La democratización de la violencia

¿Nuevo modelo de Estado?

El Estado está siendo transformado por los fenómenos delictivos, con mucho más eficacia que a través de los procesos electorales y las reformas políticas. La democracia se experimenta socialmente por medio de la violencia, en la igualdad de ejercerla por grupos e individuos tanto como la autoridad política.

La democratización de la violencia - Foto: Diego Simón Sánchez / Cuartoscuro

Por Yuriria Rodríguez Castro

La violencia no solamente es acción, sino discurso democráticamente posible. En países como Guatemala y Honduras las pandillas, a fuerza de adaptarse a la violencia con la concesión del Estado, ahora se asemejan más a la tradición mafiosa. Son cada vez más una institucionalización de la práctica violenta cotidiana, con la diferencia de que en las mafias esa violencia es una práctica familiar y elitista, es la concentración monopólica de los medios para producirla. En cambio, las pandillas o los grupos de autodefensas mezclan las motivaciones violentas de los grupos de odio con una nueva forma de violencia social cada vez más extendida y mayoritaria, basada en el ajusticiamiento vengativo, lo que impide el monopolio de la violencia del Estado y ésta se democratiza hacia sectores de autodefensas que, a diferencia de las pandillas, no se organizan formalmente bajo el orden explícito de lo violento, sino bajo el supuesto de la “justicia”.

Son tiempos de autodefensas, tiempos también en que un gigante trasnacional como Apple puede retar al gobierno de los Estados Unidos negándole la información del celular de un terrorista. Son tiempos en que los linchamientos y las torturas mediáticas se observan a través de drones o de Periscope. Tiempos de imágenes que de la práctica común se hacen virales con golpizas tumultuarias contra un sospechoso –en esos usos y costumbres, así llamados, del linchamiento o justicia por propia mano- y toda clase de violencia cotidiana global llevada a la televisión e Internet.

En plena era de la democratización de la violencia, el discurso de odio en México escaló a un nivel más alto con la película Pink que ataca a la comunidad homosexual y sus derechos de adopción cuando su director, Francisco del Toro, asegura sin más que puede atacar a quien quiera porque vive en una sociedad “democrática”.

Lejos de ser incluyente, la democracia se va convirtiendo en el ejercicio pleno de la violencia, cuando inicialmente era un modelo diseñado para superarla. El Estado entró en una nueva fase, distinta a la del control legítimo y del monopolio de la violencia, para concederla a grupos que lo confrontan abiertamente. Si, bajo los modelos de Hobbes y Weber, el Estado tenía el control de la violencia con el consenso de sus gobernados, ahora ha cambiado el paradigma con la concesión del Estado para que otros detenten el control violento.

La empresa Apple se negó a desbloquear el teléfono celular Iphone del yihadista que atacó el hospital de San Bernardino, demostrando que las grandes trasnacionales ya no sólo determinan la economía global, sino que también confrontan al Estado en la Unión Americana –uno de los más poderosos del mundo–, en materia de seguridad.

Pero este no es el único caso que ejemplifica cómo la violencia irrumpe en ámbitos políticos, en el dominio del Estado. Otro ejemplo es el de los ataques con gas lacrimógeno en el Congreso de Kosovo, donde lo más que se había visto en términos de violencia parlamentaria era la toma del recinto por los congresistas y algunos enfrentamientos a golpes, pero en Kosovo los medios políticos llegaron al último recurso, al que despolitiza por medio de la violencia del terror.

La concesión del terrorismo interno

Durante los últimos años se ha tratado de explicar el por qué se presentan ataques a universidades en los Estados Unidos. La mayoría de estos atentados son producto de aparentes motivaciones individuales, de jóvenes blancos norteamericanos, algunos bajo la influencia del fundamentalismo racial o yihadista, pero finalmente producidos por concesiones de Estado, por la libre circulación y venta de armas, así como por una cultura de consumo de la violencia arraigada en una nación que se desarrolló bajo una economía bélica.

Muchos de los países occidentales están pasando por el mismo proceso que México y los Estados Unidos. Son las naciones que se resisten a estos procesos las que parecen más rígidas, pero no necesariamente es así: se observa un nuevo “proteccionismo” respecto al control de la violencia, como es el caso de Venezuela, donde el Estado detecta una clara confrontación con miras a despolitizarlo.

Definimos como despolitización al proceso violento con miras a despolitizar un Estado. Cierto es que en algunos casos el propio Estado puede propiciarlo a su conveniencia, como puede ser que otro Estado eche a andar este proceso para despolitizar a otro.

Despolitización y democratización de la violencia

En México el proceso de despolitización y concesión de la violencia ha sido prácticamente una constante histórica, sobre todo a partir de la conquista española.

Antes inclusive, el gobierno mexica tenía una estructura de Estado y entendía muy bien que su principal finalidad era el control de la violencia. Era el suyo un Leviatán prehispánico que intuía a Hobbes sin conocerlo. Los mexicas tenían un gobierno militar con una fuerza bélica que se imponía a otros pueblos desde el tributo, el cual –de no cumplirse– ameritaba el castigo y la venganza en las guerras floridas o en el sacrificio humano, tras capturar (secuestrar) a representantes nobles de los pueblos sometidos.

Toda la etapa independentista, así como la guerra de Reforma, la Revolución y la guerra cristera, fue un constante jaloneo por el control de la violencia sin escatimar en recursos violentos. Pero todas estas luchas y procesos estaban claramente politizados, a diferencia del actual proceso despolitizador.

La historia de México se puede resumir en una permanente búsqueda de identidad del Estado a través del control de la violencia. Aunque de forma contradictoria, el Estado tiene en su naturaleza buscar diferenciarse de la violencia que controla. Sin embargo, en México ni siquiera durante el porfiriato se logró el control pleno de la violencia, pese a que la urbanización buscó dejar fuera del ámbito de influencia política a los sectores marginales, dando paso a dos Méxicos, uno rural y otro urbano. Lo que sabemos es que no evitó el brote revolucionario tras la concesión de la violencia que Porfirio Díaz decretó en la entrevista a Creelman, donde inclusive refiere que México está preparado para la “democracia”. En palabras menos diplomáticas, para la violencia consensada.

Secuestro en México y despolitización

La despolitización –por algunos llamada “cortina de humo”– no es sólo una estrategia política de distracción, es un fin en sí mismo, donde una moral violenta se impone a lo político, a lo ideológico. En esta fase, el Estado vive del acontecimiento y se adapta a la violencia concedida a los grupos sociales que exigen su derecho a ejercerla de forma autónoma.

En México, algunos secuestros se instauraron en la categoría del escándalo, sobre todo por el impacto mediático que tuvieron en la opinión pública. En una primera etapa, los secuestros de la década de los 70s y principios de los 80s eran políticos, como el ocurrido en contra del entonces senador, que después llegó a ser gobernador por Guerrero, Rubén Figueroa. No se diga de los secuestros realizados por la “Liga 23 de septiembre”, de los cuales también fueron después víctimas sus militantes, bajo el rótulo de “desapariciones”, pero por grupos patrocinados por el gobierno.

La “Liga 23 de septiembre” no sólo secuestró empresarios o intentó hacerlo, como fue el caso de Eugenio Garza Sada quien fue muerto en el episodio, sino que también llegaron a secuestrar un vuelo de Mexicana de Aviación el 8 de noviembre de 1972, un Boeing 727.

Uno de los hombres que protagonizó secuestros durante la llamada “Guerra sucia” de la década de los 70s –como respuesta represiva “institucional” a la guerrilla-, fue Fernando Gutiérrez Barrios, quien en ese entonces encabezaba la Dirección Federal de Seguridad (DFS). Sin embargo, el propio Gutiérrez Barrios sería secuestrado por una banda bien organizada, el 9 de diciembre de 1997, en la Avenida Miguel Ángel de Quevedo de la capital mexicana.

Muchos de estos secuestros pasaron inadvertidos para amplios sectores de la sociedad, inclusive para los más informados, pese a tratarse de secuestros de índole política. La diferencia la marcaron los secuestros que, entrado el nuevo milenio, le permitirían al Estado una plataforma que justificara su estrategia de seguridad y dar una connotación política de los secuestros en los medios de comunicación como vacuna despolitizadora, cuyo antídoto era el ciudadano expuesto cual víctima hipotética del secuestro, pues ahora ya no se trataba de guerrilleros ni de políticos o empresarios de alto nivel secuestrándose entre sí, sino de ciudadanos comunes afectados por un clima artificioso de violencia.

La década de los noventa es mucho más activa en cuanto a secuestros que toda la primera década del nuevo milenio. Sin embargo, aún no era tan relevante para el Estado mexicano, que terminó colocándolo a conveniencia en el centro de todas las preocupaciones, inclusive por encima y antes de que el narcotráfico ocupara ese lugar “privilegiado”.

El detonador de los primeros secuestros mediáticos tiene su antecedente a comienzos de los años noventa con la banda de Andrés Caletri López, que operaba principalmente en Morelos, en el Estado de México y en la Ciudad de México. Otra de las bandas de secuestradores de ese entonces fueron Los Pochos y El Coronel, encabezada ésta por Marcos Macera Tinoco, a quien se señaló como orquestador del secuestro de Fernando Gutiérrez Barrios en 1997.

Algunas de estas bandas se caracterizaron por la mutilación de sus víctimas para presionar el pago del rescate, como la de Daniel Arizmendi López, justamente apodado El Mochaorejas. Al igual que Caletri, Daniel Arizmendi operó en el Estado de Morelos, en localidades mexiquenses y en la capital del país. El Mochaorejas solía secuestrar ciudadanos españoles radicados en México.

Caletri secuestró a varios empresarios como Elio Margolis, uno de los directivos de Chrysler México. Algo que no se ha abordado suficientemente es que no todos los secuestros entre bandas plagiarias han tenido como propósito cobrar rescate a cambio de la víctima,. También –como cualquier célula criminal–, secuestran y asesinan a sus competidores por la disputa del territorio.

Con Caletri, el apellido Margolis aparece por primera vez relacionado al tema de secuestro, la segunda vez que este nombre aparece está ligado al caso Florence Cassez y a la supuesta relación de cercanía entre el empresario judío Eduardo Margolis y el entonces Secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna.

Con ejemplos como el de Daniel Arizmendi, se comprueba que el delito de secuestro tuvo la participación corrupta de la institución policiaca, pues el mismo Mochaorejas trabajó como elemento de seguridad en la Policía Judicial del Estado de Morelos.

Desde nuestra perspectiva, el secuestro le abrió la puerta a un cambio radical de estrategia de seguridad pública hacia el Mando único, pues una vez que las policías se habían mostrado corruptas e involucradas con las bandas de secuestradores, el último intento por impulsar una policía de élite incorruptible fue la captura de la supuesta banda Los Zodiaco a la que presuntamente pertenecían Florence Cassez e Israel Vallarta. Poco a poco se fue desmintiendo la existencia misma del grupo en diversas publicaciones, como en el libro escrito por la periodista belga Emmanuelle Steels (El teatro del engaño. Buscando a los Zodiaco, la banda de secuestradores que nunca existió, 2015).

Durante esta etapa se extinguió la vieja Policía Judicial Federal, a causa de que muchos de sus elementos participaban privando de la libertad a ciudadanos a cambio de rescates. No hay que perder de vista que las bandas de secuestradores también han concretado fugas de penales de alta seguridad. El propio Caletri logró escapar en 1995, y aunque al igual que algunos narcotraficantes fue recapturado, la cárcel seguía siendo un lugar propicio para delinquir.

Uno de los presuntos secuestros difundido y convertido en tema de alto impacto frente a la opinión pública fue el de Hugo Alberto Wallace, el 11 de julio de 2005. El llamado “Caso Wallace” trascendió por el despliegue que la madre del presunto plagiado –la señora Isabel Miranda de Wallace– echó a andar a través de anuncios espectaculares y medios de comunicación, que hicieron visible un fenómeno donde el ciudadano toma la “justicia por propia mano” y realiza una indagatoria por su cuenta. Sobre todo, es el primer caso de secuestro mediático que pone en cuestionamiento la capacidad y eficacia del Estado como garante de seguridad y de justicia, no sólo ante el gremio empresarial, los sectores económicos más altos de la sociedad, sino a nivel nacional e internacional, pues el primer síntoma de ingobernabilidad en presencia de un Estado, es justamente la privación de la libertad que comienza con una perspectiva de caso “particular” denominada “secuestro” y continúa en un caso general y masivo, como el de las desapariciones.

Otro caso que impactó a la opinión pública fue el de la joven Silvia Vargas Escalera, hija del entonces titular de la Comisión Nacional del Deporte (Conade), quien fue secuestrada cuando contaba con 18 años de edad, el 10 de septiembre de 2007. Lo más relevante de este caso fue el llamado desde el propio sistema de gobierno a que las autoridades dieran respuesta al paradero de la joven. Sin embargo, el gobierno  federal tardó más de un año en ubicar un domicilio en Tlalpan, donde presuntamente se encontraría la osamenta de Silvia Vargas Escalera, quien fuera asesinada por sus plagiarios.

Fueron varios años en los que familiares y autoridades federales se empeñaron en posicionar el tema del secuestro en la indignación social. Otro de los que generó la ruptura y una exigencia radical de “mano dura” por parte de la sociedad, fue el secuestro el 4 de junio de 2008, del menor Fernando Martí, hijo del empresario Alejandro Martí, dueño de Deportes Martí, caso que desbordó movilizaciones promovidas y patrocinadas por las dos principales cadenas de televisión en México, Televisa y TV Azteca.

Florence Cassez y la percepción de la “justicia”

Como ya pudimos ver, en la década de los noventa el secuestro no fue un recurso de despolitización, sino hasta entrado el nuevo milenio. Inaugura esta era el intento más ambicioso por mostrar que existía un control de la violencia, con casos de secuestro muy mediáticos como el del joven Fernando Martí, así como el caso de Silvia Vargas Escalera. Pero de entre todos estos casos de secuestro, el más destacado fue la elaboración de un cuerpo del delito y la prefabricación de culpables en el caso Florence Cassez.

El Estado mexicano estrenaba una policía especializada con miras al ahora predominante modelo de Mando único, bajo las órdenes del cuestionable Genaro García Luna. En este marco de seguridad, el secuestro fue la vía de entrada para despolitizar los fenómenos delictivos y al propio Estado como parte de los mismos. Era un tema tan moral, íntimo y familiar, que los medios de comunicación recalcaron “nos concierne a todos”, destacando que no era un asunto de partidos políticos ni militancias, sino algo que va más allá. Este resaltar la idea de “todos unidos contra la delincuencia” también se relaciona con la democratización de la violencia, donde las mayorías no sólo tienen derecho de opinión sobre los fenómenos violentos, sino también tienen derecho de acción violenta en venganza contra quienes los agraviaron.

“Si no pueden contra la delincuencia, renuncien”, decía el empresario Alejandro Martí a los gobernantes mexicanos, en una confrontación con respaldo de un sector social bajo la influencia de las televisoras que dieron amplia cobertura a las movilizaciones de organizaciones como “Iluminemos México”.

Bajo este discurso comenzó a generarse una sensación de igualdad entre sectores sociales que no tenían nada en común. Desde la perspectiva empresarial y privilegiada, pero también de los sectores más desprotegidos económicamente, todos podíamos ser víctimas de secuestro, incluso los más pobres. Entonces, la venganza nos concernía a todos, ya que el Estado “no podía contra la delincuencia”. Este es otro elemento democratizador en la naturaleza de la violencia, que genera una sensación de igualdad en la venganza como en la autonomía para ejercerla.

El caso Florence Cassez cambió la forma de percibir la aplicación de la justicia en México, pues más que un “montaje” se trató de una elaboración íntegra de las imputaciones fabricadas y de las percepciones de justicia sobre una falsedad. Después de lo ocurrido con Florence y el dictamen que ordenó liberarla por violaciones al debido proceso, por parte de la Suprema Corte de Justicia, se buscó dar más credibilidad a la construcción mediática de un cuerpo del delito, para que las fallas en el debido proceso no se convirtieran en un recurso legal, como ocurrió con la posterior liberación del narcotraficante Caro Quintero.

En lo relacionado con los medios de comunicación, este fenómeno podría conducir a una desproporción a través de un cambio en las facultades ya no sólo del discurso mediático, y en especial televisivo sobre un tema, sino que podrían substituir las formas discursivas por un cuerpo de comunicación distinto, en este caso un cuerpo de comunicación judicial.

A partir del caso Florence Cassez, se dieron otros en los que el patrón se repitió y seguirá repitiéndose de no abordarse con total seriedad. Por ejemplo, el diario La Jornada, en su publicación del 27 de septiembre de 2014, hablaba en primera plana de un “montaje” en la masacre de Tlatlaya, con cambio de posición de cadáveres y siembra de armas de alto poder junto a los cuerpos de los victimados, atribuible al principal acusado, el ejército mexicano. A lo largo de una cobertura sostenida e ininterrumpida sobre un tema, la percepción de lo conceptual abstracto, así como de lo procesal práctico, es transformada y manipulada por lo mediático.

Lo justo entonces parece que no es un proceso legal, sino una percepción social, lo que cada vez constriñe más a la justicia a convertirse en un asunto de opinión en los llamados “tribunales mediáticos”. Por un lado está la justicia como un modelo apegado a los hechos, con una vestimenta de supuesta imparcialidad, y por otro, la percepción como un modelo de justicia, misma que es generada por la intervención de los medios.

La percepción mediática como modelo de justicia va íntimamente ligada y dependiente de la percepción del miedo y la inseguridad, por lo que se ha convertido en un asunto de opinión pública, no de leyes.

El caso Florence Cassez cambió la forma de percibir la justicia a través de los medios de comunicación, pues la confirmación de que hubo un “montaje” se convirtió en una duda constante en relación a todo lo que solía presentar el gobierno a través de los medios de comunicación. Ahora, cada vez que se captura a un narcotraficante, la alusión al “montaje” ya es común.

A partir del caso Florence Cassez, no sólo cambió la frecuencia con la que se recurre a las fallas en el debido proceso, sino que se demostró que la “justicia” está sujeta a las masas, en un esquema en el que el modelo de justicia, a fuerza de querer ser popular, deviene en retrógrada, pues deja de mantenerse ajeno a los intereses de cualquier sector social, sea mayoritario o no.

El fenómeno Florence Cassez trascendió todos los fenómenos mediáticos de secuestro, toda vez que, con muy contadas excepciones, como la del semanario Proceso, la mayoría de los medios de comunicación se empeñaron en enjuiciarla y declararla culpable sin mayor análisis, aceptando la “versión oficial”.

El tema de los “juicios paralelos” ya ha sido abordado en otros países, así como en México por el periodista Marco Lara Klahr, por ejemplo. Sin embargo, lo que no se examina con frecuencia es cómo estos enjuiciamientos mediáticos terminan por ser decisivos en la construcción de una especie de justicia por consenso, por acuerdo mayoritario y perceptual, lo que determina la toma de decisiones dentro del proceso legal mismo, con influencia de los públicos.

Conceder, despolitizar y democratizar la violencia

La histórica inestabilidad del Estado mexicano está estrechamente ligada a que se cuenta con medios de adaptación de la violencia, lo que coloca al Estado en una posición de portador de la venganza social –disfrazada de justicia- ante el secuestro, lo mismo que ante otros fenómenos del crimen organizado.

El Estado está siendo transformado por los fenómenos delictivos, con mucho más eficacia que a través de los procesos electorales y las reformas políticas. La democracia se experimenta socialmente por medio de la violencia, en la igualdad de ejercerla por grupos e individuos tanto como la autoridad política.

Anteriormente, la violencia era percibida como resultado de la desigualdad, mientras que ahora, la adaptación a la violencia a los actores fuera del gobierno genera una sensación de igualdad. La democratización y la justicia llegan por medios violentos, en forma de compensación, no como resultado de la democratización de las instituciones, ni de la aplicación del Estado de Derecho y la justicia social, sino que se trata de una visión de justicia reparadora en venganza.

La política de justicia en México ante el fenómeno del secuestro, forma parte del proceso de adaptación y descontrol de la violencia en la transformación del Estado, lo que en algunos casos lleva a una política de megacontrol que se sale de los medios políticos hacia ámbitos judiciales. Sin participar políticamente en su propia transformación, el Estado lanza un mensaje de sobrecontrol que se pudo observar con la llegada del papa Francisco a México, al desplegarse un operativo sobrado de recursos violentos.

En un sentido distinto al de Hobbes, quien consideró a la violencia como elemento de conservación y estatismo del Estado, nuestro abordaje incluye el análisis de la forma en la cual una entidad como la mexiquense renunció al control para adaptarse a la violencia con muestras de sobrecontrol. Aunque el Estado mexicano sigue medianamente a flote, hay fenómenos violentos y delictivos que pueden ocupar su lugar, como ha ocurrido con los grupos de autodefensas en diferentes regiones del país, donde los gobiernos, una vez que deciden dar por terminada la concesión de la violencia, buscan un arreglo de compensación con estos grupos, lo que no garantiza que por el hecho de decretar su fin, cesen estos fenómenos de violencia autónoma.

Los grupos de poder violento autónomo experimentan, desde esa violencia, una posición de igualdad ante los fenómenos delictivos, dejando al Estado mexicano reducido a ser portavoz (mensajero) y portador (distribuidor) de la violencia, pues ha concedido o subrogado el control de la misma. Con esto queda demostrado que el Estado se transforma bajo un nuevo paradigma que concede la violencia a otros grupos, se despolitiza en su dependencia con los fenómenos delictivos y se acerca a la democratización de la violencia al renunciar a su control.

YouTube: Epicentro del espionaje político

Escándalos en las campañas de 2015

Las campañas de 2015 pasarán a la historia por la gran cantidad de escándalos políticos que se presentaron, sobre todo porque los más estridentes provenían del espionaje. La novedad es que el epicentro de los terremotos ya no es la televisión o la radio sino el YouTube de la Internet. En 2015 las campañas de todo el país estuvieron llenas de audioescándalos y videoescándalos, es decir, grabaciones de conversaciones privadas de los políticos y candidatos.

Los escandalos en You Tube suelen marcar la agenda de los medios tradicionales - Foto: Captura de pantalla de NOTICIASMVS / YouTube

Los escandalos en You Tube suelen marcar la agenda de los medios tradicionales – Foto: Captura de pantalla de NOTICIASMVS / YouTube 

Por Germán Espino Sánchez

Publicado originalmente en RMC #137

Entre los casos más famosos en 2015 están las conversaciones de la candidata del PRI al gobierno de Sonora, Claudia Pavlovich, pidiendo moches a los funcionarios estatales por diversos financiamientos públicos que ella gestionó. Otro de los casos famosos es una presunta conversación entre los senadores y candidatos a gobernadores Carlos Mendoza Davis y Francisco Domínguez. En esta conversación Carlos Mendoza Davis ofrece la colaboración de un empresario que otorgaría 6 millones de pesos mensuales para financiar la campaña de Domínguez. Por último, cabe recordar la plática entre Lorenzo Córdova, presidente del Consejo General del INE, con Edmundo Jacobo, secretario ejecutivo del INE. En esta plática, Lorenzo Córdova se destornilla de risa por los gestos de un indígena al que llama el “gran Jefe de la Gran Nación Chichimeca”.

La política como espectáculo mediático llega a su culmen con la agenda de temas negativos y escándalos mediáticos que se convierten en el corazón de la información de las campañas. Hay que matizar que los medios de comunicación en México suelen llamar “escándalo” a cualquier información de carácter negativo para un candidato. En este artículo distinguimos entre “escándalo” y “tema negativo”. Estos últimos son noticias que influyen negativamente en la campaña de un candidato. En cambio los escándalos serán entendidos con la siguiente definición:

 “Escándalo denota aquellas acciones o acontecimientos que implican ciertos tipos de trasgresión que son puestos en conocimiento de terceros y que resultan lo suficientemente serios para provocar una respuesta pública.” (Thompson, 2001, p. 32)

Como los escándalos tienen un alto rating, a los medios les interesa develar los conflictos de los famosos. Los escándalos representan ese tipo ideal de noticia para que cualquier medio rebase a la competencia, es una nota original, trascendente, novedosa… En el mejor de los casos se convierte en una bola de nieve que se reproduce en todos los medios y da fama al medio que la maquinó. La industria del escándalo es una rama subsidiaria de la industria mediática. En la actualidad hay numerosos programas de “chismes” y la mayor parte de los noticiarios integran un componente fundamental de “chisme”. Sobra aclarar que muchos de estos programas se ubican en el prime time de la televisión gracias a las grandes audiencias que convocan.

Salome Berrocal (2012) explica que los programas informativos están dominados por los sucesos o hechos triviales, presentando las “noticias serias” con una visión frívola, uniforme y residual. Desde esta fecha, se establece el término anglosajón infotainment para designar a determinados programas que combinan la información con el entretenimiento; en español se habla de “infoentretenimiento político”.

El infoentretenimiento sería una mezcla de información y entretenimiento. Incluso los medios de comunicación tradicionales le han apostado a este infoentretenimiento para lograr un mayor rating. Además es mucho más barato y cómodo recurrir a estos vídeos que dedicar tiempo, dinero y esfuerzo a los periodistas que trabajan temas de periodismo de investigación, relevantes y novedosos, pero a veces “aburridos” para la mayoría de los espectadores.

 

Y en el principio de los tiempos democráticos… ya estaba el escándalo

La historia de los audioescándalos de espionaje en la democracia mexicana, comienza, en términos generales, con los videoescándalos de Carlos Ahumada en 2003. Esta serie de videoescándalos puso en jaque al jefe de gobierno Andrés Manuel López Obrador y al líder perredista Rene Bejarano lo llevó a la cárcel.

En 2006, después de que Calderón llegó a la presidencia con una gran campaña negativa, el IFE prohibió las mensajes negativos. Cerraron las puertas a todas las campañas negativas, incluso quizá a muchas críticas que son moralmente justificadas. Por ejemplo, si un candidato tiene graves antecedentes legales o morales sus adversarios deberían tener derecho a denunciarlo para que la ciudadanía no vote por él.

Al cerrar la radio y la televisión a las campañas negativas, estas comenzaron a transmitirse desde YouTube. En 2009 en YouTube comenzó a proliferar un video satírico sobre Fidel Herrera, el gobernador de Veracruz; todo ello en el contexto de las campañas para las gubernaturas de los estados. El video era una parodia del tema musical de la película Rudo y cursi. En el video de YouTube el tema de la canción se burlaba de Fidel Herrera a quien llamaban “Rata y cursi”.

El gobernador de Veracruz solicitó al IFE censurar el video. El IFE accedió a la solicitud y pidió a YouTube México que eliminara el video de la plataforma digital. YouTube México obedeció y eliminó el video. Sin embargo, la prohibición tuvo un efecto contraproducente. Por una lado, el video se volvió famoso por la censura, por otra parte, en vez de que desapareciera, el video se multiplicó en YouTube y otras plataformas. Gracias a ello se convirtió en el más visto de la temporada. Desde entonces el IFE aprendió que era contraproducente prohibir los videos de campaña negativa en la Internet, incluso aquellos que contravenían la ley; nunca más ha tratado de censurar un video en la Internet.

 

La plataforma YouTube

El problema es que YouTube es una plataforma muy abierta y difícil de controlar. Los administradores de YouTube no revisan los videos antes de que las personas lo suban. La plataforma funciona así:

1) un usuario cualquiera puede subir un video;

2) YouTube revisa el video cuando ya está en línea;

3) mientras YouTube evalúa el contenido del video, otros usuarios ya lo habrán visto e incluso descargado;

4) cuando YouTube censura un video este ya se ha multiplicado en el ciberespacio y será casi imposible de erradicar, porque comienza un juego de necios: YouTube lo baja y prohíbe los videos con ese nombre, pero otros usuarios suben este mismo video con otro nombre…

Existen aplicaciones para publicar y acumular todo tipo de documentos; los más populares son los portales que acumulan videos. Tal es el caso de YouTube, pero también los hay de fotos como Instagram y Flickr; de audios y videos como BitTorret, etc. Estas plataformas permiten que los usuarios comenten los contenidos, declaren sus preferencias (“me gusta” o “no me gusta”); de esta manera, los usuarios que han creado los contenidos reciben una importante retroalimentación.

Aunque originalmente YouTube fue creado como un sitio de intercambio de videos amateurs, en la actualidad ha sido colonizado por las grandes compañías de medios de comunicación. De esta manera, las estrellas de la música, catapultados por la industria de la farándula, se han convertido en los actores dominantes. También las grandes compañías de televisión suelen tener una presencia dominante en los portales de videos, difundiendo sus programas y su publicidad.

Algo similar sucede con los políticos. Usan los portales de videos para difundir su publicidad política y para hacer spots negativos que no tienen cabida en la televisión o la radio. Esto último es una actividad especialmente importante en países como México, donde la publicidad negativa está proscrita.

Pero los espectáculos no involucran a las audiencias para hacer un consumo activo, sino que propician un consumo pasivo. Según numerosos reportes de investigación empírica, los usuarios de los portales de videos consumen videos de manera pasiva como lo hacían con la televisión y raramente adoptan una actitud participativa. Es decir, muy pocas veces suben videos propios (Gallardo y Alonso,  2011). Lo más que suelen hacer es escribir comentarios o etiquetar los videos; la mayoría de usuarios no registra ningún tipo de participación. De esta manera, YouTube pierde su esencia de red social y se convierte más en televisión por Internet.

Por estas características de los portales de alojamiento de videos, las estrellas de la música comercial en la primera década del siglo XXI se han convertido en los actores dominantes de YouTube (como Taylor Swift, PSY, Justin Bieber, Katy Perry, Lady Gaga, etc.). Por primera vez en la historia, su éxito se debe a su trabajo en las redes sociales más que a su participación en la televisión o la radio. En las primeras dos décadas del siglo XXI, estas celebridades de música pop han encabezado las listas de popularidad en YouTube y en las redes sociales.

Hay que aclarar que los videos de YouTube usualmente tienen bajo impacto en la política porque existe una brecha digital. Además, la mayoría de internautas son jóvenes, muchos de ellos adolescentes que no votan. Otros son jóvenes que tradicionalmente son abstencionistas. De manera que la mayoría de internautas no se preocupa mucho por la política convencional (IFE, 2003).

En la sección política de YouTube sucede más o menos lo mismo, quienes tienen más audiencia son los políticos famosos impulsados por sus estructuras políticas, el gobierno y/o los partidos, los medios y, sobre todo, por los escándalos políticos.

Sin embargo, a pesar de la brecha digital, los escándalos políticos que se trasmiten desde YouTube a menudo tienen la capacidad de marcar la agenda en los medios de comunicación tradicionales (televisión, radio y prensa). Con esto, los escándalos logran una gran cobertura e impacto social.

 

Los escándalos se propagan gracias a la convergencia mediática

Como se puede apreciar, el impacto de YouTube no sólo depende de las redes sociales, sino también de su impacto en los medios tradicionales como la televisión, la radio y la prensa. Esto es más evidente porque en México la mayor parte de la población no tiene acceso a Internet (INEGI, 2014), por lo que se informan, predominantemente, con la televisión. Diferentes estudios marcan que los mexicanos ven 4.5 horas de televisión al día (Conaculta 2010).

Hay que insistir en que viejos y nuevos medios están interconectados, de manera que se influyen mutuamente. A decir de Henry Jenkins (2008) los nuevos medios (las redes sociales) no vienen a desplazar a los viejos (televisión, radio y prensa), sino que ambos se hibridan. Este proceso de hibridación también se verifica en los productos culturales, donde colisionan viejos y nuevos contenidos. Por otra parte estos contenidos son generados no sólo por los corporativos sino también por los usuarios, después estos contenidos se transmiten por viejos y nuevos medios, de boca en boca, a través de todos los canales de comunicación que tiene el tejido social.

Henry Jenkins (2008) habla de tres procesos que están dando forma a la cultura de las sociedades occidentales en los países desarrollados, estos son “la convergencia mediática, la cultura de la participación y la inteligencia colectiva”. Al conjunto de estos procesos comúnmente se le llama cultura de la participación y la convergencia.

La convergencia mediática, para Jenkins, refiere al flujo de contenidos a través de múltiples plataformas mediáticas; la cooperación entre múltiples industrias mediáticas y el comportamiento migratorio de las audiencias, dispuestas a ir casi a cualquier parte en busca del tipo de experiencias de entretenimiento que desean (Jenkins, 2008, p. 14). En el mundo de la convergencia mediática se cuentan todas las historias importantes, se venden todas las marcas y se atrae a todos los consumidores a través de múltiples plataformas mediáticas… (Jenkins, 2008, p. 14)

Jenkins (2008) y otros autores explican cómo los medios tradicionales también están aprendiendo a usar los nuevos recursos de la Internet para producir y distribuir sus propios contenidos. De esta manera se están integrando redes verticales y horizontales de comunicación, con ello los corporativos mediáticos tienen la oportunidad de controlar la producción cultural independiente o alternativa. Además, estos nuevos desarrollos tecnológicos promovieron nuevas perspectivas en áreas como el periodismo en línea, de manera que, en la actualidad, la comunicación de masas gira en torno a la Internet, desde la producción hasta la transmisión (Jenkins, 2008).

