Miedo, desesperanza y enojo

Para la enseñanza-aprendizaje


Rogelio Hernández López
Periodista de Milenio Diario con 31 años de experiencia en el medio.

Permítanme hablar como reportero que soy. Así me identifico mejor. No quiero y no puedo ser otro tipo de periodista.

Debo confesarles que, esta tarde en especial, mi estado de ánimo está más perturbado que hace 25 años, cuando asesinaron al mejor columnista que tenía México. Una angustia ha ido creciendo durante todos estos años, para tornarse mezcla de miedo, desesperanza y enojo.

Cuando extinguieron la vida de Manuel Buendía muchos tuvimos la expectativa, no sólo de que se aclarara el crimen, sino también que, con ello, podríamos impedir que se impusiera la impunidad. Pero esa esperanza, al menos en mí, se ha ido desvaneciendo.

Hoy cargo en mis percepciones los nombres de Manuel Buendía asesinado hace 25 años, pero también de Jean Paul Ramírez, asesinado el 13 de febrero de este año; de Luis Daniel Méndez Hernández asesinado el 22 de febrero de este año; de Juan Carlos Hernández Mundo asesinado el 27 de febrero de este año; de Carlos Ortega Melo Samper asesinado el 23 de mayo de este año; de Eliseo Barrón Hernández asesinado el 26 de mayote este año. Ellos cinco fueron ultimados en cien días. Hay datos duros para probar que nunca habíamos registrado tantos crímenes ligados al periodismo en tan poco tiempo. Eso apesadumbra y enerva.

Si es cierto. Quiero contaminarlos de estos ánimos encontrados. El lugar y el día son para síntesis recriminantes. Ustedes, periodistas, lo comprenden.

Hace ya tres meses y medio que salió de prisión José Antonio Zorrilla Pérez, sentenciado a 35 años por el crimen contra Buendía. Por estos días yo escribí que el caso no podía cerrarse por estar rodeado de dos enigmas principales y varias significancias.

  • Nunca se esclareció judicialmente el móvil del crimen.
  • Por eso persisten las dudas de si, Zorrilla Pérez, fue el autor intelectual del homicidio, el único, o alguien de sus superiores o de los contrapoderes del Estado.

Desde aquel 30 de mayo, en la medida en que no se esclarecía el asesinato y no se hacía justicia, se fueron juntando, además de la indignación, varios temores hoy muy significativos:

  • En primer lugar muchos intuíamos y otros lo sabían , que si no se castigaba ese crimen contra el más referencial de los columnistas sería sentado un precedente peligroso contra la integridad de otros periodistas.
  • También se instaló como percepción que comenzaba a ser un peligro social el narcotráfico ilegal, como contrapoder del Estado y su infiltración en altos niveles gubernamentales.
  • Igualmente temíamos que la impunidad, muy característica desde entonces en el sistema de justicia mexicano, se extendiera contra el ejercicio periodístico.

Y, como todos ustedes saben, el caso Buendía no fue cerrado y aquel futuro de temores nos alcanzó.

Ponderen:

Los agravios a periodistas han crecido geométricamente durante los tiempos del panismo en el gobierno federal.

Las quejas, registradas por la Comisión Nacional de Derechos Humanos, en el gobierno de Ernesto Zedillo fueron, en promedio, tres mensuales y con Fox cinco al mes.

El Centro Miguel Agustín Pro, Artículo 19 y Cencos registraron que en lo que van del gobierno de Felipe Calderón los agravios contra periodistas crecieron a 20 mensuales en promedio.

Estas son cifras conservadoras, porque se estima que por cada queja registrada podrían ocurrir otras dos agresiones.

De crímenes, aunque en ninguna época los periodistas mexicanos han podido escapar de la alta peligrosidad, los registros más o menos confiables de asesinatos de personas vinculadas al ejercicio periodístico indican que la frecuencia entre cada asesinato se ha ido acortando más en los tiempos del panismo gobernante:

Con Echeverría uno por año; con López Portillo, uno cada medio año; Con de la Madrid —cuando mataron a Buendía— uno cada 2.2 meses; con Salinas, un crimen de estos cada mes y medio; Con Zedillo bajó un poco la frecuencia a uno cada tres meses y con Fox volvió comenzó a subir desaforadamente.

Así, en los 29 meses que lleva gobernando Calderón ya son diecinueve los caídos y los cinco más recientes al ritmo de uno por mes.

Me molestan este tipo de estadísticas porque no reflejan, lo que pide de la vida Milan Kundera, pasión por los logros y por los dramas causados por la muerte de mis pares.

Han sido asesinados 50 periodistas en tiempos del panismo. Y nada parece frenar esta tendencia.

