto The New York Times tuvo varios sobresaltos en circulación y publicidad en los noventa cuando Arthur Ochs Sulzberger Jr. asumió la dirección total del periódico y abrió la información a temas homosexuales, a pesar de que la sociedad neoyorkina no es de las más conservadoras del país.

El internet y la nueva sociedad conservadora de los EU se convirtieron en un enigma para los hacedores de diarios impresos; algunos cambiaron diseño para hacerlos más dinámicos, otros redujeron el tamaño de las noticias, varios también acudieron a las infografías y al color, y pocos hicieron esfuerzos por fusionar las redacciones tradicionales con las de internet, y algunos otros crearon el sistema de blogs de sus colaboradores que llegaron a tener más interés y lectores que los espacios impresos tradicionales. Sin embargo, la sociedad lectora requería de un redescubrimiento: sus necesidades de información, sus pasiones sociales, sus deseos, los efectos de la crisis económica, las demandas de control de los órganos del poder, su visión crítica de la política por los abusos y los escándalos. Los periódicos prefirieron modernizarse en función de sí mismos y no en relación a la nueva sociedad posterior a Watergate y a Irak. Y luego se vino sobre los medios la crisis económica no sólo como problemas para la administración de las empresas, sino por los efectos sociales: empobrecimiento, jóvenes sin empleo, protestas sociales como las de Occupy Wall Street.

De ahí que el problema de la prensa norteamericana no haya sido sólo de organización empresarial sino de redefinición de políticas editoriales frente a los diferentes poderes de decisión y a una sociedad más crítica respecto a los medios. Al ser empresas comprometidas con anunciantes y con accionistas, la expectativa de los lectores pasó al último lugar de las prioridades de los medios como organizaciones privadas basadas en las utilidades y los accionistas.

Don Graham quedó atrapado entre el pasado Watergate-Papeles del Pentágono y el poder posterior a Irán-Irak-Al Qaeda. El año de 1991 comenzó con la caída del Muro de Berlín y el desmoronamiento de la Unión Soviética, unido al discurso de la victoria estadunidense en la guerra fría, además del relevo generacional en la clase política gobernante: de Bush padre a Bill Clinton en 1993, luego Bush Jr. y después Barack Obama, tres perfiles de políticos posteriores a Vietnam y a la lucha por los derechos civiles. De 1991 al 2001 Washington y la nación estadunidense descubrieron el colapso social y moral interno, el avance del terrorismo y el fortalecimiento de la hegemonía del imperio. En campaña dejaron de valer las ideas y dominaron las revelaciones de relaciones extramaritales de los políticos con aspiraciones de gobernantes, el auge económico con Clinton fortaleció la imagen de confort. En enero de 1998 estalló el escándalo Mónica Lewinsky con una revelación difundida por el sitio www.drudgereport.com: datos mostraban que el presidente de los EU mantuvo una relación sexual extramarital con la interna Mónica Lewinsky, de 22 años de edad. El asunto llevó a los medios a una parafernalia conservadora en un país más liberal en lo sexual.

La gestión de Donald Graham 1991-2008 careció de carisma. Internamente logró una consolidación de su liderazgo pero siempre estuvo opacado por su madre Katharine Graham y el director Ben Bradlee, ambos proyectados a la fama por los Papeles del Pentágono pero sobre todo por Watergate. Graham mantuvo la dirección del Post pero sin ningún asunto mediático que pudiera posicionarlo hacia afuera. El sucesor de Bradlee, Leonard Downie, mantuvo el nivel profesional del periódico, con los altibajos de casos de plagio y notas inventadas. Sin embargo, el principal escenario fue percibido por el Post aunque no asimilado en estructura interna: el internet, la redacción cibernética y los blogs. Los primeros años de internet, la segunda mitad de los años noventa, transcurrieron con un enfoque divisionario en redacciones: una para el impreso y otra para internet.

La labor de Don Graham se redujo a los saldos financieros y el Post no experimentó ninguna reorganización interna laboral, periodística o editorial. El conflicto con algunos lectores en el 2008 –ya el periódico en declinación– por la línea liberal se contestó con argumentos editoriales de equilibrios y no con alguna evaluación del cambio en el pensamiento político de la sociedad y alguna oferta para entender la nueva sicología social. La principal presión del Post se centró en el periódico conservador The Washington Times y su énfasis en la información de seguridad nacional. La competencia llevó al Post a aflojar un poco la crítica a la política exterior imperial. La preocupación de Downie pereció ser sólo la coacción de internet.

El arranque del siglo XXI comenzó en septiembre del 2001 con los ataques terroristas en Washington y Nueva York por parte de Al Qaeda, dirigida por Osama Bin Laden, un combatiente contra los rusos que invadieron Afganistán en 1978 y que había recibido fondos, armas y entrenamiento de la CIA. El siglo XX había cerrado con el caso Lewinsky. En el 2001 los EU recibieron la factura de su intervención en Afganistán e Irak. La elección de George W. Bush, hijo de George Bush padre 1989-1993, había sido un ajuste de cuentas interno contra Clinton en la candidatura de Al Gore, que fue vicepresidente de Clinton. El discurso republicano de Bush Jr. como candidato satisfizo a la sociedad: orden en las finanzas, recortes de impuestos y política exterior. En el periodo 1995-2001, los medios fueron asfixiados por el caso Lewinsky.

Del 2001 al 2008, los EU fueron atrapados por la vorágine de la guerra, el miedo al terrorismo que había estallado criminalmente en territorio estadunidense con el derribo de las Torres Gemelas en Nueva York y los más de tres mil muertos y el aval del congreso a la doctrina patriótica de Bush en materia de seguridad nacional y reducción de derechos para combatir el terrorismo; es decir, en la lógica del conservadurismo derivado de ataques externos al american way of life. Los medios se quedaron pasmados ante el nuevo escenario político; las denuncias contra los abusos de poder se habían trasladado de los grandes diarios —The Washington Post, The New York Times, Los Angeles Times y otros– a algunas revistas, aunque ya no Time ni Newsweek, que habían entrado ya a la ronda de la información resumida de la semana.

La sorpresa fue la revista New Yorker, que había destacado en los sesenta y setenta como un espacio del debate cultural y cuyo estilo de información estaba más en los términos de los reportajes largos en tiempo y espacio. Pero ante la desorientación y los intereses de los grandes diarios, de pronto New Yorker se vio lanzada a la información de denuncia: en el 2004, el reportero Seymour M. Hersh, que había destapado los crímenes de civiles en la aldea de My Lay en 1968 y luego había revelado los expedientes de operaciones secretas de la CIA para derrocar gobiernos, publicó en New Yorker las primeras revelaciones de torturas en la cárcel de Abu Graib, situada a unos veinte kilómetros de Bagdad, la capital de Irak. La denuncia llevó a los EU a un debate sobre el uso de la tortura aunque sin repercusiones: la seguridad de los EU sacrificaba los derechos civiles. Lo interesante fue que Hersh pareció ya no encontrar en el The New York Times el espacio para sus denuncias y se fue a la revista cultural más importante de los EU, donde tenían cabida más los cuentos que los reportajes. Si acaso, New Yorker había sido la revista que le dio cobijo a la filósofa judía Hannah Arendt en 1961 para publicar en 1963 reportajes sobre el juicio al nazi Adolf Eichmann, secuestrado por la policía judía en Argentina y llevado a Israel para juzgarlo y condenarlo a muerte por parte del holocausto; el texto de Arendt se publicó en varias partes ocupando más de la mitad de la revista.

Los medios quedaron moviéndose entre coordenadas estrechas. En el The Washington Post hubo dos casos de revelaciones sensacionales sobre la CIA y la crisis en la presencia militar en el Medio Oriente, aunque ya sin la aureola de Watergate o los Papeles del Pentágono. En noviembre del 2005 la reportera Dana Priest había publicado una investigación sobre la existencia de prisiones secretas de la CIA en el mundo para mantener detenidos y torturar a sospechosos de terrorismo; el asunto se complicó cuando hubo revelaciones de legisladores extranjeros en el sentido de que no hubo prisiones secretas sino vuelos secretos para reasignar a detenidos. Sin embargo, Priest había tenido razón: en septiembre del 2006 el presidente Bush reconoció, en un discurso, que sí existían prisiones especiales para acusados de terrorismo. Y en el 2009 la propia periodista reveló que Bush, el vicepresidente Cheney y algunos mandos del Consejo de Seguridad Nacional habían presionado al Post para evitar la publicación del reportaje pero que el director Leonard Downie había tomado la decisión de imprimir la historia, a pesar de las amenazas de la Casa Blanca de encarcelar a la reportera. Al final, la revelación se difundió pero no encontró espacio en el lector conservador.

En el 2009, ya el Post bajo la dirección conjunta de Weymouth y el director Marcus Brauchli, Woodward se encontró con un documento sobre la guerra en Afganistán que asumió como si hubiera sido una réplica tardía de los Papeles del Pentágono: un memorándum del general Stanley McChrystal, comandante de las fuerzas de la OTAN en Afganistán, en el que se reconocía prácticamente la derrota de las fuerzas aliadas; el entonces secretario de Defensa era Robert Gates, que había servido a los republicanos y había sido nombrado por Bush Jr. y mantenido en el puesto por Barack Obama en esos rasgos de continuidad de la política militar de la Casa Blanca. El reporte de McChrystal había sido calificado de secreto pero circulaba en niveles políticos, donde Woodward, al trabajar datos para su libro Las guerras de Obama, había conseguido una copia.