La circulación de los contenidos mediáticos (a través de diferentes sistemas mediáticos, economías mediáticas en competencia y fronteras nacionales) depende enormemente de la participación activa de los consumidores (Jenkins, 2008)

Este autor advierte que en la actualidad hay tanta información que nadie puede manejarla, entonces las personas dialogan para encontrar lo que quieren, estos son procesos de inteligencia colectiva. De manera que actualmente nos hayamos “ante un nuevo medio de organización social, cultural y política, que instaura un nuevo régimen tecnosocial. Además, las multitudes inteligentes están surgiendo no desde las elites de la sociedad, sino desde los aficionados, que están cambiando su forma de reunirse, de trabajar, de comprar, de vender, de gobernar así como de crear (Rheingold 2004).

 

Los problemas de la democracia en México

Pero una política conducida por los escándalos en YouTube no parecería obra de la inteligencia colectiva, sino de la manipulación de los políticos y grandes grupos de poder. Estos procesos no promueven la participación de los usuarios, sino que tratan de manipular a los usuarios.

Las campañas de 2015 oscurecidas por los escándalos de espionaje prometen seguir adelante. El porvenir parece un futuro de nubarrones electrizados por los relámpagos del escándalo político. En términos generales, las filtraciones son como actos terroristas, se proponen escandalizar a la población y casi siempre logran su cometido: reventar las campañas de los personajes espiados. Todo ello no significa que los escándalos conduzcan a una derrota electoral irremediable, pues, por ejemplo, los políticos más acosados por los escándalos en 2015 ganaron sus campañas, entre ellos: Francisco Domínguez, Carlos Mendoza Davis y Claudia Pavlovich.

También queda claro que la calidad del espionaje no se puede atribuir a aficionados sino a verdaderos profesionales; a equipos formados por el Estado mexicano y en el extranjero, en las malas artes que dieron fama a la KGB, la CIA y las redes del CISEN.

En términos generales se puede asegurar que sólo desde el gobierno (federal y/o estatal) y desde grupos poderosos del más alto nivel, se puede intervenir teléfonos, así como monitorear las actividades cotidianas de los líderes políticos estatales y nacionales. El espionaje es una actividad muy riesgosa y si no se tiene un amparo contra las agresiones, no es viable. Sólo al amparo de las dependencias gubernamentales o de líderes políticos muy poderosos un espía puede realizar su actividad sin poner en riesgo su vida.

De esta manera los grupos poderosos usan YouTube para destacar un tema pero también para aplastarlo. Por ejemplo, en los inicios de la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto, en Internet se volvió viral un video de Peña Nieto en la feria del libro donde el entonces candidato dictaba cátedra de estupidez. Después la hija de este candidato se burló de quienes criticaban a su padre descalificándolos con un adjetivo discriminatorio, llamándolos: “los pendejos de la prole”. Esto vino a incendiar las redes sociales, de manera que el acto discriminatorio de la hija y las tonterías del padre motivaron muchos trending topics en el mes de diciembre de 2011. Pero todo este “diciembre negro” de Enrique Peña Nieto fue ocultado por los grandes medios y hasta distorsionado, para favorecerlo. Al final, sus yerros ocultados por los grandes medios no tuvieron impacto en las encuestas (Espino, 2015).

Este es un gran ejemplo de cómo los grandes medios de la televisión y la radio pueden ocultar un tema. En cambio cuando les interesa destacarlo, lo manejan en los principales medios del país y lo propagan por la Internet. Incendian las redes cuando quieren y cuando no lo desean, las apagan.

Esto no quiere decir que no haya tendencias de opinión en la red que sean orgánicas, sino que las más importantes para las campañas usualmente son manipuladas por los equipos de campaña de los candidatos. Existen casos excepcionales como el movimiento #Yosoy132 que logró impactar en las elecciones y se les fue de las manos al PRI y a Televisa, pero pronto lograron controlarlo. En términos generales, podemos asegurar que la industria del escándalo por YouTube está controlada por el Estado y los grupos más poderosos del país.

Hay muchas razones para prohibir las campañas negativas salvajes que proliferan en YouTube, por ejemplo:

1) en la mayoría de los casos se viola la privacidad de los personajes públicos;

2) normalmente los escándalos son distractores que sirven para desviar la atención de los temas fundamentales de la política;

3) los que maquinan los escándalos suelen ser personajes muy poderosos que se empeñan en aplastar a sus adversarios con la fuerza del Estado o con la del poder económico…

Pero puede haber algo más profundo en toda esta discusión. Detrás de todo, lo que impera con los escándalos es un tipo de política que no es democrática, es un juego de política espectáculo que apuesta a llamar la atención de la gente en cuestiones secundarias. Los escándalos brindan un espectáculo como muchos otros de la TV que la gente observa diariamente. La política se convierte en un programa de entretenimiento, cuando la democracia nos pide que sea un debate profundo y racional sobre el bienestar del pueblo. Creo que la mayoría de expertos en política apostaríamos por prohibir los escándalos que provienen del espionaje. Como ya mostramos, casi es imposible prohibirlos en YouTube, pero si se prohibieran en los medios convencionales (radio, TV y prensa) ya le quitaríamos al alacrán más de la mitad de su veneno.

 

Referencias

Berrocal, Salomé et al (2012) El “infoentretenimiento” político en Internet: La presencia de cinco líderes europeos en YouTube”, Revista de Investigaciones Políticas y Sociológicas, Vol. 11, No 4 (2012) , Universidad de Santiago de Compostela. Santiago de Compostela, España.

Conaculta (2010), Encuesta Nacional de hábitos, prácticas y consumo culturales, México, disponible en <www.conaculta.gob.mx/>, consulta: 16 de diciembre de 2010.

Consulta Mitofsky (2012), La elección, variables fundamentales para seguir el proceso electoral, Consulta Mitofsky, 10 de enero. www.consultamitofsky.com

Espino Sánchez, Germán (2015) “Enrique Peña Nieto y el triunfo de la política espectáculo en las campañas presidenciales de 2012”, en Morales Garza, Martha Gloria y Luis Alberto Fernández García (Coordinadores) La elección presidencial de México, 2012. Fontamara, México.

Jorge Gallardo Camacho, Ana Jorge Alonso La baja interacción del espectador de videos en Internet: caso YouTube España, en Revista Latina de ComunicaciónSocial, 65. La Laguna (Tenerife): Universidad de La Laguna

INEGI (2014) Módulo sobre Disponibilidad y Uso de las Tecnologías de la Información en los Hogares 2014 (MODUTIH 2014), México.

Jenkins, Henry (2008) Convergence culture, Paidós, Barcelona.

Rheingold, Howard (2004). Multitudes inteligentes. La próxima revolución social. Gedisa, Barcelona.

Thompson, John B. (2001) El Escándalo político: poder y visibilidad en la era de los medios de comunicación, Paidós, Barcelona.

 

Prensa no lucrativa

Nueva figura jurídica y mercantil

Reconocer jurídicamente a la prensa no lucrativa como sujeto de interés público es una idea original de Miguel Ángel Granados Chapa. Se abre paso desde septiembre de 1985 y podría ser la respuesta del Estado mexicano para disminuir la contradicción principal del modelo de comunicación social que permitió la concentración de la propiedad, el acaparamiento del gasto publicitario y la mercantilización de las noticias. El nuevo actor legal lo conformarían los medios públicos, los medios sociales y comunitarios, los periódicos digitales e impresos producidos por asociaciones no lucrativas de periodistas.

No más sangre de periodistas - Foto: Rubén Espinosa / Cuartoscuro

No más sangre de periodistas – Foto: Rubén Espinosa / Cuartoscuro

Por Rogelio Hernández López

Publicado originalmente en RMC #137

Esta novedosa figura jurídica sobre la prensa no lucrativa podría sentar las bases para redistribuir la propiedad, la oferta informativa del mercado y el gasto publicitario, ordenar el abigarramiento legislativo, estimular el nuevo modelo de relación prensa-Estado que se abriría paso y, esencialmente, llegar a pluralizar un poco más la información periodística.

Hace unas semanas se me confío que la Revista Mexicana de la Comunicación pasaría a ser responsabilidad de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Cuajimalpa y que en la primera edición de esta época habría un espacio relevante dedicado a Miguel Ángel Granados Chapa. Propuse entonces reivindicar una idea original que el columnista presentó desde 1985 y reconfiguró en 2009, idea que algunos creemos cardinal para tratar de dar una respuesta a varios problemas estructurales del ejercicio del periodismo en el México de 2015.

– ¿Cuál es la idea?—se me inquirió.

– Lograr el reconocimiento jurídico para el periodismo no lucrativo, en contraposición al periodismo mercantil—respondí de botepronto.

– ¿Qué medios abarcaría esa figura del periodismo no lucrativo?

– Miguel Ángel Granados, hace ya 30 años, hizo un ensayo jurídico-político para modificar el esquema legal de propiedad de los medios de comunicación masiva. Propuso ampliar el régimen jurídico para agregar, además de los medios de prensa mercantiles, a los medios no lucrativos, a los que no movería el interés de la ganancia. El objetivo medular sería ampliar la pluralidad de la información de prensa y enriquecer el ejercicio más informado de la libertad de expresión.

– ¿Sólo los medios públicos entrarían a ese concepto?

– No. Trataré de explicar las intenciones de Granados. En esa nueva figura jurídica que exponía Miguel Ángel entrarían los medios oficiales o de gobierno, así como los medios comunitarios, los de instituciones autónomas, como las universidades, y también los de asociaciones de periodistas.

Yo agrego ahora: habría que reconocer al nuevo sujeto del periodismo mexicano en la era de Internet: los periódicos digitales que, para agosto de 2015 ya podrían ser más de 2 mil 500 en todo el país. Estos han sido creados a partir de medios impresos pequeños, de grupos de periodistas despedidos, de periodistas veteranos y otros recién egresados que coinciden en el propósito de hacer investigación; los que, en la mayoría de los casos, supusieron que la web sería alternativa para permanecer en el periodismo y su maná financiero, pero que ya se dieron cuenta que no fue así y padecen para subsistir (Hernández López, 2014). Lo común es que los produzcan pocas personas, con poca inversión.

En México, son tantos los periódicos digitales que ya perturban las agendas temáticas y los alcances de los medios industriales; provocan dolores de cabeza a los jefes de prensa de municipios y estados que no saben cómo estirar sus presupuestos para gasto publicitario. En la teoría del caos, son el factor que más desestabiliza el modelo de conveniencias anterior. Y ni unos ni otros (los medios públicos, los mismos medios privados no lucrativos, ni los políticos, ni los corporativos) vislumbran cuál sería el nuevo orden del futuro inmediato.

Frente a todo eso, resalta la idea original de Granados Chapa. Una idea cardinal, como se sabe, es una elaboración verdaderamente fundacional para el futuro[1].

He visto esa preocupación en los cuatro años más recientes entre decenas de colegas que se mudaron a medios digitales, en jefes de prensa, en legisladores locales, en investigadores académicos y profesores de universidades estatales. Desde 2011 he tenido que viajar a más de 20 entidades por mis actividades de protección y capacitación de la Casa de los Derechos de Periodistas A.C. He tenido contacto con más de mil hombres y mujeres que ejercen, gozan y padecen el periodismo. Ellos son mis fuentes empíricas. Para ellos produzco semanalmente una columna (Miradas de reportero) y tengo algunos reportajes tipo ensayo sobre los nuevos fenómenos en el ejercicio del periodismo y la búsqueda de soluciones.

La idea de Miguel Ángel

El concepto de periodismo no lucrativo lo escuché en México en voz de Miguel Ángel Granados Chapa, desde que era presidente de la Unión de Periodistas Democráticos (UPD) allá por 1982. Este reportero era parte de su Comité Directivo. El columnista decía desde entonces que este modelo podría ser una alternativa a los males que entonces padecía la prensa mexicana. He recuperado mis notas de la época y he actualizado los datos.

Sobre el concepto de periodismo no lucrativo de Miguel Ángel hilvanó a su vez, hace tres años, el reconocido investigador de los medios de difusión masiva Raúl Trejo Delarbre y reiteró que:

“El Esquema comercial –el que impone el mercado– no es el único camino para la prensa en México.

Si se recuperasen los principios y fines deseables para la comunicación y se antepusieran los compromisos sociales de las empresas dedicadas a esa tarea, podría pensarse en medios de comunicación que, estando en manos de particulares, fueran reconocidos como asociaciones sin fines de lucro.

Conviene establecer, legislativa o administrativamente, dos categorías de medios impresos: los lucrativos y los no lucrativos.

Los primeros, que se identifican con la mayor parte de las publicaciones actualmente en circulación, serían considerados como productos de empresas sujetas a la regulación mercantil general.

Los no lucrativos, que serían una figura de nueva creación en el régimen legal de la prensa en México, disfrutarían de privilegios que son comunes en países de Europa Occidental y son recomendados por la UNESCO”.

Esta es la argumentación de Miguel Ángel Granados Chapa a finales de 2009, según lo cita Raúl Trejo (Prensa no lucrativa, propuesta de Granados Chapa, 2012). Continúa diciendo:

“Medios no lucrativos. En esta definición caben los que ahora son medios oficiales o de gobierno, así como los medios comunitarios y los de instituciones autónomas, como las universidades”… También los que sean propiedad de asociaciones de periodistas.

Esa prensa, que no buscaría como objetivo esencial el beneficio financiero –según el texto de Miguel Ángel-, tendría entre otras las siguientes facilidades: el otorgamiento de créditos blandos para la instalación de esos medios; subsidios en la importación de sus equipos y materiales; crédito para la adquisición de papel; tarifas postales y de transportación aérea y terrestre preferenciales; régimen tributario especial, etcétera.

El elemento común es que si bien no persiguen ni obtienen ganancias, quedarían autorizados para generar ingresos propios, incluso por publicidad, amén de patrocinios y los presupuestos que les correspondan por su pertenencia a instancias gubernamentales.

Los ingresos han de servir para su funcionamiento, no para generar utilidades. Su régimen fiscal, por lo tanto, eximiría a estos medios del impuesto sobre la renta.

Para ello existía entonces y ahora también “la necesidad de reformar la legislación destinada a la prensa. Allí deberían incluirse normas referidas a las empresas de prensa, a los periodistas y a sus agrupaciones”. Recomendaba crear un registro nacional de prensa en donde cualquier interesado pudiera conocer cómo se integran las empresas que editan diarios y revistas.

“A cambio de ello, el compromiso de los medios no lucrativos consistiría en ejercer la responsabilidad social de la prensa, al margen de las utilidades, que sólo le serían permitidas a condición de reinvertirlas. Las reglas destinadas a la prensa no lucrativa podrían establecer un límite (tentativamente del 30 por ciento) del espacio destinado a publicidad, o mayor tratándose de anuncios no comerciales”.

Hasta ahí la cita de párrafos textuales de la propuesta de Miguel Ángel de 1985, ampliada en 2009 y recreada en 2012 por Raúl Trejo Delarbre.

Cabe ubicar que en los años 80 no estaba tan desarrollado el principio jurídico de Interés Público (Fuentes Berain & Juárez Gámiz, 2008). Tampoco estaba normado el derecho de acceso a la información, era incipiente el desarrollo de los medios del Estado en algunas universidades, en algunas entidades y unos cuántos medios electrónicos seguían bajo el control del gobierno federal con la agencia Notimex. Ya eran predominantes las grandes empresas de la comunicación y el periodismo.

 

Los nuevos fenómenos

Durante estos 30 años hemos visto llegar fenómenos que ya no corresponden totalmente al modelo del periodismo político dependiente y de mutuas conveniencias con los gobiernos. Hoy quiere enraizarse otro modelo, de mayor autonomía, más tecnología, más profesionalismo, más investigación, más leyes. Algunos cambios han sido demasiado vertiginosos.

Entre los nuevos fenómenos que se registran en 2015 destacan el desarrollo intenso y complejo del andamiaje jurídico para las comunicaciones y el periodismo; la academización acelerada de los trabajadores de la información; la aparición vertiginosa de miles de periódicos digitales.

Pero, en lo estructural, el modelo económico cambió poco esencialmente y se intensificó la contradicción principal. La mayor concentración de capital y de propiedad de los medios mercantiles significó más libertad para las grandes empresas de la prensa, más acaparamiento del gasto publicitario, más incautación de la información de interés público, la híper mercantilización de las noticias, mayor control de la agenda de comunicación social del gobierno federal y de los gobiernos estatales.

Ese modelo vulnerabilizó al máximo a miles de medios y periodistas marginados del gran mercado; en ellos, por añadidura, se concentró una década de agresiones y asesinatos; trastocó las relaciones de conveniencia entre los periodistas y los medios domeñados con los políticos en general, los que no encuentran otras medidas más que continuar con malas prácticas de manejo arbitrario del gasto publicitario, corrupción o sometimientos bajo presión (Ver Hernández López, Prontuario para fortalecer a periodistas vulnerables de México, 2014).

 

Corregiría el mercado publicitario

Un indicador para evaluar la contradicción mayor del sistema de información masiva es la participación del sector público en la erogación total en publicidad. La desagregación permitirá observar que el sector público sí puede imponer correcciones en el mercado de la publicidad por el peso específico que tiene su gasto, aproximadamente del 20 por ciento.

Para esto se toma como base 2013, cuando el gasto publicitario total fue alrededor de 72 mil millones de pesos y el gasto de los gobiernos de los tres niveles (federal, estatal y municipal) fue de al menos 14 mil 400 millones de pesos, que significan el 20 por ciento del total. Sobre este gasto son conocidos los trabajos de Fundar Centro de Análisis e Investigación y Artículo 19 (Fundar; Article 19, 2014).

El gobierno federal de Enrique Peña Nieto erogó en 2013, su primer año de gobierno, unos 6 mil 691 millones de pesos en Publicidad oficial, 2 mil 496 millones más de lo presupuestado. (En 2014 la erogación federal fue de casi 8 mil millones).

Por lo que hace a los gobiernos de los estados de la república, en otra investigación también en línea, las mismas organizaciones aseguran que “26 entidades gastaron 5 mil 377 millones de pesos en publicidad oficial durante  2012”. Con ese total se puede inferir conservadoramente que en 2013 el gasto en todas las entidades fue de unos 6 mil millones de pesos en 2013 (Ruelas Serna & Dupuy, 2014).

Del gasto público para publicidad en los municipios, muy pocas personas conocen o logran tener datos confiables. Pero no sería muy aventurado inducir que el gasto total en los municipios, para 2013, fue de un mil 700 millones de pesos (Hernández López, 2014).

Es ampliamente conocido que los grandes corporativos siguen llevándose las mayores tajadas del llamado pastel publicitario (Huerta Wong & Gómez García, 2014). En promedio para 2013 y 2014 el 62 por ciento se destinó a  la televisión, 11 por ciento para la radio, 13 por ciento para la prensa escrita, 7 por ciento para Internet que sigue a la alza. El resto fue para Otros,  rubro en lo que no entran los medios públicos, ni comunitarios y solamente unos cuantos de los miles de periódicos digitales que tristemente se disputan las migajas que quedan de ese gasto de gobiernos locales y más escasamente de empresas privadas anunciantes (Observatorio de las industrias, las políticas y los consumos culturales, 2014).

Se estima que al cerrar 2015 el monto global será mayor a los 90 mil millones de pesos[2], y de acuerdo a los cálculos expuestos el gasto público total sería de 18 mil millones.

La propuesta de crear un nuevo sujeto económico con los medios de prensa no lucrativos, implicaría que se debe destinar a ellos el 20 por ciento de tal gasto público. Por ejemplo en 2015 esta canalización habría representado unos 3 mil 600 millones de pesos, cantidad que haría mucho más competitivos a todos los medios públicos, comunitarios, de asociaciones de periodistas y otros que, por operar sin fines de lucro, tendrían que reinvertir en equipos y capacitación los ingresos sobrantes de sus gastos operativos. Y al año siguiente incrementarían sus capacidades y participación y así sucesivamente.

Habría miles de nuevos competidores

El desarrollo tecnológico creó un nuevo actor en el mercado de la prensa mexicano. Más de 2 mil 500 periódicos digitales que conforman un sistema nervioso paralelo y que disputa en redes sociales la difusión de noticias más libremente y comienza a presionar para ser tomado en cuenta como otro sujeto jurídico.

Un ejercicio empírico basado en muestreos informales en 12 entidades en 2014, arrojó la posible presencia de 2 mil 575 medios digitales independientes respecto de los sitios web de los medios industriales. La proyección produjo una cifra que podría ser conservadora: cinco estados con 50 periódicos digitales, cuatro entidades con un promedio de 150 y veintitrés estados con un promedio de 75: (250+600+1,725=2,575). No se suman los sitios hechos por empresas publicitarias, de aficionados o los portales de los medios de prensa industriales que se desdoblaron hacia la Web.

¿Qué provoca esta mudanza o mutación? Como reportero pregunté y busqué respuestas entre las entidades académicas o expertos. Hay muy pocos estudios que estudien lo general y reciente de esta mutación. Únicamente encontré tres recientes que permiten hacer algunas deducciones[3]:

A reserva de estudios académicos confirmatorios, una primera inducción es que en México se rompió en 2 mil 575 pedazos, por lo menos, el viejo sistema imperante de medios de prensa impresos y está trastocando los alcances de los medios electrónicos.

Otra conclusión es que el concepto de periodismo no lucrativo, que hace 30 años comenzó a expresar Miguel Ángel, comenzó a usarse prolíficamente en Europa y en Estados Unidos hace poco más de una década pero con una variable: a los medios públicos se agregan los nuevos periódicos impresos y digitales que llegaron por oleadas tras las crisis editoriales de la última década.

Sobre esta tendencia, hay ensayos que refieren al periodismo no lucrativo para referir a los medios de prensa no industrializados que se enfocan, esencialmente en atender necesidades de información local investigada (hiperlocales, les llaman); es decir, son medios digitales e impresos en los que se privilegian los criterios de investigación y de cercanía del periodismo profesional, son medios no lucrativos porque tienen poco capital de inversión, poca venta, poca publicidad por lo que sus ingresos apenas alcanzan para sueldos decorosos de algunas personas y el mantenimiento a sus modestos equipos e instalaciones.

Como esos ahora hay miles en México. Esto es como si al sistema nervioso central se le hubiera desarrollado un sistema nervioso periférico que realiza sus tareas con mayor libertad y velocidad, pero que a la vista pocos saben cuál será su evolución. Declarar de interés público a estos medios para que incursionen en el mercado sin fines lucrativos sería parte de la alternativa que vislumbró Miguel Ángel.

Más soporte con los medios públicos

A fines del siglo XX, el Estado, administrado por el PRI, perdió deliberadamente los medios de difusión masiva y de prensa que tenía para equilibrar a los medios privados, pero ha sido forzado por la sociedad civil en organizaciones autónomas para generar un incipiente sistema de medios públicos, que ya demuestra presencia y desarrollo pero al que aún le falta apoyo financiero y un techo legal que lo proteja y promueva. Permitirles acceder al mercado publicitario también seria fortalecer a otro competidor que actuaría bajo criterios no lucrativos ni de mercantilización de la información.

En un foro sobre Medios Públicos en el Senado de la República el 26 de noviembre de 2014 se informó que los medios sociales todavía no significan competencia preocupante en el mercado de la publicidad, y que los medios públicos no sólo seguirán impedidos para tener suficientes ingresos por venta de publicidad o la venta de servicios, sino que operarían en 2015 con menos recursos. Prácticamente han tenido que mendigar, en palabras del senador Javier Corral Jurado.

En 2012 los medios públicos eran unas 450 estaciones de radio y canales de televisión (Gómez & Sosa Plata, 2013). De ellas, a fines de 2014, la mayoría estaban en 56 sistemas de radio y televisión pública en  la Red Nacional de Radiodifusoras y Televisión Educativas y Culturales.

Los medios públicos tienen como debilidad principal la imposibilidad de acceder a recursos autogenerados, por la vía de la publicidad o de patrocinios. Son medios no lucrativos que si fuesen declarados de interés público (como lo que son) y, además del presupuesto para operación se les asignara un porcentaje del gasto público en publicidad, tendrían más garantías para su funcionamiento y desarrollo para el bien de la pluralidad de la información de interés público (Medina).

Reordenar el marco jurídico

Para los medios públicos y los periódicos digitales, como nuevos actores en el sistema de información masiva, hace falta legislar y, de paso, reordenar un abigarrado andamiaje  jurídico que ha crecido sin orden ni concierto en los últimos 10 años.

Desde 2008 los especialistas ya observaban que “una característica de la normatividad jurídica de la comunicación de México es la dispersión y multiplicidad de normas sobre este tema, lo cual origina problemas de orden práctico. El más grave es que dicha dispersión crea incertidumbre jurídica entre la ciudadanía, especialmente en los individuos que ejercen la comunicación en sus diversas modalidades como son: diseñadores, cineastas, periodistas, locutores, fotógrafos y publicistas, quienes están directamente obligados a observar estos preceptos” (Berrueco García, 2008).

Para 2015 el andamiaje jurídico relacionado con los medios había crecido más y con menos coherencia. Desde 2010, fueron surgiendo aceleradamente otros ordenamientos en dos tendencias muy claras: una para proteger el ejercicio del periodismo y la otra, mucho más frondosa, para restringir a los medios (Hernández López, Es hora de entender e impulsar a la prensa no lucrativa en México, 2014).

De presunta protección, a septiembre de 2015 ya se registraban en todo el país una ley federal y 20 leyes estatales de protección a periodistas aprobadas por los congresos, unas de mera protección cautelar, otras de fomento únicamente, otras mixtas de protección, fomento y reconocimiento de derechos para ejercer el periodismo; 29 iniciativas parecidas esperaban en los estados para ser dictaminadas. En el mismo sentido se comenzaron a tipificar los delitos contra el periodismo en el Código Penal Federal y en 4 códigos penales de los estados.

Por el otro lado, se ha legislado para ir acotando tangencialmente la libertad plena de informar y la de expresión. Se reformaron los artículos 1° , 6°, 28°, 33, 130 y 134 de la Constitución y se crearon o actualizaron al menos 20 leyes secundarias de carácter federal y general: la de Imprenta, de Asociaciones Religiosas, Contra la Discriminación, la  Electoral, de Transparencia, de Telecomunicaciones, de Protección de niñas y niños, de la Propiedad Industrial; de Protección al Consumidor; del Derecho de Autor; de Información Estadística y Geografía; igual se modernizaron los códigos: Civil federal; Penal Federal, el Nacional de Procedimientos penales; el de Comercio; el Federal de Procedimientos Civiles; el Fiscal de la Federación. Varias de estas reformas o nuevos ordenamientos tuvieron su correlato lógico en las entidades del país. Y ese es un cómputo aún pendiente por realizar.

Todo junto indica, al menos tres certezas: el periodismo ya no es intocable en el reordenamiento jurídico del Estado; que se han creado más obligaciones que derechos para ejercer el periodismo y que se hace necesario reagrupar mucho de lo legislado en una sola ley para los medios.

Quizá convenga pensar en una ley de medios de difusión donde se clasifique a los de interés público[4], ley que debiera ser general para todo el país, que norme y transparente el gasto público publicitario, que especifique derechos y obligaciones para los medios no lucrativos (medios públicos y sociales, comunitarios, medios impresos o digitales, propiedad de asociaciones civiles de periodistas (sin fines de lucro) con plantilla de personal no mayor de 20 personas que tendrían preferencia presupuestal y publicitaria si cuentan con una propuesta editorial profesional, de cercanía con sus poblaciones o coberturas especializadas, como ocurre con publicaciones culturales y que, además, cuenten con códigos de ética y defensores de la información y de los públicos.

La idea original de Miguel Ángel Granados Chapa sobre los medios no lucrativos, con estos y otros argumentos, podría sentar bases para redistribuir la propiedad de los medios y el mercado de la publicidad, reordenar la ineficaz dispersión legislativa, estimular el nuevo modelo de relación prensa-Estado que se abre paso y pluralizar un poco más la información periodística.

Bibliografía

  • Berrueco García, A. (2008). Sistematización del disperso marco jurídico de la comunicación en México. Recuperado el 2015 de Octubre de 2015, de Biblioteca Jurídica Virtual: http://www.juridicas.unam.mx/publica/rev/decoin/cont/11/art/art2.htm
  • Fuentes Berain, R., & Juárez Gámiz, J. (2008). Medios e interés público. (Auditoría Superior de la Federación) Recuperado el 26 de Octubre de 2015, de Auditoría Superior de la Federación: http://www.asf.gob.mx/uploads/63_Serie_de_Rendicion_de_Cuentas/Rc11.pdf
  • Fundar; Article 19. (2014). Publicidad Oficial: Recursos públicos ejercidos por el Poder Ejecutivo Federal en 2013, primer año del presidente Enrique Peña Nieto. Recuperado el 27 de Octubre de 2015, de Fundar: http://www.fundar.org.mx/mexico/pdf/documentogastosPOEPN_VF.pdf
  • Gómez, R., & Sosa Plata, G. (2013). Medios digitales en México. México, D.F., México: Open Society.
  • Hernández López, R. (4 de Agosto de 2014). Los municipios también gastan al año 1,500 millones de pesos en publicidad. La Jornada San Luis .
  • Hernández López, R. (2014). Es hora de entender e impulsar a la prensa no lucrativa en México. México.
  • Hernández López, R. (Diciembre de 2014). Prontuario para fortalecer a periodistas vulnerables de México. (Casa de los Derechos de Periodistas; Freedom House) Recuperado el 27 de Octubre de 2015, de Freedom House: https://freedomhouse.org/sites/default/files/Prontuario%20para%20fortalecer%20a%20periodistas%20vulnerables%20de%20M%C3%A9xico.pdf
  • Hernández López, R. (1 de Septiembre de 2014). Ya son más de 2 mil 500 periódicos digitales en México. Chiapas paralelo .
  • Huerta Wong, J. E., & Gómez García, R. (2014). Valor del Mercado de Medios. México: Asociación de Agencias de Medios.
  • Medina, L. (s.f.). Medios públicos. (UNAM) Recuperado el 27 de Octubre de 2015, de Biblioteca Jurídica Virtual: http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/5/2404/19.pdf
  • Observatorio de las industrias, las políticas y los consumos culturales. (2014).
  • Ruelas Serna, A. C., & Dupuy, J. (Abril de 2014). Índice de acceso al gasto en publicidad oficial en las entidades federativas, 2013. Recuperado el 27 de Octubre de 2015, de Fundar: http://www.fundar.org.mx/mexico/pdf/Informe_PublicidadOficial2013.pdf
  • Trejo Delarbre, R. (20 de Agosto de 2012). Prensa no lucrativa, propuesta de Granados Chapa. Revista Zócalo .

 

Notas

[1] Acerca de la esencia de las ideas fundacionales, por ejemplo, en 1996 el filósofo estadounidense Daniel Dennet seguía aún describiendo el concepto darwinista de evolución como «la idea más grande que ha existido nunca”. Watson, Peter. Historia intelectual del siglo XX. Página 14. Edit. Crítica, Barcelona.

[2] Se esperaba que el gasto llegaría a los 5.150 millones de dólares al finalizar el año 2014 (84 mil  975 millones de pesos a a 16.50 por dólar) www.marketingdirecto.com/especiales/latinoamerica-especiales/aumenta-el-gasto-en-inversion-publicitaria-en-mexico/#sthash.SrNtQutQ.dpuf.

[4] El más completo se llama Medios digitales en México, elaborado bajo la conducción de Rodrigo Gómez y Gabriel Sosa-Plata para Open Society Fundations, pero fue presentado hace más de 3 años, en febrero de 2011.

Dame un beso como en las películas

¿Las historias románticas distorsionan nuestras relaciones amorosas?

 

Foto: "Beso" por Carlos Allevato @Flickr

Foto: «Beso» por Carlos Allevato @Flickr

¿Alguna vez se ha preguntado en qué grado nuestros comportamientos y expectativas afectivo-amorosas son producto de una construcción social filtrada por los medios de comunicación en telenovelas, películas, libros, publicidad, revistas, música y diversos contenidos mediáticos que nos muestran un modelo de historias románticas transformadas en ideales amorosos que esperamos ocurran en nuestras vidas? Lo anterior resulta en una serie de «expectativas irreales» sobre el amor, el romance y el sexo, que generan insatisfacciones entre las parejas, tanto heterosexuales como homosexuales. A medida que la cultura homosexual tiene mayor presencia mediática, principalmente en películas y series de televisión, también se han generado estereotipos de cómo debería ser el amor entre parejas del mismo sexo.

 

Por Raúl López Parra

Publicado en RMC #137

Antes de avanzar en el análisis, le invito a responder el siguiente test, contenido en el libro Sex, Love and Romance in the Mass Media (2004), de Mary-Lou Galician, investigadora de la Universidad de Arizona,  quien se ha dedicado a indagar cómo los medios influyen en nuestras concepciones amorosas. La traducción al español fue realizada por el autor para fines de divulgación de este artículo:

Tu pareja perfecta esta cósmicamente predestinada, así que nada ni nadie puede separarlos.

