Soy narco, pero decente

La política en tacones

Pilar Ramírez

Hace unos días fui al cine a ver la película Enemigos públicos sobre la vida del famoso asaltabancos estadounidense John Dillinger, a quien da vida el actor Johnny Deep; cerca del final, cuando su captor, el agente del FBI Melvin Purvis, le tiende una trampa para atraparlo a la salida de un cine —como realmente ocurrió con Dillinger— se percibía en la sala la tensión que provocaba la escena y una especie de espera a que el ladrón pudiese echar mano de uno de sus trucos para escapar una vez más de la policía. No en vano el protagonista es el sex symbol Johnny Deep, con eso, de entrada, el público se coloca del lado del antihéroe; Purvis era listo pero simple, sin gracia.

Ésta es otra película que se suma a la enorme producción que ha realizado Estados Unidos sobre sus delincuentes, un tema que ha ejercido por mucho tiempo una gran fascinación entre el público y entre los realizadores de cine y televisión. Ladrones y mafiosos reales o de ficción han llenado horas en las pantallas grande y chica. Los forajidos del viejo oeste como Billy the Kid, Jesse James o Kate “Ma” Baker han tenido un impredecible homenaje en varias películas. Los personajes y el tema de la mafia, sin embargo, son quizá una parte de la cultura popular estadounidense que por más tiempo ha hecho presencia en las pantallas y que continúa teniendo una amplia aceptación.

Algunas de esas realizaciones han pasado a formar parte del cine de culto como la trilogía de El Padrino, pero hay otras memorables, desde El halcón maltés de John Huston, basada en la novela de Dashiell Hammett a la que se le considera iniciadora del cine negro, pasando por Érase una vez en América de Sergio Leone, Buenos muchachos, El honor de los Prizzi, Casino y Cotton Club hasta las relativamente recientes como Pulp Fiction, Losintocables, Analízame y Los infiltrados. Esto, sólo por hablar de las famosísimas, pero hay una enorme producción que no alcanzó la popularidad de éstas y sin embargo goza de mucho público en el circuito comercial del DVD. Con ellas, un amplísimo público ha hecho suyas las vidas de Al Capone, Bugsy Siegel, Frank Costello, «Baby Face» Nelson, Vito Corleone o Tony Montana.

La televisión también ha hecho lo suyo en este terreno con series como Los años sin ley, Los intocables, Historias de crimen y Los Soprano. Ese conjunto de producciones han propiciado la idealización de los delincuentes a quienes se les reconoce inteligencia y liderazgo por su capacidad para evadir a las autoridades y muchas veces ridiculizarlas. Esa idealización que linda la frontera con la admiración no ha quedado en el plano contemplativo de los productos mediáticos. Por ejemplo, en la ciudad de Chicago se venden una gran cantidad de productos relacionados con Al Capone: el culto al jefe de la mafia es un atractivo turístico. Por otro lado, David Chase, el productor de la serie Los Soprano afirma que en la historia puso a Tony Soprano, el protagonista, a cometer actos terribles para recordarle a los espectadores que se trataba de un delincuente, porque tenía tal aceptación que el público insultaba al actor que personificaba el agente del FBI que intentaba atraparlo.

Un terreno más en el que México no ha sido competitivo, aquí «Chucho el Roto» ha sido casi el único delincuente cuya vida ha merecido la atención de los medios, quizá «El tigre de Santa Julia» y a últimas fechas Jesús Malverde, a quien se le considera santo patrono de los narcos y cuya veneración crece con la proliferación de corridos con el tema del narcotráfico y los mitos que se han construido alrededor de su vida y de su muerte. Más allá de la trascendencia que hayan logrado los delincuentes mexicanos, comparten con sus pares estadounidenses la admiración que causa su desafío a las autoridades, sustentada en la enorme desconfianza que provoca tal autoridad, especialmente en México, donde, a diferencia de los delincuentes, se considera que muchos servidores públicos tienen conductas ilícitas en las que gozan de total impunidad y las cometen sin ningún tipo de riesgo.

La mayoría de los infractores de la ley cuyas vidas ha exaltado el cine, la televisión o la música han creado un código de ética en el que respaldan sus actividades ilícitas que posiblemente no las justifican pero generan simpatía entre la población, como el hecho de que Chucho el Roto robara a los ricos para dar a los pobres, lo mismo que se dice hacía Jesús Malverde. Hace pocos días, el gobierno federal detuvo a un presunto miembro de la organización delictiva La Familia, conocido como «La Tuta», quien afirma que su grupo tiene un código de ética que incluye el respeto al Presidente, a la familia y no matar o secuestrar personas por una paga, y hasta se da el lujo de proponer una negociación con las autoridades. ¿Cómo percibe a este personaje la sociedad? Quizá no con un rechazo absoluto porque existe una gran desconfianza en la actuación de las corporaciones policiacas.

A pesar de que el Presidente Barack Obama comparó al Presidente Calderón con Elliot Ness en su lucha contra el narcotráfico, el mandatario mexicano no logró los puntos de popularidad que le hubieran permitido elevar la votación de su partido que apostó a la figura presidencial y su lucha contra el crimen organizado. ¿Será parte del mismo escepticismo? Recientemente, el presidente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, Edgar Elías Azar, reconoció que los jueces tienen mala imagen “porque tienen la cara sucia”, aunque muy probablemente ésa no sea la parte de su anatomía con más mugre.

Periodista y colaboradora de la RMC

El artículo anterior se debe de citar de la siguiente forma:

Ramírez, Pilar, «Soy narco, pero decente» en Revista Mexicana de Comunicación en línea,
Num. 116, México, julio.
Fecha de consulta. 27 de julio de 2009.

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