Kindred cuenta en su libro parte de la historia: reunión en el cuarto piso del Post entre el reportero y los editores, algo que recordaba los aires de los Papeles del Pentágono y Watergate, aunque en los setenta los funcionarios se cuidaban de amenazar a los periodistas con la cárcel por la violación de secretos de seguridad nacional. En aquellos tiempos los periodistas discutían qué era realmente la seguridad nacional y no tan fácilmente aceptaban los argumentos del poder; sin embargo, de aquellas fechas a las actuales, el poder político había logrado encarcelar a periodistas por difundir documentos secretos o negarse a difundir sus fuentes de información.

El documento de Woodward era delicado. El día de la reunión en el Post entre los editores hubo llamadas de la Casa Blanca y un enviado supuestamente del Situation Room presidencial. El argumento oficial decía que la publicación del documento sin una revisión antes pondría en peligro a las tropas en Afganistán. Ante este argumento, Woodward aceptó posponer la difusión hasta tener un artículo que dejara satisfechas a las autoridades. Se trataría del primer caso en que un periódico aceptaba la censura previa por razones de seguridad nacional; ciertamente había diferencias con los Papeles del Pentágono y Watergate; en los primeros no difundía planes futuros sino involucramiento pasado y en el segundo estaban las pistas de un grupo de choque en la Casa Blanca para dañar a los críticos o disidentes. La siguiente reunión tuvo a oficiales del Departamento de Defensa para revisar el artículo. El documento había sido censurado en algunas partes, sobre todo las que perfilaban futuras operaciones militares de los Estados Unidos en Afganistán. Y aunque el texto final publicado en la primera plana del Post el 21 de septiembre reflejaba sólo la información autorizada, de todos modos la apreciación de que la guerra fuera un fracaso condujo al gobierno de Obama a revisar el papel de los EU en la guerra, aunque a la larga no hubo cambios. Al interior del Post, Woodward vio al director Brauchli firme, como antes Bradlee y Downie, ante presiones de seguridad de la Casa Blanca.

Pero, en el fondo, los problemas del Post eran más complejos: nuevo perfil del lector, competencia de internet y gobiernos más audaces en las presiones contra la prensa.

 

 

IV

En 2008 Don Graham, con sesenta y tres años de edad, en realidad ya sin ninguna propuesta para el Post, pasó a retiro y le dejó la empresa a su sobrina Katharine Weymouth, nieta de Katharine Graham y bisnieta de Eugene Meyer. Su madre Katherine se había retirado a los setenta y cuatro años de edad. Don andaba en busca de soluciones, él mismo había ensayado proyectos y el periódico no levantaba cabeza. Obviamente que el nuevo editor debía ser de la familia, pero ahí sólo se encontraba disponible Katherine Weymouth, hija de la hermana de Don, con cuarenta y dos años de edad, en ese momento presidenta del área de publicidad, una de las más preocupantes por la caída de anunciantes. Weymouth había estudiado derecho y se había incorporado a un despacho jurídico que luego le daría asesoría permanente al Post y ella fue designada como la abogada de planta en el periódico en 1996, quién mejor que alguien de la familia. Poco a poco se fue interesando en el periódico, fue designada jefa de publicidad y luego presidenta de esa área.

Katharine careció del espíritu editorial de su abuela, le faltó formación en la redacción, nunca entendió la lógica de la información, aunque se confió en la inercia de un periódico en realidad con una buena posición editorial en Washington y con los problemas de ingresos al igual que todas las empresas. Si bien la abuela Katharine Graham tampoco tuvo tiempo para prepararse a un cargo que le llegó por el suicidio de su esposo Phil, sus primeros pasos al tomar las riendas del periódico fueron como directora editorial y tomar contacto con los reporteros y con la redacción y las noticias, y luego el aspecto empresarial, además de que en 1968 contrató a Bradlee. En aquellos tiempos, a mediados de los sesenta, el tamaño del periódico era manejable, los ingresos permanecieron estables y la circulación subía al calor de la profesionalización del personal periodístico. Del suicidio de Phil Graham a la crisis por las protestas contra la guerra de Vietnam en 1966 pasó en realidad poco tiempo, al grado de que los ciudadanos movilizados contra la guerra fueron al mismo tiempo suscriptores del periódico.

A Weymouth le tocó otro tiempo político, otro tiempo histórico y otro tiempo periodístico. Pero sobre todo, su arranque pareció querer dejar en claro que ella no sería una réplica de su abuela Kathie ni se movería en el pasado del Post viviendo de las glorias de los Papeles del Pentágono y Watergate. Su distancia de la práctica periodística fue clara, siempre se negó a ser reportera y estuvo lejos de la sala de redacción. “La reporteada no es para mí”, dijo ya como abogada. Su misión era la de salvar al Post de la crisis económica, aunque desconociendo el funcionamiento de una redacción. Por eso en el 2009 metió al Post en una gravísima crisis de credibilidad cuando ella promovió reuniones de lobistas con reporteros y funcionarios en su casa –aunque cobrando entradas bastante caras– como una forma de sinergia, aunque la propuesta fue tomada como una forma de negociar las noticias. El problema estalló cuando esas reuniones se promovieron con hojas de aviso que se repartieron sin control; cuando comenzaron las críticas porque había metido la credibilidad en una negociación con lobbies y fuentes, Weymouth dio marcha atrás pero sin reconocer su error. “Yo no soy una chica de periódico, no soy una chica online”, fue una frase que recogió Kindred para su libro sobre la historia del Post.

La falta de experiencia en la sala de redacción del periódico fue el peor pasivo y lastre de Weymouth. Tuvo un amor especial por su abuela pero sin convertirla en experiencia profesional. Loyd Grove, en un perfil sobre Weymouth, recogió la anécdota de que algunas personas en el edificio principal del Post deambulaba el fantasma de Katharine Graham y que el elevador se detenía en el piso del vestíbulo sin que nadie haya apretado el botón específico, y la leyenda urbana dentro del periódico decía que era el espíritu de Kathie. Aunque no explicó las razones salvo la buena suerte, Weymouth gusta ponerse el collar de perlas de su abuela. En el trato con la redacción Weymouth no define un estilo, lo mismo recibe a reporteros y funcionarios en su casa particular y ella descalza con su cuerpo de bailarina de ballet y horas de gimnasio, que en los pasillos del periódico pasea sin conectar con nadie. A veces parece más preocupada por los vestidos de moda que por las noticias, y se escuchan no pocas risitas en la redacción por su obsesión al ejercicio. En una de las cenas de corresponsales de la Casa Blanca, sin duda el evento periodístico de cada año por su significado político y la presencia del presidente de la nación, Weymouth brilló por su ausencia: fue anfitriona de una fiesta de pijamas de su hija en su casa.

La dirección del Post necesita de un involucramiento triple: hacia el interior, hacia las finanzas empresariales y hacia el poder político. Y Weymouth no se encontró cómoda en ninguno de esos tres niveles. Al tomar posesión como presidenta de la compañía en el 2008, su primera decisión fue designar a un director general editorial; si bien su abuela hizo no mismo con Ben Bradlee, de todos modos Kathie estuvo siempre junto a Bradlee en la toma de decisiones editoriales, de contenido. En cambio, Weymouth jubiló a Downie –con un paso anticlimático en la dirección editorial– y designó como director editorial a Marcus Brauchli. El mensaje fue claro: ella se dedicaría a la gestión social y empresarial del corporativo y dejaría a Brauchli en la gestión editorial. La gestión de Brauchli logró mantener el ritmo de la redacción, ganó, en el periodo 2008-2012, siete premios Pulitzer, cinco de la sala de redacción. Sin embargo, el Post estaba orientado en otro dilema, uno real: ¿prefería más Pulitzer o más lectores y anunciantes? Lo lógico hubiera sido suponer que se tratarían de objetivos interrelacionados, pero en la realidad implicaban la atención de la presidenta de la compañía.

Pero Brauchli duró poco, apenas cuatro años, insuficientes siquiera para acoplarse a los estilos o identificar la dinámica de las noticias: en noviembre de 2012, luego de perder la confianza de Katharine Weymouth, fue sustituido por Marty Baron, traído de la dirección general del The Boston Globe, periódico propiedad del The New York Times. En una de sus pocas entrevistas, Baron reconoció que los anunciantes estaban buscando más al The Wall Street Journal y al The New York Times y tenía más o menos claro que el Post “había perdido uno o dos pasos”. El efecto financiero fue grave en 2012: circulación e ingresos publicitarios se desplomaron. Sin embargo, la editora Katharine Weymouth no tuvo tiempo para analizar los resultados, replantear el plan de negocios y operar los cambios. A finales del 2012, justo en el escenario del nombramiento de Baron, la familia Graham pareció haber tomado la decisión de comenzar a evaluar la venta del periódico.