_ Falso _ Verdadero

El amor a primera vista existe.

_ Falso _ Verdadero

Tu verdadera alma gemela debería saber lo que tú estás pensando o sintiendo sin que tengas que decírselo.

_ Falso _ Verdadero

Si tu pareja está realmente hecha para para ti, sus relaciones sexuales serán maravillosas y fáciles.

_ Falso _ Verdadero

Para atraer y mantener a un hombre, una mujer debe verse como una modelo.

_ Falso _ Verdadero

El hombre no debe ser más bajo de estatura, ni más débil, ni más joven, ni más pobre, o menos exitoso que la mujer.

_ Falso _ Verdadero

El amor verdadero de una mujer buena y fiel puede cambiar a un hombre de ser una «bestia» a convertirse en un «príncipe».

_ Falso _ Verdadero

Las disputas y peleas constantes en la pareja muestran que se aman apasionadamente.

_ Falso _ Verdadero

Todo lo que necesitas es amor, por ello no importa si tú y tu pareja tienen diferentes valores y creencias.

_ Falso _ Verdadero

Tu alma gemela te complementa, cubre tus necesidades y hace que tus sueños se hagan realidad.

_ Falso _ Verdadero

En la vida real, los actores y actrices son a menudo muy parecidos a los personajes románticos que representan.

_ Falso _ Verdadero

Dado que las representaciones de amor y romance en los medios de comunicación no son «reales», no tienen influencia en mí.

_ Falso _ Verdadero

Si usted contestó falso a las 12 afirmaciones, entonces puede considerarse que está libre de la influencia de los mitos y estereotipos que los medios difunden sobre las relaciones amorosas. Pero si respondió verdadero en al menos una afirmación, usted forma parte de las mujeres, hombres, niños, ancianos, solteros y comprometidos que creemos, o quisiéramos creer, que es real el ideal amoroso que nos presentan las narrativas mediáticas.

Mary-Lou Galician, quien además de académica es activista en favor de la alfabetización mediática de las audiencias, para enseñarles a discernir y consumir críticamente los contenidos, nos expone:

«Los medios son poderosos agentes de socialización que confían en la simplificación, distorsión de la realidad, y la dramatización de los símbolos y esterotipos para comunicar sus mensajes, por ello no deberíamos sentirnos tan mal si terminamos con algunas expectativas irreales» (Galician, 2004).

Estas narrativas mediáticas sobre el amor han sido catalogadas como «pornografía emocional». Al igual que la pornografía nos muestra fantasías sobre el sexo, la «pornografía emocional» (telenovelas, melodramas hollywoodenses, coreanos, etcétera) presenta fantasías sobre el amor y el romance.

Si se tomasen estos contenidos como lo que son, productos culturales de entretenimiento, todo marcharía bien. El problema radica cuando estas ilusorias imágenes del amor o aspiraciones del mismo se convierten en un motivo de presión personal e interpersonal. Cuando las fantasías se llevan al terreno de la realidad, las personas pueden pasarlo muy mal al no encontrar el «ideal amoroso de película» con el que han soñado toda su vida.

El resultado: mujeres que tienen una gran lista de requisitos para sus eventuales parejas y esperan la llegada del príncipe azul; hombres que buscan modelos de belleza, comprensión y humildad, al grado de la sumisión. Lo anterior resulta en el aumento de la soltería, en un sentimiento de soledad y al mismo tiempo en la incapacidad de comprometerse con el otro.

En términos del aprendizaje amoroso, los latinoamericanos han sido moldeados por los melodramas televisivos. Sin embargo, el crecimiento de la clase media, el acceso a mayores niveles educativos y la interconectividad en internet han propiciado una mayor diversidad en las formas de consumo mediático y, por ende, el acceso a otros modelos de representación amorosa.

A fin de conocer los tipos de consumos de historias románticas y entender el grado de influencia en las personas, deben considerarse los niveles socioeconómicos, culturales, educativos, las edades, el género, las preferencias sexuales y la religión. Los modelos amorosos no son los mismos para un adolescente que vive el proceso de construcción de su identidad, que para un hombre de 50 años, quien ya ha encontrado su espacio en la sociedad. Tampoco para una joven de clase media urbana que para una hija de campesinos, ni para un católico que para un ateo.

Si bien en el Siglo XXI se ha democratizado el consumo mediático: las audiencias tienen la posibilidad de ver una telenovela latinoamericana lo mismo que una coreana (la popularidad de estos programas ha crecido gracias a Internet); sigue siendo la industria cultural de Estados Unidos la de mayor consumo global. Poco pueden tener en común una chica mexicana y una singapurense, salvo que ambas conocen la serie Sexo en la Ciudad (Sex and The City). El modelo del amor romántico moderno que hoy conocemos comenzó desde el Siglo XVIII y tuvo su representación mediática en el Siglo XIX, cuando el consumo de las novelas románticas comenzó a popularizarse entre la burguesía.

El sociólogo Anthony Giddens en su libro La transformación de la intimidad: Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas (1992) refiere que el amor romántico debe separarse del amor pasional, el cual tiene una categoría universal y se caracteriza por su conexión entre la atracción sexual y el amor. En cambio, el amor romántico tiene un carácter cultural, menos instintivo, que se aprende según las convenciones de cada sociedad.

En la etapa pre moderna de las sociedades, las relaciones de pareja eran arreglos y acuerdos entre familias, en los cuales los protagonistas tenían poco qué decir. Por tanto, los hombres no se veían en la necesidad de aprender los cortejos amorosos y las muestras de afecto eran casi nulas. La sexualidad era vista con fines meramente reproductivos, dado que no existían los métodos anticonceptivos para desligar la reproducción del placer, además de que durante el parto se registraba una alta tasa de mortalidad.

«Los ideales del amor romántico han influido más, durante mucho tiempo, en las relaciones de las mujeres que en las de los hombres; aunque éstos, desde luego, también hayan sido condicionados por ellos. El ethos del amor romántico tiene un doble impacto sobre la situación de las mujeres. Por un lado, ha contribuido a poner a la mujer ‘en su sitio’, que es la casa. Por otro lado, en cambio, el amor romántico puede ser visto como un compromiso activo y radical contra el ‘machismo’ de la sociedad moderna» (Giddens, 1992).

En la medida en que se desarrollaron los métodos anticonceptivos, el sexo como acto de reproducción se transformó en un concepto más amplio de la sexualidad, como una definición de la libertad personal respecto al sexo. Cuando el modelo de los matrimonios arreglados por los padres cede a la libertad de los hijos para elegir a sus parejas, entonces se desencadena un crecimiento del concepto romántico del amor y ello se ve reforzado por la aparición de literatura romántica.

En este contexto, los hombres deben aprender a seducir a las mujeres, a conquistarlas, mientras que ellas deben aprender a escoger al pretendiente que ofrezca las mejores condiciones amorosas y materiales para el matrimonio. Los métodos anticonceptivos propician un mayor desarrollo para el placer sexual. Así, las mujeres están en las misma condiciones que los hombres para explorar su sexualidad y la virginidad ya no es vista como el única virtud. Sin embargo, en la modernidad se gesta una doble moral. Los hombres que tienen varias relaciones siguen siendo vistos con admiración, mientras que las mujeres con amplia experiencia sexual son vistas como poco deseables.

Ello no quiere decir que en la modernidad las mujeres hayan renunciado a explorar su sexualidad, ocurre que han aprendido a ser discretas respecto a sus experiencias sexuales o comentarlas sólo con sus círculos de confianza, mientras que en público y con la familia muestran una imagen de mayor fidelidad y recato. En los medios de comunicación los hombres siguen protagonizando los roles de infidelidad, pero los personajes femeninos son presentados con más frecuencia como susceptibles de ser infieles y estar al mismo nivel de la seducción varonil.

«El amor rompe con la sexualidad a la vez que la incluye. La ‘virtud’ asume un nuevo sentido para ambos sexos, y ya no significa sólo inocencia, sino cualidades de carácter que seleccionan a la otra persona como ‘especial'», explica Giddens (1992).

En la actualidad, más que modernidad o pre modernidad, las sociedades se catalogan entre desarrolladas, en desarrollo y subdesarrolladas. Liberales o conservadoras. En este contexto, los contenidos mediáticos de cada país están ligados con el grado de libertad de expresión, más que con  el nivel de desarrollo económico. En sintonía, el amor romántico representado en los medios sigue los valores dominantes de cada sociedad.

Como ejemplo, en China los padres influyen en alto grado en las relaciones amorosas de sus hijos, aunque cada vez existen menos matrimonios arreglados. Las historias amorosas presentadas en las telenovelas chinas definen muy bien que el rol de los hijos es atender las indicaciones de sus progenitores, haciendo honor a la tradición confucionista.

En cambio, Estados Unidos, representado ante el mundo como una de las sociedades más liberales -no olvidemos que la principal industria de la pornografía se encuentra en Los Ángeles- en las series televisivas y películas los personajes tienen sexo en la primera cita y ello no implica un mayor compromiso.

Si miramos hacia Latinoamérica vemos que en las telenovelas los padres no tienen un peso determinante en las relaciones amorosas, no obstante los personajes son apegados a la familia.

¿Cómo podrían estos programas tener un impacto en la forma en que concebidos el amor? Una clave está en el tiempo que hemos estado expuestos al consumo de estas historias.

De acuerdo con la Teoría del Cultivo, desarrollada en 1969 por George Gerbner y Larry Gross, investigadores de la Universidad de Pensilvania, se establece que un consumo prolongando de televisión produce que las audiencias desarrollen creencias e ideas derivadas de los programas que consumen, los cuales distorsionan su perspectiva de la realidad. Bajo esta teoría se han realizado diversos estudios para identificar cómo el consumo de historias románticas puede distorsionar nuestros ideales de amor. En opinión de Albert Bandura, investigador de Sociología Cognitiva, la teoría corrobora que no es sólo a través de la experiencia como las personas aprenden, también lo hacen mediante el aprendizaje vicario, esto es mediante la observación del comportamiento de otros. (Banaag, Rayos, Aquino-Malabanan, & Lopez, 2014).

Ello explica por qué es más susceptible que las historias románticas tengan un mayor impacto entre los jóvenes y por qué este segmento social es el que está en mayor disposición de dar por reales los estereotipos de amor que ven en telenovelas y películas. En consecuencia, los jóvenes suelen demandar más de sus parejas con acciones o pruebas de amor tal cual son representadas en los contenidos mediáticos.

Si bien no existen estudios concluyentes, los datos empíricos refieren que los condicionamientos de las representaciones amorosas están ligadas a las características socioeconómicas de las audiencias, sexo, edad, creencias, posición económica. Además, también deben considerarse las experiencias personales en torno a las relaciones amorosas. La mejor forma de descubrir nuestros condicionamientos producto de los consumos mediáticos es un examen autocrítico de qué expectativas se tienen sobre la pareja ideal y el contexto social en el cual nos desarrollamos. Lo mejor es observar a las personas como son, y no las ideas que tenemos sobre cómo deberían ser las personas a las cuales amamos o quisiéramos amar.

 

Bibliografía

  • Banaag, M. G., Rayos, K. P., Aquino-Malabanan, M., & Lopez, E. R. (Julio de 2014). The Influence of Media on Young People’s Attitudes towards their Love and Beliefs on Romantic and Realistic Relationships. International Journal of Academic Research in Psychology .
  • Galician, M.-L. (2004). Sex, Love & romance in the mass media : analysis & criticism of unrealistic portrayals & their influence. Londres, Reino Unido: Lawrence Erlbaum Associates.
  • Giddens, A. (1992). La transformación de la intimidad Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas. Madrid, Madrid, España: Cátedra.

 

 

Adiós 2014 y su narcisismo digital; bienvenido 2015, la nueva era de la privacidad

  • Lo más valioso es el derecho a su privacidad y a su intimidad. Antes de publicar cualquier contenido tenga en mente los efectos que éste tendrá cuando se difunda.
  • Ya es tiempo de que aprendamos a usar las plataformas digitales de una forma más beneficiosa, más constructiva y menos narcisista.

2014-2015

Lo más difícil de alimentar es el ego: nunca se llena.

Si quieres que algo se mantenga privado en internet, no lo subas a internet.

 Por Raúl López Parra

El 2014 será recordado como el año en que incorporamos a nuestro vocabulario cotidiano la palabra selfie o selfi, (escritura sugerida por la Fundación del Español Urgente), un anglicismo que se refiere al fenómeno de retratarse uno mismo, sólo o acompañado, utilizando un teléfono celular o una tableta y publicar el retrato en internet.

En la era digital, las formas de representación sélfica, es decir de autorretrato, son las fotografías, los diarios personales y los audiovisuales, los cuales se sociabilizan en las plataformas como Instagram, Facebook, Youtube, sólo por mencionar algunas. Sin embargo, se entiende por selfi, primordialmente, el autorretrato en fotografía, sin descartar las otras modalidades.

Aunque la palabra selfie apareció por primera vez en 2002 en un foro de internet de Australia, no es sino hasta el 2013 cuando el Diccionario Oxford de la Lengua Inglesa la seleccionó como la palabra del año, por su extendido uso entre la comunidad anglosajona.

Pero fue en este 2014 que termina cuando selfie saltó del inglés y se posicionó en el vocabulario de la comunidad global juvenil conectada a la red. Hablantes de español, árabe, italiano, alemán, chino, japonés, coreano…y demás idiomas, entienden este anglicismo. Su ascenso es el reflejo de la expansión del uso de los dispositivos móviles (smartphones) y de las apropiaciones sociales que hacemos de la tecnología.

El fenómeno selfi se extendió como «la moda cool» de nuestra aldea global cuando la comediante Ellen DeGeneres publicó la selfi que se tomó con un grupo de celebridades hollywodenses durante la transmisión en vivo de los premios Óscar y la publicó en su cuenta de Twitter. La imagen alcanzó más de 3 millones de retuits y es, hasta ahora, el tuit más compartido en la historia de esta red social. Y también es la selfi más cara de la historia, ya que Samsung pagó 20 millones de dólares por ser el patrocinador oficial de los Óscares y por montar esta foto grupal.


Selfie Copy

Las imitaciones de este evento mediático para tomarse selfis al estilo Hollywood inundaron los perfiles de millones de usuarios en todo el mundo, sobre todo entre personas famosas, incluyendo políticos, deportistas y líderes religiosos. Pero no todas lograron el mismo efecto. La selfi del comediante Adrián Uribe captada en los premios TV y Novelas fue el hazmerreír de los internautas, quienes lo expresaron con sus memes.

Este año también conocimos un nuevo invento, el selfie stick, un bastón que nos permite tomar selfis a distancia, como una extensión de nuestro brazo, el cual nunca es tan largo cuando queremos que todos los retratados quepan en la lente de la cámara. La herramienta fue diseñada para deportistas extremos pero ha encontrado su nicho entre los amantes del autorretrato.

Selfie stick

Atrás quedaron los tiempos cuando pedíamos ayuda a otras personas para que nos tomarán una foto. Los fabricantes de celulares están desarrollando dispositivos especializados en hacer más facil tomar selfis. Como efecto colateral, están potenciando nuestro enclaustramiento personal.

¿Son las redes sociales las que están incentivando nuestro narcisismo o simplemente son un reflejo de nuestras aspiraciones egocentristas por ser reconocidos y admirados por los demás?

El éxito de las redes sociales (o redes sociales digitales para ser más precisos, en opinión de los sociólogos), radica en que nos permiten hacer algo en lo que somos expertos: hablar de nosotros mismos.

En estos espacios de promoción personal mostramos lo que nos pasa, lo que pensamos, lo que vivimos y lo publicamos en tiempo más o menos real para que lo vean familiares, amigos (reales), conocidos, contactos de ocasión e incluso desconocidos. No estamos descubriendo el hilo negro al decir esto. Pero lo que no hemos podido identificar es qué nos motiva a hacer públicas nuestras vidas. Hasta dónde estamos dispuestos a renunciar a nuestra privacidad.

Los psicólogos se han planteado indagar si existe una causalidad entre el uso de las redes sociales y la visible tendencia narcisista en las sociedades.

Las personas que obtienen altos puntajes en el cuestionario de Personalidad Narcisista suelen tener más amigos en su perfiles de Facebook, se etiquetan ellos mismos en todas las fotografías donde aparecen y publican constantemente más fotos. Estas personas acuden a la red social para compensar su ego que no ha sido tan admirado en la vida fuera de la red. Usan estas plataformas con el fin de encontrar apoyo social, pero actúan de forma negativa si reciben malos comentarios o si no reciben ninguno en sus publicaciones.

Imagen de Cainandenabler.

Imagen de Cainandenabler.

Keith Campbell, autor del libro The Narcissistic Epidemic: Living in the Age of Entitlement, opina que la gente utiliza Facebook para darse un toque de importancia, sentirse especiales, mostrar estatus y ganar la atención y autoestima, pero casi todo lo que presentamos es una imagen trucada de lo que realmente somos. Es una pose, como en las selfis.

Nuestros perfiles son una ilusión de lo que queremos que los otros vean y piensen de nosotros. Del otro lado de la pantalla hay personas que compran estas versiones de felicidad personal que presumimos a los demás. En algunos casos algunos se sienten mal al comparar sus vidas con las de sus contactos en la redes sociales, porque ellos no han viajado, no han comido en el restaurante de lujo o no han logrado los éxitos en sus carreras como lo han hecho los demás.

La generación del Milenio, nacida en las décadas de los 80 y 90, está moldeada bajo los valores del dinero como símbolo de éxito personal, el cuidado de la imagen, la fama (o ser reconocido) y el disfrute hedonista. Valores que se superponen a la idea vivir en comunidad, de la aceptación personal y del idealismo. Esta etiqueta generacional fue propuesta en el 2000 por los sociólogos estadounidenses Neil Howe y William Strauss en su libro Millennials Rising: the next great generation, y aplica a jóvenes urbanos de clase media, quienes están mayormente integrados a los consumos y tendencias globales.

Contradictoriamente a estos valores, vivimos en un mundo que registra los mayores niveles de desempleo juvenil de la historia. Esto genera frustraciones entre los jóvenes que son volcadas en las redes sociales a modo de narrativas optimistas para compensar insatisfacciones. Y en ese difundir nuestro estado de bienestar en las redes sociales estamos revelando nuestra vida privada de forma voluntaria, sí, pero no muchas veces de forma consciente sobre los alcances y efectos en los demás.

En 2010, Marck Zuckerberg declaró en un evento de tecnología que si tuviera que inventar Facebook de nuevo, lo haría sin los controles de privacidad porque con el desarrollo de las redes sociales la gente se siente cómoda compartiendo todo tipo de información de forma más abierta y con todo tipo de personas.

Paradójicamente, cuatro años después, Facebook sigue enfrentando críticas por sus manejos en las políticas de privacidad.

No sólo exponemos más nuestras vidas en internet sino que también estamos deteriorando nuestras interacciones personales cara a cara para llevarlas al plano cara-pantalla.

Ver más las pantallas de nuestros dispositivos móviles que las caras de las personas enfrente de nosotros está generando malestares que van más allá de los buenos modales. Se está deteriorando la comunicación interpersonal. Es un lugar común decir que con la tecnología «acercamos a los que están lejos y alejamos a los que están cerca».

Este fenómeno ha sido llamado como phubbing, al hábito de ignorar a las personas durante una reunión social por estar viendo el celular. Esta palabra, que no tiene aún un equivalente en español, fue inventada en 2012 en la Universidad de Sidney, Australia entre un grupo de expertos en diferentes áreas del lenguaje, como una forma de mercadotecnia para vender el Diccionario Macquaire.  A falta de un vocablo que explique mejor este fenómeno, la palabra se ha expandido, aunque aún no es tan popular entre los hispanohablantes, como el caso de selfi.

Imagen de cosmosvideo.com

Imagen de cosmosvideo.com

En internet circulan varias campañas para evitar esta nociva práctica que afecta la calidad de nuestras relaciones interpersonales, la cuales van desde videos para concientizar, encuestas contra el phubbing hasta medidas concretas antiphubbing, como en el caso de algunos restaurantes que han llegado al extremo de prohibir el uso de celulares al momento de comer.

Son tendencias del Siglo 21 que hemos visto en su máximo esplendor durante este 2014.

¿Qué podemos esperar para este 2015?

Es un hecho que las prácticas mencionadas no van a cesar, no obstante, lo que puede florecer es una mayor conciencia entre las personas sobre los usos que estamos haciendo de la tecnología y la exposición de nuestras vidas en la red.

La preocupación va de la mano de un mayor número de casos de violaciones a la privacidad. Las empresas rastrean nuestros datos con el fin estudiar nuestros hábitos de consumo. Los gobiernos están espiando todo cuanto hacemos bajo el pretexto de ofrecernos una mayor seguridad. Y los cibercriminales están a la caza de nuestros datos personales para lucrar con ellos robar nuestra identidad en la red, nuestras cuentas del banco, chantajearnos, en suma, dañarnos.

Somos más vulnerables porque cada vez estamos más interconectados. En la era digital es más fácil para quienes tienen el conocimiento informático entrometerse en nuestra privacidad con o sin nuestro consentimiento.

No son suficientes los controles de seguridad. Nuestro correo electrónico, nuestras cuentas en redes sociales, nuestros celulares, todo es susceptible de ser hackeado o ser espiado.

Le ocurrió a una veintena de celebridades, entre ellas la más visible es la actriz Jennifer Lawrence, quienes fueron víctimas del robo de fotografías y videos privados donde aparecen desnudas. El material se hizo público en internet. Todo estaba almacenado en sus Iphones y fue alojado en el espacio de Apple Icloud.

También le ocurrió a Sony, que sufrió uno de los ciberataques más graves contra una entidad civil.

Las violaciones a nuestra privacidad le pueden ocurrir a cualquiera. De hecho, el FBI ha cerrado varios sitios de internet que difunden materiales privados, mayoritariamente de mujeres que aparecen desnudas en fotografías,  las cuales fueron extraídas de sus dispositivos móviles o que bien son materiales que han sido filtrados por sus ex parejas para ser publicados en la red.

En algunos casos, las víctimas no se enteran de que sus fotografías privadas están circulando en internet. Por ello, la mejor práctica es no grabarse ni fotografiarse desnuda(o) o en actos a sexuales y guardar el material en cualquier dispositivo conectado a internet. Es decir, la mejor práctica es evitar subir cualquier contenido comprometedor a la red, incluso si está resguardado con candados de seguridad virtual. Siempre hay modos de acceder.

Aunque se escuche paranoico pero Big Brother nos observa. Edward Snowden nos demostró que la NSA (la Agencia de Seguridad Nacional, principal órgano de inteligencia de EU) espía todo y a todos con la colaboración, o sin ella, de quienes nos proveen los principales servicios de internet y nos han dicho que nuestros datos están a salvo: Facebook, Google, Apple, Microsoft entre otras.

Imagen de praag.org

Imagen de praag.org

La interconectividad no se detendrá, incluso será más móvil. Se prevé que este 2015 el 90% del tráfico de internet se dará por los teléfonos celulares.

Esta año que estrenamos, el Big Data, que es la capacidad de colectar millones de datos para elaborar predicciones de comportamiento o analizar tendencias, experimentará su mayor penetración gracias a la conectividad.

No hay modo de cómo evitar ser rastreado en la era digital. Paradójicamente, si queremos que algo en la red sea 100% privado, la solución es estar fuera de ella. No es gratuito que algunas embajadas estén usando máquinas de escribir, como en la era de pre-internet.

Algo así, estar fuera de internet (para los que no están excluidos por cuestiones socioeconómicas), es casi impensable. No obstante, el tener un mayor sentido de la importancia de mantener nuestra privacidad nos llevará a evitar subir contenidos que sean comprometedores para nosotros mismos y para las personas cercanas a nosotros. Será reiterativo, pero debe recodar que al final usted es el emisor de sus propios contenidos digitales.

La próxima vez que quiera expresar una opinión altamente sensible, mejor dígalo en persona o encripte su comunicación. Le recomiendo que en definitiva deje de pensar en las redes sociales como si fueran espacios privados, aunque tenga su perfil abierto sólo para sus amigos. Parta del principio de que todo en estas plataformas digitales es público, o potencialmente público.

Lo más valioso es el derecho a su privacidad y a su intimidad. Antes de publicar cualquier contenido tenga en mente los efectos que éste tendrá cuando se difunda.

Ya es tiempo de que aprendamos a usar las plataformas digitales de una forma más constructiva y menos narcisista. Es un ideal, claro. Por ello es que le deseo que este 2015 le traiga una nueva era de privacidad digital.

Bienvenido 2015

Dime a quién le debes y te diré para quién trabajas. La construcción social de la deuda

  • Alguna vez se ha preguntado realmente para quién trabaja. No se confunda en responder quién le paga por su trabajo.

Deuda

Por Raúl López Parra

Aunque en apariencia usted trabaja para la persona o entidad que le paga un salario a cambio de una jornada para realizar un cierta labor, la renumeración que recibe ya está comprometida en pagar algo. Lo mismo aplica si usted trabaja por su cuenta o tiene un negocio propio.

Es decir, usted trabaja porque tiene que pagar, de lo contrario, si fuera una persona 100% libre de deudas realmente no tendría la necesidad de hacerlo. Seguramente ha escuchado las expresiones «estar necesitado» o «tener la necesidad».

Nos vemos necesitados del trabajo porque tenemos un deber que cumplir con uno mismo y con los demás. Ya sean estos deberes la manutención personal o de su familia, pagar la renta de la casa o el crédito hipotecario, el auto, pagar los servicios de luz, teléfono, agua, internet, por supuesto los impuestos, y todo lo que tenga que pagar.

Se nos ha dicho que uno trabaja para ser independiente y comprarse lo que uno desea, pero en los hechos, la mayoría trabajamos no para comprar, sino para pagar lo que uno debe.

En teoría, sólo hasta que hemos cubierto nuestras deudas es cuando estamos en posibilidades de comprar. No hace falta ser un Nobel de Economía para inferirlo, pero los trucos conceptuales nos hacen pensar, o quieren que pensemos lo contrario.

La Real Academia de la Lengua nos dice que comprar significa «obtener algo con dinero». Y pagar es el «Dicho de una persona: Dar a otra, o satisfacer, lo que le debe».

La clave está en la posesión de dinero. Cuando no tenemos el suficiente para comprar, entonces pedimos un crédito o nos otorgan uno sin pedirlo.

¿No tiene dinero? No se preocupe, le ofrecemos lo que quiera a meses sin intereses o con intereses «chiquitos». Con esta promesa nos seducen en los centros comerciales, en los bancos y los vendedores con el fin de satisfacer nuestros deseos de compra. Por ello se inventaron las tarjetas de crédito, para comprar lo que nuestros ingresos no pueden pagar. El motor del consumo es la deuda. Léase el crédito. El país más consumista del mundo es Estados Unidos y también es uno de los más endeudados. El país más ahorrativo del mundo es China y ahora se ha convertido en el banquero global.

Si usted piensa que compró algo usando un crédito, vea con más detalle. Se acaba de comprometer en pagar, después, lo que se le ha dado por adelantado. Ha comprado una deuda. Lo que aparentemente usted piensa que compró no le pertenece aún, pese a que ya lo esté usando. La casa no es suya si es que sigue pagando la hipoteca. El banco se la puede quitar en cualquier momento si usted no cumple con los pagos acordados.

Realmente compramos algo cuando liquidamos la transacción de forma inmediata: esto ocurre sólo cuando tenemos el capital suficiente para pagar lo que queremos sin pedirle prestado a nadie. Las personas que tienen capital (es decir dinero) son consideradas ricas, bien acomodadas y pudientes, porque pueden comprar todo lo que está en venta y (en ciertos casos hasta lo que no se vende).

Pero como el 95% de las personas no disponemos del efectivo suficiente para comprar los bienes y servicios que deseamos, entonces es cuando solemos recurrir al crédito. Y qué pasa cuando no pagamos, si nos declaramos en bancarrota y hemos perdido hasta los calcetines. Pues para ello se inventaron los deudores solidarios o fiadores.

Un fiador es la persona (s) que responde por otra de una obligación de pago, comprometiéndose a cumplirla si no lo hace quien la contrajo, de acuerdo con la definición de la RAE. Por ello, piénselo dos veces antes de decirle sí a su amigo o familiar que le ha pedido ser su fiador, con el dicho de que sólo debe estampar una firmita que está solicitando el banco.

Las deudas están para pagarse. Incluso en el más extremo de los casos, cuando uno no tiene para pagarlas, «alguien tiene que pagar las deudas de uno». Y si el deudor es un país que ha caído en suspensión de pagos, serán las generaciones futuras las que tendrán que cumplir las obligaciones con todo y los intereses. Vender empresas estatales, privatizar servicios, comprometer los recursos naturales, implementar reformas económicas, todo con tal de cumplir.

«Pagar las deudas» no sólo es una declaración económica, si no moral, según nos explica David Graeber, anarquista y profesor de Antropología en la London School of Economics en su libro «Deuda, los primeros 5 mil años». Graeber es uno de los principales opositores a los organismos financieros internacionales que imponen severas medidas económicas a los países en desarrollo. Su obra es una interesante aproximación para entender el concepto de la deuda desde una construcción social, más que como un mero tema económico.

Quien está libre de deudas es visto como una persona saludable, boyante y valiente, de ahí la expresión «el que nada debe nada teme». La personas sin deudas son dignas de admiración. Es raro encontrar a quien no debe nada en este mundo. Incluso los hijos están en deuda con sus padres.

Los consejeros financieros nos suelen hablar de la importancia de «tener finanzas sanas». Nuestras finanzas se pueden enfermar. Los morosos y endeudados tienen finanzas enfermas de gravedad. A ellos se les ve como personas poco confiables, seres caídos en desgracia, hasta parias. «El que mucho debe mucho teme».

¿Por qué el temor? Porque nuestros acreedores pueden hacernos un daño psicológico, físico y moral con el fin de obligarnos a pagarles. No pierda de vista que usted previamente les ha hecho un daño material al no cumplir con pagar su deuda.

La Secretaría de Hacienda hizo una de las mejores y más atemorizantes campañas publicitarias de la historia para «motivar», por la buena o por la mala, a los contribuyentes para que cumplan con sus obligaciones. Hacienda nos dice que si paga como debe, Lolita le dará las gracias, pero si no lo hace entonces conocerá la furia de Dolores.

Los impuestos son el tipo de deudas que hemos adquirido sin haber pedido nada prestado. Tenemos una deuda sólo por el hecho de nacer. No se preocupe, si usted es menor de edad sus padres son quienes pagan las cuentas, ya le tocará cuando se convierta en contribuyente. Pero debería estar feliz por pagar impuestos, a cambio de sus contribuciones usted recibirá servicios públicos de calidad. Eso está escrito en el folleto de la oficina fiscal.

En otros casos nos convertimos en deudores por coerción, cuando se ejerce violencia física o simbólica contra nosotros. Los grupos mafiosos saben perfectamente cómo usar este tipo de deuda. Los cobros «por protección» son un ejemplo. «Si no quieres que te haga daño tienes que pagarme», suelen exigir con el persuasivo discurso de un arma. Si la víctima no paga, sufrirá un daño en su integridad personal o en sus posesiones.

En la antigüedad, cuando los pueblos poderosos conquistaban a los más débiles por medio de las armas, éstos tenían que pagarles tributos, de lo contrario, el poderoso podría ejercer violencia y destruir al débil. La historia económica de la humanidad ha girado en torno al concepto de la deuda, más que del dinero.

“Si la historia muestra algo, es que no hay una mejor forma de justificar las relaciones fundadas en la violencia, que hacer que esas relaciones parezcan morales, renombrándolas en el lenguaje de la deuda, sobre todo, porque hace que parezca que la víctima es quien está haciendo algo malo», nos explica Graeber.[1]

Por miles de años, refiere Graeber, los ejércitos conquistadores les han dicho a los pueblos conquistados que les deben algo, es decir, que les deben sus vidas porque no los han matado.

En la medida en que el mundo moderno se ha civilizado (es decir, se han sofisticado las prácticas coercitivas), la agresión armada de un país contra otro puede ser tipificado como crímenes de lesa humanidad, conflictos que pueden ser juzgadas en cortes internacionales. Las formas de cobrar las deudas han cambiado.

Graeber nos ofrece un ejemplo ya muy conocido por todos los que hemos nacido en alguno de los pueblos endeudados de Latinoamérica. La mayoría de los países en desarrollo que tienen deudas con el Fondo Monetario Internacional son aquellos que en el pasado han sufrido agresiones militares o fueron conquistados por países europeos.

Las revoluciones del Siglo XX iniciaron, en cierto modo, como una protesta por el pago de deudas consideradas injustas y leoninas para los países. Todos los movimientos revolucionarios tienen como eje principal cancelar las deudas y redistribuir la riqueza, apunta Graeber.