Decir que cada uno de nosotros, los periodistas, morimos un poco con cada uno que cae, sería una exageración aunque poética. Pero lo real, es que cada asesinado si nos hace más frágiles socialmente, más endebles de ánimo y a toda la demás gente le cercenan su derecho a estar informada.

Y la temida impunidad ya domina, no sólo al sistema de justicia mexicano, sino a todo el Estado. La impunidad ya es una atmósfera nacional que facilita las agresiones de cualquier hijo de mala vecina contra periodistas y que, ahora se les asesine con más frecuencia que nunca.

Hay que resaltar la cruel paradoja, de que todo esto ocurre cuando se han creado más entidades que nacieron, al menos intencionalmente, para defender la libertad de expresión y al periodismo, pero que la magnitud y frecuencia de los agravios los hace insuficientes y en ocasiones hasta inútiles.

Revisemos:

La Comisión Nacional de Derechos Humanos tiene un Programa de Agravios a Periodistas y Defensores Civiles de Derechos Humanos. Es una muy buena intención. Pero la CNDH, en general actúa después de hechos consumados y contra servidores públicos, lo que difícilmente puede prevenir atrocidades. Y además, por lo general, sus recomendaciones tienen un alto grado de desatención. Es una instancia débil para prevenir agravios contra periodistas. Otras comisiones de derechos humanos en los estados, quizá tres, tienen oficinas de relatores o de atención similares, pero su eficacia es menor incluso que la CNDH.

La Cámara de Diputados creo una Comisión Especial para el Seguimiento a las Agresiones contra Periodistas y Medios de Comunicación. Es otro esfuerzo loable por bien intencionado. Pero no es una comisión legisladora en forma, y su labor mayor es propiciar diálogos sobre problemas y hacer pronunciamientos cuando ocurren agravios. Es demasiado débil, pues, como órgano de Estado. Recuerdo bien que en todo el proceso de la supuesta federalización de delitos contra periodistas, al final esta comisión fue desplazada y menospreciada cuando se votó esa reforma que resultó todo un embrollo menos una federalización efectiva.

El Poder Ejecutivo Federal también creó una Fiscalía Especial para la Atención de Delitos Cometidos Contra Periodistas, pero insuficiente de recursos y de personal, sin el necesario marco legal (es decir, una fiscalía sin dientes) y prácticamente sin fiscal, porque su titular Octavio Arellana no ha esclarecido ningún caso de crimen, ha encontrado muy pocos culpables de otros agravios y no ha prevenido tropelías. En cambio, hace estadísticas con las que pocos periodistas concordamos, pero que le sirven al fiscal para declarar que “es una percepción errónea” la tesis, de todos nosotros, de que el ejercicio del periodismo en México es de los más peligrosos del mundo.

También, como en ningún otro momento, se han creado o estimulado, una decena de organizaciones no gubernamentales mexicanas o filiales de otras internacionales que defienden la libertad de expresión y que monitorean los agravios contra periodistas. Son varias, muy activas, esforzadas, pero no han podido siquiera unificar sus metodologías para el registro y la valoración de esas agresiones, y menos han podido unirse para acciones que logren vencer algunas las resistencias de los poderes gubernamentales que incumplen su responsabilidad de garantizar la seguridad de todos.

Y, nosotros, los periodistas estamos peor. No tenemos la unidad mínima para la autodefensa, ni siquiera logramos consensos de cómo actuar profesionalmente contra los agresores y mucho menos que y cómo publicar sobre las acciones del narcotráfico. Eso explica que, como gremio profesional, no seamos interlocutores ante los órganos del Estado.

No se ustedes pero yo me perturbo más cada que agravian a un periodista, a un reportero. Me siento más lastimado. Se que no todos los periodistas comparten este espíritu de colectividad de pares, porque quizá no tenemos el mismo espejo que refería Milan Kundera para identificar nuestro yo en los que son como nosotros. No hay otra manera de mirarnos. Yo no soy sin lo que son ustedes y los demás periodistas, y lo soy más apasionadamente en los casos extremos de emoción ante victoria de vida o la derrota de la muerte de mis pares. Yo iré a donde ustedes quieran para defender mi profesión.

El siguiente es un ejemplo de cómo debe de citar este artículo:

Hernández López, Rogelio, 2009: «Miedo, desesperanza y enojo»,
en Revista Mexicana de Comunicación en línea, Num. 116, México, febrero. Disponible en:
http://www.mexicanadecomunicacion.com.mx/Tables/rmxc/rogelio_manuelb.htm
Fecha de consulta: 4 de junio de 2009.

Deja una respuesta