El dato poco analizado al interior del Post fue el mensaje dejado por el nombramiento de Brauchli: un periodista externo llegaba al diario que siempre había creado un mecanismo escalafonario interno. El asunto no fue menor. Los periódicos estadunidenses han desarrollado una forma de operación interna que requiere de atención y estímulo; por tanto, Brauchli llegó de fuera y su curva de aprendizaje fue mucho mayor en tiempo, espacio y línea histórica. Pero las prioridades marcadas por Weymouth nunca fueron claras, se movió entre la información impresa y la presión de internet, con la dinámica e inercia de la redacción hacia las noticias de denuncia política que ya no encontraban sectores sociales interesados. Su llegada de fuera llevó a Brauchli a meterse en las tensiones de la redacción; en diciembre de 2011, por ejemplo, realizó una reunión dominical en su casa con la élite de los reporteros y funcionarios para examinar la cobertura del periódico de la elección presidencial del 2012 que se perfilaba como caliente. La preocupación del director editorial tenía el contrapunto de la caída en los ingresos. Sin embargo, nunca profundizó en el tema de redefinir la política editorial –noticias y comentarios– en función de la reconfiguración de la sociedad, de la tensión política por el terrorismo y la guerra en Irak y Afganistán, y en la reorganización de la redacción para ir en busca de nuevos lectores.

A finales del 2012, Brauchli fue desplazado de la dirección editorial sin dar muchas explicaciones. Su gestión había sido funcional al nivel de Weymouth pero sin grandes iniciativas. En todo caso, parece que al interior del Post le acreditaron a Brauchli la filtración al exterior de la información sobre las reuniones previstas entre reporteros, lobistas y funcionarios que produjeron un tropiezo ético al periódico, al grado de que la ombudsman Deborah Howell publicó un artículo señalando sin tapujos que había sido un error ético. El cambio de Brauchli fue producto también de la falta de estabilidad en el diario, de los vaivenes cotidianos por la falta de resultados en circulación y utilidades, a pesar de que seguía ganando premios Pulitzer. Pero al interior del corporativo se tenía claro que los premios Pulitzer daban ciertamente prestigio al diario, pero no aumentaban la circulación ni los ingresos publicitarios.

La reunión de anuncio del fin de Brauchli en la dirección editorial reveló el estado de ánimo bajo de la redacción y de los funcionarios. De nueva cuenta Weymouth llevada a la dirección del Post a otro externo, Marty Baron, editor entonces del The Boston Globe, propiedad del The New York Times desde 1992. La frialdad en la redacción y la distancia de la editora Weymouth fue una evidencia de que el periódico atravesaba por una fase crítica de liderazgo. Baron traía a cuestas una buena dirección en el Boston y los premios ganados durante su gestión, pero en realidad con poca presencia en el ambiente periodístico de Washington y de los medios.

El relevo de Brauchli y el arribo de Baron a la dirección editorial del Post generaron un debate poco usual aunque existente. El columnista de medios y cultura del The New York Times, David Carr, publicó en noviembre del 2012 una columna crítica sobre la crisis de liderazgo de Weymouth. Carr había participado activamente en la película Page One: Inside The New York Times, una historia documental del diario neoyorkino. En su texto recogió la anécdota de Weymouth diciéndole a una reportera “vuelve a tu escritorio” cuando le pidió razones del cambio de editor. “Después de la reunión, el personal del Post regreso a sus escritorios preguntando si la señora Weymouth era capaz de dirigir la organización”. En sus cuatro años como presidenta y otros cuatro en el área legal y de publicidad parecieron no darle la experiencia en el manejo de las relaciones internas en el Post.

El problema del Post que encontró Carr fue la repetición de lo ocurrido en los sesentas cuando Katharine Graham se tuvo que hacer cargo del diario después del suicidio de su esposo. Pero ahí las fechas hablan de la educación profesional sobre los hechos: Kathie tomó la dirección del Post en 1963 y designó a Ben Bradlee director editorial en 1968, lo que le dio cuando menos cinco años de aprendizaje en la soledad de la oficina, aun cuando Bradlee tuviera una posición menor. En esos cinco años Kathie conoció a fondo el funcionamiento del periódico en la redacción. Su nieta Weymouth, en cambio, recibió la presidencia del Post e inmediatamente jubiló al experimentado Downie para colocar en la dirección del periódico al externo Brauchli, sin pasar por una etapa de entendimiento de los resortes sociales y periodísticos del diario. Para Carr, esta decisión de Weymouth desechó 40 años de continuidad periodística. Pero también hubo otra lectura externa: el Post fue incapaz de generar sus liderazgos internos. Por mucha buena voluntad, el nuevo director pasó muchos trabajos para integrarse a los engranes internos, aunque al final no se trataba de voluntad sino de aprendizaje.

Paradójicamente la relación de Weymouth con Brauchli, que debía ser la más cercana e interdependiente, paso a ser la más conflictiva por la falta de confianza. Los cuatro últimos meses de 2012 fueron de alejamiento en la relación y el fantasma del despido, llevando al periódico a falta de estabilidad interna por la especulación del relevo del director editorial. Y como en periodismo no hay control de hilos y por tanto tampoco control de daños, las razones de la salida de Brauchli se dieron en la especulación. Sin embargo, la esposa de Brauchli, Maggie Farley, colocó en su muro de Facebook un comentario que luego retiró pero que fue leído masivamente: “¿cómo el The Washington Post de la fama de Watergate se había convertido en un lugar donde no se puede decir la verdad al poder?”

Al final, los comentarios negativos sobre Weymouth y su capacidad/incapacidad para manejar la empresa se multiplicaron en el vacío de información en un periódico, quizá el peor error de administración de una empresa de esas características. Y si Weymouth usaba el argumento de que la gestión de su abuela Katherine Graham y de su tío Don no habían sido un camino cómodo sino lleno de tropiezos, errores y obstáculos, pero en la realidad las circunstancias de los sesenta eran diferentes a la segunda mitad del primer decenio del siglo XXI: competencia, crisis económica, internet y nueva generación de lectores.

El relevo de Brauchli por Baron fue a finales del 2012, pero los indicios revelaban que el Post ya no tenía salidas. La venta se anunció en agosto. Durante los primeros ocho meses de 2013 el nuevo director editorial Baron tuvo poco tiempo y menos espacio presupuestal para intentar cuando menos una reorganización del periódico. Sus credenciales en el Boston y antes en el The Miami Herald eran suficientes para redinamizar a la redacción, con experiencia en Los Angeles Times. Pero ese currículum aparecía con un dato que los dueños del Post no asimilaron: Baron nunca había vivido periodísticamente Washington; es decir, desconocía al lector de la capital federal, aunque pudiera tener un panorama de la sociedad adicional a donde llegaban algunos miles de ejemplares del periódico. Por ejemplo, Baron había coordinado la investigación del balserito cubano Elián González y en el The Boston Globe había denunciado los abusos sexuales de la iglesia en la plaza, dos temas bastante ajenos a los intereses de los lectores del Post. En todo caso, el columnista Paul Starobin, de la revista conservadora New Republic, vio la tarea de Baron como la de la Globelización del Post, en un juego de palabras del Globe de Boston y la necesidad de romper el localismo en los medios. La sección Metro del Post –noticias de la zona metropolitana– fue la que trabajó las primeras noticias de Watergate por su interés local. Pero en el nuevo enfoque del periodismo baron tendría que rebasar el límite geográfico de las noticias locales.

El problema de Baron no fue de eficacia sino de tiempo. Su contratación a partir del primero de enero de 2013 ocurrió ya en una fase de crisis presupuestal y de empresa del Post, algo que sin duda Baron ya sabía; lo que ignoraba, en todo caso, era que Don Graham y Katherine Weymouth estaban pensando seriamente en vender el diario. Los resultados del primer semestre fueron desastrosos y la familia propietaria carecía ya de algún plan para redinamizar financieramente a la compañía. Frente a la realidad de la contabilidad, ninguna propuesta de dirección editorial tendría valor. El plan de Baron de reorganizar el periódico para darle una presencia nacional debería contar con cuando menos cinco años. Los siete meses que tuvo Baron en el Post apenas le sirvieron para darse a conocer en la redacción y más o menos ofrecer algunos indicios de su estilo de trabajo. Hasta ahora Baron seguirá en el Post ya con los nuevos propietarios, aunque sin conocer el plan de trabajo del nuevo propietario.

El Post se vendió al dueño de Amazon, Jeff Bezos, en 250 millones de dólares, una cantidad pobre para un periódico de más de 130 años de edad, la fama histórica y el tamaño de la empresa. Sólo como punto de vista, el empresario mexicano Carlos Slim le prestó al The New York Times alrededor de 250 millones de dólares para salir de un aprieto y el crédito ha comenzado a ser liquidado. Lo peor es la información difundida días después de la venta del Post en el sentido de que los activos del periódico en realidad valían cuatro veces menos, algo así como 60 millones de dólares. El dato, revelado por la agencia Reuters,  aportó un punto de referencia: la venta promedio de un diario metropolitano en los EU ha acarreado una valoración de 3.5 a 4.5 veces las ganancias antes de intereses, impuestos, depreciación y amortización de la misma. Y datos de Morningstar señalaron que la división de periódicos del Post anotó el año pasado una cifra de 15 millones de dólares, sin incluir cargos de pensiones. También como referencia, el modelo de venta del Post podría establecer una cotización de venta del The New York Times por 5 mil millones de dólares, debido a que el corporativo neoyorkino es más grande y sólido que el Post, aunque con los mismos problemas de baja de publicidad.