Y en el terreno religioso, la deuda también tiene connotaciones negativas. En la tradición judeo-cristiana, el diablo es el principal usurero o prestamista. Los hombres hacen «pactos con el demonio». Satanás siempre quiere comprarnos nuestra alma y a cambio nos ofrece una una vida plena de satisfacciones materiales. «Vendiste tu alma al Diablo», pues tienes que pagarle en tu otra vida. Los pobres deudores se irán al cielo y los usureros al infierno.

Innumerables son las películas en las que se representa el pacto con el diablo como la firma de un contrato que contiene cláusulas ilegibles. No es gratuito que los banqueros y prestamistas sean vistos como seres diabólicos, pero también se les considera un mal necesario.

Paradójicamente, cuando alguien nos presta en el momento en que más lo necesitamos, estas personas son vistas como ángeles salvadores, o héroes. Pero cuando nos cobran se convierten en seres incómodos.

En ocasiones el deudor ya no quiere ser deudor pero no puede salir de su condición cuando enfrenta deudas impagables. Esto ocurre cuando le cobran intereses sobre intereses. Anatocismo le llaman los economistas. En un sistema ilógico. Usted sigue debiendo a pesar de que ya haya cubierto hasta tres veces el monto del capital original que le fue prestado. Sin embargo, bajo el libre albedrío usted tuvo la culpa por pedir prestado. Cayó en la seducción de disfrutar hoy y pagar mañana.

Hay expertos deudores que viven de lo ajeno, cuyas prácticas lindan en los límites del robo. Un robo muy sofisticado. «Debo no niego, pago no tengo», y hazle como quieras.

En términos de Graeber, es como si alguien nos apuntara con una pistola para pedirnos prestado, no hay cómo negarse pero tampoco cómo cobrarle. Un ejemplo es Estados Unidos. Tiene el ejército más poderoso del planeta. Sus principales acreedores extranjeros son países en donde tiene bases militares, Japón, Corea del Sur, Alemania, Taiwán, Tailandia, los países del Golfo. China es una excepción y es el país que ha comprado  la mayor deuda de Estados Unidos en bonos del Tesoro.

Pero ninguno de estos países le puede imponer condiciones de pago a la Superpotencia. Hasta entre los deudores hay clases. Cuando el deudor es débil es fácil cobrarle, pero si el deudor está armado la situación se complica.

Cuando usted solicita un crédito para abrir un negocio o emprender un proyecto productivo encontrará pocos entusiastas que quieran prestarle. Todo préstamo implica un riesgo de no recibir el pago, por ello siempre es más fácil prestarle a quien no lo necesita. A las personas con más dinero les cuesta más barato contratar un crédito.

Endeudarse es visto como algo necesario en un mundo donde los recursos son limitados, pero a la vez es indeseable cuando se pide más de lo que se puede pagar.

El mundo es una tensión entre ricos y pobres que, si lo ve de otra forma, es un conflicto entre acreedores y deudores.[2]

La próxima vez que reciba su salario, piense por un momento qué porcentaje de su ingreso ya está comprometido en pagar deudas. Reste esa cantidad a su ingreso total y el resultado será su excedente, es decir, su capital. Sólo entonces podrá decir que tiene dinero para comprar. Lo más recomendable es que lo guarde y lo ahorre para acumular capital. Recuerde siempre: todo cuesta más barato cuando se paga en efectivo.

Si ha llegado hasta este punto de la lectura, entonces me considero en deuda con usted, sólo que no sé cuándo le pueda pagar.

[1]GRAEBER, David. Debt: The first 5,000 years . Melville House. Brooklin-London. 2014

[2] GRAEBER, Idem, pág 37.

Revolucionan la forma de hacer periodismo en China

  • Periodistas y ciudadanos han encontrado en las redes sociales chinas un nuevo espacio para publicar información sobre casos de corrupción de funcionarios, la cual no pasa por los filtros oficiales.
  • El gobierno chino ha emprendido una nueva campaña de censura, llamada a combatir los rumores en la red,  que ha llevado a la cárcel a varias personas acusadas de esparcirlos, así como al cierre de sitios web.
  • En medio del reforzamiento de la censura, un periodista lanza una innovadora iniciativa para captar fondos y publicar sus artículos en las redes sociales, de forma independiente.
  • En la era digital, una nueva generación de periodistas ciudadanos chinos está dispuesta a informar sobre temas sensibles y utilizan internet como su espacio vital de trabajo y de protección.
记者   Son los caracteres chinos para referirse a periodista o reportero que en alfabeto latinizado se escribe jizhe.

记者 Son los caracteres chinos para referirse a periodista o reportero que en alfabeto latinizado se escribe jizhe.

Por Raúl López Parra

Aunque el título le parezca extraño, sí, leyó bien, en China están revolucionando la forma de hacer periodismo, y ocurre en un caso que hasta el momento, con sus guardadas distancias, no tiene un símil en Occidente.

La narrativa que predomina sobre China en los “medios occidentales”, comúnmente referidos a aquellos con base en Europa y Estados Unidos, muestra predominantemente la imagen de un país completamente autoritario, sin matizar los espacios de libertad que existen al interior del mismo.

Incluso hay quienes afirman que en el gigante asiático no se hace periodismo, sino sólo propaganda, una forma poco seria o estereotipada de descalificar los mil 937 periódicos que se editan ahí, convirtiendo a China en el país con el mayor mercado de diarios del mundo.[i]

Sin embargo, el modelo periodístico que está levantando las cejas de propios y extraños no está surgiendo en los periódicos sino en las redes sociales chinas.

A mediados de septiembre pasado, el periodista Yin Yusheng publicó un mensaje abierto a los internautas en su cuenta de weibo, —el equivalente chino de twitter— el cual expresaba:

“Soy un reportero con amplia experiencia y no tengo miedo a los poderosos ni a la violencia. Seré un periodista de investigación independiente, no adscrito a ninguna agencia de noticias. Estaré con los internautas cuanto esté en línea o cuando esté reportando en el lugar. Quiero reportar las noticias que los internautas quieren conocer. Si tú estás cansado de escuchar cómo algunos medios alaban sus logros, o harto de los medios web halagadores, es tiempo de cambiar la situación”.[ii]

Yin Yusheng tiene como carta de presentación el haber trabajado 10 años en distintos periódicos. Ganó prestigio en 2010, cuando reportó el caso de Li Qiming, hijo de un subjefe de la policía, en la provincia de Hebei, quien tras atropellar a dos estudiantes al conducir ebrio en la universidad, trató de usar la influencia de su padre para evadir la justicia. Una de las estudiantes falleció y la otra quedó lesionada.

“¡Demándame si te atreves, mi padre es Li Gang!”, gritó el joven para amenazar a los guardias que lo detuvieron. El caso cobró dimensión nacional en las redes sociales, donde los internautas presionaron para que no quedara impune.

La cínica frase que gritó Li circuló en la red como un meme que ilustraba la corrupción en China y los privilegios de los hijos de los oficiales.

Los censores del gobierno trataron de detener la cobertura de la noticia, pero la presión social en Internet fue enorme, por lo que se vieron obligados a reportar el caso, incluso en la televisora estatal CCTV.[iii]

Li Qiming fue condenado a seis años de prisión, una pena menor que la corte justificó porque el inculpado indemnizó a las víctimas y aceptó su responsabilidad.

Yin Yusheng, el periodista que reportó la historia, perdió su trabajo, sin embargo atestiguó el poder que estaba cobrando Internet para difundir la información periodística y romper la censura.

El gobierno también tomó nota de ello.

Revolucionando las prácticas periodísticas chinas

¿Qué es lo que está haciendo Yin Yusheng para sostener que su propuesta no tiene parangón en China?

Con el ascenso de los medios digitales y la caída de los ingresos de los medios tradicionales, se ha desarrollado una práctica llamada crowdfounding, que se traduce como el financiamiento en Internet.

Estados Unidos y Europa son las regiones pioneras donde en los últimos años se han creado plataformas crowdfounding exclusivas para los periodistas que deciden trabajar por su cuenta.

El modelo funciona con un intermediario, una plataforma web en la que se abre un espacio para que los periodistas oferten sus trabajos terminados o los proyectos a realizar, ya sean fotografías o textos, y reciban donaciones en línea. En caso de concretar una transacción, las plataformas se quedan con un porcentaje que va del 10 al 25%.

Pero en el caso de Yin, su propuesta de crowdfounding hace a un lado los intermediarios y va directo al público.

Yu Sheng pidió a los internautas  financiar su trabajo periodístico. /Imagne del perfil del periodista en weibo.

Yu Sheng pidió a los internautas financiar su trabajo periodístico. /Imagen del perfil del periodista en weibo.

En su cuenta de weibo, Yin propuso a los internautas financiar dos historias en las que él quería trabajar. Una se basaba en la detención de un periodista acusado de mantener cautivo a un trabajador dentro de la excavadora con la que éste demolería una casa, en la provincia de Shandong. La segunda historia refería a las acusaciones de corrupción de una docena de policías en contra del departamento de justicia local, en la provincia de Henan.

Indicó a los internautas que las donaciones se podían realizar en el sitio Taobao, la principal plataforma de comercio electrónico de China, donde los minoristas venden prácticamente de todo. Cada uno puede aportar desde un mínimo de 10 yuanes hasta un máximo de mil. El límite en el monto en las donaciones por cada internauta es para evitar que el dinero influya en los reportes, según Yin explicó en entrevista al diario oficial Global Times.

Una vez que se alcanza la suma de 5 mil yuanes finaliza la petición y Yin inicia la investigación. En cada historia se toma 10 días para indagar.

A consideración del mismo periodista, 5 mil yuanes es la cantidad suficiente para realizar un trabajo. El monto cubre viáticos y su salario.

Dos días después de lanzar la convocatoria, Yin ya había recibido 8 mil yuanes de donantes individuales que aportaron desde 10 y 200 yuanes. Todos los mensajes eran elogios por dicha iniciativa.

En el sitio de comercio electrónico Taobao, el público puede donar desde 10 a mil yuanes /Imagen tomada de la cuenta del periodista en Taobao.

En el sitio de comercio electrónico Taobao, el público puede donar desde 10 a mil yuanes /Imagen tomada de la cuenta del periodista en Taobao.

De este modo, Yin comenzó a trabajar en su primera historia y se comprometió a publicarla en weibo, junto con los gastos hechos, con el fin de transparentar a los internautas el financiamiento de la cobertura.

El periodista reconoce que no espera ganar mucho dinero con este modelo experimental de periodismo financiado en la red.

Es cuidadoso ante las expectativas por su trabajo, por ello no se compromete a ofrecer la verdad, sino en “aportar datos y hechos”, según publica en su weibo, y para garantizar objetividad, ofrece hacer entrevistas imparciales.

“Estoy preocupado acerca del tema de la seguridad. Sin embargo, nuevas cosas son las que valen la pena probar. Quiero ver qué tan lejos puedo llegar”.[iv]

Temerario o valiente. Todos se preguntan hasta dónde llegará Yin o hasta dónde lo dejarán llegar con su trabajo, ya que presenta su modelo periodístico justo en momentos en que el gobierno chino ha emprendido una nueva campaña de censura, llamada a combatir los rumores en la red, pero que en el fondo es considerada una acción para evitar que periodistas independientes y ciudadanos ventilen casos de corrupción y abusos de poder en las redes sociales, lo que alienta el descontento social.

Apertura informativa controlada

Beijing, además de ser la capital de China, es considerada el centro político y cultural del país; en cambio Shanghai es identificada como el lugar para hacer negocios, pero Guangzhou es la zona más liberal, donde se ha desarrollado el periodismo de investigación independiente.

El crecimiento económico, el desarrollo de las telecomunicaciones, la urbanización y los mayores niveles educativos han propiciado una paulatina liberalización de los controles informativos.

El más reciente ejemplo es la Zona Piloto de Libre de Comercio de Shanghai, la cual comenzó a funcionar a fines de  septiembre, donde se desbloqueará Facebook y Twitter —mediante la aplicación de permisos especiales—lo que ha generado muchas expectativas en el extranjero, que ya miran esta acción como una apertura a la libre expresión. [v] Debido a que el régimen no puede ejercer control sobre estas plataformas, desde 2009 decidió  bloquearlas tras las revueltas ocurridas en la provincia de Xinjiang.

Sin embargo, el Global Times, diario oficial del gobierno, se encargó de echar agua fría a los entusiastas. En un comentario editorial advierte que el libre acceso de Internet es “sólo para facilitar el libre comercio” en la zona de 29 kilómetros que abarca el proyecto piloto.

La muralla digital, refiere el diario, ha servido para “garantizar la seguridad del ciberespacio chino”, un medida basada en la “realidad, no en valores”.[vi]

En otras palabras, la apertura de internet no es una concesión de derechos para los chinos, sino una vía para atraer a los extranjeros. La razón es económica, no política.

Más allá de esta isla de libertad vista desde el extranjero, es cierto que al interior del país existe una mayor apertura informativa en  temas locales que preocupan a la gente, y que son incluso reportados en los órganos oficiales del gobierno chino, tales como corrupción,  abusos de autoridad,  desigualdad social, contaminación, seguridad de los alimentos e incluso, de forma esporádica, la necesidad de reformas al sistema político, siempre que estas ideas sean pronunciadas por los líderes políticos.[vii]

Los aires de apertura se vieron en 2008, durante la cobertura del terremoto de 8 grados de magnitud que devastó la provincia de Sichuan y causó la muerte de 69 mil personas.

El gobierno flexibilizó los controles a la prensa y permitió a los periodistas chinos hacer su trabajo, quienes reportaron abiertamente cómo muchas construcciones derrumbadas se habían edificado con materiales de mala calidad, lo que apuntaba a corrupción de oficiales locales.

Por primera vez en la historia de la República Popular China, en la televisión estatal se hizo un seguimiento en vivo de un desastre de esta naturaleza, antes sólo se presentaban reportes grabados. Medios como CNN y BBC retomaron las imágenes de las televisoras chinas. El caso mostró a sus pares extranjeros que en China también se hacía periodismo.[viii]

En los últimos años los medios chinos privados e independientes han desarrollado un periodismo de investigación respetable. Reportan una gran variedad de temas en el ámbito local con relativa libertad, mientras no violen la regla de oro que es poner en duda o criticar la legitimidad del Partido Comunista y a sus principales líderes. Recordemos que el Premio Nobel de la Paz 2010, Liu Xiabo, desde 2008 cumple una condena de 11 años en prisión por pedir democracia en China.[ix]

A partir de que Deng Xiaoping introdujo la reforma de apertura al exterior, en 1979, cambiando la línea radical de Mao para dar paso al “socialismo con características chinas”—entendido como el capitalismo planificado por el Estado— el gobierno autorizó la creación de medios de comunicación  privados, los cuales pueden comercializar su información para atraer anunciantes. Tal como funciona en cualquier sistema de mercado.

Ello no implica que el régimen cede el control sobre los medios. Las autoridades deciden cómo y cuándo se crea un nuevo periódico; a quiénes se contratan, ya que para ser periodista se requiere una licencia. También se define cómo se deben abordar los temas sensibles, entre ellos los conocidos como la “triple T y la F”: Taiwán, Tíbet, Tiananmen(por el movimiento estudiantil del 1989) y el Falungong (un organización espiritual proscrita).

Para trabajar como periodista el gobierno otorga una licencia/ Imagen de carnets de periodistas.

Para trabajar como periodista el gobierno otorga una licencia/ Imagen de carnets de periodistas chinos.

Siguiendo la línea oficial, los medios tienen garantizada una cierta autonomía, pero no la suficiente como para evitar los controles.

Los periódicos frente al arribo de internet

En un espacio acotado para reportar temas públicos, el mercado periodístico chino vive una competencia feroz por la búsqueda de patrocinios y lectores. El panorama se complica ante el surgimiento de Internet y la popularización de las redes sociales chinas, que ahora emergen como fuentes de noticias.

Si en 2008 los periodistas chinos mostraron al mundo que también saben investigar, en 2011 los ciudadanos mostraron que no necesitan ni Facebook ni Twitter para ejercer su libre expresión.

Ese año fue marcado por el accidente de tren de alta velocidad en Wenzhou, en la provincia de Zhejiang, en el que murieron 40 personas y 190 resultaron heridas.

A minutos de ocurrir el accidente, en las redes sociales chinas comenzaron circular mensajes pidiendo ayuda. Conforme avanzaban las horas, crecía el descontento por la actuación de las autoridades, que más que atender el incidente estaban preocupadas por cubrirlo. Y, literalmente, intentaron sepultar uno de los trenes para ocultar las causas de la tragedia, según denunciaron internautas en weibo.

El descarrilamiento del tren, además de las  fallas técnicas, fue producto de la negligencia y la corrupción al interior del Ministerio de Ferrocarriles, ya que por inaugurar con premura la nueva ruta ferroviaria, no se atendieron todas las medidas de seguridad.

En Sina y Tencent, los principales proveedores del servicio del microblog conocido como weibo, circularon más 20 millones de mensajes sobre la tragedia, algunos para movilizar ayuda y otros dirigidos contra la actuación de las autoridades. Los censores se vieron rebasados.

Por su parte, los medios chinos realizaron una cobertura crítica sobre el accidente,  incluso en los órganos oficiales. Demandaban respuestas sobre lo que pasó y qué autoridades eran responsables. El caso Wenzhou marcó un hito en China porque mostró el poder de las redes sociales para convertirse en los nuevos espacios informativos.

Weibo, el nuevo referente informativo

En China, como en otras partes del mundo, los periódicos están perdiendo terreno en el consumo informativo entre los jóvenes menores de 30 años,[x] quienes mayoritariamente se informan en Internet y particularmente en las redes sociales, espacios que gozan de mayor credibilidad, con todo y que también se difunde abundante información no verificada.

Si bien el negocio de los periódicos impresos en China está  muy lejos de vivir en crisis, comienza a mostrar signos de declive. Los puestos de revistas están cerrando. El Global Times reportó que, en opinión de los vendedores, en los últimos dos años las ventas de diarios han caído entre 20 y 50%.[xi] Las tendencias indican que se acelera su declive conforme se incrementa el número de personas con acceso a Internet.

El país asiático tiene el mayor número de internautas del mundo, con 591 millones, de entre los cuales, 420 millones se conecta usando dispositivos móviles (teléfonos, tabletas, entre otros), esto es el 74 por ciento del total.[xii]

En términos de penetración, el 42 por ciento de la población tiene acceso a la red, lo que significa que la mayoría aún se sigue informando en los medios tradicionales, sin embargo, por su ubicuidad y rapidez, las noticias se están generando en la red y se prevé que habrá un mayor consumo informativo a través de dispositivos móviles.[xiii]Un reflejo son los 274 millones de usuarios que tienen cuenta registrada en weibo, la cifra más grande de microblogueros en el mundo.

Si por un lado Internet afecta a la industria periodística, por otro lado libera a los periodistas de las organizaciones mediáticas, como ocurre con el caso de Yin Yusheng, quien puede independizarse y trabajar directo con sus lectores, pero su caso no es el único.

Gracias a internet, una nueva generación de periodistas ciudadanos está reportando directamente al público a través de sus cuentas de weibo o microblog, sin pasar por los medios tradicionales y, por ende, los controles del gobierno.

La era digital ha permitido a los internautas convertirse en generadores de contenidos. Ello ha transformado todos los ámbitos de consumo, comunicativos e informativos. Para los gobiernos de todo el mundo ha sido un reto poder maniobrar en los entornos digitales, donde los controles son prácticamente imposibles.

En China se da un juego del gato y el ratón. Los mecanismos de censura se renuevan todo el tiempo porque los internautas encuentra la forma de evitarlos. Hasta hace poco los periodistas ciudadanos estaban fuera de la mano de los censores, pero en los últimos meses las cosas han cambiado radicalmente.

El periodismo en China: el juego del gato y el ratón

Pese a los visos de apertura expuestos anteriormente, no nos confundamos, China sigue siendo un lugar poco amigable para hacer periodismo. No obstante su desarrollo económico, el país asiático no solo continúa, sino que hace más férrea la censura en Internet.

El Índice de Libertad de Prensa 2013 de Reporteros Sin Fronteras sitúa a China en el séptimo puesto de los países en el mundo con el ambiente más represivo para el periodismo. En el ranking de los países que más respetan a la prensa ocupa el lugar 173 de 179, donde Finlandia es el país más avanzado. [xiv]

En enero de este año, la Administración General de Prensa y Publicaciones de China(AGPP) anunció una campaña para identificar y sancionar a periodistas sin licencia “para preservar la reputación de los medios de comunicación del país”.[xv]

Según las autoridades, el objetivo era combatir prácticas irregulares de personas que se hacen pasar por periodistas para extorsionar a personas a cambio de que no se publiquen historias negativas o historias pagadas que van contra la reputación de lo medios.

Para mayo, las acciones habían sido efectivas con el cierre de 107 sitios web de “noticias irregulares”, en consideración de las autoridades.  Pero a ojos de los medios independientes, estas acciones estaban destinadas amedrentar a los periodistas ciudadanos.

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Por su trabajo periodístico Zhu RuiFeng ha atraído la atención de medios internacionales como el The New York Times y la BBC. /Imagen captada del NYT

Uno de los más notables es Zhu Ruifeng, quien en 2012 cobró fama hasta sumar un millón de seguidores en su weibo, por revelar el video del jefe del Partido Comunista en Chongqing, Lei Zheng Fu, teniendo relaciones sexuales con una joven de 18 años.

El video fue grabado en 2007 por la misma joven, quien fue instruida por un empresario para hacerlo y obtener una evidencia contra el oficial con el fin de extorsionarlo y ganar contratos para su empresa. Esto formaba parte de una red de extorsión contra funcionarios de Chongqing.

Tras cansarse de las extorsiones, Lei confesó su falta con un alto oficial, quien en lugar de sancionarlo, lo promovió y ordenó destruir el video. Pero una copia estaba en manos de otra persona que decidió filtrarlo al periodista, quien publicó sobre el caso y subió fragmentos del video en su cuenta de weibo.

En siete días, el oficial Lei Zheng  Fu fue expelido de su puesto y sometido a juicio. Fue sometido a juicio y condenado a 13 de años de prisión por corrupción. También fueron sancionados los implicados en la red de extorsión y así como otros oficiales.[xvi]

Desde la publicación del caso, el periodista ciudadano Zhu Ruifeng comenzó a ser hostigado por las autoridades hasta que cerraron su página web llamada “Supervisión del Pueblo”, la cual creó en 2006 para investigar la corrupción entre  oficiales, donde expuso 100 casos, según refirió al diario New York Times.  Las autoridades también dieron de baja sus cuentas en los microblogs.

Al no tener una licencia de periodista el gobierno no lo reconoce como tal, por ello queda desprotegido ante la ley. Zhu Ruifeng  asume su labor como un activista. Decidió divorciarse de su esposa, quien trabaja en el gobierno, para protegerla y seguir develando escándalos de los funcionarios. En la entrevista con el NYT, antes de que cerrarán su weibo, aseguró que  asumía los riesgos por amor a su país.

Otro renombrado periodista ciudadano que ha publicado sus reportes en las redes sociales es Zhou Xiaoyun, quien en 2011 reveló que la paraestatal petrolera Sinopec de Guangdong, había gastado millones de yuanes en la compra de licor lujoso para el jefe local Lu Guangyu. El escándalo derivó en la destitución del funcionario en tan sólo 10 días.

El periodista ciudadano Zhou Xiaoyun cubre su rostro porque asegura que tiene varios enemigos que le gustarían verlo muerto /Foto facilitada por Zhou al diario Global Times.

El periodista ciudadano Zhou Xiaoyun cubre su rostro porque asegura que tiene varios enemigos que le gustarían verlo muerto /Foto facilitada por Zhou al diario Global Times.

En otro reporte de alto impacto ofrecido por Zhou reveló la malversación de fondos que hizo el Ministerio de Ferrocarriles en el lanzamiento de su sitio web, lo que causó el enojo de los internautas.

El escándalo más reciente en el que está envuelto es la denuncia que hizo en contra la organización no gubernamental de la Sociedad de la Cruz Roja de China, porque acusó que algunos de los funcionarios se han beneficiado personalmente con los recursos de los donantes.

En una entrevista para el Global Times, donde Zhou aparece con un cubrebocas y gafas para no revelar su identidad por miedo a represalias, aseguró que en su trabajo nunca considera los dichos de las personas como pruebas hasta que no tiene documentos o grabaciones que sostengan las acusaciones.  También aclara que sólo colecta información de forma legal. Gracias a su red de contactos, que incluyen académicos y figuras influyentes entre los internautas en las redes sociales, el puede expandir el alcance de sus publicaciones en internet.  «Internet y los internautas son mi protección», aseguró.

Y para cerrar esta muestra de ciudadanos convertidos en periodistas es ilustrativo el caso de Chen, un gerente de hotel quien durante dos años pidió a la Corte de Shanghai que investigara la actuación del juez que falló en su caso. En el juicio fue condenado a pagar una indemnización a un contratista por una cantidad mucho mayor de la que implicaba el contrato, por lo que se le obligó a vender su departamento para pagar la deuda. Chen sospechaba que el juez había sido parcial porque el contratista era familiar de éste.

Al no obtener respuesta de la corte, Chen decidió investigar por su cuenta. Pacientemente siguió los pasos del juzgador hasta que obtuvo la evidencia que necesitaba: Un video de seguridad de un hotel en el que se muestra al juez, con otros tres oficiales, acudiendo a un bar para contratar a prostitutas. La prostitución en China es un delito.

Tras revelarse el video, el Tribunal Popular Superior de Shanghái,  destituyó a cuatro oficiales, entre los que se encuentra Chen Xueming, uno de los jueces y jefe del juzgado número 1, y Zhao Minghua, juez suplente. /Imagen del video revelado por Chen

Tras revelarse el video, el Tribunal Popular Superior de Shanghái, destituyó a cuatro oficiales, entre los que se encuentra Chen Xueming, uno de los jueces y jefe del juzgado número 1, y Zhao Minghua, juez suplente. /Imagen del video revelado por Chen.

Chen publico anónimamente el video en su microblog. Al día siguiente de publicar la información, la corte abrió una investigación, posteriormente dos jueces y dos oficiales fueron destituidos.

Los casos expuestos muestran cómo internet ha empoderado el ejercicio del periodismo ciudadano en China, el cual ha servido como un efectivo contrapeso para exhibir a los oficiales corruptos.

Esta ola de denuncias en las red fueron en parte animadas por el discurso del presidente, Xi Jinping, quien al asumir el poder aseguró que su gobierno estaba decidido a combatir la corrupción.

En esta sintonía, los microblogs se han convertido en un espacio efectivo y eficiente para mostrar y castigar la corrupción. Mientras que en 2010 se registraron 78 casos expuestos en los microblogs, en 2012  fueron 105.

No sólo la denuncia, también la respuesta de las autoridades para investigar los casos se incrementó. En 2011 se iniciaron investigaciones dentro de las 24 horas de publicarse la información en los microblogs, lo que ocurrió en 29% de los casos. Para 2012 la reacción de las autoridades se duplicó, abriendo investigaciones en 36% de los casos, según las cifras la investigación de la Universidad Jiao Tong de Shanghai.[xvii]

El estudio indica que los microblogs son el espacio preferido para revelar los casos de corrupción, pero son los medios tradicionales los que realizan la cobertura con reacciones y entrevistas de los implicados, ya que más del 60% de la información de seguimiento fue publicada en estos espacios.

Pero hasta el cielo tiene un límite y el periodismo en las redes sociales encontró el suyo.

Dado el efecto explosivo que han tenido las denuncias de corrupción en la red, también se ha convertido en una arma de venganzas entre oficiales o bien para extorsionar a funcionarios corruptos, más que para llevarlos ante la justicia, como se pretendió con los videos sexuales de Chongqing.

En una entrevista para el Global Times, Zhu Ruifeng señaló que el 95% de los casos expuestos de corrupción se basan en información filtrada por fuentes internas, pero también reconoció que algunos buscan obtener dinero por lo que publican información para chantajear. Y como los oficiales están dispuestos a pagar para que no se devele su corruptela, esto ha generado un mercado de extorsiones y rumores en la red.

En 2008, la provincia de Hebei se detectaron a 82 “periodistas falsos” que defraudaron a funcionarios del gobierno con un monto total de 11 millones de yuanes.

Pero a decir de los críticos, el combate a los rumores ha sido el argumento perfecto que el gobierno chino encontró para controlar a los periodistas ciudadanos y sus reportes, mediante nuevas leyes.

Nuevos periodistas, nuevas censuras

Yang Hui, un adolescente de 16 años de la provincia de Gansu, se convirtió involuntariamente en un héroe en la batalla por la libertad de expresión. La policía de Zhangjiachuan lo arrestó al salir de su escuela, acusado del cargo criminal de “provocar problemas”. Su delito fue publicar en su cuenta de weibo sus dudas sobre la investigación de la policía local en un caso en el que un hombre fue encontrado muerto en un karaoke.

La policía concluyó que fue suicidio, pero Yang sugería que la persona había sido asesinada y los familiares de ésta fueron detenidos para ocultar la verdad, porque el negocio pertenecía a Su Jian, un oficial de la Corte.

La corte desmintió que Jian fuera su empleado, pero reconoció que el karaoke pertenece a la esposa de otro oficial.

Por su parte, la policía aseguró que el post de Yang provocó que cientos de personas protestaran, causando el desorden público.

El adolescente se convirtió en el primer acusado del país en esparcir rumores en Internet, a partir de que la Suprema Corte del Pueblo de China promulgó una ley que sanciona a quienes publiquen difamaciones o información falsa en la red, la cual sea compartida hasta 500 veces y reciba 5 mil visitas.  El delito se sanciona hasta con tres años de cárcel.

Tras ser encarcelado, el adolescente recibió el apoyo justamente en las redes sociales. Los internautas comenzaron a publicar fotografías de las instalaciones de la policía de Zhangjiachuan, que muestran un gran lujo en uno de los condados más pobres de China. Al tiempo,  dos abogados activistas viajaron a la provincia para pedir la liberación del adolescente y recabaron la firma de 40 abogados para reclamar su liberación.

Tras una semana de detención y ante las presiones en la red, Yang fue liberado, lo primero que hizo al salir fue publicar una foto en su weibo haciendo la V de la victoria y vistiendo un jersey con la leyenda “Make the change”.

Yang Hui fue el primer detenido por esparcir rumores en la red, bajo la nueva ley. La presión de abogados e internautas ayudó a su liberación.

Yang Hui fue el primer detenido por esparcir rumores en la red, bajo la nueva ley. La presión de abogados e internautas ayudó a su liberación. /Foto publicada por Yang Hui en su weibo.

Su liberación fue celebrada por los internautas como una victoria en la batalla por la libertad de expresión.

Antes de la promulgación de la ley, la ofensiva del gobierno contra los rumores llevó a prisión a algunos periodistas y celebridades de weibo como a Xue Manzi, un inversor chino-estadounidense, quien suma 12 millones de seguidores en su microblog.

Las celebridades en weibo son aquellos usuarios que tienen una cuenta verificada que se distingue con una «V», lo que da un estatus de confianza a los internautas de que la identidad de la persona es real. Existen 19 mil cuentas verificadas cuyos seguidores exceden los 100 mil, por cada cuenta. De este número, 3 mil 300 usuarios tienen al menos un millón de seguidores cada uno, según estadísticas de Sinaweibo. Es por ello que las celebridades de weibo se convierten en líderes de opinión, y cada post que publican puede ser compartido y visto miles de veces o millones, ya que en la red compartir contenidos puede duplicar, triplicar el alcance de quienes ven las publicaciones.

Xue Manzi fue detenido por contratar prostitutas, lo que es un delito en China como se mencionó. Las autoridades han negado que su detención se deba a su condición de líder de opinión en la red, lo cierto es que su caso fue usado para enviar un mensaje a las celebridades de weibo para que piensen dos veces antes de publicar o compatir  información sensible.

Xue había sumado seguidores en la red gracias a sus posts denunciando el tráfico de niños, por comentar temas sobre problemáticas públicas así como algunos casos de corrupción. Tras su detención, apareció en una entrevista para CCTV, la televisora estatal, donde confesó que había sido irresponsable al publicar información no verificada.

Las especulaciones entre quienes siguen de cerca la política china sugieren que las autoridades lo presionaron para mostrarse ante las cámaras y servir como chivo expiatorio para controlar tanto a los que publican como a los que difunden contenidos que puedan generar descontento social. Y no es poca cosa.

Si hay algo que molesta a las autoridades es el desorden público. Para gobernar a mil 300 millones de personas el gobierno aplica mano dura, aunque a veces la pone suave.

En 2010 se registraron 180 mil manifestaciones en todo el país, lo que equivale a un promedio de 500 diarias, cuatro veces más que lo registrado en la década anterior, según afirma el sociólogo Sun Liping, de la Universidad de Tsinghua, uno de los investigadores más respetados del país.

En este contexto, la campaña contra los rumores es parte de una acción de más amplio alcance por parte del gobierno para controlar el flujo de información que no pasa por sus filtros.

En el discurso oficial, el régimen comunista está dispuesto en combatir la corrupción pero bajo sus términos. La exposición mediática del juicio a Bo Xilai, quien fuera el poderoso secretario del partido comunista en Chongqing, condenado a cadena perpetua por corrupción y abuso de poder, es la muestra más clara.

Por ello, a la vez que el gobierno emprende una ofensiva en la red, por otro lado el órgano anticorrupción del Partido Comunista lanza un sitio web para que los internautas denuncien a los funcionarios. Según las cifras oficiales, hasta el momento han recibido más de 700 denuncias en línea.

En estos planes del combate a la corrupción los periodistas ciudadanos no están invitados.

Existe un proverbio chino que dice: “matar a la gallina para espantar a los monos”. Aunque parece que hay monos curados de espanto.

Periodistas como Yin Yusheng,  y como muchos otros que no reciben tantos reflectores, han aprendido a sortear la censura, arriesgando su propia integridad e incluso la de su familia.

Es el precio a pagar por revolucionar las formas de hacer periodismo en China.


[i] Según el registro publicado por el Centro de Información de Internet de China, el país asiático tiene el mayor mercado de la prensa en el mundo, con 1.937 periódicos e imprimió 43900 millones de copias en 2009. La Asociación Mundial de Periódicos y Editores también ubica a China como el mayor productor de diarios con 33% del total global.

[ii] La traducción indirecta en español se basa en la versión en inglés traducida del chino por el Diario Global Times.

[iii] WINES, MICHAEL (2010). “China’s Censors Misfire in Abuse-of-Power Case”, The New York Times  17 de noviembre. Consultado en  http://www.nytimes.com/2010/11/18/world/asia/18li.html

[iv] Wen, Ya (2013) “Journalista for hire”, Global Times, 18 de septiembre.

[v] Chen, George (2013) “EXCLUSIVE: China to lift ban on Facebook – but only within Shanghai free-trade zone” en South China Morning Post, 24 septiembre, consultado en http://www.scmp.com/news/china/article/1316598/exclusive-china-lift-ban-facebook-only-within-shanghai-free-trade-zone

[vi] Global Times (2013). “Firewall not the issue as trade opens.” 25 de septiembre. Traducción del autor.

[vii] Noticias sobre estos temas aparecen de forma frecuente en los órganos informativos oficiales del régimen comunista tales como el Diario del Pueblo, la Agencia estatal Xinhua, el diario Global Times y la versión internacional del China Daily.

[viii] Bandurski, David y Hala, Martin (2010) “Investigative Journalism in China: Eight Cases in Chinese Watchdog Journalism”. Hong Kong Press University.

[ix] Liu Xiabo fue detenido el 8 de diciembre de 2008 después de que firmara la ‘Carta 08’, junto a otros 302 intelectuales chinos, la cual fue publicada en Internet, en la que pedía reformas legales para tener democracia y protección de las libertades fundamentales en China. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 2010.

[x] Hooke Paolo (2012) “Why Newspaper Market are growing in China and India, while they decline in the US an UK” Volume 12, Number 1, 2012. Disponible en http://ejournalist.com.au/ejournalist_v12n1.php

[xi] Zhou Ping, (2013) “Running out of print”, Global Times, 3 de septiembre. Consultado en http://www.globaltimes.cn/content/808331.shtml

[xii] Según cifras del Centro de Información de la Red de Internet de China (CNNIC, siglas en inglés).

[xiii] Según las previsiones del Reporte Anual del Desarrollo de los Nuevos Medios en China 2013, publicado por la Academia de Ciencias Sociales de China.

[xiv] Press Freedom Index  2013 de Reporteros Sin Fronteras se puede consultar en http://en.rsf.org/press-freedom-index-2013,1054.html

[xv] Diario del Pueblo (2013) “China tomará medidas contra los periodistas sin licencia”,  4 de enero, consultado en http://spanish.peopledaily.com.cn/31614/8077976.html

[xvi] Pang, Jiaoming (2013) “A Scandal Involving Chongqing Officials Was a Web of Sex, Lies and Video”, 9 de Junio. Caixin. http://english.caixin.com/2013-09-06/100579236.html?p1

[xvii] Chen, Lu (2013) “Corruption finds foe in microblogs”, 19 de agosto. Global Times.

Venta del Washington Post: Fin de un ciclo

  • Un repaso histórico por la evolución del diario y sus grandes hitos.
  • ¿Podrá Jeff Bezos continuar con el legado de una cabecera tan importante?
  • «El Post terminó su ciclo pero el periodismo seguirá su sinuosa marcha, en medio de contradicciones, insuficiencias y sobre todo metido en las contradicciones de un modelo informativo de crítica al poder pero metido en los conflictos de empresa».
Foto: "The Washington Post" por Esther Vargas @ Flickr

Foto: «The Washington Post» por Esther Vargas @ Flickr


Por Carlos Ramírez

I

La venta del periódico The Washington Post por apenas 250 millones de dólares el 5 de agosto de 2013 y el anuncio oficial de un cambio de cabezal implicó el fin de un ciclo histórico del periodismo en los Estados Unidos: el de la prensa como servicio social que comenzó en 1965 con las protestas contra la guerra de Vietnam y los reportajes contra las mentiras del gobierno, y anunció en los hechos la necesidad de los grandes medios de comunicación de darle prioridad a aspecto financiero y empresarial. La decisión de la familia Meyer-Graham-Weymouth, propietaria del diario desde 1933, se basó en la caída de la publicidad, la disminución de la circulación y la competencia de internet, aunque asociado a dos de los temas que tendrá que discutirse con mayor intensidad si es que los medios escritos quieren sobrevivir: la definición de una política editorial en función de los intereses estratégicos y de seguridad nacional de los Estados Unidos y la inclinación conservadora de la sociedad estadunidense.

El tema editorial fue, en los últimos años, uno de los más delicados al interior del periódico. De hecho, la crisis estalló en 2008, justo con el arribo de Katharine Weymouth –nieta de Katharine Graham— a los cargos mayores del periódico: la crítica de lectores a la línea editorial “demasiado liberal” del periódico, a pesar del apoyo de la familia Graham al Partido Republicano. Inclusive, la ombudsman del lector del diario, Deborah Howell, había aireado el asunto en sus textos de respuesta a la crítica de los lectores y había señalado que el tono de reclamación de algunos lectores había sido acompañado con la cancelación de suscripciones. El rechazo de lectores llegó asociado a la baja en la publicidad y una drástica disminución en la circulación. El periódico quedó sorprendido por las críticas de los lectores conservadores y la cancelación de suscripciones y hasta su venta no pudo procesar ese hecho social.

Este hecho fue inédito y encendió las luces de alarma del diario pero no consiguió respuestas; las justificaciones de funcionarios del Post se dedicaron sólo a establecer las razones de la libertad de opinión, la búsqueda de un equilibrio entre conservadores y liberales y la necesidad de la pluralidad. Pero la sociedad norteamericana del 2008 había cambiado: los jóvenes rebeldes y movilizados de 1968 tenían ya sesenta años, habían abandonado sus rebeliones y luchaban por la vida en el duro y competitivo sistema de empleos. La reacción de rebeldía a los comportamientos de Richard Nixon se había neutralizado, luego de Vietnam se eliminó el modelo de llamado obligatorio a filas, la crisis de los rehenes en Irán en 1979 volvió a unir a los estadunidenses ante el enemigo externo, Reagan reactivó la economía y llevó a la Unión Soviética al desmoronamiento imperial y al fin de la guerra fría, Bush Sr. fijó el tema Irak en la agenda militar y geoestratégica, Clinton exhibió con Mónica Lewinsky la comodidad y la voluptuosidad del auge aunque fuera en empleos temporales, y Bush Jr. convirtió el ataque terrorista del 11 de septiembre en el factor miedo para la unidad interna.

Por tanto, el conflicto ideológico en torno a las opiniones publicadas en el Post pudo haberse considerado como lógico. Sin embargo, Donald Graham y Katharine Weymouth –hijo y nieta de Katharine Graman, respectivamente– carecieron de capacidad de entendimiento sociológico y político de la protesta de los lectores. La baja de circulación tuvo ciertamente que ver con las crisis económicas en el largo periodo 1980-2008, pero también con la mala comprensión que tenía el diario respecto a los lectores. Washington había dejado de ser liberal y paulatinamente, sin protestas sociales, se fue corriendo a la derecha. La ombudsman del lector del diario, Deborah Howell reveló en noviembre del 2008 que sólo en cuatro semanas se habían cancelado casi mil suscripciones por razones de quejas con la política editorial liberal.

El problema exigía un enfoque novedoso y decisiones igualmente inéditas. La concepción del periodismo mixto –liberales y conservadores– ha necesitado de un lector plural, uno con la capacidad de entendimiento del otro. Pero los lectores estadunidenses han estado siempre lejos de la tipología ideal debido a las razones mismas del enfoque geopolítico y de seguridad nacional del Estado norteamericano: ver enemigos debajo de cada piedra. Vista a la distancia, la confrontación de cierta prensa liberal contra Nixon no fue ideológica –a la larga resultó más reaccionaria la política de Reagan– sino reactiva a las agresiones de Nixon a la prensa, al autoritarismo en sus decisiones y la intolerancia del carácter del presidente. El Post, por ejemplo, era un periódico conservador moderado y se confrontó a Nixon por la perversión del poder y por la arrogancia en desdeñar los hechos que comenzaron a revelar los primeros indicios del asalto a las oficinas del Partido Demócrata en el complejo inmobiliario de Watergate. Los editorialistas del Post nunca pusieron el enfoque ideológico por encima del análisis de los hechos: la investigación de Bob Woodward y Carl Bernstein se redujo sólo a la revelación de los secretos del grupo clandestino de la Casa Blanca para desprestigiar y atacar a adversarios y a probar con informaciones lo que los funcionarios negaban, no contra la línea conservadora del grupo gobernante y el Partido Republicano.

La inclinación conservadora de la sociedad washingtoniana –en el Distrito de Columbia donde se asientan los poderes federales y la élite del establishment político dominante– tuvo un indicio en 1982, ya consolidado Ronald Reagan en el poder: la creación en la capital federal de un diario conservador, marcado por el objetivo de la seguridad nacional en términos de la guerra fría: el The Washington Times pertenece a la Iglesia de la Unificación del reverendo Moon, un ultraconservador que está a la espera de la segunda llegada de Jesucristo a la Tierra. Bien diseñado, con colaboradores inteligentes y un lanzamiento sólido, el periódico se colocó inmediatamente en el espacio ideológico conservador de Washington y obligó al Washington Post a correrse paulatinamente a la derecha, sobre todo en materia de cobertura de la política exterior, dejando el espacio de crítica liberal al The New York Times. Sólo hasta el 2007 se fundó el periódico Político un poco cargado al liberalismo.

Al final, atrapado entre su historia de periodismo como servicio social y su estructura empresarial determinada por el mercado, el Post se quedó sin un perfil definido, liberal en algunas páginas y contenidos, conservador en opinión editorial, sin lograr el equilibrio ideológico ante una existente sociedad conservadora y con lectores exigiendo información crítica. Luego del activismo antibélico del largo periodo 1963-1975, con enfrentamientos callejeros y gobiernos sordos a las demandas de la sociedad, el tiempo político posterior a Vietnam fue conservador, pendular, diría el sociólogo Arthur Schlesinger Jr. En el ciclo 1980-2008 el conservadurismo se fortaleció en Washington y en la sociedad y el proceso se hizo más profundo después del desmoronamiento de la Unión Soviética en 1989, el envío de tropas a Irak para sacarlo de Kuwait en agosto de 1990 y los ataques terroristas del 2001 por parte de Al Qaeda y Osama bin Laden.

El papel activo del TWP en el periodismo de los Estados Unidos de los setenta se definió, a los ojos del lector, en función de dos confrontaciones con el gobierno del presidente Richard Nixon (1969-1974): la difusión en junio de 1971 de los Papeles del Pentágono sobre la guerra de Vietnam y la investigación periodística del escándalo Watergate (1972-1974). En la primera mitad de los setenta, derivado además de las protestas estudiantiles contra la guerra de Vietnam y las revelaciones del activismo ilegal de Washington en el derrocamiento de gobiernos extranjeros vía la CIA, el periodismo estadunidense pasó de la objetividad de los hechos a la investigación de los contextos.

El dato más revelador de ese periodo radicó en la capacidad de la prensa de ofrecer la credibilidad en informaciones basadas en fuentes no mencionadas aunque sí conocidas por los editores, como fue el caso de Garganta Profunda en los reportajes de Bob Woodward y Carl Bernstein en la investigación de Watergate; el arresto de cinco personas que estaban tratando de poner micrófonos en el cuartel general del Partido Demócrata en Washington derivó en una indagación que involucró a la Casa Blanca en labores clandestinas contra opositores. Paradójicamente, el fin de ese ciclo del TWP se dio precisamente en la coyuntura del 2013 en la que el gobierno de los EU decidió penalizar la difusión de seguridad nacional: varios periodistas han tenido que revelar fuentes ante la amenaza de cárcel y la periodista Judith Miller, del The New York Times, fue encarcelada en el 2005 por negarse a identificar a un informante. Con las normas usadas hoy en los EU, la indagación de Woodward y Bernstein hubiera sido imposible. Al comienzo de 2013 la Casa Blanca amenazó a Woodward por acusar al gobierno de manipular el debate sobre la discusión presupuestal como una forma renovada de intimidar a los críticos.

El tránsito de la prensa objetiva a la prensa de investigación ocurrió, como lo documentó el columnista Tom Wicker en su libro De la prensa, en la coyuntura de las guerras expansionistas de los EU: en Vietnam, los corresponsales extranjeros comenzaron a poner en duda el contenido de los boletines del Departamento de Defensa sobre batallas presuntamente ganadas y salieron a verificar los datos encontrándose con la sorpresa del engaño oficial; y en Washington los reporteros decidieron indagar el trasfondo de la guerra, lo que llevó al caso de los Papeles del Pentágono, el informe secreto en 47 volúmenes de la guerra en Vietnam, elaborado por el investigador Daniel Ellsberg para la Rand Corporation y difundidos primero por el The New York Times y luego por el The Washington Post, aunque éste acudió a la Corte Suprema de Justicia y ganó la libertad de expresión. Y Watergate fue asumido como una guerra expansionista interior en los EU.

Ese camino de profesionalización, autonomía e investigación de la prensa estadunidense no estuvo exento de problemas. En 1961, por ejemplo, el The New York Times tuvo en sus manos una nota del corresponsal Tad Szluc que revelaba la inminencia de una invasión de rebeldes anticastristas a Cuba, con la CIA como la parte actora, pero el presidente Kennedy llamó telefónicamente al director y propietario del NYT, Orvil Dreyfus, para pedirle el favor de diluir la denuncia porque estaban en riesgo vidas humanas, aunque en el fondo el temor de la Casa Blanca era alertar a Fidel Castro de la invasión. El diario aceptó los argumentos de Kennedy, le bajó tono a la nota y cargó con esa cesión de independencia, aunque en el fondo se trató de una compartición de intereses políticos e ideológicos; más tarde, ante el fracaso, el propio Kennedy confesó que se habría salvado de ese error si el NYT hubiera publicado la nota.

La crítica hacia los setenta tenía características especiales: operaba más sobre la opinión que sobre la revelación, las columnas y espacios editoriales eran como púlpitos, el principal analista, James Restos, del The New York Times, apoyaba sus comentarios desde una lógica calvinista, de pureza. Se podía criticar pero para ello los editores exigían estándares muy altos, además de que los articulistas mantenían buenas relaciones con el poder: no era una crítica para la alternancia sino para el mejoramiento de la calidad democrática, era la argumentación. Además, los espacios estaban bien definidos: las noticias no se aderezaban con comentarios, la acumulación de datos para ayudar a explicar los sucesos también debía de ser fría y sólo en las páginas de opinión se aceptaban los puntos de vista y las críticas. El periodismo de opinión venía del venero de Walter Lippmann, retirado a finales de los sesenta. Intelectual con sólida formación cultural, su estilo de reflexión era mesurado, con un cuidadoso manejo del lenguaje para aderezar las críticas, eludía la confrontación, su marco de referencia era la democracia, rechazaba la imposición imperial y trataba de escribir para ayudar a la gente a profundizar su reflexión. Si bien criticaba, de hecho formaba parte del establishment político. Su sucesor habría sido James Reston, del TNYT, también cuidadoso con la crítica y con objetivos de consolidar la influencia estadunidense.

Había, también, los periodistas críticos, radicales, sin complacencias. El columnista Jack Anderson, cuyo texto diario se publicaba en la sección de comics del The Washington Post y periodista formado como asistente del legendario columnista Drew Pearson, inició el periodo del periodismo de revelación de secretos del poder, normalmente los que mostraban los excesos imperiales de la Casa Blanca. En 1972 Anderson reveló que la empresa International Telephone and Telegraph había financiado a la oposición derechista chilena para conspirar contra la candidatura del socialista Salvador Allende en Chile, que finalmente ganó la presidencia pero fue derrocado violentamente en septiembre de 1973 con un golpe militar de Estado impulsado por la Casa Blanca y el secretario de Estado, Henry Kissinger, en particular. Anderson había inaugurado el columnismo de investigación y revelación de documentos secretos del poder.

El papel activo de la prensa estadunidense en la investigación de hechos de la realidad, más allá de la difusión pasiva, se convirtió en un dolor de cabeza para los gobernantes. Sin preocuparse por el ingreso publicitario pero cuidándose de alguna militancia ideológica, la prensa estadunidense abrió sus páginas a denuncias que tenían que ver con la seguridad de la nación, entre ellas el papel de la CIA en el derrocamiento de gobernantes. Anderson en el TWP y varios reporteros del TNYT abrieron la caja de pandora de las agencias de seguridad nacional. En este proceso, la prensa pasó de ser aliada pasiva del sistema a un punto de confrontación sistémica aunque sin llegar a la ruptura.

La evolución de las políticas editoriales de la prensa estadunidense se dio en medio de una crisis de credibilidad. Si bien los grandes periódicos pertenecían a grupos empresariales, familiares o corporativos, la estabilidad económica permitía la separación de los intereses publicitarios y económicos de las líneas editoriales. Sin embargo, la durísima crisis económica de comienzos del siglo XX comenzó a reventar a las empresas y, acicateados por la sobrevivencia, los periódicos condicionaron las páginas de información y opinión a los compromisos comerciales. Asimismo, los términos del ejercicio de la crítica aumentaron a finales de los sesenta y la primera mitad de los setenta por el clima de inestabilidad social que generaron las protestas contra la guerra de Vietnam en el periodo 1963-1975, además del clima de ruptura generacional que promovió la generación hippie, el consumo de LSD y marihuana, y el aumento de los divorcios. Los medios quedaron en medio de una desarticulación social casi completa.

Asimismo, los medios de comunicación enfrentaron la modernización de la información: la masificación de la sociedad por la televisión, el internet, la velocidad de las noticias y sobre todo los costos de impresión fueron reventando poco a poco a las grandes corporaciones periodísticas de periódicos y revistas, aunque con el dato singular de que las propias empresas se negaron a modernizarse antes de la llegada de la crisis. El TNYT y el TWP, por ejemplo, se resistieron a la nueva dinámica de la comunicación, se quedaron como diarios tradicionales, con estilos informativos de antes de internet y con reporteros ajenos a la dinámica cibernética de las noticias. Sin embargo, la reorganización de la sociedad le comenzó a dar mayor atención a las noticias por televisión y radio. Hacia finales del siglo XX, el columnista David Broder hizo un experimento: dejó de leer noticias en los medios escritos e inclusive en la radio y la TV y mantuvo su alto nivel de información sólo por la vía de los contactos sociales. La dinámica de la información dejaba las noticias impresas con atrasos hasta de doce horas por el proceso de impresión. Y ante el dinamismo de las imágenes, los textos largos fueron abandonados por los lectores.

La crisis de anunciantes, la declinación de lectores y los problemas en las organizaciones empresariales familiares han sido problemas constantes en los medios de comunicación escritos desde finales del siglo XX, pero pocos enfrentaron el desafío de la reorganización. El shock de la crisis se hizo a partir del dilema: prensa impresa o internet, cuando el desafío era la integración de plataformas interrelacionadas. Los periódicos escritos decidieron no cambiar formatos, contenidos y despliegues de páginas, pero los dueños no atendieron la parte principal del problema: la reorganización de los lectores. La guerra de Vietnam y la oposición interna al reclutamiento de jóvenes sacó a los lectores del conformismo y la prensa pasó a la información dinámica. Pero paulatinamente los medios ajustaron sus reacciones a participar del establishment corporativo, con las exigencias como empresas, la necesidad de aportar dividendos a los accionistas y los vaivenes del mercado bursátil donde comenzaron a cotizar.

El punto de ruptura social fue la guerra de Vietnam, sobre todo por el mecanismo de reclutamiento obligatorio: Kennedy había dejado 60 mil soldados en la guerra y Johnson y Nixon llevaron la intervención  alrededor de tres millones de militares, con un saldo final de casi 55 mil muertos cuyos nombres se localizan en un jardín entre el Lincoln memorial y el Obelisco, casi frente a la Casa Blanca. A lo largo de la segunda mitad de los sesenta, las manifestaciones pacíficas y violentas contra la guerra de Vietnam sacudieron la conciencia de los estadunidenses, y más cuando se cruzaron con las movilizaciones por los derechos civiles de los negros –hoy afroamericanos– bajo el liderazgo de Martin Luther King. Esas luchas no llevaron a enfrentamientos y más de doce mil detenidos en esos años, sino que enmarcaron los asesinatos de King en abril de 1968 en Memphis y del precandidato demócrata Robert Kennedy en California en junio también de 1968.

Jóvenes, estudiantes, padres de familia y ex combatientes –algunos de ellos condecorados– engrosaron las filas de las protestas civiles. En 1967 ocurrió una de las más simbólicas y recordadas: los miles de jóvenes que se dieron cita en los terrenos del Pentágono, el Departamento de Defensa, para quemar las tarjetas de llamados a filas, teniendo entre los invitados al entonces escritor radical Norman Mailer –cuya novela bélica Los desnudos y los muertos lo había proyectado en la cumbre de la literatura–; la historia de esa protesta se inmortalizó en el texto Los ejércitos de la noche, una muestra del periodismo narrativo y crítico. Y en 1968 las manifestaciones antibélicas llegaron hasta Chicago donde se celebraba la convención demócrata para escoger al candidato presidencial, hecho también destacado por Mailer en El sitio de Chicago. Lo paradójico de las elecciones presidenciales de 1968 fue que Nixon derrotó al candidato demócrata, el vicepresidente Hubert Humphrey, porque enarboló el discurso de restauración del orden público. Como presidente, Nixon aumentó la presencia militar de los EU en Vietnam. La polarización política se profundizó en una polarización social con indicios de enfilarse hacia una guerra civil.

Vietnam azuzó a la sociedad estadunidense y creó un ambiente de rebelión social que impactó en el mundo intelectual. Los medios de comunicación escritos se abrieron a esas demandas, aunque con las restricciones de las reglas tradicionales de la información; pero en Vietnam, en la zona de guerra, los corresponsales reprodujeron el ambiente antibélico con reportes sobre las mentiras oficiales: la guerra, en realidad, se iba perdiendo. El primer indicio ocurrió cuando los soldados enviaban a sus familiares, desde los campos de batalla, cartas contando la verdadera historia del conflicto y datos de derrotas sucesivas; algunos padres de familia inundaron las redacciones de los periódicos de cartas exigiendo una mejor calidad y profundidad en la información. El reporte de Seymour Hersh, en marzo de 1968, sobre la matanza de civiles en la aldea de My Lai fue el primer ejemplo del periodismo de investigación, una historia menos teatral que la contada por Woodward y Bernstein en Todos los hombres del Presidente persiguiendo la confirmación de datos sobre Watergate. En su libro sobre My Lai, que está a la espera de una película, de intriga y misterio y de indagación periodística, Hersh contó cómo se encontró con el primer dato de May Lai, cómo tuvo que hacer decenas de entrevistas para ir armando el cuerpo de la información y cómo el periodismo puso acento en uno de los temas más sensibles de la guerra: el abuso de la fuerza por los estadunidenses. El teniente Calley fue acusado del incidente y condenado, pero Nixon conmutó la cárcel por arresto domiciliario en un departamento del fuerte Benning, lugar famoso por entrenar a los boinas verdes, los Rambos de Vietnam. El caso de My Lai no profundizó uno de los temas que luego sería clave en las protestas juveniles: la objeción de conciencia, cuando una persona se niega a servir en el ejército por tener una conciencia pacifista; en 1966, el campeón de boxeo Cassius Clay recibió su tarjeta de reclutamiento obligatorio, se negó a cumplirla por objeción de conciencia, fue encarcelado, se convirtió al islamismo pacifista y cambió su nombre por Mohamed Alí, permaneció poco tiempo en la cárcel, le prohibieron pelear por tres años y perdió su empuje deportivo.

Vietnam había quebrado a la sociedad y había mostrado el lado oscuro del american way of life. La paz en Vietnam se firmó en parís en 1973, pero Vietnam del Norte siguió su guerra hasta aplastar a Vietnam del Sur y provocar en abril de 1975 una estampida de vietnamitas y estadunidenses que literalmente se colgaron de los helicópteros en el techo de la embajada para huir del país.

Después de Vietnam, los Papeles del Pentágono, Watergate y las revelaciones de las andanzas de la CIA derrocando gobiernos, el lector estadunidense regresó a la pasividad cuando como sociedad ya no fue molestada directamente por el poder; inclusive, en plena investigación periodística de Watergate, la atención social era mínima. Luego de Nixon y la breve estancia de Carter, los ocho años de Reagan llevaron a la sociedad estadunidense al confort y los ocho años de Clinton profundizaron la pasividad; inclusive, el escándalo Lewinsky formó parte de la picaresca del poder y no tuvo mucho efecto político en las masas. El conservadurismo de George W. Bush encontró una sociedad ya mediatizada, dominada por el síndrome del 9/11: un ataque externo contra el american way of life, el modo de vida estadunidense, no parte de la lucha territorial por el petróleo.

La prensa estadunidense también regresó las aguas a su nivel: la crítica se diluyó. Los libros de Woodward sobre las guerras de Bush, por ejemplo, dejaron de ser revelaciones y confrontaciones, y se contentaron con las descripciones internas de las élites políticas, demostrando con ello que Watergate no había sido una insurrección antisistémica sino sólo una investigación azuzada –como se supo después– por el entonces subdirector de la CIA, Mark Felt. El abuso del poder por parte de Reagan por vender armas a Irán para financiar a los contrarrevolucionarios de Nicaragua, la invasión a Panamá por Bush Sr., los descuidos de Clinton en el Medio Oriente al permitir el fortalecimiento de Al Qaeda, las mentiras de Bush Jr. sobre las –inexistentes– armas de destrucción masiva que justificaron la invasión a Irak y los endurecimientos de Barack Obama al perseguir medios para evitar filtraciones, el castigo a periodistas que revelan secretos y el escándalo por el espionaje masivo nacional e internacional encontraron a una prensa escrita desorientada, agotada y ya sin el espíritu de Watergate o y sin espíritu de denuncia de Vietnam, y sí muy preocupada por su viabilidad empresarial. El contrapunto Chile-Irak pasó de noche en las redacciones de los medios escritos.

Los medios escritos en los EU regresaron a su pasando anterior al ciclo crítico 1963-1980: de los tres objetivos señalados por Ernest C. Hynds –informar, influenciar y divertir–, el segundo entró en una declinación a partir de la llegada de Reagan y por el clima de agresión contra los EU por la comunidad islámica radical y vinculada al terrorismo. Los medios abandonaron la confrontación con el poder y dejaron de ser el contrapeso a los abusos del poder político y empresarial. Paulatinamente la prensa escrita regresó a su espacio de difusión objetiva de la realidad, dejando la investigación para casos menores. Los escándalos por periodistas que inventaron notas a finales del siglo XX sacudieron a medios prestigiados como The New Republic (Stephen Glass), el The Washington Post (Janet Cooke y recientemente con Fareed Zakaria) y el The New York Times (Jayson Blair y Judith Miller), entre muchos otros casos menores y lo llevaron a aumentar los controles de veracidad que desmotivaron a los periodistas y subieron los estándares para la denuncia.

El debate sobre el papel de la prensa en denuncias contra el poder se reabrió ligeramente en el 2005 con la revelación del ex director adjunto del FBI en los setenta, Mark Felt, era el famoso garganta profunda de la investigación Watergate del The Washington Post porque dejó la posibilidad de que esa indagación pudo no haber sido del todo periodística y noticiosa, sino parte de un operativo de manipulación burocrática por un grupo del FBI en contra del presidente Nixon. El dato mayor que ha sido soslayado es el que exhibe a Bob Woodward como un experto en inteligencia por su participación en esa área exclusiva durante su servicio militar, llevando informes secretos de la Marina a la oficina del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, en una de cuyas antesalas, por cierto, conoció a Felt y se hizo su amigo.

 

 

II

El 7 de agosto de 1981, treinta y dos años antes del anuncio de la venta de The Washington Post, el periódico Washington Star cerró sus puertas, luego de padecer una severa crisis económica; había sido un digno rival a lo largo de más de un siglo: el Star se fundó en 1852 y el Post en 1877. En el tercer cuarto del Siglo XX, los dos diarios disputaban a los lectores de la capital federal. Pero agobiado por las deudas y malos manejos, el Star se vio obligado a terminar su ciclo. Con preocupación y sinceridad, el Post le dedicó un sentido editorial: “su pérdida ha provocado tristeza, nostalgia, ira y preocupación, y la gente del Post ha compartido esos sentimientos”. En privado, un editor del Post le comentó a Katharine Graham, la dueña del TWP: “era un día triste para Washington y para la prensa”.

Esta última frase pudo ser el epitafio del The Washington Post el mediodía del lunes 5 de agosto del 2013 cuando el diario anunció la venta del periódico al dueño de la poderosa empresa Amazon, Jeff Bezos: fue un “día triste para Washington y para la prensa”. El Post había sido propiedad de la familia Graham exactamente 80 años, desde 1933 cuando Eugene Meyer, padre de Katharine Graham y bisabuelo de Katharine Weymouth, lo había comprado por poco más de 800 mil dólares en una subasta; en 1947, Meyer se retiró del periódico para atender su profesión de financiero y ascendió a su yerno Phil Graham, esposo de su hija Katharine, a la dirección; a lo largo de ochenta años el periódico como empresa familiar fue dirigido por la familia: Eugene, Phil, Katharine, Donald y Weymouth, pasando por etapas humanas muy duras como el suicidio de Phil por enfermedad mental, los tropiezos empresariales en los setenta y la competencia cibernética en los primeros años del siglo XXI.

La historia empresarial y periodística de The Washington Post estuvo plagada de altibajos, con más problemas que estabilidades; el problema siempre fue reconocido por su familia: la falta de experiencia y audacia empresarial de los Meyer-Graham-Weymouth, pero en uno de los capitalismos más salvajes en etapa, por si fuera poco, de expansión. En sus memorias Una historia personal, Katharine Graham contó sin retórica las veces en que el Post se acercó al abismo de la quiebra. De 1963 en que tomó el control del periódico hasta su retiro en 1991, Katharine pudo más o menos tener una certeza de su tarea cuando tuvo al mejor de los asesores empresariales, Warren Buffet, un inversionista financiero que supo conducirla por los vericuetos de las especulaciones accionarias, además de ser importante accionista bursátil del periódico. Al final, Katharine trabajó en las tres esferas del periódico: la dirección periodística, la conducción empresarial y las decisiones financieras, sacrificando dos cuando hubo de atender una, lo que impidió que el Post realmente se convirtiera en una empresa profesional, competitiva y metida en el mundo accionario. Hacia los ochenta, Katharine logró consolidar al Post entre las diez empresas mejor dirigidas de los Estados Unidos, pero ya sin regresar a la dirección del periódico donde Ben Bradlee tenía todo el manejo.

Antes del suicidio de su esposo, Katharine tuvo un papel social en el ambiente washingtoniano y se hizo de un lugar privilegiado por la presencia en su casa de importantes personajes de las élites de poder, una historia que ha sido contada por diversos personajes del establishment washingtoniano. Pero en 1963 se vio obligada por las circunstancias de su viudez a tomar la totalidad de las riendas del periódico y de la empresa pero sin tener experiencia ni liderazgo y siempre con el miedo de ser mujer en una empresa que decía que sólo podía ser dirigida por hombres. Paulatinamente, el Post se fue consolidando como una empresa-organización ordenada, sólida aunque no lo suficientemente fuerte para la competencia y las inversiones de expansión, pasando por traumas severos como la huelga de 1975 que llevó a los trabajadores a la violencia y el sabotaje, y que impidió la salida del diario durante varios días y obligó a los dueños a buscar la impresión en pequeñas empresas a lo largo de más de dos semanas. El problema no fue sólo el de reactivar la impresión sino solucionar la relación de la empresa con casi dos docenas de sindicatos. El periódico no podía operar agresivamente como las grandes empresas en materia laboral porque su función era la de denunciar abusos de poder.