La gestión de Weymouth duró realmente poco: tres años en el área de publicidad y casi cinco como presidenta, justamente los años de deterioro del periódico 2005-2013.

En un perfil de Katharine Weymouth publicado en el The New York Times el viernes 2 de agosto, tres días antes de anunciarse la venta, se dieron algunos datos de la compleja personalidad de la presidenta del Post. Lo interesante fue que la redactora del perfil dijo ignorar que ya se cocinaba la venta. Pero los datos vertidos en ese perfil arrojaban indicios de una distancia de la nieta de Katharine Graham de la redacción, su falta de comprensión hacia el oficio periodístico, su enfoque del periódico más como abogada que como editora o empresaria, sus pasiones por el gimnasio y no por las noticias. Y daba un dato demoledor de la caída de la circulación diaria del periódico en el periodo 2008-2013: 30% menos de ejemplares vendidos, al pasar de 673 mil 180 en el 2008 a 474 mil 767 en el 2013.

A Katharine Weymouth le estaba pesando ya el desplome del periódico, vis a vis la herencia de su abuela. Algunos cercanos, cuenta el perfil en el Times, recogieron una frase de la presidenta del Post: “¿voy a arruinar esto?”; decía también si iba a ser recordada como la que abandonó la responsabilidad de presidenta del periódico. No le tocó la mejor época, ciertamente, pero la de su abuela fue peor: Weymouth asumió el control total del periódico justo en la cresta del colapso de 2008. Sin embargo, ella misma sabía del desafío. En el fondo, no pareció tener un buen entendimiento con su tío, el retirado Donald en cuanto a la fusión de las ediciones impresas y digitales. El cobro por el acceso a la edición internet al Post ahuyentó a clientes. Las cosas comenzaron a complicarse al interior del Post cuando se difundieron las primeras comparaciones con su legendaria abuela Katharine Graham. Un columnista del The Guardian, un periódico inglés que ha sido comparado con el Post de Watergate por sus revelaciones sobre la CIA y el espionaje, caracterizó a Weymouth como “un desastre para un trabajo que, aparte de linaje, requería de calificaciones”. Como justificación Weymouth afirmó que su abuela tuvo que enfrentar, con aprendizaje, momentos complicados. A la reportera del Times Weymouth le dijo, en el perfil publicado días antes de la venta, su epitafio:

–Yo ciertamente espero ser una gran presidenta (del Post). Y si la gente quiere amarme, mejor.

 

 

V

En confesiones sentidas y sinceras en sus memorias, Katharine Graham tenía bastante claros los problemas del The Washington Post. Pasados los turbulentos años de 1970-1976, el periódico más o menos se estabilizó. Pero la dueña sabía que el fondo ocultaba nuevos retos. “Los problemas de dirección habían derivado, sobre todo, de mi falta de experiencia”, escribió, y se multiplicaron “sobre todo” por la falta de un verdadero socio en la cúpula. Al final de cuentas, el Post siempre fue un periódico familiar, de una familia, no un consorcio. Y ahí estaba parte de los conflictos: una empresa creciente, con más de mil trabajadores, con oficinas en todo el país y las principales ciudades del mundo, un centro de opinión pública con credibilidad, no podía ser manejado por una familia con experiencia profesional apenas derivada de la misma empresa y nula capacitación empresarial y menos financiera. Y a ello se agregaba un tema sensible y espinoso que la propia Graham entendía porque en ocasiones había contribuido a consolidarla: el sexismo; los años setenta seguían siendo socialmente conservadores, las mujeres apenas comenzaban a descollar en actividades fuera del hogar.

Hacia 1977, ya con una posición sólida en la opinión pública por luchas históricas y judiciales a favor de la libertad de expresión en su fase de responder al “derecho a saber” de la sociedad, el Post parecía haber perdido el punto de referencia editorial porque su escenario también había cambiado: Nixon se había ido, Gerald Ford había apaciguado las aguas turbulentas que dejó el estilo atrabancado de gobernar de Nixon, en enero de 1977 había tomado posesión Jimmy Carter como presidente y su campaña también liberó las tensiones conservadoras, la política exterior de los EU tomó el compromiso de defensa de los derechos humanos. En este contexto, los periódicos terminaron un agitado y agotador ciclo de confrontación con el poder, con los secretos de Nixon y con los grupos clandestinos. Los EU se enfilaban hacia pruebas decisivas de cambio en los enfoques diplomáticos, luego de la marca negra que dejó la participación estadunidense en 1973 en el derrocamiento del presidente chileno Salvador Allende y la larga represión de los militares golpistas. En Nicaragua la guerrilla del Frente Sandinista de Liberación Nacional avanzaba sobre posiciones territoriales con un gran apoyo internacional, dos conflictos en el llamado, sin rubor, “patio trasero” del imperio.

En este complicado contexto, el Post pareció hacer un alto en el camino. Katharine Graham escribió en sus memorias que la línea editorial se había extraviado, la sección nacional carecía de rumbo y la local no sabía a dónde quería ir, y la sección editorial, ya sin el demonio nixoniano, no alcazaba a asentar un enfoque del momento político. Si Bradlee consideraba que las cosas no estaban tan mal, Graham recoge una frase demoledora de Bob Woodward, ya ascendiendo en las posiciones dentro del periódico, que sacudió la complacencia del diario: “el periódico se está yendo a la mierda”. En el fondo, Katharine Graham ya no podía tener todo el peso del periódico, desde el editorial hasta el noticioso, pasando por el empresarial y el corporativo, además de intensificar su vida social entre las élites washingtonianas. Había llegado el momento de dar un salto cualitativo a una nueva organización empresarial de compartimentos. No había sido un defecto sólo del Post: por conflictos internos, el The New York Times había atravesado por lo mismo y el dueño tuvo que hacerse cargo, de 1969 a 1976, del manejo total del periódico, para regresar en 1977 a la separación del dueño de la empresa y un periodista como director general.

Por su papel al enfrentarse al poder presidencial en los setenta, el Post parecía cargar más responsabilidades de las derivadas de su funcionamiento como un medio de comunicación, importante pero colocado entre varios. En circulación, el Post participaba en una selecta lista de diez diarios dominantes en el mercado, aunque por Watergate llegó a estar entre los dos más importantes, junto al The New York Times. Ya a finales de los setenta el Post estaba siendo empujado a salir de su localismo washingtoniano. Sin embargo, Katharine dudaba entre dar ese paso que implicaría –a su entender– una mayor reorganización corporativa del grupo y una mayor atención empresarial. La familia Graham constaba, en el periódico, sólo con dos personas: Katharine y su hijo Donald, pues la demás familia estaba en posiciones menores en empresas fuera de Washington o en otras tareas ajenas.

Nacido en 1945, Donald Graham se había alistado por decisión propia para ir a combatir a Vietnam y había regresado para ser patrullero de policía en Washington. En 1971, a los 26 años de edad, Donald se incorporó al Post como reportero y en 1974, en plena euforia de Watergate, pasó a ser miembro de la mesa de directores, en 1976 ascendió a vicepresidente ejecutivo del grupo y en 1979, a los 34 años de edad y apenas con ocho años de periodista –uno de ellos como jefe de deportes–, fue designado director general —executive editor–, mientras su madre Katharine se podía dedicar ya a gestiones más empresariales, financieras y sociales. Sin conflictos como los Papeles de Pentágono, Watergate o la huelga que impidió al Post circular durante dos semanas y más bien con el tema de la guerra contra el terrorismo que tenía la simpatía de la sociedad, Donald tuvo una gestión de bajo perfil y a ello había contribuido el hecho de que Katharine Graham, en contraste, poseía una gran personalidad, formaba parte del establishment washingtoniano, era famosa por sus cenas a las que asistían toda clase de invitados de la élite local y de la élite internacional y atraía las luces del poder mucho más que su hijo.

Katharine dominó el ambiente alrededor del Post hasta su retiro total en 1991. En el periodo 1979-2000, el Post tenía que caminar cada vez más aprisa para tratar de mantenerse en el mismo lugar; Leonard Downie, el director editorial sucesor de Bradlee, introdujo el tema de internet y el Post no logró encontrar una estrategia adecuada, con lo que la separación de funciones afectó al periódico. En lo político, el Post padeció la buena relación personal de Katharine con el presidente Ronald Reagan, Bush padre se movió entre el fin de la guerra fría en 1989 y la guerra del Golfo en 1991 y los amoríos de Clinton pasaron de lado en la redacción del Post. La victoria de Bush Jr. encontró al Post en la polémica ideológica de la línea editorial en el 2005, más derivada por la polarización política del país por los ataques terroristas de septiembre del 2001 y la uniformidad de la clase política apoyando los planes de Bush Jr. para derrocar a Sadam Hussein, que al final provocó un corrimiento del periódico hacia posiciones más conservadoras para no decepcionar a sus lectores más radicales. En el 2008 el Post apoyó públicamente a Obama y desinfló cualquier crítica radical contra su gestión.