El periódico se vio envuelto en situaciones contradictorias que la propia editora nunca supo explicar por la complejidad de las relaciones políticas y de poder en las élites dominantes que se mueven en un sistema de competencia y complicidad, no de clase: luego de una mala relación con el presidente Johnson por la guerra de Vietnam, consolidó una buena cercanía con el presidente Nixon en el arranque de su primer mandato, afianzó una relación personal con Henry Kissinger y pudo conducir al periódico a lo largo de las tempestades del estilo atrabiliario de gobernar de Nixon, aunque por Watergate las relaciones se rompieron hasta llegar al insulto de nixonianos a la editora. Inclusive, incidentes como el retiro de una invitación a la reportera de sociales del Post para cubrir la boda de Tricia Nixon por su estilo irónico de narrar, las relaciones de poder pudieron darse de forma inevitable. De ahí la importancia del papel del Post en la cobertura de los incidentes de Watergate, con los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein y el apoyo del director Ben Bradlee pisándole los talones a las irregularidades del gobierno de Nixon. A lo largo de los pesados meses de 1972, 1973 y 1974, no pocas amenazas y muchas ironías descalificatorias salieron públicamente de la Casa Blanca contra el Post tratando de inhibir las notas del diario.

La narrativa de Watergate merece un análisis frío, más allá de apasionamientos: dos reporteros ambiciosos y sin descanso llevaron a la dueña y al director a apoyar una investigación plagada de errores y omisiones, aunque exitosa en la colocación de Watergate en la agenda política fundamental. “Un robo de tercera categoría”, desdeñó el secretario de prensa de la Casa Blanca, Ronald Ziegler, y luego utilizó los tropiezos en informaciones equivocadas para descalificar al Post, aunque la mayor parte de la cobertura estuvo certera. Sin embargo, en 1974, antes de la renuncia, Nixon aceptó los errores de Watergate y Ziegler tuvo que disculparse en una conferencia de prensa. En agosto de ese año, acosado por el Congreso debido a la negativa de entregar información al fiscal especial, Nixon renunció al cargo de presidente de los Estados Unidos que había ganado por primera vez en 1968 con el 60% de los colegios electorales y había avasallado en 1972 con el 73% de los votos electorales. El sistema judicial logró triturar la popularidad de Nixon, ayudado, claro está, por la forma abusiva de ejercer el poder del presidente.

La parte aún no investigada del caso Watergate saltó apenas en el 2005: la identidad del informante estrella de Woodward y Bernstein, conocida además por la esposa de Woodward, la directora Graham y el director Bradlee. El dato sobre la identidad del informante no resultó anecdótico porque introdujo un elemento disruptor en el análisis de la investigación: Mark Felt, subdirector del FBI, y por ello con acceso a toda la investigación, fue el conductor de la investigación, confirmando datos, obligando a Woodward a razonar sobre otros y operando como el punto de referencia fundamental. Como el objetivo final de la investigación del Post fue demostrar una acción de encubrimiento de un delito operado originalmente por un equipo secreto de la Casa Blanca, el resultado siempre fue obvio: el desplazamiento del presidente, aunque en las reuniones eludían esa fase. Por tanto, falta por racionalizar el papel de Felt: ¿sólo ayudó a su amigo Bob, tuvo una motivación política la filtración de datos clave, hasta qué punto la comunidad de los servicios de inteligencia le puso una trampa a Nixon, cuál fue el grado de amistad real que tuvo Woodward con Felt si se conocieron los dos como parte de la estructura de los servicios de inteligencia y seguridad nacional, supo razonar Woodward las implicaciones política y de alta burocracia al tener al subdirector del FBI como su fuente fundamental? Watergate fue una cosa como investigación de dos periodistas y otra muy diferente con el subdirector del FBI como la fuente principal en la conducción de buena parte de la investigación. En su libro El hombre secreto da Woodward algunas pistas que deben profundizarse. En todo caso, la aparición de Felt como Garganta Profunda aportó un marco político, estratégico y de seguridad nacional a Watergate y a la investigación del The Washington Post.

Lo paradójico del caso Watergate, por otro lado, fue la incomprensión periodística. Los demás periódicos y estaciones de televisión comenzaron a seguir el asunto cuando ya Woodward y Bernstein había encontrado la punta de la hebra por la relación de algunos de los asaltantes a las oficinas de Watergate con funcionarios de la Casa Blanca, sobre todo E. Howard Hunt, ex agente de la CIA, jefe de la estación de la CIA en México en los sesenta y operador de labores clandestinas para altas oficinas del poder. The New York Times casi siempre estuvo detrás del Post, probablemente por el hecho de que en los años de Watergate 1972-1974 el Times no tenía director general o executive editor y esa función la desarrollaba el dueño y presidente Arthur Ochs Punch Sulzberger; James Reston abandonó la dirección general y el nuevo director general, A. B. Rosenthal, fue designado hasta 1977, lo que mezclaba los intereses empresariales del dueño con el dueño también como director general.

Por eso fue significativo el acto de mezquindad de la comunidad periodística: la investigación periodística que hizo historia y que provocó una investigación que obligó a la renuncia presidencial fue ignorada en 1973 por el premio Pulitzer, pero se corrigió el desdén por una carta escrita al Comité Pulitzer por los jurados McCord, James Reston (principal columnista y director general del The New York Times 1968-1969) y Newbold Noyes, aunque todavía le dieron a escoger al Post el grado del premio: servicio social o periodismo de investigación, y Bradlee escogió el de servicio social. Para entonces el caso Watergate ya era un asunto judicial imparable y un ejemplo del periodismo de investigación en el renglón de la persecución de las noticias.

De todos modos, el Post ascendió paulatinamente ya a la condición de un diario sólido hacia comienzos de los setenta, aunque pasó sin mucha significación en la segunda mitad de los sesenta durante la fase más grave de Vietnam y sobre todo de las protestas sociales en las calles de los EU. Así, no había sido sólo el asunto Watergate; más aún, Watergate no hubiera sido posible sin el proceso previo de reformulación de la organización periodística interna en el periodo 1969-1971: la autocrítica. En un libro armado por varios de sus ejecutivos (De la prensa, por la prensa, para la prensa y algo más…), el Post explicó la forma de recuperar la credibilidad de los lectores y posicionarse como un medio serio porque estaba inmerso en lo que la Comisión Nacional sobre las Causas y Prevención de la Violencia había señalado como “una crisis de confianza entre el pueblo norteamericano y los medios informativos”: el Post creó una oficina interna que elaboraba memorándums para ejecutivos del periódico sobre los errores en las informaciones, las contradicciones, la valoración errática, y luego creó un pequeño espacio en sus páginas titulado For Your Information (Para Su Información), donde se aireaban autocríticamente esos problemas de credibilidad. Esa oficina operó como una especie de “asuntos internos” similar al de la policía: vigilantes que vigilaban a otros vigilantes.

Los temas principales de esta oficina de evaluación interna no sólo atendía la valoración en la exhibición de las notas ni el análisis de la construcción de despachos de prensa basados en información oficial, sino que comenzó a otorgar atención a las relaciones de la prensa con los poderes, con la guerra de Vietnam y con la oficina presidencial. Richard Harwood, director administrativo de la redacción del Post, calificó de pavloviana la relación de los periodistas con la Casa Blanca porque los medios respondían a condicionamientos y no a intereses sociales. Una columna FYI fue destinada a denunciar la infiltración de las comitivas de prensa en Vietnam por espías militares de los EU. Y otra profundizó la forma en que los corresponsales de guerra deberían de mantener la objetividad y la imparcialidad en un conflicto bélico. Esta oficina interna contribuyó a profesionalizar la tarea periodística y, sobre todo, a abrirse autocríticamente hacia los lectores para reconquistar su atención.

El grupo de inspección interna representó un mecanismo de verificación de la calidad y la valoración de las notas, las columnas y los editoriales, contribuyó a la modernización del lenguaje dejando atrás la especulación y obligó a los periodistas a ser más cuidadosos en la probatoria de sus indagaciones. En el Post, además, Katharine Graham estableció reglas estrictas para el apoyo de datos, obligando a los reporteros a usar una fuente anónima pero al mismo tiempo conseguir otra fuente de verificación. Así, el periodismo especulativo se vio obligado a la confirmación de datos para mayor veracidad. Sin ese proceso iniciado en enero de 1969 en el Post, los reporteros de ese diario no hubieran conseguido publicar notas del caso Watergate acreditadas a fuentes anónimas. Este mecanismo de profesionalización interna permitió el tránsito del periodismo de información al de investigación, inclusive aún antes de que la televisión irrumpiera en el ambiente de la difusión masiva de noticias. Algunos periódicos pasaron, también, de bocinas del poder a páginas de confrontación del poder e instancias de vigilancia contra los abusos de poder, abandonando el enfoque de la prensa pavloviana: sólo la que respondía a los timbres de condicionamiento.

Acicateados por la protesta social contra la guerra de Vietnam, los periódicos se vieron obligados a asumir mayor compromiso en las informaciones. En el territorio de batalla, en Vietnam, los corresponsables comenzaron por salir a los lugares donde los boletines del Departamento de Defensa decían que había habido batallas y bajas del enemigo tratando de verificar los hechos y para sorpresa de muchos se encontraron con enfrentamientos inexistentes, victorias imaginarias y bajas mayores a las cifras oficiales. Esa forma de darle mayor dinamismo a la prensa se coronó con la revelación, hecha por el reportero Seymour Hersh, de la matanza de civiles en el pueblo de My Lai en marzo de 1968 y publicada en el pequeño periódico St. Louis Post Dispatch; más tarde, Hersh publicaría el libro My Lai 14, lo que le valió premios pero sobre todo puso a Vietnam en la mira de las investigaciones periodísticas, casi en correspondencia con el involucramiento de intelectuales en las protestas, con el caso simbólico de Norman Mailer, ex combatiente de la segunda guerra mundial y en los sesenta una de las figuras disidentes más importante y estridente.

La relación de los reporteros con la guerra de Vietnam fue complicada por el papel de los editores y dueños en el establishment de las élites de poder en Washington. El Post, por ejemplo, tuvo que pasar por un proceso editorial y luego personal de su dueña: Katharine Graham, una figura destacada en la élite de personalidades de Washington donde se mezclaban funcionarios, empresarios y promotores de la guerra, tenía a su hijo mayor Donald alistado voluntariamente en Vietnam y a su hijo menor Bill en las protestas violentas contra la guerra, incluyendo dos arrestos en marchas, los extremos del conflicto. A nivel editorial, Graham, de formación conservadora, llegó a confesar en sus memorias que apoyaba la línea bélica de la Casa Blanca aunque marchaba de forma independiente. En los editoriales el Post defendía el argumento de la Casa Blanca de que el ejército estadunidense estaba en Vietnam para defender a un pequeño país del acoso de otra parte del país apoyada por el comunismo internacional. Paulatinamente el Post fue asumiendo la realidad y pasando de la crítica a la participación estadunidense.

En 1971, ya en la lógica de que la victoria estadunidense en Vietnam era imposible y con un Nixon comprometido a terminar la guerra de los demócratas Kennedy y Johnson, el Post se metió de lleno a la difusión de los Papeles del Pentágono, un reporte de 47 volúmenes y más de siete mil páginas de análisis de la guerra de Vietnam realizado por investigadores de la Fundación Rand para indagar las razones del conflicto en el sudeste asiático. Lo interesante del asunto fue que esa difusión se convirtió en uno de los alegatos más importantes contra una guerra ya perdida, no partió de una toma de posición de un periódico frente a la guerra, sino de una competencia del Post contra el Times: Una copia de los documentos fue filtrada al The New York Times por el investigador y coautor del texto Daniel Ellsberg, por cierto en la mira de Henry Kissinger por sus críticas a la política exterior, al grado de que un equipo de operaciones clandestinas de la casa Blanca asaltó el consultorio del psiquiatra de Ellsberg para obtener información que pudiera ser usada para desprestigiar al académico. Katharine se enteró de la publicación de la exclusiva un día antes del domingo 13 de junio de 1971, en una comida donde el propio James Reston, ejecutivo del NYT, le informó del bombazo periodístico. Sin embargo, el gobierno de Nixon logró una orden judicial para detener la publicación de otras partes de los documentos: pero el Post se hizo de otra copia y por su cuenta difundió el material; ante la orden judicial para detener la publicación, el Post llevó el asunto hasta la Corte Suprema y ésta decretó que no eran documentos secretos. Sin dar la exclusiva, el Post capitalizó el proceso judicial a favor de la libertad de expresión.

La historia de los Papeles del Pentágono llevó a una de las más duras confrontaciones de la prensa con el poder imperial, pero siempre en el espacio de la libertad de información. El 17 de junio de 1967, el entonces secretario de Defensa Robert McNamara (sirviendo a Kennedy y Johnson 1961-1968) encargó a un equipo de la Rand Corporation la realización de una investigación documental y analítica del involucramiento de los EU en Vietnam. El jefe de los investigadores fue el especialista en diplomacia de seguridad nacional Leslie H. Gelb, paradójicamente después redactor de temas de seguridad nacional del The New York Times, y en el equipo estuvo Daniel Ellsberg, un inestable investigador que se alistó a filas para ir a Vietnam a ver de cerca los acontecimientos.

El The New York Times logró la exclusiva de tener los documentos de manos de Daniel Ellsberg. El texto final, como le informó Gelb al secretario de Defensa Clark Clifford, aún del gobierno de Johnson hasta días después, el 20 de enero, le escribió una carta el 15 de enero de 1969. A Clifford le sucedió en la Secretaría Eliot Richardson, el 20 de enero, y duró hasta mayo de 1973. Gelb resumió el contenido de los documentos: 39 estudios en 43 volúmenes para sumar algo así como siete mil cuartillas. A pesar de la profundidad, el acceso a cables secretos de la CIA pero sin ningún documento de la Casa Blanca, el estudio contenía errores que el propio Gelb aceptaba en la carta introductoria. Al final, reconocía que era imposible ponerse de acuerdo con un enfoque unitario por parte del grupo de investigadores, seis en total, trabajando día y noche durante tres meses: muchos enfoques en poco tiempo. En su introducción de los documentos, Gelb trata de explicar algunas contradicciones citando nada menos que la novela Moby Dick, de Herman Melville, en la parte del esfuerzo para hacer coincidir enfoques diversos.

El índice de los documentos enumeraba seis capítulos y se titulaba: “United States. Vietnam Relations 1945-1967” y su autoría se acreditaba a “Grupo de Tareas sobre Vietnam”, dependiente de la oficina del Secretario de Defensa. Por cierto, las páginas estaban redactadas en hojas en blanco con máquinas de escribir mecánicas y sin márgenes de derecha porque no dio tiempo de pasarlo por alguna edición más cuidada. Entre los temas calientes estaba, por ejemplo, el de la estrategia de contrainsurgencia durante el periodo de John F. Kennedy 1961-1963, cuando los EU relevaron a Francia en la lucha contra los comunistas de Vietnam del Norte y ahí había datos sobre el Plan Hamlet o Plan de Aldeas Estratégicas para utilizar la contrainsurgencia contra las aldeas que ayudaban a los del Norte. Asimismo, dedicaba once volúmenes a justificar la guerra en las administraciones Truman, Eisenhower, Kennedy y Johnson. Como el texto fue entregado en enero de 1969 aunque terminado en 1968, nada involucraba al gobierno de Nixon que tomó posesión el 20 de enero de 1969.

El NYT publicó la información el domingo 13 de junio de 1971 pero al tercer día recibió una orden judicial para suspender la difusión. El The Washington Post vio con envidia periodística la edición de ese día del Times, mientras el Post llevaba la noticia de la boda de Tricia Nixon. Durante cuatro días los periodistas del Post buscaron tener acceso al documento y por relaciones con un despacho de abogados lograron una copia de 4 mil páginas de las 7 mil que tenía en su poder el Times. Un equipo de trabajo del diario de Washington trabajó largas doce horas para procesar la información y el domingo siguiente salió con la información, después de que Katharine Graham dijo por teléfono las palabras mágicas que estaba esperando Ben Bradlee, palabras que definieron el estilo de Graham ante informaciones con complicaciones políticas o de seguridad nacional: “de acuerdo, adelante. Publiquémoslo”, y que usó otro periodista para titular un libro sobre los años de Katharine Graham en el Post. De nueva cuenta el poder judicial ordenó suspender la publicación, pero el Post se movió en los tribunales y llevó el caso a la Corte Suprema donde se autorizó el uso de los documentos porque no afectaban la seguridad nacional.

El año de 1971 llevaría a su punto culminante la guerra en Vietnam y la oposición interna en los Estados Unidos, con los periódicos arrastrados por las protestas violentas y los arrestos; Nixon no acaba de entender la lógica de las protestas, al grado de que una noche salió a hurtadillas de la Casa Blanca y se acercó al monumento a Lincoln para charlar con un  grupo de manifestantes antibélicos; al final, Nixon dijo que seguía sin entender las razones de las protestas. En enero de 1969, cinco días después de que una copia de los Papeles del Pentágono ingresaron al Departamento de Defensa, Richard M. Nixon juró como presidente de los EU y prometió llevar a Vietnam a “una paz con honor”. Sin embargo, subterráneamente, ordenó la profundización de la guerra, autorizó bombardeos secretos, utilizó el criminal agente naranja como bomba química que no sólo contaminó la tierra sino que afectó la salud de los soldados estadunidenses, utilizó el napalm contra aldeas civiles, al tiempo que abrió las negociaciones de paz en París. En 1971 la guerra carecía de sentido, los reportes hablaban de que los EU nunca iban a ganar y aumentaban los regresos de soldados estadunidenses en bolsas plásticas negras. Ahí se localizaba la importancia de los Papeles del Pentágono: su contenido confirmaba que la guerra estaba perdida y que los EU habían fracasado.

En el periodo 1971-1976, el Post, recuerda Katharine Graham, pasó por tres casos desgastantes aunque importantes para situar al diario en el centro de la política: los Papeles del Pentágono, Watergate y una dolorosa huelga en 1975. Pero el saldo no debe quedarse sólo en el aspecto de la lucha de la prensa por espacios de libertad en confrontación con el Estado. Los análisis sobre Vietnam y Watergate parecían agotarse en los medios y en los intelectuales; sin embargo, hubo un sector importante en la configuración de nuevos espacios de participación de la prensa en el espacio público: el lector. El Post, aún sin tenerlo claro ni colocarlo como objetivo, pudo aprovechar la existencia de una sociedad política washingtoniana en transformación: la generación de la rebeldía, los jóvenes consumidores de LSD, el repudio a los abusos de poder, la mayoría silenciosa que no apoyaba Vietnam y los defensores de derechos civiles que llegaron hasta la capital federal forjaron una sociedad activa en defensa de sus derechos, mientras las élites periodísticas, incluyendo a la propia Katharine Graham, se movían en el establishment del poder de la capital federal y sede del poder ejecutivo.

Una generación activa de periodistas sustituyó a los tótems morales tipo James Reston, Walter Lippmann, Drew Pearson; había nuevos reporteros como Seymour Hersh, Tom Wicker, Gay Talese, Bob Woodward, Carl Bernstein, entre muchos otros, apoyados por escritores que comenzaron a escribir en los periódicos utilizando las técnicas de la literatura, como Mailer y Tom Wolfe, entre otros. La nueva generación de periodistas revolucionó el estilo, el lenguaje, la investigación de la realidad consolidando lo que Wolfe calificó, en 1973 como “nuevo periodismo” en práctica desde mediados de los sesenta; Wicker, por ejemplo, estuvo como miembro de la caravana de prensa de John F. Kennedy el 22 de noviembre de 1963 y escribió una larguísima crónica de dos páginas en el NYT basado en testimonios recogidos y luego fue convocado por los presos que se amotinaron en la cárcel de Attica, y luego escribió un libro ejemplar del periodismo social, de denuncia y de investigación. Hersh regresó a Washington después de haber denunciado la matanza de My Lai y se lanzó a revelar los expedientes secretos de la CIA alumbrando el papel nefasto de James Jesús Angleton, operador de contrainteligencia, y obligándolo a salir de la CIA. Talese mezcló la investigación con la reconstrucción de personajes usando la técnica de la novela y revolucionó el estilo.

Paulatinamente, una parte de la prensa estadunidense se colocó en el espacio intermedio entre la adhesión sistémica y la crítica opositora, no siempre con el apoyo o el aval de los dueños o editores; sin embargo, los editores aceptaron las nuevas formas de periodismo sin entender las complicaciones de sus propias relaciones de complicidad con el poder; por ejemplo, el equipo de Nixon llegó a confesar su incredulidad y enojo por las críticas en el Post a la administración si ellos sabían que Katharine Graham era una mujer conservadora y republicana. Pero había un espacio de vacío político: por ejemplo, Woodward siempre se confesó republicano pero no mezcló su ideología con su afán de investigador, o –una línea de investigación aún no profundizada– el caso Watergate mostró una crisis interna al interior del republicanismo entre facciones. La descomposición del poder iniciada por Vietnam, agudizada la crisis económica y acicateada por un nuevo sector social demandante de información crítica ayudó a los medios a consolidar sus espacios de modernización. En la capital del poder, Washington, –inclusive más que en Nueva York– se perfiló una sociedad washingtoniana ajena a los abusos de poder, en tanto que la clase política dirigente se había hundido en las irregularidades, aunque después se supo que esa oposición no era ideológica sino sólo de repudio al poder dictatorial.

El tiempo histórico de esa prensa duró poco: de las protestas en 1965 contra la guerra de Vietnam al colapso de Watergate en 1974; el ascenso al poder de Ronald Reagan en enero de 1981 reconstruyó la guerra fría y regresó a la sociedad a la realidad de la polarización, más aún con el surgimiento del terrorismo contestatario árabe en 1979-1980 con el asalto a la embajada de los EU en Teherán y la toma de rehenes estadunidenses por más de un año. Como respuesta a la política imperial, Estados Unidos entró en la lógica de la guerra no convencional: el terrorismo, que culminó con los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, y una mayor radicalización conservadora no sólo de la sociedad de la derecha sino hasta el sector de los progresistas. Impulsada por los efectos terroristas y el odio del radicalismo musulmán, la sociedad estadunidense se radicalizó hacia la derecha como mecanismo de autodefensa social. Y la prensa resintió esa nueva inclinación: sin lectores sociales regresó a su realidad empresarial.

El Post se consolidó en los ochenta como el periódico de la sociedad washingtoniana ya de regreso al conservadurismo, lo que sin duda le recortó posibilidades de desarrollo al periódico: su estilo, formato y lenguaje estaba hecho para la sociedad de Washington, en tanto que el The New York Times había logrado saltar los límites neoyorkinos para convertirse en el gran diario de la globalización geopolítica estadunidense y era visto como demasiado liberal para los intereses de la sociedad de la capital de la nación. Los dos diarios fueron limitados por su inserción en sus respectivas sociedades, los dos con dificultades para cambiar los hábitos visuales de sus lectores, los dos sin flexibilidades para incursionar de otra manera en internet y los dos con páginas diseñadas con resabios del pasado. El NYT, por ejemplo, pasó por problemas para incorporar el color y las fotos en su primera plana.

La sociedad lectora en Washington se fue avejentando, los jóvenes del 68 pasaron con el tiempo al conformismo laboral de la subsistencia, crecieron y se olvidaron de la protesta, los discursos del poder ya no asustaron a esa sociedad y la prensa se volvió vieja con ellos. En Nueva York el NYT pasó a ser la “vieja dama gris” con una sociedad progresista en materia de defensa de derechos individuales pero conservadora en su entorno geopolítico. Y en Washington el Post fue visto como el caballero sin pasiones.

 

 

III

En una entrevista otorgada al día siguiente del anuncio de la venta del Post, Donald Graham –hijo de Katharine Graham y tío de Katharine de Weymouth, la quinta editora de la dinastía– tuvo una explosión pesimista de sinceridad:

–Yo quise tener un periódico sano y próspero… y no lo hice. Me he decepcionado a mí mismo.

En una charla con el reportero Peter Perl, del Post, para esa parte de las noticias adelantadas que son los obituarios que se preparan antes de los fallecimientos –un género que logró captar Gay Talase en una nota sobre el redactor de obituarios del The New York Times–, Don dio algunas claves de sus objetivos. Por ejemplo, le dijo a Perl que le gustaría ser recordado no como el director del The Washington Post sino como el promotor de una fundación para ayudar a jóvenes sin recursos a terminar carreras profesionales en universidades privadas. Ése sería su legado, le dijo Don a Perl. Eso sí, su peor miedo era el de perder la empresa que había heredado de su abuelo y de su madre y que él pasaría a su sobrina, la hija de su hermana.

Los análisis posteriores al fracaso financiero del Post tendrán que venir con el tiempo y el conocimiento interno de la administración, aunque todos los datos hablaban de una severa crisis de publicidad y de circulación desde 2007, el periódico bajo el control de Don Graham y un año antes del ascenso de Katharine Weymouth. Mientras tanto, podrían adelantarse algunas estimaciones. Entre ellas, subrayar el hecho de que el The Washington Post fue un periódico local, en una sociedad local conservadora, sin manejo propiamente empresarial y atada a las reglas del juego bursátil. A lo largo de 133 años, el periódico se movió con altas y bajas. Fundado en 1880, tuvo una bancarrota en 1933 y fue comprado por Eugene Meyer, un banquero que formaba parte de la Reserva Federal, primer director del Banco Mundial, conservador republicano y contrario a la participación del Estado en la economía. En 1946 le entregó la dirección del diario a su yerno Philip Graham, esposo de su hija Katharine Graham. El periodo de Philip fue corto y se interrumpió por su suicidio en 1963, víctima de alcoholismo y una dura enfermedad mental. En el control del periódico le sucedió su esposa y viuda Katharine, quien duró hasta 1991; su lugar lo ocupó su hijo Donald hasta 2008 en que su sobrina y nieta de Katharine asumió el control del periódico y le tocó enterrar el proyecto familiar con la venta al dueño de Amazon.

A lo largo de ochenta años (1933-2013), cinco miembros de la familia Graham manejaron el periódico sin tener cada uno sólidos antecedentes periodísticos consolidados: Eugene Meyer era banquero, su hijo Philip tenía la especialidad de banquero, Katharine quedó viuda y tomó el manejo, Donald había sido soldado en Vietnam y patrullero de policía y la nieta Katharine se especializó en leyes, entró al Post como parte del despacho que asesoraba en leyes al periódico y finalmente quedó al mando del diario.

La historia del Post fue la de una empresa familiar; se abrió a accionistas como una forma de capitalizar y entró con muchas dudas a la bolsa de valores en 1971. Como empresa editorial y a pesar de su fama periodística, el Post nunca logró la confianza de los inversionistas porque las empresas bursátiles estaban obligadas a crecimientos audaces y a agresivos manejos especulativos. Katharine tuvo la suerte de contar con la amistad Warren Buffet, un exitoso inversionista con olfato para los negocios y la tranquilidad para eludir los baches especulativos. Pero al final Katharine consultaba algunas cosas con Buffet y éste se tomaba la libertad de aconsejar algunas ideas pero al final Katharine Graham tomaba las decisiones finales sin ser una empresaria especuladora. En sus memorias Katharine contó la forma en que con muchos temores le consultaba decisiones a Buffet y éste le sugería maniobras especulativas –legales pero audaces, como la recompra de acciones que le redujo liquidez a la empresa– que a veces Katharine no se atrevía a procesar.

El Post se centró en el medio periodístico, se expandió a la televisión y a periódicos locales, nada con suficiente fuerza como para constituir un emporio: los periódicos Express y Tiempo Latino, la revista Newsweek comprada en 1961, vendida en el 2008 y cerrada como impresa en 2010, Cable One, Grupo Slate (sitio web y la revista Foreign Policy, The Gazette y Southern Maryland Newspapers), una plataforma digital, una agencia para Facebook, un centro de salud y una empresa eléctrica. En los hechos el atractivo para los inversionistas era el periódico The Washington Post, el más importante en la capital federal, con algo de circulación en otras plazas y referente en asuntos en la prensa internacional, pero sin el posicionamiento foráneo del The New York Times, inclusive sin atractivo para lectores fuera de la capital federal Y con todo, la cotización de la acción del Post en la Bolsa de Valores nunca se fue a pique y cerró el año 2013 a 550 pesos por acción, contra 350 al comenzar el año.

En todo caso, el problema del Post fue que nunca se perfiló como inversión atractiva. Como empresa, el Post padeció la carga de otras pequeñas que le quitaban liquidez, el costo laboral fue siempre alto, la expansión periodística lo llevó a una plantilla de casi dos mil trabajadores, llegó a tener trece sindicatos negociando cartas laborales uno por uno. Pero con el apoyo de Buffet Graham ascendió el profesionalismo empresarial y en 1988 el Post apareció entre las cinco compañías mejor dirigidas de la revista Business Month, al lado de Apple, Merck, Rubbermaid y Wal-Mart.

Del lado periodístico Graham había contado desde 1968 con Ben Bradlee, designado director, hasta su retiro en 1991, el mismo que el de Katharine Graham. La recia personalidad de Bradlee, sus relaciones con el establishment kennedyano en Washington y la fama adquirida por su conducción de la información del caso Watergate ayudaron a perfilar al Post en la comunidad de Washington. Fuera de la capital federal, el Post tenía poca circulación, en realidad no competía con The New York Times, el nacional USA Today y otros diarios locales fuertes como Los Angeles Times, Houston Chronicle o Dallas Morning News y jugaba por su espacio en la opinión pública de D.C. Pero el ambiente mediático tenía en realidad escasa influencia en el atractivo empresarial bursátil. De todos modos, el Post fue proyectado a nivel nacional e internacional por Watergate, pero sin destacar más allá con alguna información.

En lo periodístico el Post nunca pudo tener controles éticos y profesionales internos: casos de plagio, falsedad en las fuentes e informaciones que tenían que ser consultadas con el poder le fueron restando valor al diario que se había consolidado con Watergate. El estilo profesional de Bradlee hacía descansar la enorme responsabilidad a los reporteros y sólo pedía la verificación de las notas. Este estilo de dirección periodística llevó al diario a un exceso de confianza que lo metió en duros conflictos de credibilidad de cara a los premios Pulitzer.

En 1980 estalló el escándalo de la reportera Janet Cooke, quien recibió el Pulitzer por una nota sobre un niño drogadicto de la calle pero después se supo que el personaje era inventado, una especie de resumen de varios niños; aunque el texto fue elogiado por Gabriel García Márquez como un ejemplo de ficción, en el periodismo fue condenado y Cooke tuvo que regresar el premio y retirarse del oficio, y el Post hubo de cargar con la crisis de credibilidad. En descargo, el asunto no fue exclusivo del diario; varios otros y algunas revistas fueron descubriendo que algunos de sus reporteros entregaron informaciones inventadas, plagiadas o tergiversadas. Lo malo para el Post fue que salpicó al entonces subdirector de asuntos especiales, Bob Woodward, el reportero de Watergate, y dicen que ahí se trocó su ascenso hacia la dirección general del diario, aunque el propio Woodward no había dado muestras de entusiasmo por el cargo porque siempre prefirió seguir persiguiendo la noticia que dirigir el diario.

De 1974 a 1991, el ambiente periodístico en Washington careció de golpes espectaculares. El Post se estancó en la propiedad principal como buque insignia pero no pudo ofrecer a sus inversionistas algunos otros atractivos para aumentar sus movimientos bursátiles. La propia Graham narra en sus memorias, cerradas en 1997, que la consolidación bursátil, aunque no con la suficiente fuerza, se debió a la gestión exitosa como empresa. El Post se centró en proteger la lealtad de sus lectores y sus ritmos de publicidad, con indicios de caída de la circulación ya en los comienzos del siglo XXI. La satisfacción periodística –Watergate y los Papeles del Pentágono– ayudó a consolidar al diario pero lo dejaron estancado. El diseño, el contenido, los estilos de redacción, el modelo periodístico ofrecido a los lectores y el respeto a las tradiciones le permitieron eludir grandes sobresaltos, pero lo fueron alejando de los nuevos lectores posteriores a Watergate y metidos ya en la dinámica del internet y la televisión, y con enfoques críticos respecto a las primeras planas de los diarios impresos por la persistencia de la vieja política de élites, aburrida para el lector que quería informaciones más veraces y reales con sus conflictos de corto plazo.