El papel de la gran prensa norteamericana en los dos periodos de Bush Jr. quedó como una marca negativa en el periodismo. Dos casos fueron reveladores; y aunque afectaron más al The New York Times que al The Washington Post, de todos modos mostraron las nuevas relaciones de poder entre la prensa y el poder. En el 2003 ocurrieron dos hechos relacionados con la cobertura informativa de la guerra en Irak: la reportera Judith Miller publicó en el The New York Times varias informaciones revelando maniobras de Sadam Hussein para acumular infraestructura destinada a la construcción de armas de destrucción masiva, sólo que meses después se supo que se trataba de información plantada por el gobierno de Bush con algo de complacencia de la periodista. En el mismo escenario, el The New York Times publicó un artículo de un colaborador revelando que Valerie Plame, la esposa del embajador Joseph Wilson, contratado por la CIA para indagar si Irak había comprado tubos de aluminio para construir fábrica de armas nucleares, era una agente activa de la CIA, en represalia porque Wilson había desmentido, también en el Times, que el presidente Bush había mentido en ese tema. Miller fue acosada para revelar sus fuentes, se negó y fue encarcelada, y luego confesó que los datos habían sido filtrados por Scott Libby, chief of the staff del vicepresidente Dick Cheney, había sido el filtrados de datos a Miller y contra Plame.

Para el 2012 el Post pareció darse cuenta, por primera vez, que las cosas andaban mal. Un reporte del The New York Times dio cuenta en febrero de 2012 los problemas internos del Post: la revelación de una reunión del director general, Marcus Brauchli, con reporteros, corresponsales y editorialistas. El pretexto fue la campaña electoral de noviembre de ese año, pero en el contexto de una disminución de circulación, publicidad e influencia. Los datos eran reveladores, de acuerdo con la contabilidad de la empresa Burrelles Luce: en el periodo 2008-2012, los años de Brauchli como director general, el periódico había bajado la circulación en casi 25%, 165 mil ejemplares menos, al pasar de 673 mil 180 copias a 507 mil 465; el asunto sería aún más crítico en junio de 2013 con una circulación certificada de 474 mil 767. En un escenario temporal mayor, de 2004 al 2013, diez años, el Post pasó de 760 mil 34 ejemplares de venta diarios a 474 mil 767, una caída de 37.5% más de 285 mil ejemplares perdidos.

Los problemas eran graves para el Post: menos ejemplares avisaban de baja de publicidad; los recortes de personal fueron generalizados, incluyendo el cierre de algunas corresponsalías en el extranjero. Hacia el 2012 el Post seguía luchando contra los fantasmas de Watergate, Bob Woodward-Carl Bernstein y Katharine Graham. Los periodistas del diario veían con escepticismo la dirección de Katharine Weymouth y la no-presencia de Donald Graham. La incomprensión de los editores hacia la nueva conformación de la sociedad washingtoniana –más conservadora, menos interesada en la geopolítica, decepcionada de la corrupción de los políticos, luchando por sobrevivir, ajena a la dirección del gobierno y apabullada por el internet ya en los teléfonos celulares– había roto los mecanismos tradicionales de lealtad entre el diario y sus lectores. Weymouth no parecía dirigir un periódico de personas sino una compañía de empleados, lo que llevó a una pérdida del entusiasmo en muchos de los periodistas del Post.

En los hechos y la competencia local, el Post había sido rebasado a la derecha por el The Washington Times y a su izquierda por Político, y en internet su sitio Slate se había estancado ante el dinamismo de Huffington Post. Durante años, el Post estaba colocado en el quinto lugar del ranking de importancia de los periódicos por su circulación y en el 2013 bajó al séptimo lugar. Su competidor el The New York Times había superado los problemas y en el 2013 se colocó en el segundo sitio con un millón 865 mil 318 ejemplares diarios y dos millones 322 mil 429 los domingos, arriba en 66% sobre las cifras de 2004. El Times y el The Wall Street Journal habían desplazado al tercer sitio en el 2013 al USA Today, quien durante años punteó en el primer lugar: el Today bajó 20% su circulación diaria.

A los problemas propios de la crisis editorial, de lectores y económica en el Post se acumularon quejas por los estilos personales de trabajar de sus editores. En los tiempos de gloria del periódico Katharine Graham y Bradlee tenían una permanente presencia física en la redacción y solían mostrar su apoyo personal a los reporteros que perseguían exclusivas, luego Donald Graham y Downie también mantuvieron los contactos personales, pero una nota del Times reveló que Weymouth y Brauchli carecían de sensibilidad para tratar a reporteros y empleados, establecieron formas impersonales de comunicación vía correos electrónicos y no circulaban con frecuencia por los pasillos de la redacción; hasta el conocimiento de los nombres de los periodistas, que le reconocían a Bradlee, Graham y Donald, les falló a Brauchli y Weymouth. Causó extrañeza, por ejemplo, que Weymouth se apareciera en la sala de redacción la noche de las elecciones del 2008 y que estuviera acompañada de su hija, pero siempre dejando un muro de incomunicación con los demás.

Los reporteros políticos de prestigio pasaron esfuerzos para quedarse en el Post. Uno de ellos, que declinó un empleo en la agencia Reuters, aceptó quedarse en el Post por la amistad de colegas; pero lo hizo con escepticismo: el Post ya no era lo que fue pero de todos modos seguía siendo un lugar para hacer buen periodismo. En efecto, el ambiente se había apagado: un reporte de noviembre de 2012 publicado en The New York Times contó la reunión de la presidenta Weymouth con la redacción para anunciar la renuncia del director general Marcus Brauchli y la designación de su sucesor Marty Baron, hasta ese momento editor del The Boston Globe, propiedad del The New York Times desde 1993. El clima de la reunión fue frío, al final la veterana periodista Valerie Strauss le preguntó a la dueña Weymouth las razones del cambio y la respuesta fue evasiva por la existencia de ciertas cláusulas de confidencialidad, pero destacó el tono displicente de la presidenta: “regrese a su escritorio”.

A finales del 2012, por los tiempos de venta, habrían ya comenzado las negociaciones de venta, de acuerdo con información conocidas después de la operación pública. De ahí las inexplicables razones de llevar a un nuevo director a un periódico en tránsito de cierre de un ciclo de propiedad. Pero el dato de esa reunión de presentación de Marty Baron como sucesor de Brauchli como nuevo director editorial traído de fuera de la empresa mostró la nueva relación entre los dueños y los empleados, ya no con la familiaridad de Katharine Graham, Bradlee, Donald y Downie. El relevo de Brauchli apenas cuatro años después de su arribo estaba enviando mensajes negativos hacia el personal sobre la inestabilidad en el cuerpo directivo del periódico, sobre todo porque en los medios estadunidenses los tiempos de consolidación de proyectos son mayores en tiempo y espacio; eso sí, los datos de la crisis en circulación y publicidad seguían causando estragos en las finanzas, al grado de que el periódico ya exhibía pérdidas en los periodos trimestrales y daba la impresión de que los dueños andaban en busca de chivos expiatorios. Al final, esos datos impactaron en el mercado bursátil donde cotizaba el periódico.

La columna de David Carr en el The New York Times, un columnista que abrió espacios en el periódico para observar críticamente a otros medios de comunicación, sobre el cambio de director en el Post hizo un recuento del estilo empresarial de manejar la empresa por la señora Weymouth, con mayor cúmulo de resentimiento que con estímulo a sus colaboradores. La caída de Brauchli fue precedida de enfrentamientos y reclamos de la dueña al director general, cuando el personal estaba acostumbrado al trato gentil entre Katherine Graham y Bradlee, y entre Donald Graham y Downie. El dato adicional era que Brauchli había sido seleccionado por la propia Weymouth y se lo había llevado del The Wall Street Journal al Post. Ya consumado el relevo, Weymouth circuló la versión de que Brauchli había renunciado cuando en realidad la situación entre los dos era insostenible y la dueña lo había sustituido, aunque lo movió a una posición más administrativa que periodística en la empresa. Un mensaje de la esposa de Brauchli en Facebook dejó la frase de que el Post había decidido ya no enfrentarse al poder.

Carr hizo un juego perverso de imágenes: comparar a Katharine Weymouth con Katharine Graham y sus errores de novata cuando tuvo que tomar el control del periódico después del suicidio –al estilo Hemingway: con una escopeta– de su marido Philip Graham y los tropiezos que tuvo en el camino, aunque se encontró con los Papeles del Pentágono y Watergate para ayudarle a consolidarse como editora en una línea amplia del tiempo –1963-1976–; en tanto que Katharine Weymouth arribó al poder en el Post al retiro de su tío Donald en el 2008 –en pleno colapso de la economía norteamericana y el periódico en declinación de lectores y publicidad–, con un director nombrado por ella pero luego confrontado por algunas filtraciones de sucesos internos y un fracasado plan de negocios, y al final sin mucha convicción respecto al periodismo, dando más bien la impresión de que su ascenso a la presidencia del periódico había sido una decisión de mantener a la familia al frente de la compañía.

Además de los estilos diferentes, los tiempos históricos de Graham y Weymouth eran diferentes, además de que es imposible la reproducción de pasiones y estilos en una familia. La gestión de Weymouth como presidenta duró apenas cinco años con todos los momios en contra y sin ninguna oportunidad periodística que hubiera colocado al periódico en el centro político, además de un clima profesional interno pasivo. Peor aún, el Post dejó pasar la oportunidad periodística del fin del gobierno de Bush Jr. y el ascenso de Barack Obama como una nueva figura liberal, y luego el Post quedó al margen de las revelaciones del espionaje ciudadano por parte del gobierno de Bush; de hecho, en efecto, el Post dejó paulatinamente de vigilar al poder y pagó el costo en una baja en la circulación.

 

 

VI

La prensa norteamericana tuvo un tránsito rápido de la descripción a la investigación y a la denuncia, y su papel fue revalidado cuando cumplió su función de vigilar al poder político en el escenario de Vietnam, una guerra de ocupación en medio de crecientes oposiciones internas. El columnista Tom Wicker contó aquella conferencia de prensa de Dean Rusk, secretario de Estado de los presidentes Kennedy y Johnson, en su viaje a Vietnam cuando el funcionario fue increpado duramente por los periodistas con preguntas-crítica; su respuesta reveló la incomprensión del poder hacia el papel de los medios: “¿quién votó por la prensa?”, la misma que había contestado ya el columnista James Reston en el The New York Times. Las repuestas eran innecesarias: la prensa sólo denunciaba abusos de poder y mentiras políticas, no ejercía el poder. La prensa logró frenar la guerra de Vietnam, aunque no pudo o no quiso frenar la invasión de Bush Jr. a Irak para derrocar a Sadam Hussein con el pretexto de la existencia de armas de destrucción masiva. Ante los hechos, los medios impresos en la guerra de Irak ya no pudieron ser los mismos de la guerra de Vietnam: la prensa ya no era el contrapeso del poder ni denunciaba abusos.

El The Washington Post fue, como todo medio de comunicación, producto de sus propias circunstancias: la punta de la hebra de Watergate, la investigación de dos reporteros y de la aún no explicada intención del subdirector del FBI Mark Felt para conducir a los reporteros hacia el final de la presidencia de Nixon; y luego de la audacia de Katharine Graham y Bradlee para seguir la pista de los Papeles del Pentágono y llevar la censura de Nixon a la Corte Suprema para ganar la libertad de expresión. En el camino, dos audaces editores, Katharine Graham y Ben Bradlee, fijaron el papel de la prensa como vigilante del poder. Fueron años, de 1968 a 1978, en los que la prensa estadunidense profundizó la investigación, confrontó al poder y defendió la libertad.

Pero el Post ya no pudo vivir de la fama ni se ajustó a la nueva realidad de una sociedad presa del miedo por los ataques terroristas en su territorio en el 2001 y viendo que lo que estaba en peligro no era una ética del poder sino su propio nivel y estilo de vida; además, el Post llegó tarde al internet, un espacio en donde la velocidad de la información convirtió el ayer en el anteayer o en el pasado y donde la irresponsabilidad del profesionalismo prohijó una sociedad menos exigente en materia de credibilidad de la información: los blogs derrotaron la velocidad de la impresión de ejemplares de papel y desplazaron a los profesionales formados en el cuidado en la elaboración de sus reportes. Agotado el impulso de Watergate, el Post se copió a sí mismo y se quedó patinando en el mismo lugar, aunque ya sin coyunturas favorables. La consolidación como empresa se agotó en el espacio editorial, la participación en el mercado bursátil exigió esfuerzos que la empresa no pudo dar y las crisis económicas minaron sus ingresos. Pero si la crisis fue ingobernable por parte de un periódico, el Post se falló a sí mismo al no comprender la conformación de una sociedad de Washington y de los EU post-Watergate, mantuvo su estilo de periódico de contenido ante lectores cada vez más superficiales y no contribuyó a la formación intelectual de sus seguidores.

La advertencia de Woodward en 1977 de que “el periódico se está yendo a la mierda” preocupó a Katharine Graham y no a Bradlee, lo que podría dar elementos para entender el agotamiento del periodismo Watergate: el conformismo del director y la empresarización de la dueña, con reporteros como Woodward que no se convirtieron en forjadores de alguna nueva generación de periodistas sino que prefirieron trabajar para sí mismos y sus proyectos profesionales personales abandonando el trabajo en equipo. La decisión de Woodward de no contribuir a la profesionalización se vio en el caso de Janet Cooke en 1980: el Post no verificó datos y una nota inventada ganó el Pulitzer, con el dato adicional de que Woodward era el responsable de esa área. Bradlee, por su parte, estuvo en la dirección del Post hasta 1991 pero ya sin ningún asunto especial en su carrera.

El Post se colocó en un lugar especial por los Papeles del Pentágono y Watergate porque fueron casos de confrontación con el poder y sus vicios autoritarios y exitosos porque el periódico se sobrepuso a los abusos de poder, pero luego no pudo configurar un nuevo estilo de periodismo porque los enfrentamientos con el poder eran contra una estructura política y el correlativo apoyo social en una guerra contra el terrorismo como nuevo némesis. El Post hizo bien al no magnificar Watergate ni vivir de esas glorias aunque no pudo evitar la referencia recurrente, pero ya no avanzó en la investigación de otros casos de abuso de poder ni en la profesionalización de sus cuadros ni en la identificación de los intereses de la sociedad. El Post no retrocedió pero no pudo avanzar y prefirió la estrategia del cangrejo de caminar hacia los lados. Bradlee tuvo que cargar desde 1977 con el peso del manejo periodístico del periódico, en tanto que Katharine Graham luchó bastante para consolidar a la empresa como viable en el mercado empresarial bursatilizado. Sin embargo, los caminos de Bradlee y Katherine se separaron, y la sinergia dejó de estimular la creatividad del periódico. Por lo demás, Katharine se dejó envolver por el glamour de la élite conservadora de Washington y Woodward también dejó de confrontar al poder –su libro sobre la CIA, Veil, fue informativo–, evidenció su simpatía conservadora por el poder militar –su libro Los Comandantes resultó más que elogioso– y sólo reveló intrigas burocráticas internas en las guerras de Bush, lejos ya de la enjundia del Woodward en Watergate.

El Post liberal quedó lastimado en el 2005 con las acusaciones de falta de equilibrio ideológico en la página editorial que obligó a una inclinación más a la derecha o cuando menos a limar algunas de las críticas al poder conservador. Washington, la sociedad local a la que estaba destinado el Post, se volvió más conservadora, a pesar de votar por Obama en el 2008 y el 2012, más por la carga emocional histórica de la lucha por los derechos civiles. La gestión de Katherine Weymouth luchó contra el fantasma de su abuela, quiso marcar un estilo propio, careció de un sentido político, fue acicateada por el cansancio de Donald Graham y no hubo supervisión del área editorial. El desplome de la circulación fue el mensaje de que el Post ya no respondía a las exigencias de los lectores. Y la mala gestión administrativa y empresarial terminó de agotar el modelo familiar de empresa. La cotización del Post en 250 millones de dólares fue el mejor dato del agotamiento del periódico: se malbarató para rescatar lo que se pudiera.

La venta del Post y el anuncio del nuevo dueño de que probablemente cambiaría de nombre cerró el ciclo histórico del periódico; aunque mantenga a la mayor planta de profesionales de la información, el Post será evidentemente otro por las prioridades del internet y la reorganización empresarial; el nuevo dueño, Jeff Bezos, tiene fama de ser un empresario audaz, con enfoques periodísticos más consistentes en la competencia empresarial que de comunicación informativa, con los ojos puestos en el internet. La venta podría estar mandando el mensaje equivocado del fin de los periódicos impresos, pero en realidad la venta del Post agotó un estilo de periodismo y no necesariamente anunció el principio del fin de los impresos, como lo revelan los datos de repunte de la circulación en medios que se modernizaron para competir con internet y con las nuevas exigencias de una sociedad harta de los chismes políticos de siempre.

Lo que viene para los medios impresos es el reacomodo del mercado de internet. Esta red es una herramienta de comunicación muy rápida  que no permite la reflexión y que responde a una parte de las demandas de información de la sociedad. En el Post usaron el internet para identificar el interés de los lectores por las noticias, pero con ello subordinaron el enfoque a la frecuencia de consultas. La percepción del interés de los lectores no sólo tiene que ver con las manifestaciones de éstos hacia ciertos temas, sino que el periodismo debe ser capaz de encontrar temas que pueden interesar a los lectores, aún éstos sin saberlo. Al final, la versión impresa es una especie de testigo del tráfico informativo en las carreteras digitales, puede imponer temas y tiene para sí la posibilidad del periodismo de reflexión, de conocimiento integral y de acopio de datos para toma de posiciones. Asimismo, los medios escritos siempre tendrán el espacio dominante del periodismo de ideas por el mecanismo de atención superficial que generan los despachos por internet; ello quiere decir que los medios escritos deben de replantearse los géneros periodísticos de opinión y de revelación, porque en materia de ideas la televisión es superficial y el internet encuentra a un usuario y no a un lector-ciudadano. Y los medios deben de identificar las nuevas exigencias de información de la sociedad.