El retiro de Katharine y Bradlee –la pareja dinámica del periodismo de pelea– en 1991 dejó el Post en manos de Donald Graham, un eficaz pero anticlimático empresario, sin ideas nuevas ni impulsos rectores. El periodismo, por lo demás, había cambiado no sólo por la investigación de Watergate o el enfrentamiento al poder con los Papeles del Pentágono, sino por la ruptura generacional del 68, el periodismo narrativo de los escritores que irrumpieron festivamente en las primeras planas –Truman Capote, Norman Mailer, Hunter S. Thompson, Tom Wolfe y otros– y la generación posterior al 68 que no tuvo la preocupación de voltear al pasado. Los Estados Unidos habían superado el trauma de Vietnam con los primeros ataques terroristas del radicalismo árabe y el secuestro por más de un año de estadunidenses en la embajada de Washington en Teherán, agresiones ya contra ciudadanos americanos que fueron moldeando el perfil conservador del nuevo ciudadano imperial; los ataques terroristas del 2001 en Nueva York y Washington fueron asumidos como una agresión contra el modelo de vida de los estadunidenses. Por tanto, la política exterior logró una confluencia con los intereses del ciudadano de la calle. Inclusive, el escándalo Irán-Contra –la venta de armas autorizada por Reagan a Irán, violando el embargo por el caso de los rehenes, a cambio de dinero que se canalizó a la contra nicaragüense, un grupo disidente con los sandinistas en el poder– no encontró al lector

El Post se fue quedando sin el espacio político de sus lectores. En 1991 lo reconoció la propia Katherine Graham: Bradlee “había redefinido el Post para una generación de washingtonianos”. Pero al terminar el 2000, la euforia frívola de los dos gobiernos de Clinton, el auge económico y la victoria de George W. Bush habían dado al traste con esa generación y la nueva no fue entendida ni menos atendida por el Post. La gestión de Donald Graham, sin el encanto de su madre Katherine, y el papel de Leonard Downie como director 1991-2008 dejaron perder el espíritu del periodismo del Post, aunque su redacción acumuló premios Pulitzer aunque perdiendo lectores. Sin embargo, el Post ya no supo entender la lógica del poder en Washington y la conformación de una sociedad más conservadora, marcada ya por el avance de los derechos de las minorías. El ingreso del Post a la dinámica de internet fue caótico, sin un proyecto y sin comprender la dinámica de la comunicación por computadora.

En octubre de 2009 Downie publicó en la Columbia Journalism Review, la más prestigiada revista de periodismo, adscrita a la Universidad de Columbia, un ensayo sobre los desafíos de internet, una especie de grito de alarma sobre lo que venía como problema para el periodismo escrito. El texto, titulado “La reconstrucción del periodismo estadunidense”, hizo el primer recuento de daños del internet en las redacciones de los periódicos: la reducción de personal, la caída de la circulación, la generalización de las noticias, el abandono de sectores noticiosos para rescatar los más atendidos por los lectores, la reducción de veinte mil reporteros en el periodo 1992 a 2009 de más de 60 mil existentes, la baja de más de 160 corresponsales extranjeros, el cierre de oficinas de corresponsalías, la competencia de los diarios impresos con los blogueros. El periodismo escrito, para sobrevivir, tendría que reconstruirse en un nuevo escenario periodístico dominado por la comunicación instantánea vía la computadora.

Sin embargo, el texto de Downie pareció olvidar las partes más importantes: el reto de internet como sistema popular de comunicación, la reconstrucción del perfil del lector a partir del conservadurismo, las nuevas tecnologías de comunicación, el crecimiento del periodismo en televisión y la polarización política por cambios sustanciales en el ejercicio del poder –del ascenso del conservador Bush a la elección del afroamericano Barack Obama–, además de los derechos sexuales de las minorías. Por cierto, en este punto The New York Times tuvo varios sobresaltos en circulación y publicidad en los noventa cuando Arthur Ochs Sulzberger Jr. asumió la dirección total del periódico y abrió la información a temas homosexuales, a pesar de que la sociedad neoyorkina no es de las más conservadoras del país.

El internet y la nueva sociedad conservadora de los EU se convirtieron en un enigma para los hacedores de diarios impresos; algunos cambiaron diseño para hacerlos más dinámicos, otros redujeron el tamaño de las noticias, varios también acudieron a las infografías y al color, y pocos hicieron esfuerzos por fusionar las redacciones tradicionales con las de internet, y algunos otros crearon el sistema de blogs de sus colaboradores que llegaron a tener más interés y lectores que los espacios impresos tradicionales. Sin embargo, la sociedad lectora requería de un redescubrimiento: sus necesidades de información, sus pasiones sociales, sus deseos, los efectos de la crisis económica, las demandas de control de los órganos del poder, su visión crítica de la política por los abusos y los escándalos. Los periódicos prefirieron modernizarse en función de sí mismos y no en relación a la nueva sociedad posterior a Watergate y a Irak. Y luego se vino sobre los medios la crisis económica no sólo como problemas para la administración de las empresas, sino por los efectos sociales: empobrecimiento, jóvenes sin empleo, protestas sociales como las de Occupy Wall Street.

De ahí que el problema de la prensa norteamericana no haya sido sólo de organización empresarial sino de redefinición de políticas editoriales frente a los diferentes poderes de decisión y a una sociedad más crítica respecto a los medios. Al ser empresas comprometidas con anunciantes y con accionistas, la expectativa de los lectores pasó al último lugar de las prioridades de los medios como organizaciones privadas basadas en las utilidades y los accionistas.

Don Graham quedó atrapado entre el pasado Watergate-Papeles del Pentágono y el poder posterior a Irán-Irak-Al Qaeda. El año de 1991 comenzó con la caída del Muro de Berlín y el desmoronamiento de la Unión Soviética, unido al discurso de la victoria estadunidense en la guerra fría, además del relevo generacional en la clase política gobernante: de Bush padre a Bill Clinton en 1993, luego Bush Jr. y después Barack Obama, tres perfiles de políticos posteriores a Vietnam y a la lucha por los derechos civiles. De 1991 al 2001 Washington y la nación estadunidense descubrieron el colapso social y moral interno, el avance del terrorismo y el fortalecimiento de la hegemonía del imperio. En campaña dejaron de valer las ideas y dominaron las revelaciones de relaciones extramaritales de los políticos con aspiraciones de gobernantes, el auge económico con Clinton fortaleció la imagen de confort. En enero de 1998 estalló el escándalo Mónica Lewinsky con una revelación difundida por el sitio www.drudgereport.com: datos mostraban que el presidente de los EU mantuvo una relación sexual extramarital con la interna Mónica Lewinsky, de 22 años de edad. El asunto llevó a los medios a una parafernalia conservadora en un país más liberal en lo sexual.

La gestión de Donald Graham 1991-2008 careció de carisma. Internamente logró una consolidación de su liderazgo pero siempre estuvo opacado por su madre Katharine Graham y el director Ben Bradlee, ambos proyectados a la fama por los Papeles del Pentágono pero sobre todo por Watergate. Graham mantuvo la dirección del Post pero sin ningún asunto mediático que pudiera posicionarlo hacia afuera. El sucesor de Bradlee, Leonard Downie, mantuvo el nivel profesional del periódico, con los altibajos de casos de plagio y notas inventadas. Sin embargo, el principal escenario fue percibido por el Post aunque no asimilado en estructura interna: el internet, la redacción cibernética y los blogs. Los primeros años de internet, la segunda mitad de los años noventa, transcurrieron con un enfoque divisionario en redacciones: una para el impreso y otra para internet.

La labor de Don Graham se redujo a los saldos financieros y el Post no experimentó ninguna reorganización interna laboral, periodística o editorial. El conflicto con algunos lectores en el 2008 –ya el periódico en declinación– por la línea liberal se contestó con argumentos editoriales de equilibrios y no con alguna evaluación del cambio en el pensamiento político de la sociedad y alguna oferta para entender la nueva sicología social. La principal presión del Post se centró en el periódico conservador The Washington Times y su énfasis en la información de seguridad nacional. La competencia llevó al Post a aflojar un poco la crítica a la política exterior imperial. La preocupación de Downie pereció ser sólo la coacción de internet.

El arranque del siglo XXI comenzó en septiembre del 2001 con los ataques terroristas en Washington y Nueva York por parte de Al Qaeda, dirigida por Osama Bin Laden, un combatiente contra los rusos que invadieron Afganistán en 1978 y que había recibido fondos, armas y entrenamiento de la CIA. El siglo XX había cerrado con el caso Lewinsky. En el 2001 los EU recibieron la factura de su intervención en Afganistán e Irak. La elección de George W. Bush, hijo de George Bush padre 1989-1993, había sido un ajuste de cuentas interno contra Clinton en la candidatura de Al Gore, que fue vicepresidente de Clinton. El discurso republicano de Bush Jr. como candidato satisfizo a la sociedad: orden en las finanzas, recortes de impuestos y política exterior. En el periodo 1995-2001, los medios fueron asfixiados por el caso Lewinsky.

Del 2001 al 2008, los EU fueron atrapados por la vorágine de la guerra, el miedo al terrorismo que había estallado criminalmente en territorio estadunidense con el derribo de las Torres Gemelas en Nueva York y los más de tres mil muertos y el aval del congreso a la doctrina patriótica de Bush en materia de seguridad nacional y reducción de derechos para combatir el terrorismo; es decir, en la lógica del conservadurismo derivado de ataques externos al american way of life. Los medios se quedaron pasmados ante el nuevo escenario político; las denuncias contra los abusos de poder se habían trasladado de los grandes diarios —The Washington Post, The New York Times, Los Angeles Times y otros– a algunas revistas, aunque ya no Time ni Newsweek, que habían entrado ya a la ronda de la información resumida de la semana.

La sorpresa fue la revista New Yorker, que había destacado en los sesenta y setenta como un espacio del debate cultural y cuyo estilo de información estaba más en los términos de los reportajes largos en tiempo y espacio. Pero ante la desorientación y los intereses de los grandes diarios, de pronto New Yorker se vio lanzada a la información de denuncia: en el 2004, el reportero Seymour M. Hersh, que había destapado los crímenes de civiles en la aldea de My Lay en 1968 y luego había revelado los expedientes de operaciones secretas de la CIA para derrocar gobiernos, publicó en New Yorker las primeras revelaciones de torturas en la cárcel de Abu Graib, situada a unos veinte kilómetros de Bagdad, la capital de Irak. La denuncia llevó a los EU a un debate sobre el uso de la tortura aunque sin repercusiones: la seguridad de los EU sacrificaba los derechos civiles. Lo interesante fue que Hersh pareció ya no encontrar en el The New York Times el espacio para sus denuncias y se fue a la revista cultural más importante de los EU, donde tenían cabida más los cuentos que los reportajes. Si acaso, New Yorker había sido la revista que le dio cobijo a la filósofa judía Hannah Arendt en 1961 para publicar en 1963 reportajes sobre el juicio al nazi Adolf Eichmann, secuestrado por la policía judía en Argentina y llevado a Israel para juzgarlo y condenarlo a muerte por parte del holocausto; el texto de Arendt se publicó en varias partes ocupando más de la mitad de la revista.

Los medios quedaron moviéndose entre coordenadas estrechas. En el The Washington Post hubo dos casos de revelaciones sensacionales sobre la CIA y la crisis en la presencia militar en el Medio Oriente, aunque ya sin la aureola de Watergate o los Papeles del Pentágono. En noviembre del 2005 la reportera Dana Priest había publicado una investigación sobre la existencia de prisiones secretas de la CIA en el mundo para mantener detenidos y torturar a sospechosos de terrorismo; el asunto se complicó cuando hubo revelaciones de legisladores extranjeros en el sentido de que no hubo prisiones secretas sino vuelos secretos para reasignar a detenidos. Sin embargo, Priest había tenido razón: en septiembre del 2006 el presidente Bush reconoció, en un discurso, que sí existían prisiones especiales para acusados de terrorismo. Y en el 2009 la propia periodista reveló que Bush, el vicepresidente Cheney y algunos mandos del Consejo de Seguridad Nacional habían presionado al Post para evitar la publicación del reportaje pero que el director Leonard Downie había tomado la decisión de imprimir la historia, a pesar de las amenazas de la Casa Blanca de encarcelar a la reportera. Al final, la revelación se difundió pero no encontró espacio en el lector conservador.

En el 2009, ya el Post bajo la dirección conjunta de Weymouth y el director Marcus Brauchli, Woodward se encontró con un documento sobre la guerra en Afganistán que asumió como si hubiera sido una réplica tardía de los Papeles del Pentágono: un memorándum del general Stanley McChrystal, comandante de las fuerzas de la OTAN en Afganistán, en el que se reconocía prácticamente la derrota de las fuerzas aliadas; el entonces secretario de Defensa era Robert Gates, que había servido a los republicanos y había sido nombrado por Bush Jr. y mantenido en el puesto por Barack Obama en esos rasgos de continuidad de la política militar de la Casa Blanca. El reporte de McChrystal había sido calificado de secreto pero circulaba en niveles políticos, donde Woodward, al trabajar datos para su libro Las guerras de Obama, había conseguido una copia.

Kindred cuenta en su libro parte de la historia: reunión en el cuarto piso del Post entre el reportero y los editores, algo que recordaba los aires de los Papeles del Pentágono y Watergate, aunque en los setenta los funcionarios se cuidaban de amenazar a los periodistas con la cárcel por la violación de secretos de seguridad nacional. En aquellos tiempos los periodistas discutían qué era realmente la seguridad nacional y no tan fácilmente aceptaban los argumentos del poder; sin embargo, de aquellas fechas a las actuales, el poder político había logrado encarcelar a periodistas por difundir documentos secretos o negarse a difundir sus fuentes de información.

El documento de Woodward era delicado. El día de la reunión en el Post entre los editores hubo llamadas de la Casa Blanca y un enviado supuestamente del Situation Room presidencial. El argumento oficial decía que la publicación del documento sin una revisión antes pondría en peligro a las tropas en Afganistán. Ante este argumento, Woodward aceptó posponer la difusión hasta tener un artículo que dejara satisfechas a las autoridades. Se trataría del primer caso en que un periódico aceptaba la censura previa por razones de seguridad nacional; ciertamente había diferencias con los Papeles del Pentágono y Watergate; en los primeros no difundía planes futuros sino involucramiento pasado y en el segundo estaban las pistas de un grupo de choque en la Casa Blanca para dañar a los críticos o disidentes. La siguiente reunión tuvo a oficiales del Departamento de Defensa para revisar el artículo. El documento había sido censurado en algunas partes, sobre todo las que perfilaban futuras operaciones militares de los Estados Unidos en Afganistán. Y aunque el texto final publicado en la primera plana del Post el 21 de septiembre reflejaba sólo la información autorizada, de todos modos la apreciación de que la guerra fuera un fracaso condujo al gobierno de Obama a revisar el papel de los EU en la guerra, aunque a la larga no hubo cambios. Al interior del Post, Woodward vio al director Brauchli firme, como antes Bradlee y Downie, ante presiones de seguridad de la Casa Blanca.

Pero, en el fondo, los problemas del Post eran más complejos: nuevo perfil del lector, competencia de internet y gobiernos más audaces en las presiones contra la prensa.

 

 

IV

En 2008 Don Graham, con sesenta y tres años de edad, en realidad ya sin ninguna propuesta para el Post, pasó a retiro y le dejó la empresa a su sobrina Katharine Weymouth, nieta de Katharine Graham y bisnieta de Eugene Meyer. Su madre Katherine se había retirado a los setenta y cuatro años de edad. Don andaba en busca de soluciones, él mismo había ensayado proyectos y el periódico no levantaba cabeza. Obviamente que el nuevo editor debía ser de la familia, pero ahí sólo se encontraba disponible Katherine Weymouth, hija de la hermana de Don, con cuarenta y dos años de edad, en ese momento presidenta del área de publicidad, una de las más preocupantes por la caída de anunciantes. Weymouth había estudiado derecho y se había incorporado a un despacho jurídico que luego le daría asesoría permanente al Post y ella fue designada como la abogada de planta en el periódico en 1996, quién mejor que alguien de la familia. Poco a poco se fue interesando en el periódico, fue designada jefa de publicidad y luego presidenta de esa área.

Katharine careció del espíritu editorial de su abuela, le faltó formación en la redacción, nunca entendió la lógica de la información, aunque se confió en la inercia de un periódico en realidad con una buena posición editorial en Washington y con los problemas de ingresos al igual que todas las empresas. Si bien la abuela Katharine Graham tampoco tuvo tiempo para prepararse a un cargo que le llegó por el suicidio de su esposo Phil, sus primeros pasos al tomar las riendas del periódico fueron como directora editorial y tomar contacto con los reporteros y con la redacción y las noticias, y luego el aspecto empresarial, además de que en 1968 contrató a Bradlee. En aquellos tiempos, a mediados de los sesenta, el tamaño del periódico era manejable, los ingresos permanecieron estables y la circulación subía al calor de la profesionalización del personal periodístico. Del suicidio de Phil Graham a la crisis por las protestas contra la guerra de Vietnam en 1966 pasó en realidad poco tiempo, al grado de que los ciudadanos movilizados contra la guerra fueron al mismo tiempo suscriptores del periódico.

A Weymouth le tocó otro tiempo político, otro tiempo histórico y otro tiempo periodístico. Pero sobre todo, su arranque pareció querer dejar en claro que ella no sería una réplica de su abuela Kathie ni se movería en el pasado del Post viviendo de las glorias de los Papeles del Pentágono y Watergate. Su distancia de la práctica periodística fue clara, siempre se negó a ser reportera y estuvo lejos de la sala de redacción. “La reporteada no es para mí”, dijo ya como abogada. Su misión era la de salvar al Post de la crisis económica, aunque desconociendo el funcionamiento de una redacción. Por eso en el 2009 metió al Post en una gravísima crisis de credibilidad cuando ella promovió reuniones de lobistas con reporteros y funcionarios en su casa –aunque cobrando entradas bastante caras– como una forma de sinergia, aunque la propuesta fue tomada como una forma de negociar las noticias. El problema estalló cuando esas reuniones se promovieron con hojas de aviso que se repartieron sin control; cuando comenzaron las críticas porque había metido la credibilidad en una negociación con lobbies y fuentes, Weymouth dio marcha atrás pero sin reconocer su error. “Yo no soy una chica de periódico, no soy una chica online”, fue una frase que recogió Kindred para su libro sobre la historia del Post.

La falta de experiencia en la sala de redacción del periódico fue el peor pasivo y lastre de Weymouth. Tuvo un amor especial por su abuela pero sin convertirla en experiencia profesional. Loyd Grove, en un perfil sobre Weymouth, recogió la anécdota de que algunas personas en el edificio principal del Post deambulaba el fantasma de Katharine Graham y que el elevador se detenía en el piso del vestíbulo sin que nadie haya apretado el botón específico, y la leyenda urbana dentro del periódico decía que era el espíritu de Kathie. Aunque no explicó las razones salvo la buena suerte, Weymouth gusta ponerse el collar de perlas de su abuela. En el trato con la redacción Weymouth no define un estilo, lo mismo recibe a reporteros y funcionarios en su casa particular y ella descalza con su cuerpo de bailarina de ballet y horas de gimnasio, que en los pasillos del periódico pasea sin conectar con nadie. A veces parece más preocupada por los vestidos de moda que por las noticias, y se escuchan no pocas risitas en la redacción por su obsesión al ejercicio. En una de las cenas de corresponsales de la Casa Blanca, sin duda el evento periodístico de cada año por su significado político y la presencia del presidente de la nación, Weymouth brilló por su ausencia: fue anfitriona de una fiesta de pijamas de su hija en su casa.

La dirección del Post necesita de un involucramiento triple: hacia el interior, hacia las finanzas empresariales y hacia el poder político. Y Weymouth no se encontró cómoda en ninguno de esos tres niveles. Al tomar posesión como presidenta de la compañía en el 2008, su primera decisión fue designar a un director general editorial; si bien su abuela hizo no mismo con Ben Bradlee, de todos modos Kathie estuvo siempre junto a Bradlee en la toma de decisiones editoriales, de contenido. En cambio, Weymouth jubiló a Downie –con un paso anticlimático en la dirección editorial– y designó como director editorial a Marcus Brauchli. El mensaje fue claro: ella se dedicaría a la gestión social y empresarial del corporativo y dejaría a Brauchli en la gestión editorial. La gestión de Brauchli logró mantener el ritmo de la redacción, ganó, en el periodo 2008-2012, siete premios Pulitzer, cinco de la sala de redacción. Sin embargo, el Post estaba orientado en otro dilema, uno real: ¿prefería más Pulitzer o más lectores y anunciantes? Lo lógico hubiera sido suponer que se tratarían de objetivos interrelacionados, pero en la realidad implicaban la atención de la presidenta de la compañía.

Pero Brauchli duró poco, apenas cuatro años, insuficientes siquiera para acoplarse a los estilos o identificar la dinámica de las noticias: en noviembre de 2012, luego de perder la confianza de Katharine Weymouth, fue sustituido por Marty Baron, traído de la dirección general del The Boston Globe, periódico propiedad del The New York Times. En una de sus pocas entrevistas, Baron reconoció que los anunciantes estaban buscando más al The Wall Street Journal y al The New York Times y tenía más o menos claro que el Post “había perdido uno o dos pasos”. El efecto financiero fue grave en 2012: circulación e ingresos publicitarios se desplomaron. Sin embargo, la editora Katharine Weymouth no tuvo tiempo para analizar los resultados, replantear el plan de negocios y operar los cambios. A finales del 2012, justo en el escenario del nombramiento de Baron, la familia Graham pareció haber tomado la decisión de comenzar a evaluar la venta del periódico.

El dato poco analizado al interior del Post fue el mensaje dejado por el nombramiento de Brauchli: un periodista externo llegaba al diario que siempre había creado un mecanismo escalafonario interno. El asunto no fue menor. Los periódicos estadunidenses han desarrollado una forma de operación interna que requiere de atención y estímulo; por tanto, Brauchli llegó de fuera y su curva de aprendizaje fue mucho mayor en tiempo, espacio y línea histórica. Pero las prioridades marcadas por Weymouth nunca fueron claras, se movió entre la información impresa y la presión de internet, con la dinámica e inercia de la redacción hacia las noticias de denuncia política que ya no encontraban sectores sociales interesados. Su llegada de fuera llevó a Brauchli a meterse en las tensiones de la redacción; en diciembre de 2011, por ejemplo, realizó una reunión dominical en su casa con la élite de los reporteros y funcionarios para examinar la cobertura del periódico de la elección presidencial del 2012 que se perfilaba como caliente. La preocupación del director editorial tenía el contrapunto de la caída en los ingresos. Sin embargo, nunca profundizó en el tema de redefinir la política editorial –noticias y comentarios– en función de la reconfiguración de la sociedad, de la tensión política por el terrorismo y la guerra en Irak y Afganistán, y en la reorganización de la redacción para ir en busca de nuevos lectores.

A finales del 2012, Brauchli fue desplazado de la dirección editorial sin dar muchas explicaciones. Su gestión había sido funcional al nivel de Weymouth pero sin grandes iniciativas. En todo caso, parece que al interior del Post le acreditaron a Brauchli la filtración al exterior de la información sobre las reuniones previstas entre reporteros, lobistas y funcionarios que produjeron un tropiezo ético al periódico, al grado de que la ombudsman Deborah Howell publicó un artículo señalando sin tapujos que había sido un error ético. El cambio de Brauchli fue producto también de la falta de estabilidad en el diario, de los vaivenes cotidianos por la falta de resultados en circulación y utilidades, a pesar de que seguía ganando premios Pulitzer. Pero al interior del corporativo se tenía claro que los premios Pulitzer daban ciertamente prestigio al diario, pero no aumentaban la circulación ni los ingresos publicitarios.

La reunión de anuncio del fin de Brauchli en la dirección editorial reveló el estado de ánimo bajo de la redacción y de los funcionarios. De nueva cuenta Weymouth llevada a la dirección del Post a otro externo, Marty Baron, editor entonces del The Boston Globe, propiedad del The New York Times desde 1992. La frialdad en la redacción y la distancia de la editora Weymouth fue una evidencia de que el periódico atravesaba por una fase crítica de liderazgo. Baron traía a cuestas una buena dirección en el Boston y los premios ganados durante su gestión, pero en realidad con poca presencia en el ambiente periodístico de Washington y de los medios.

El relevo de Brauchli y el arribo de Baron a la dirección editorial del Post generaron un debate poco usual aunque existente. El columnista de medios y cultura del The New York Times, David Carr, publicó en noviembre del 2012 una columna crítica sobre la crisis de liderazgo de Weymouth. Carr había participado activamente en la película Page One: Inside The New York Times, una historia documental del diario neoyorkino. En su texto recogió la anécdota de Weymouth diciéndole a una reportera “vuelve a tu escritorio” cuando le pidió razones del cambio de editor. “Después de la reunión, el personal del Post regreso a sus escritorios preguntando si la señora Weymouth era capaz de dirigir la organización”. En sus cuatro años como presidenta y otros cuatro en el área legal y de publicidad parecieron no darle la experiencia en el manejo de las relaciones internas en el Post.

El problema del Post que encontró Carr fue la repetición de lo ocurrido en los sesentas cuando Katharine Graham se tuvo que hacer cargo del diario después del suicidio de su esposo. Pero ahí las fechas hablan de la educación profesional sobre los hechos: Kathie tomó la dirección del Post en 1963 y designó a Ben Bradlee director editorial en 1968, lo que le dio cuando menos cinco años de aprendizaje en la soledad de la oficina, aun cuando Bradlee tuviera una posición menor. En esos cinco años Kathie conoció a fondo el funcionamiento del periódico en la redacción. Su nieta Weymouth, en cambio, recibió la presidencia del Post e inmediatamente jubiló al experimentado Downie para colocar en la dirección del periódico al externo Brauchli, sin pasar por una etapa de entendimiento de los resortes sociales y periodísticos del diario. Para Carr, esta decisión de Weymouth desechó 40 años de continuidad periodística. Pero también hubo otra lectura externa: el Post fue incapaz de generar sus liderazgos internos. Por mucha buena voluntad, el nuevo director pasó muchos trabajos para integrarse a los engranes internos, aunque al final no se trataba de voluntad sino de aprendizaje.

Paradójicamente la relación de Weymouth con Brauchli, que debía ser la más cercana e interdependiente, paso a ser la más conflictiva por la falta de confianza. Los cuatro últimos meses de 2012 fueron de alejamiento en la relación y el fantasma del despido, llevando al periódico a falta de estabilidad interna por la especulación del relevo del director editorial. Y como en periodismo no hay control de hilos y por tanto tampoco control de daños, las razones de la salida de Brauchli se dieron en la especulación. Sin embargo, la esposa de Brauchli, Maggie Farley, colocó en su muro de Facebook un comentario que luego retiró pero que fue leído masivamente: “¿cómo el The Washington Post de la fama de Watergate se había convertido en un lugar donde no se puede decir la verdad al poder?”

Al final, los comentarios negativos sobre Weymouth y su capacidad/incapacidad para manejar la empresa se multiplicaron en el vacío de información en un periódico, quizá el peor error de administración de una empresa de esas características. Y si Weymouth usaba el argumento de que la gestión de su abuela Katherine Graham y de su tío Don no habían sido un camino cómodo sino lleno de tropiezos, errores y obstáculos, pero en la realidad las circunstancias de los sesenta eran diferentes a la segunda mitad del primer decenio del siglo XXI: competencia, crisis económica, internet y nueva generación de lectores.

El relevo de Brauchli por Baron fue a finales del 2012, pero los indicios revelaban que el Post ya no tenía salidas. La venta se anunció en agosto. Durante los primeros ocho meses de 2013 el nuevo director editorial Baron tuvo poco tiempo y menos espacio presupuestal para intentar cuando menos una reorganización del periódico. Sus credenciales en el Boston y antes en el The Miami Herald eran suficientes para redinamizar a la redacción, con experiencia en Los Angeles Times. Pero ese currículum aparecía con un dato que los dueños del Post no asimilaron: Baron nunca había vivido periodísticamente Washington; es decir, desconocía al lector de la capital federal, aunque pudiera tener un panorama de la sociedad adicional a donde llegaban algunos miles de ejemplares del periódico. Por ejemplo, Baron había coordinado la investigación del balserito cubano Elián González y en el The Boston Globe había denunciado los abusos sexuales de la iglesia en la plaza, dos temas bastante ajenos a los intereses de los lectores del Post. En todo caso, el columnista Paul Starobin, de la revista conservadora New Republic, vio la tarea de Baron como la de la Globelización del Post, en un juego de palabras del Globe de Boston y la necesidad de romper el localismo en los medios. La sección Metro del Post –noticias de la zona metropolitana– fue la que trabajó las primeras noticias de Watergate por su interés local. Pero en el nuevo enfoque del periodismo baron tendría que rebasar el límite geográfico de las noticias locales.

El problema de Baron no fue de eficacia sino de tiempo. Su contratación a partir del primero de enero de 2013 ocurrió ya en una fase de crisis presupuestal y de empresa del Post, algo que sin duda Baron ya sabía; lo que ignoraba, en todo caso, era que Don Graham y Katherine Weymouth estaban pensando seriamente en vender el diario. Los resultados del primer semestre fueron desastrosos y la familia propietaria carecía ya de algún plan para redinamizar financieramente a la compañía. Frente a la realidad de la contabilidad, ninguna propuesta de dirección editorial tendría valor. El plan de Baron de reorganizar el periódico para darle una presencia nacional debería contar con cuando menos cinco años. Los siete meses que tuvo Baron en el Post apenas le sirvieron para darse a conocer en la redacción y más o menos ofrecer algunos indicios de su estilo de trabajo. Hasta ahora Baron seguirá en el Post ya con los nuevos propietarios, aunque sin conocer el plan de trabajo del nuevo propietario.

El Post se vendió al dueño de Amazon, Jeff Bezos, en 250 millones de dólares, una cantidad pobre para un periódico de más de 130 años de edad, la fama histórica y el tamaño de la empresa. Sólo como punto de vista, el empresario mexicano Carlos Slim le prestó al The New York Times alrededor de 250 millones de dólares para salir de un aprieto y el crédito ha comenzado a ser liquidado. Lo peor es la información difundida días después de la venta del Post en el sentido de que los activos del periódico en realidad valían cuatro veces menos, algo así como 60 millones de dólares. El dato, revelado por la agencia Reuters,  aportó un punto de referencia: la venta promedio de un diario metropolitano en los EU ha acarreado una valoración de 3.5 a 4.5 veces las ganancias antes de intereses, impuestos, depreciación y amortización de la misma. Y datos de Morningstar señalaron que la división de periódicos del Post anotó el año pasado una cifra de 15 millones de dólares, sin incluir cargos de pensiones. También como referencia, el modelo de venta del Post podría establecer una cotización de venta del The New York Times por 5 mil millones de dólares, debido a que el corporativo neoyorkino es más grande y sólido que el Post, aunque con los mismos problemas de baja de publicidad.

La gestión de Weymouth duró realmente poco: tres años en el área de publicidad y casi cinco como presidenta, justamente los años de deterioro del periódico 2005-2013.

En un perfil de Katharine Weymouth publicado en el The New York Times el viernes 2 de agosto, tres días antes de anunciarse la venta, se dieron algunos datos de la compleja personalidad de la presidenta del Post. Lo interesante fue que la redactora del perfil dijo ignorar que ya se cocinaba la venta. Pero los datos vertidos en ese perfil arrojaban indicios de una distancia de la nieta de Katharine Graham de la redacción, su falta de comprensión hacia el oficio periodístico, su enfoque del periódico más como abogada que como editora o empresaria, sus pasiones por el gimnasio y no por las noticias. Y daba un dato demoledor de la caída de la circulación diaria del periódico en el periodo 2008-2013: 30% menos de ejemplares vendidos, al pasar de 673 mil 180 en el 2008 a 474 mil 767 en el 2013.

A Katharine Weymouth le estaba pesando ya el desplome del periódico, vis a vis la herencia de su abuela. Algunos cercanos, cuenta el perfil en el Times, recogieron una frase de la presidenta del Post: “¿voy a arruinar esto?”; decía también si iba a ser recordada como la que abandonó la responsabilidad de presidenta del periódico. No le tocó la mejor época, ciertamente, pero la de su abuela fue peor: Weymouth asumió el control total del periódico justo en la cresta del colapso de 2008. Sin embargo, ella misma sabía del desafío. En el fondo, no pareció tener un buen entendimiento con su tío, el retirado Donald en cuanto a la fusión de las ediciones impresas y digitales. El cobro por el acceso a la edición internet al Post ahuyentó a clientes. Las cosas comenzaron a complicarse al interior del Post cuando se difundieron las primeras comparaciones con su legendaria abuela Katharine Graham. Un columnista del The Guardian, un periódico inglés que ha sido comparado con el Post de Watergate por sus revelaciones sobre la CIA y el espionaje, caracterizó a Weymouth como “un desastre para un trabajo que, aparte de linaje, requería de calificaciones”. Como justificación Weymouth afirmó que su abuela tuvo que enfrentar, con aprendizaje, momentos complicados. A la reportera del Times Weymouth le dijo, en el perfil publicado días antes de la venta, su epitafio:

–Yo ciertamente espero ser una gran presidenta (del Post). Y si la gente quiere amarme, mejor.

 

 

V

En confesiones sentidas y sinceras en sus memorias, Katharine Graham tenía bastante claros los problemas del The Washington Post. Pasados los turbulentos años de 1970-1976, el periódico más o menos se estabilizó. Pero la dueña sabía que el fondo ocultaba nuevos retos. “Los problemas de dirección habían derivado, sobre todo, de mi falta de experiencia”, escribió, y se multiplicaron “sobre todo” por la falta de un verdadero socio en la cúpula. Al final de cuentas, el Post siempre fue un periódico familiar, de una familia, no un consorcio. Y ahí estaba parte de los conflictos: una empresa creciente, con más de mil trabajadores, con oficinas en todo el país y las principales ciudades del mundo, un centro de opinión pública con credibilidad, no podía ser manejado por una familia con experiencia profesional apenas derivada de la misma empresa y nula capacitación empresarial y menos financiera. Y a ello se agregaba un tema sensible y espinoso que la propia Graham entendía porque en ocasiones había contribuido a consolidarla: el sexismo; los años setenta seguían siendo socialmente conservadores, las mujeres apenas comenzaban a descollar en actividades fuera del hogar.