Las empresas editoras de diarios impresos han resistido la crisis para evitar el colapso. Ciertamente, muchos diarios y revistas han cerrado y la contratación de reporteros ha bajado, pero en un escenario de diez años (2004-2013) la circulación de los medios bajó 12.5% –sobre una media de 30% en periódicos en particular– y una baja de sólo un millón, 267 mil 896 ejemplares. En los altos niveles, el periódico que registró el primer lugar en circulación a mediados del 2013 fue el The Wall Street Journal con 2 millones 378 mil 827 ejemplares, contra el USA Today que tenía el primer lugar en el 2004 con 2 millones 192 mil 098 ejemplares y que cayó en preferencias. Los datos estadísticos de Burrelles Lace muestran que los periódicos abajo del top de los primeros diez han bajado su circulación pero siguen vigentes; por ejemplo el lugar 100 vendía en el 2004 109 mil 592 ejemplares (Tucson Star, de Arizona), en tanto que el mismo lugar en el 2013 (The Daily News de Naples, Florida) registró ventas por 70 mil 055 ejemplares, una caída de 36% en el ranking de posiciones. El USA Today, por cierto, bajó del primer lugar en 2004 al tercer sitio en el 2013, con una baja de 24%. Los dos primeros indican preferencias de lectores: el The Wall Street Journal es buscado por inversionistas bursátiles, en tanto que el The New York Times se afianzó en la cobertura internacional; aunque sus cifras de ventas son altas, apenas se han mantenido en el mismo volumen de lectores durante quince años, sin ganar más.

El problema de la prensa, en suma, es de organización y de competencia, pero también de internet e identificación de lectores y sobre todo de replanteamiento del oficio periodístico. Aún no se han hecho los estudios cuantitativos o desagregados para saber las razones de la baja de circulación de los periódicos –la caída de la publicidad es cíclica de la crisis– y por tanto no se han reconocido los desafíos de replanteamiento del propio trabajo periodístico. Y entre todos los problemas, los que aquejan a la prensa norteamericana tiene uno que existirá para siempre como parte del modelo productivo y de competencia: el equilibrio –si es que acaso existe– entre una empresa que cumple un servicio social con una empresa que tiene que competir en el agresivo sistema corporativo privado. En el pasado, en una economía menos codiciosa y agresiva, había espacio para el periodismo de compromiso; hoy toda iniciativa periodística debe de tener un sólido plan de negocios en que se verá obligado a sacrificar contenido por solidez financiera.

Lo que queda, entonces, sería el periodismo menos ambicioso en lo empresarial, rudimentario en organización periodística, con profesionales dignamente pagados pero lejos de los contratos multimillonarios de los conductores de programas de televisión; y una prensa más local, aunque dinámica, más volcada sobre los temas de su entorno, en busca del lector inteligente que sigue asumiendo su destino a partir del conocimiento de la realidad, pero alejados del amarillismo que a veces vende periódicos y satisface las pasiones pero no contribuye a la formación social de los individuos. A partir de la experiencia más latina, el periodismo social, de contenido, con aportaciones inteligentes en una forma de ciudadanía. Y no debe desatenderse la configuración de los periódicos como empresas.

Los medios deben regresar a debatir la función del periodismo, volver a Lippmann y la dialéctica construcción de una voluntad común-fabricación artificial del consenso, el papel de la información –profunda, crítica, reveladora– para fortalecer la democracia en función del ciudadano con conocimiento de la realidad-real, rescatar el periodismo de reflexión de James Reston en el The New York Times, la ambición por ir a la causa de los conflictos como Woodward y Bernstein, la revelación de los secretos del poder como Jack Anderson, todo ello sin detrimento de un plan de negocios que dote a las empresas de viabilidad pero que no centre su funcionamiento en los dividendos a los accionistas. El Post y el Times son ejemplos de que el mercado bursátil no es espacio para empresas que tienen objetivos sociales porque sus tasas de utilidades están atadas al condicionamiento del producto.

Los Estados Unidos del 2013 no son muy diferentes a los Estados Unidos de los años setenta: los abusos de poder son los mismos, sea Nixon u Obama; en el verano del 2013 el periódico inglés The Guardian reveló la existencia de un programa de espionaje ciudadano oculto detrás de la chabacanería de un Obama populachero, que toma cervezas y va a comer hamburguesas; el programa de drones ha sido exhibido en el extranjero como un arma más criminal que de guerra, y los abusos contra detenidos por terrorismo bajo las anticonstitucionales leyes patrióticas requieren de mayores denuncias. La crítica de Woodward a las manipulaciones de la Casa Blanca en el pleito presupuestal del 2013 fue contestada con amenazas y en los medios se criticó más al reportero que al poder. A diferencia de los setenta, hoy los medios ya no explotan las fuentes anónimas por temor a demandas y van a la cárcel los que se nieguen a revelar a los jueces las identidades, terminando con uno de los avances democráticos de Watergate. Pero de todos modos, los casos de revelaciones de Wikileaks y del analista de la CIA en el 2013 han mostrado que de todos modos siempre existirán denunciantes en busca de periódicos dispuestos a jugársela por la denuncia. En suma, las condiciones hoy para repetir los casos de los Papeles del Pentágono y Watergate son prácticamente inexistentes pero los tiempos actuales tienen su propia dinámica y sus propias posibilidades profesionales.

 

 

VII

La venta del The Washington Post a un empresario audaz de internet dejó la percepción de que el periodismo de denuncia podría haber terminado su ciclo, aunque la vigencia del The New York Times estaría en sentido contrario. Lo que queda es sólo la certeza de que el Post fracasó como proyecto empresarial y que los desafíos del periodismo por internet estarían en el rumbo de aniquilar a otros medios impresos que no se modernicen como empresas ni replanteen algunas de sus políticas editoriales. A ello se debe agregar el hecho del costo del papel periódico creciente como una forma de presionar la circulación de los medios, junto a las nuevas prácticas publicitarias: por ejemplo, las empresas automotrices decidieron publicar sus spots en sus propios medios para reducir la compra de publicidad.

En lo político, el escenario estadunidense ha cambiado: Bush Jr. introdujo la política del miedo y Obama ha mantenido y profundizado esa línea de gobierno, ahora con persecución de periodistas que recuerdan a Nixon y a Kissinger. Llamó la atención de que las denuncias contra decisiones de espionaje ciudadano contra estadunidenses se hubieran publicado en el periódico The Guardian de Gran Bretaña y que las revelaciones de Wikileaks hayan sido hechas pior el The New York Times, Der Spiegel y The Guardian, rompiendo ya las exclusividades. Los periódicos de los Estados Unidos parecen más preocupados por ahorrar presupuestos y mantener sus lectores, aunque sin aumentar el sentido crítico en sus páginas. Inclusive, las coberturas políticas han bajado porque son noticias que no venden, al grado de que los acompañantes periodísticos a las giras presidenciales de Obama han bajado. Por ejemplo, el reportero de asuntos sobre medios Howard Kurtz escribió en el 2004 que en los delicados ocho meses de agosto de 2002 a marzo de 2003 el Post publicó más de ciento cuarenta notas en primera plana con declaraciones del gobierno, sin ninguna verificación de los datos circulados; en tanto, las revelaciones sobre los engaños de la Casa Blanca se colocaron en interiores, en las últimas páginas. El Post, pues, estaba en la lógica conservadora de Bush: en marzo del 2007 el ex director editorial del The New York Times reveló que Bob Woodward supo dos años antes que la esposa del embajador Wilson que reveló que Irak no había comprado tubos de aluminio para bombas nucleares era agente de operaciones de la CIA, pero ocultó ese dato mayor. El Post de Watergate había perdido su posición frente a los abusos del poder.

En lo social los medios han estado reacios a atender la reconfiguración de las atenciones de los lectores y su rechazo a las denuncias políticas. Asimismo, las coberturas de conflictos exteriores siguen atrayendo interés pero sólo cuando involucran la geopolítica estadunidense. En todo caso, se perdió la vinculación prensa-lectores como frente de resistencia contra los abusos de poder. El deterioro de la calidad de la política estadunidense también ha ahuyentado lectores: las notas sobre chismes sexuales han perdido atractivo desde Clinton. El efecto sicológico en la mentalidad estadunidense por los ataques terroristas del 2001 apuntalaron el miedo como fenómeno social durante los dos periodos de Bush Jr. pero también porque las estructuras políticas no se atrevieron a desafiar la política de temores sembrada por los republicanos, como se vio en el apoyo de legisladores demócratas a Bush Jr. y el silencio político de los demócratas ante las torturas de detenidos, los abusos de poder y las mentiras sobre Irak y Afganistán. En los hechos, la prensa ha ido detrás de las justificaciones oficiales sobre la guerra y hasta ahora nadie ha investigado las mentiras de Bush Jr. sobre las inexistentes armas de destrucción masiva de Hussein.

Los desafíos de la prensa impresa estadunidense van más allá de internet, circulación y publicidad: tienen que ver con su propia configuración como empresas en un sistema capitalista determinado por la codicia, la competencia y el individualismo, además de la crisis económica convertida ya en crisis social por la incapacidad de Bush Jr. para consolidar el auge de los noventa y de Obama para sacar al país del estancamiento. Entre otros, los retos de la prensa escrita podrían ser tres importantes:

1.- Construir corporativos empresariales que impidan que los medios escritos dependan solamente de circulación y publicidad.

2.- Romper con la restricción de la publicidad en las páginas principales del periódico y empujar los suplementos comerciales.

3.- Reformular los objetivos periodísticos a partir de los nuevos intereses de la sociedad ya no enfatizados en el corrupto sistema político.

4.- Acudir a las escuelas de periodismo para cambiar los programas de estudio que se basan en las concepciones del periodismo anteriores a los atentados terroristas del 2001.

5.- Enfatizar el periodismo de investigación en los temas sociales que puedan atraer la atención de los lectores, sobre todo de los jóvenes.

6.- Asumir el desafío de internet como un aliado en la conexión medios-lectores y no como una amenaza para la sobrevivencia de los medios impresos.

7.- Y, entre otros, el reposicionamiento más difícil: una prensa independiente en lo informativo pero dependiente en lo empresarial.

La venta del The Washington Post fue el aviso de un problema mayor, más aún que la caída de los ingresos publicitarios, que la baja en la circulación y que la competencia del internet: ¿cómo hacer compatible el negocio de una empresa en un sistema capitalista e inmersa en la bolsa de valores con una organización definida como de servicio social? La alarma del Post ha comenzaron a sonar también en el otro gigante de las noticias impresas, el The New York Times, el cual está saliendo de una severa crisis que lo llevó a solicitar un crédito de 250 millones de dólares al multimillonario mexicano Carlos Slim, a una tasa onerosa y casi de prestamista. Y aunque la publicidad y la circulación ha mejorado sustancialmente, el Times no quiere dejar hilos sueltos y ha tomado una decisión nada fácil y que está causando estragos en la organización interna: la vinculación cada vez más estrecha entre el área de finanzas con la de noticias, cuando la gran tradición del diario era la de mantener no sólo separadas sino prácticamente ajenas. De hecho, en el Post, la designación de la Weymouth como presidenta de la empresa se hizo en función de su experiencia empresarial y no de su incomprensión hacia el área de noticas.

La historia de la relación empresa-noticias en el Times acaba de ser contada por Joe Hagan en la revista New York y las versiones que recogió no fueron del todo halagüeñas para el área de noticias, la cual quedó muy sensible desde el 2003 por el escándalo del reportero Jayson Blair que fue descubierto inventando o plagiando textos y la renuncia obligada del director editorial Howell Raines; su sustituto Bill Keller tuvo a su cargo la reconstrucción de la confianza en la redacción y ante los lectores, ayudado por la jefa de redacción Jill Abramson; en el 2011, en medio de ajustes en la organización interna, Keller pasó a retiro y Abramson asumió el cargo de directora editorial. A finales del 2012 el dueño del periódico Arthur M. Sulzberger Jr. tomó la decisión de contratar a un ex director ejecutivo de la BBC de Londres para hacerse cargo de la dirección de finanzas del corporativo con la tarea primordial de aumentar los ingresos y encontrar nuevas formas de captación de liquidez.

Si la decisión fue inteligencia hacia la urgencia de recomponer el área empresarial, de todos modos desató conflictos de entendimiento entre el director financiero y la directora editorial, sobre todo porque el nuevo responsable de las finanzas, Mark Thompson, fue insistente en vincular su área con la de noticias; el temor radicó en la posibilidad de que el Times tuviera que comenzar a sacrificar noticias o enfoques editoriales en aras de explorar otras fuentes de ingresos. En el Times, recuerda Hagan, existen puntos de vista “cuasi religiosos” sobre “la santidad de la sala de redacción” contra la influencia de los intereses empresariales. Hagan quiso entrevistar a Abramson pero ella se negó a hacerlo con una frase que despertó aún más suspicacias: “¿quieres hacer que me maten?” El problema también ha radicado en el recorte de personal y recorte de gastos y por tanto en las malas percepciones de algunos sobre la forma de usar los recursos de la empresa por parte de los ejecutivos, por ejemplo algunos gastos de vacaciones de la directora editorial con su hermana a Cuba.

La presión por las finanzas ha obligado a los grandes medios a buscar soluciones en el exterior con contrataciones de ejecutivos externos. Ocurrió en el Post y causó problemas para articular a la tradición de la empresa a un director editorial importado de otras empresas periodísticas, como si el propio diario hubiera sido incapaz de preparar a sus propios editores. En el Times ocurrió lo mismo con Thompson, un editor-empresario de la BBC de Londres, una empresa pública, y además involucrado en el encubrimiento de casos de pederastia en sectores de la iglesia católica. Sulzberger recibió presiones del interior de la empresa para retrasar la contratación de Thompson y hasta para revertirla, pero el dueño veía en el nuevo ejecutivo a un audaz comercializador del internet.

Pero el problema es el Times, la edición impresa. Tradicionalista en su diseño como el Post, ha retrasado una nueva configuración de las páginas. La primera plana del Times sigue estando llena de muchas letras, apenas un par de fotos y en interiores se sigue rindiendo culto al texto. El blanco y negro en interiores lo hace un periódico viejo. Conocida como la Vieja Dama Gris, el Times siempre ha lidiado con obstáculos a la hora de los cambios. Le costó mucho trabajo, por ejemplo, introducir las fotos de color en la primera plana. Y sigue siendo un enigma tratar de identificar hasta qué punto el estilo de redacción y los enfoques de las noticias tienen amarrados a sus lectores, cuando muchas encuestas señalan que los lectores están hartos de los mismos problemas con los políticos, de la subordinación de los diarios a las políticas de seguridad nacional de la Casa Blanca y a los temas exclusivamente empresariales. El Times ha mantenido la lealtad de sus lectores pero no ha podido conseguir más. La curva demográfica estaría acercando ya a los periódicos a una revolución en el perfil de los lectores: los radicales que en los años sesenta tenían entre 18 y 25 años ahora andan en los sesenta, más asentados en las exigencias del capitalismo y ajenos ya a las marchas del pasado, por lo que sus prioridades de lectura son otras. Y a ello el tema insistido en este análisis: el reforzamiento de la mentalidad conservadora en una sociedad apanicada por el terrorismo que estalló violenta y criminalmente en territorio estadunidense en septiembre del 2001.

La audacia del nuevo director de finanzas del Times causó los primeros roces con el área editorial, sobre todo con la puesta en marcha de reuniones entre empresas y anunciantes con periodistas. Una experiencia parecida estalló en crisis en el Post: reunión de periodistas con funcionarios y lobistas cobrando cantidades extraordinarias a los asistentes, porque afectaba la autonomía de los reporteros. Pero los medios escritor en realidad están más que desesperados buscando nuevas formas de tener ingresos; y hasta ahora, los periodistas cumplían su trabajo ajenos a las necesidades financieras de sus periódicos. Hasta ahora la atención se centra en internet y en la cobertura mediática de las noticias; Hagan reveló en su texto que el Times está contratando más camarógrafos que reporteros, en tanto que periodistas tradicionales han sido despedidos.

El conflicto se está centrando en la dialéctica de la crisis de los medios: la necesidad de mayores ingresos vis a vis el espíritu de informar sin más preocupación que la veracidad de los hechos. Pero hasta ahora, los medios estadunidenses aún no tienen claro el perfil real del lector de prensa escrita o cuando menos una aproximación; han detectado el interés por internet, pero la vía cibernética carece de reflexión y se basa mayoritariamente en la velocidad de la noticia en su primer versión. Los blog de periodistas carecen de la exigencia de verificación de hechos y atiendan más a las noticias escandalosas de políticos y empresarios. De ahí que los esfuerzos de reorganización interna en la gran prensa escrita se basen sólo en anticipaciones de tendencias de lectura y no en un perfil. En el Times, reveló Hagan, existe el modelo de “curva de compromiso” de lealtad de los lectores; sin embargo, existe una percepción pantanosa del asunto: se percibe al lector en función de lo que quiere/puede pagar, no en lo que necesita. Ello puede llevar a lo que un periodista del Times le dijo a Hagan: “están vendiendo chucherías”.

Lo más significativo del paso audaz del Times de llevar a un director de finanzas que está trabajando con la sala de redacción para encontrar un estilo de periodismo que pueda reactivar ventas y publicidad  ha sido el hecho de que los medios están concientes de que se encuentran en un momento en el que se debate su existencia como prensa. La venta del Post alertó los focos amarillos y hasta rojos en algunos otros periódicos impresos, algunos de los cuales se encuentran en franca caída, como el Los Angeles Times que ha perdido el foco periodístico y no levanta la viabilidad empresarial. La esperanza de algunos medios escritos radica en el hartazgo de la sociedad de la superficialidad de internet y de la televisión, pero mientras ese estado de ánimo de manifiesta la prensa impresa tiene que resolver su viabilidad.

Entre muchos periódicos que han tenido que terminar su ciclo en el medio estadunidense, The Washington Post fue el más emblemático por los temas que lo colocaron en el centro de la atención en los setenta: los Papeles del Pentágono y Watergate. De ahí la importancia de indagar las razones –y sinrazones– detrás de la decisión de la familia Graham de venderlo por escasos 250 millones de dólares, una media de 3.1 millones de dólares por cada uno de los ochenta de existencia.

El Post terminó su ciclo pero el periodismo seguirá su sinuosa marcha, en medio de contradicciones, insuficiencias y sobre todo metido en las contradicciones de un modelo informativo de crítica al poder pero metido en los conflictos de empresa. El nuevo dueño, Jeff Bezos, carece de algún indicio de ejercicio de la información para confrontar al poder y es un gran negociante de espacios de internet. Ahí es donde se percibe que el viejo The Washington Post, el de los Papeles del Pentágono y Watergate, no tiene destino histórico en su nueva etapa.

 

 

VIII

Bibliografía básica

Para evitar un texto académico se eliminaron las citas al pie de página. De todos modos, toda la información fue tomada de los siguientes libros y documentos en internet:

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