Hacia 1977, ya con una posición sólida en la opinión pública por luchas históricas y judiciales a favor de la libertad de expresión en su fase de responder al “derecho a saber” de la sociedad, el Post parecía haber perdido el punto de referencia editorial porque su escenario también había cambiado: Nixon se había ido, Gerald Ford había apaciguado las aguas turbulentas que dejó el estilo atrabancado de gobernar de Nixon, en enero de 1977 había tomado posesión Jimmy Carter como presidente y su campaña también liberó las tensiones conservadoras, la política exterior de los EU tomó el compromiso de defensa de los derechos humanos. En este contexto, los periódicos terminaron un agitado y agotador ciclo de confrontación con el poder, con los secretos de Nixon y con los grupos clandestinos. Los EU se enfilaban hacia pruebas decisivas de cambio en los enfoques diplomáticos, luego de la marca negra que dejó la participación estadunidense en 1973 en el derrocamiento del presidente chileno Salvador Allende y la larga represión de los militares golpistas. En Nicaragua la guerrilla del Frente Sandinista de Liberación Nacional avanzaba sobre posiciones territoriales con un gran apoyo internacional, dos conflictos en el llamado, sin rubor, “patio trasero” del imperio.

En este complicado contexto, el Post pareció hacer un alto en el camino. Katharine Graham escribió en sus memorias que la línea editorial se había extraviado, la sección nacional carecía de rumbo y la local no sabía a dónde quería ir, y la sección editorial, ya sin el demonio nixoniano, no alcazaba a asentar un enfoque del momento político. Si Bradlee consideraba que las cosas no estaban tan mal, Graham recoge una frase demoledora de Bob Woodward, ya ascendiendo en las posiciones dentro del periódico, que sacudió la complacencia del diario: “el periódico se está yendo a la mierda”. En el fondo, Katharine Graham ya no podía tener todo el peso del periódico, desde el editorial hasta el noticioso, pasando por el empresarial y el corporativo, además de intensificar su vida social entre las élites washingtonianas. Había llegado el momento de dar un salto cualitativo a una nueva organización empresarial de compartimentos. No había sido un defecto sólo del Post: por conflictos internos, el The New York Times había atravesado por lo mismo y el dueño tuvo que hacerse cargo, de 1969 a 1976, del manejo total del periódico, para regresar en 1977 a la separación del dueño de la empresa y un periodista como director general.

Por su papel al enfrentarse al poder presidencial en los setenta, el Post parecía cargar más responsabilidades de las derivadas de su funcionamiento como un medio de comunicación, importante pero colocado entre varios. En circulación, el Post participaba en una selecta lista de diez diarios dominantes en el mercado, aunque por Watergate llegó a estar entre los dos más importantes, junto al The New York Times. Ya a finales de los setenta el Post estaba siendo empujado a salir de su localismo washingtoniano. Sin embargo, Katharine dudaba entre dar ese paso que implicaría –a su entender– una mayor reorganización corporativa del grupo y una mayor atención empresarial. La familia Graham constaba, en el periódico, sólo con dos personas: Katharine y su hijo Donald, pues la demás familia estaba en posiciones menores en empresas fuera de Washington o en otras tareas ajenas.

Nacido en 1945, Donald Graham se había alistado por decisión propia para ir a combatir a Vietnam y había regresado para ser patrullero de policía en Washington. En 1971, a los 26 años de edad, Donald se incorporó al Post como reportero y en 1974, en plena euforia de Watergate, pasó a ser miembro de la mesa de directores, en 1976 ascendió a vicepresidente ejecutivo del grupo y en 1979, a los 34 años de edad y apenas con ocho años de periodista –uno de ellos como jefe de deportes–, fue designado director general —executive editor–, mientras su madre Katharine se podía dedicar ya a gestiones más empresariales, financieras y sociales. Sin conflictos como los Papeles de Pentágono, Watergate o la huelga que impidió al Post circular durante dos semanas y más bien con el tema de la guerra contra el terrorismo que tenía la simpatía de la sociedad, Donald tuvo una gestión de bajo perfil y a ello había contribuido el hecho de que Katharine Graham, en contraste, poseía una gran personalidad, formaba parte del establishment washingtoniano, era famosa por sus cenas a las que asistían toda clase de invitados de la élite local y de la élite internacional y atraía las luces del poder mucho más que su hijo.

Katharine dominó el ambiente alrededor del Post hasta su retiro total en 1991. En el periodo 1979-2000, el Post tenía que caminar cada vez más aprisa para tratar de mantenerse en el mismo lugar; Leonard Downie, el director editorial sucesor de Bradlee, introdujo el tema de internet y el Post no logró encontrar una estrategia adecuada, con lo que la separación de funciones afectó al periódico. En lo político, el Post padeció la buena relación personal de Katharine con el presidente Ronald Reagan, Bush padre se movió entre el fin de la guerra fría en 1989 y la guerra del Golfo en 1991 y los amoríos de Clinton pasaron de lado en la redacción del Post. La victoria de Bush Jr. encontró al Post en la polémica ideológica de la línea editorial en el 2005, más derivada por la polarización política del país por los ataques terroristas de septiembre del 2001 y la uniformidad de la clase política apoyando los planes de Bush Jr. para derrocar a Sadam Hussein, que al final provocó un corrimiento del periódico hacia posiciones más conservadoras para no decepcionar a sus lectores más radicales. En el 2008 el Post apoyó públicamente a Obama y desinfló cualquier crítica radical contra su gestión.

El papel de la gran prensa norteamericana en los dos periodos de Bush Jr. quedó como una marca negativa en el periodismo. Dos casos fueron reveladores; y aunque afectaron más al The New York Times que al The Washington Post, de todos modos mostraron las nuevas relaciones de poder entre la prensa y el poder. En el 2003 ocurrieron dos hechos relacionados con la cobertura informativa de la guerra en Irak: la reportera Judith Miller publicó en el The New York Times varias informaciones revelando maniobras de Sadam Hussein para acumular infraestructura destinada a la construcción de armas de destrucción masiva, sólo que meses después se supo que se trataba de información plantada por el gobierno de Bush con algo de complacencia de la periodista. En el mismo escenario, el The New York Times publicó un artículo de un colaborador revelando que Valerie Plame, la esposa del embajador Joseph Wilson, contratado por la CIA para indagar si Irak había comprado tubos de aluminio para construir fábrica de armas nucleares, era una agente activa de la CIA, en represalia porque Wilson había desmentido, también en el Times, que el presidente Bush había mentido en ese tema. Miller fue acosada para revelar sus fuentes, se negó y fue encarcelada, y luego confesó que los datos habían sido filtrados por Scott Libby, chief of the staff del vicepresidente Dick Cheney, había sido el filtrados de datos a Miller y contra Plame.

Para el 2012 el Post pareció darse cuenta, por primera vez, que las cosas andaban mal. Un reporte del The New York Times dio cuenta en febrero de 2012 los problemas internos del Post: la revelación de una reunión del director general, Marcus Brauchli, con reporteros, corresponsales y editorialistas. El pretexto fue la campaña electoral de noviembre de ese año, pero en el contexto de una disminución de circulación, publicidad e influencia. Los datos eran reveladores, de acuerdo con la contabilidad de la empresa Burrelles Luce: en el periodo 2008-2012, los años de Brauchli como director general, el periódico había bajado la circulación en casi 25%, 165 mil ejemplares menos, al pasar de 673 mil 180 copias a 507 mil 465; el asunto sería aún más crítico en junio de 2013 con una circulación certificada de 474 mil 767. En un escenario temporal mayor, de 2004 al 2013, diez años, el Post pasó de 760 mil 34 ejemplares de venta diarios a 474 mil 767, una caída de 37.5% más de 285 mil ejemplares perdidos.

Los problemas eran graves para el Post: menos ejemplares avisaban de baja de publicidad; los recortes de personal fueron generalizados, incluyendo el cierre de algunas corresponsalías en el extranjero. Hacia el 2012 el Post seguía luchando contra los fantasmas de Watergate, Bob Woodward-Carl Bernstein y Katharine Graham. Los periodistas del diario veían con escepticismo la dirección de Katharine Weymouth y la no-presencia de Donald Graham. La incomprensión de los editores hacia la nueva conformación de la sociedad washingtoniana –más conservadora, menos interesada en la geopolítica, decepcionada de la corrupción de los políticos, luchando por sobrevivir, ajena a la dirección del gobierno y apabullada por el internet ya en los teléfonos celulares– había roto los mecanismos tradicionales de lealtad entre el diario y sus lectores. Weymouth no parecía dirigir un periódico de personas sino una compañía de empleados, lo que llevó a una pérdida del entusiasmo en muchos de los periodistas del Post.

En los hechos y la competencia local, el Post había sido rebasado a la derecha por el The Washington Times y a su izquierda por Político, y en internet su sitio Slate se había estancado ante el dinamismo de Huffington Post. Durante años, el Post estaba colocado en el quinto lugar del ranking de importancia de los periódicos por su circulación y en el 2013 bajó al séptimo lugar. Su competidor el The New York Times había superado los problemas y en el 2013 se colocó en el segundo sitio con un millón 865 mil 318 ejemplares diarios y dos millones 322 mil 429 los domingos, arriba en 66% sobre las cifras de 2004. El Times y el The Wall Street Journal habían desplazado al tercer sitio en el 2013 al USA Today, quien durante años punteó en el primer lugar: el Today bajó 20% su circulación diaria.

A los problemas propios de la crisis editorial, de lectores y económica en el Post se acumularon quejas por los estilos personales de trabajar de sus editores. En los tiempos de gloria del periódico Katharine Graham y Bradlee tenían una permanente presencia física en la redacción y solían mostrar su apoyo personal a los reporteros que perseguían exclusivas, luego Donald Graham y Downie también mantuvieron los contactos personales, pero una nota del Times reveló que Weymouth y Brauchli carecían de sensibilidad para tratar a reporteros y empleados, establecieron formas impersonales de comunicación vía correos electrónicos y no circulaban con frecuencia por los pasillos de la redacción; hasta el conocimiento de los nombres de los periodistas, que le reconocían a Bradlee, Graham y Donald, les falló a Brauchli y Weymouth. Causó extrañeza, por ejemplo, que Weymouth se apareciera en la sala de redacción la noche de las elecciones del 2008 y que estuviera acompañada de su hija, pero siempre dejando un muro de incomunicación con los demás.

Los reporteros políticos de prestigio pasaron esfuerzos para quedarse en el Post. Uno de ellos, que declinó un empleo en la agencia Reuters, aceptó quedarse en el Post por la amistad de colegas; pero lo hizo con escepticismo: el Post ya no era lo que fue pero de todos modos seguía siendo un lugar para hacer buen periodismo. En efecto, el ambiente se había apagado: un reporte de noviembre de 2012 publicado en The New York Times contó la reunión de la presidenta Weymouth con la redacción para anunciar la renuncia del director general Marcus Brauchli y la designación de su sucesor Marty Baron, hasta ese momento editor del The Boston Globe, propiedad del The New York Times desde 1993. El clima de la reunión fue frío, al final la veterana periodista Valerie Strauss le preguntó a la dueña Weymouth las razones del cambio y la respuesta fue evasiva por la existencia de ciertas cláusulas de confidencialidad, pero destacó el tono displicente de la presidenta: “regrese a su escritorio”.

A finales del 2012, por los tiempos de venta, habrían ya comenzado las negociaciones de venta, de acuerdo con información conocidas después de la operación pública. De ahí las inexplicables razones de llevar a un nuevo director a un periódico en tránsito de cierre de un ciclo de propiedad. Pero el dato de esa reunión de presentación de Marty Baron como sucesor de Brauchli como nuevo director editorial traído de fuera de la empresa mostró la nueva relación entre los dueños y los empleados, ya no con la familiaridad de Katharine Graham, Bradlee, Donald y Downie. El relevo de Brauchli apenas cuatro años después de su arribo estaba enviando mensajes negativos hacia el personal sobre la inestabilidad en el cuerpo directivo del periódico, sobre todo porque en los medios estadunidenses los tiempos de consolidación de proyectos son mayores en tiempo y espacio; eso sí, los datos de la crisis en circulación y publicidad seguían causando estragos en las finanzas, al grado de que el periódico ya exhibía pérdidas en los periodos trimestrales y daba la impresión de que los dueños andaban en busca de chivos expiatorios. Al final, esos datos impactaron en el mercado bursátil donde cotizaba el periódico.

La columna de David Carr en el The New York Times, un columnista que abrió espacios en el periódico para observar críticamente a otros medios de comunicación, sobre el cambio de director en el Post hizo un recuento del estilo empresarial de manejar la empresa por la señora Weymouth, con mayor cúmulo de resentimiento que con estímulo a sus colaboradores. La caída de Brauchli fue precedida de enfrentamientos y reclamos de la dueña al director general, cuando el personal estaba acostumbrado al trato gentil entre Katherine Graham y Bradlee, y entre Donald Graham y Downie. El dato adicional era que Brauchli había sido seleccionado por la propia Weymouth y se lo había llevado del The Wall Street Journal al Post. Ya consumado el relevo, Weymouth circuló la versión de que Brauchli había renunciado cuando en realidad la situación entre los dos era insostenible y la dueña lo había sustituido, aunque lo movió a una posición más administrativa que periodística en la empresa. Un mensaje de la esposa de Brauchli en Facebook dejó la frase de que el Post había decidido ya no enfrentarse al poder.

Carr hizo un juego perverso de imágenes: comparar a Katharine Weymouth con Katharine Graham y sus errores de novata cuando tuvo que tomar el control del periódico después del suicidio –al estilo Hemingway: con una escopeta– de su marido Philip Graham y los tropiezos que tuvo en el camino, aunque se encontró con los Papeles del Pentágono y Watergate para ayudarle a consolidarse como editora en una línea amplia del tiempo –1963-1976–; en tanto que Katharine Weymouth arribó al poder en el Post al retiro de su tío Donald en el 2008 –en pleno colapso de la economía norteamericana y el periódico en declinación de lectores y publicidad–, con un director nombrado por ella pero luego confrontado por algunas filtraciones de sucesos internos y un fracasado plan de negocios, y al final sin mucha convicción respecto al periodismo, dando más bien la impresión de que su ascenso a la presidencia del periódico había sido una decisión de mantener a la familia al frente de la compañía.

Además de los estilos diferentes, los tiempos históricos de Graham y Weymouth eran diferentes, además de que es imposible la reproducción de pasiones y estilos en una familia. La gestión de Weymouth como presidenta duró apenas cinco años con todos los momios en contra y sin ninguna oportunidad periodística que hubiera colocado al periódico en el centro político, además de un clima profesional interno pasivo. Peor aún, el Post dejó pasar la oportunidad periodística del fin del gobierno de Bush Jr. y el ascenso de Barack Obama como una nueva figura liberal, y luego el Post quedó al margen de las revelaciones del espionaje ciudadano por parte del gobierno de Bush; de hecho, en efecto, el Post dejó paulatinamente de vigilar al poder y pagó el costo en una baja en la circulación.

 

 

VI

La prensa norteamericana tuvo un tránsito rápido de la descripción a la investigación y a la denuncia, y su papel fue revalidado cuando cumplió su función de vigilar al poder político en el escenario de Vietnam, una guerra de ocupación en medio de crecientes oposiciones internas. El columnista Tom Wicker contó aquella conferencia de prensa de Dean Rusk, secretario de Estado de los presidentes Kennedy y Johnson, en su viaje a Vietnam cuando el funcionario fue increpado duramente por los periodistas con preguntas-crítica; su respuesta reveló la incomprensión del poder hacia el papel de los medios: “¿quién votó por la prensa?”, la misma que había contestado ya el columnista James Reston en el The New York Times. Las repuestas eran innecesarias: la prensa sólo denunciaba abusos de poder y mentiras políticas, no ejercía el poder. La prensa logró frenar la guerra de Vietnam, aunque no pudo o no quiso frenar la invasión de Bush Jr. a Irak para derrocar a Sadam Hussein con el pretexto de la existencia de armas de destrucción masiva. Ante los hechos, los medios impresos en la guerra de Irak ya no pudieron ser los mismos de la guerra de Vietnam: la prensa ya no era el contrapeso del poder ni denunciaba abusos.

El The Washington Post fue, como todo medio de comunicación, producto de sus propias circunstancias: la punta de la hebra de Watergate, la investigación de dos reporteros y de la aún no explicada intención del subdirector del FBI Mark Felt para conducir a los reporteros hacia el final de la presidencia de Nixon; y luego de la audacia de Katharine Graham y Bradlee para seguir la pista de los Papeles del Pentágono y llevar la censura de Nixon a la Corte Suprema para ganar la libertad de expresión. En el camino, dos audaces editores, Katharine Graham y Ben Bradlee, fijaron el papel de la prensa como vigilante del poder. Fueron años, de 1968 a 1978, en los que la prensa estadunidense profundizó la investigación, confrontó al poder y defendió la libertad.

Pero el Post ya no pudo vivir de la fama ni se ajustó a la nueva realidad de una sociedad presa del miedo por los ataques terroristas en su territorio en el 2001 y viendo que lo que estaba en peligro no era una ética del poder sino su propio nivel y estilo de vida; además, el Post llegó tarde al internet, un espacio en donde la velocidad de la información convirtió el ayer en el anteayer o en el pasado y donde la irresponsabilidad del profesionalismo prohijó una sociedad menos exigente en materia de credibilidad de la información: los blogs derrotaron la velocidad de la impresión de ejemplares de papel y desplazaron a los profesionales formados en el cuidado en la elaboración de sus reportes. Agotado el impulso de Watergate, el Post se copió a sí mismo y se quedó patinando en el mismo lugar, aunque ya sin coyunturas favorables. La consolidación como empresa se agotó en el espacio editorial, la participación en el mercado bursátil exigió esfuerzos que la empresa no pudo dar y las crisis económicas minaron sus ingresos. Pero si la crisis fue ingobernable por parte de un periódico, el Post se falló a sí mismo al no comprender la conformación de una sociedad de Washington y de los EU post-Watergate, mantuvo su estilo de periódico de contenido ante lectores cada vez más superficiales y no contribuyó a la formación intelectual de sus seguidores.

La advertencia de Woodward en 1977 de que “el periódico se está yendo a la mierda” preocupó a Katharine Graham y no a Bradlee, lo que podría dar elementos para entender el agotamiento del periodismo Watergate: el conformismo del director y la empresarización de la dueña, con reporteros como Woodward que no se convirtieron en forjadores de alguna nueva generación de periodistas sino que prefirieron trabajar para sí mismos y sus proyectos profesionales personales abandonando el trabajo en equipo. La decisión de Woodward de no contribuir a la profesionalización se vio en el caso de Janet Cooke en 1980: el Post no verificó datos y una nota inventada ganó el Pulitzer, con el dato adicional de que Woodward era el responsable de esa área. Bradlee, por su parte, estuvo en la dirección del Post hasta 1991 pero ya sin ningún asunto especial en su carrera.

El Post se colocó en un lugar especial por los Papeles del Pentágono y Watergate porque fueron casos de confrontación con el poder y sus vicios autoritarios y exitosos porque el periódico se sobrepuso a los abusos de poder, pero luego no pudo configurar un nuevo estilo de periodismo porque los enfrentamientos con el poder eran contra una estructura política y el correlativo apoyo social en una guerra contra el terrorismo como nuevo némesis. El Post hizo bien al no magnificar Watergate ni vivir de esas glorias aunque no pudo evitar la referencia recurrente, pero ya no avanzó en la investigación de otros casos de abuso de poder ni en la profesionalización de sus cuadros ni en la identificación de los intereses de la sociedad. El Post no retrocedió pero no pudo avanzar y prefirió la estrategia del cangrejo de caminar hacia los lados. Bradlee tuvo que cargar desde 1977 con el peso del manejo periodístico del periódico, en tanto que Katharine Graham luchó bastante para consolidar a la empresa como viable en el mercado empresarial bursatilizado. Sin embargo, los caminos de Bradlee y Katherine se separaron, y la sinergia dejó de estimular la creatividad del periódico. Por lo demás, Katharine se dejó envolver por el glamour de la élite conservadora de Washington y Woodward también dejó de confrontar al poder –su libro sobre la CIA, Veil, fue informativo–, evidenció su simpatía conservadora por el poder militar –su libro Los Comandantes resultó más que elogioso– y sólo reveló intrigas burocráticas internas en las guerras de Bush, lejos ya de la enjundia del Woodward en Watergate.

El Post liberal quedó lastimado en el 2005 con las acusaciones de falta de equilibrio ideológico en la página editorial que obligó a una inclinación más a la derecha o cuando menos a limar algunas de las críticas al poder conservador. Washington, la sociedad local a la que estaba destinado el Post, se volvió más conservadora, a pesar de votar por Obama en el 2008 y el 2012, más por la carga emocional histórica de la lucha por los derechos civiles. La gestión de Katherine Weymouth luchó contra el fantasma de su abuela, quiso marcar un estilo propio, careció de un sentido político, fue acicateada por el cansancio de Donald Graham y no hubo supervisión del área editorial. El desplome de la circulación fue el mensaje de que el Post ya no respondía a las exigencias de los lectores. Y la mala gestión administrativa y empresarial terminó de agotar el modelo familiar de empresa. La cotización del Post en 250 millones de dólares fue el mejor dato del agotamiento del periódico: se malbarató para rescatar lo que se pudiera.

La venta del Post y el anuncio del nuevo dueño de que probablemente cambiaría de nombre cerró el ciclo histórico del periódico; aunque mantenga a la mayor planta de profesionales de la información, el Post será evidentemente otro por las prioridades del internet y la reorganización empresarial; el nuevo dueño, Jeff Bezos, tiene fama de ser un empresario audaz, con enfoques periodísticos más consistentes en la competencia empresarial que de comunicación informativa, con los ojos puestos en el internet. La venta podría estar mandando el mensaje equivocado del fin de los periódicos impresos, pero en realidad la venta del Post agotó un estilo de periodismo y no necesariamente anunció el principio del fin de los impresos, como lo revelan los datos de repunte de la circulación en medios que se modernizaron para competir con internet y con las nuevas exigencias de una sociedad harta de los chismes políticos de siempre.

Lo que viene para los medios impresos es el reacomodo del mercado de internet. Esta red es una herramienta de comunicación muy rápida  que no permite la reflexión y que responde a una parte de las demandas de información de la sociedad. En el Post usaron el internet para identificar el interés de los lectores por las noticias, pero con ello subordinaron el enfoque a la frecuencia de consultas. La percepción del interés de los lectores no sólo tiene que ver con las manifestaciones de éstos hacia ciertos temas, sino que el periodismo debe ser capaz de encontrar temas que pueden interesar a los lectores, aún éstos sin saberlo. Al final, la versión impresa es una especie de testigo del tráfico informativo en las carreteras digitales, puede imponer temas y tiene para sí la posibilidad del periodismo de reflexión, de conocimiento integral y de acopio de datos para toma de posiciones. Asimismo, los medios escritos siempre tendrán el espacio dominante del periodismo de ideas por el mecanismo de atención superficial que generan los despachos por internet; ello quiere decir que los medios escritos deben de replantearse los géneros periodísticos de opinión y de revelación, porque en materia de ideas la televisión es superficial y el internet encuentra a un usuario y no a un lector-ciudadano. Y los medios deben de identificar las nuevas exigencias de información de la sociedad.

Las empresas editoras de diarios impresos han resistido la crisis para evitar el colapso. Ciertamente, muchos diarios y revistas han cerrado y la contratación de reporteros ha bajado, pero en un escenario de diez años (2004-2013) la circulación de los medios bajó 12.5% –sobre una media de 30% en periódicos en particular– y una baja de sólo un millón, 267 mil 896 ejemplares. En los altos niveles, el periódico que registró el primer lugar en circulación a mediados del 2013 fue el The Wall Street Journal con 2 millones 378 mil 827 ejemplares, contra el USA Today que tenía el primer lugar en el 2004 con 2 millones 192 mil 098 ejemplares y que cayó en preferencias. Los datos estadísticos de Burrelles Lace muestran que los periódicos abajo del top de los primeros diez han bajado su circulación pero siguen vigentes; por ejemplo el lugar 100 vendía en el 2004 109 mil 592 ejemplares (Tucson Star, de Arizona), en tanto que el mismo lugar en el 2013 (The Daily News de Naples, Florida) registró ventas por 70 mil 055 ejemplares, una caída de 36% en el ranking de posiciones. El USA Today, por cierto, bajó del primer lugar en 2004 al tercer sitio en el 2013, con una baja de 24%. Los dos primeros indican preferencias de lectores: el The Wall Street Journal es buscado por inversionistas bursátiles, en tanto que el The New York Times se afianzó en la cobertura internacional; aunque sus cifras de ventas son altas, apenas se han mantenido en el mismo volumen de lectores durante quince años, sin ganar más.

El problema de la prensa, en suma, es de organización y de competencia, pero también de internet e identificación de lectores y sobre todo de replanteamiento del oficio periodístico. Aún no se han hecho los estudios cuantitativos o desagregados para saber las razones de la baja de circulación de los periódicos –la caída de la publicidad es cíclica de la crisis– y por tanto no se han reconocido los desafíos de replanteamiento del propio trabajo periodístico. Y entre todos los problemas, los que aquejan a la prensa norteamericana tiene uno que existirá para siempre como parte del modelo productivo y de competencia: el equilibrio –si es que acaso existe– entre una empresa que cumple un servicio social con una empresa que tiene que competir en el agresivo sistema corporativo privado. En el pasado, en una economía menos codiciosa y agresiva, había espacio para el periodismo de compromiso; hoy toda iniciativa periodística debe de tener un sólido plan de negocios en que se verá obligado a sacrificar contenido por solidez financiera.

Lo que queda, entonces, sería el periodismo menos ambicioso en lo empresarial, rudimentario en organización periodística, con profesionales dignamente pagados pero lejos de los contratos multimillonarios de los conductores de programas de televisión; y una prensa más local, aunque dinámica, más volcada sobre los temas de su entorno, en busca del lector inteligente que sigue asumiendo su destino a partir del conocimiento de la realidad, pero alejados del amarillismo que a veces vende periódicos y satisface las pasiones pero no contribuye a la formación social de los individuos. A partir de la experiencia más latina, el periodismo social, de contenido, con aportaciones inteligentes en una forma de ciudadanía. Y no debe desatenderse la configuración de los periódicos como empresas.

Los medios deben regresar a debatir la función del periodismo, volver a Lippmann y la dialéctica construcción de una voluntad común-fabricación artificial del consenso, el papel de la información –profunda, crítica, reveladora– para fortalecer la democracia en función del ciudadano con conocimiento de la realidad-real, rescatar el periodismo de reflexión de James Reston en el The New York Times, la ambición por ir a la causa de los conflictos como Woodward y Bernstein, la revelación de los secretos del poder como Jack Anderson, todo ello sin detrimento de un plan de negocios que dote a las empresas de viabilidad pero que no centre su funcionamiento en los dividendos a los accionistas. El Post y el Times son ejemplos de que el mercado bursátil no es espacio para empresas que tienen objetivos sociales porque sus tasas de utilidades están atadas al condicionamiento del producto.

Los Estados Unidos del 2013 no son muy diferentes a los Estados Unidos de los años setenta: los abusos de poder son los mismos, sea Nixon u Obama; en el verano del 2013 el periódico inglés The Guardian reveló la existencia de un programa de espionaje ciudadano oculto detrás de la chabacanería de un Obama populachero, que toma cervezas y va a comer hamburguesas; el programa de drones ha sido exhibido en el extranjero como un arma más criminal que de guerra, y los abusos contra detenidos por terrorismo bajo las anticonstitucionales leyes patrióticas requieren de mayores denuncias. La crítica de Woodward a las manipulaciones de la Casa Blanca en el pleito presupuestal del 2013 fue contestada con amenazas y en los medios se criticó más al reportero que al poder. A diferencia de los setenta, hoy los medios ya no explotan las fuentes anónimas por temor a demandas y van a la cárcel los que se nieguen a revelar a los jueces las identidades, terminando con uno de los avances democráticos de Watergate. Pero de todos modos, los casos de revelaciones de Wikileaks y del analista de la CIA en el 2013 han mostrado que de todos modos siempre existirán denunciantes en busca de periódicos dispuestos a jugársela por la denuncia. En suma, las condiciones hoy para repetir los casos de los Papeles del Pentágono y Watergate son prácticamente inexistentes pero los tiempos actuales tienen su propia dinámica y sus propias posibilidades profesionales.

 

 

VII

La venta del The Washington Post a un empresario audaz de internet dejó la percepción de que el periodismo de denuncia podría haber terminado su ciclo, aunque la vigencia del The New York Times estaría en sentido contrario. Lo que queda es sólo la certeza de que el Post fracasó como proyecto empresarial y que los desafíos del periodismo por internet estarían en el rumbo de aniquilar a otros medios impresos que no se modernicen como empresas ni replanteen algunas de sus políticas editoriales. A ello se debe agregar el hecho del costo del papel periódico creciente como una forma de presionar la circulación de los medios, junto a las nuevas prácticas publicitarias: por ejemplo, las empresas automotrices decidieron publicar sus spots en sus propios medios para reducir la compra de publicidad.

En lo político, el escenario estadunidense ha cambiado: Bush Jr. introdujo la política del miedo y Obama ha mantenido y profundizado esa línea de gobierno, ahora con persecución de periodistas que recuerdan a Nixon y a Kissinger. Llamó la atención de que las denuncias contra decisiones de espionaje ciudadano contra estadunidenses se hubieran publicado en el periódico The Guardian de Gran Bretaña y que las revelaciones de Wikileaks hayan sido hechas pior el The New York Times, Der Spiegel y The Guardian, rompiendo ya las exclusividades. Los periódicos de los Estados Unidos parecen más preocupados por ahorrar presupuestos y mantener sus lectores, aunque sin aumentar el sentido crítico en sus páginas. Inclusive, las coberturas políticas han bajado porque son noticias que no venden, al grado de que los acompañantes periodísticos a las giras presidenciales de Obama han bajado. Por ejemplo, el reportero de asuntos sobre medios Howard Kurtz escribió en el 2004 que en los delicados ocho meses de agosto de 2002 a marzo de 2003 el Post publicó más de ciento cuarenta notas en primera plana con declaraciones del gobierno, sin ninguna verificación de los datos circulados; en tanto, las revelaciones sobre los engaños de la Casa Blanca se colocaron en interiores, en las últimas páginas. El Post, pues, estaba en la lógica conservadora de Bush: en marzo del 2007 el ex director editorial del The New York Times reveló que Bob Woodward supo dos años antes que la esposa del embajador Wilson que reveló que Irak no había comprado tubos de aluminio para bombas nucleares era agente de operaciones de la CIA, pero ocultó ese dato mayor. El Post de Watergate había perdido su posición frente a los abusos del poder.

En lo social los medios han estado reacios a atender la reconfiguración de las atenciones de los lectores y su rechazo a las denuncias políticas. Asimismo, las coberturas de conflictos exteriores siguen atrayendo interés pero sólo cuando involucran la geopolítica estadunidense. En todo caso, se perdió la vinculación prensa-lectores como frente de resistencia contra los abusos de poder. El deterioro de la calidad de la política estadunidense también ha ahuyentado lectores: las notas sobre chismes sexuales han perdido atractivo desde Clinton. El efecto sicológico en la mentalidad estadunidense por los ataques terroristas del 2001 apuntalaron el miedo como fenómeno social durante los dos periodos de Bush Jr. pero también porque las estructuras políticas no se atrevieron a desafiar la política de temores sembrada por los republicanos, como se vio en el apoyo de legisladores demócratas a Bush Jr. y el silencio político de los demócratas ante las torturas de detenidos, los abusos de poder y las mentiras sobre Irak y Afganistán. En los hechos, la prensa ha ido detrás de las justificaciones oficiales sobre la guerra y hasta ahora nadie ha investigado las mentiras de Bush Jr. sobre las inexistentes armas de destrucción masiva de Hussein.

Los desafíos de la prensa impresa estadunidense van más allá de internet, circulación y publicidad: tienen que ver con su propia configuración como empresas en un sistema capitalista determinado por la codicia, la competencia y el individualismo, además de la crisis económica convertida ya en crisis social por la incapacidad de Bush Jr. para consolidar el auge de los noventa y de Obama para sacar al país del estancamiento. Entre otros, los retos de la prensa escrita podrían ser tres importantes:

1.- Construir corporativos empresariales que impidan que los medios escritos dependan solamente de circulación y publicidad.

2.- Romper con la restricción de la publicidad en las páginas principales del periódico y empujar los suplementos comerciales.

3.- Reformular los objetivos periodísticos a partir de los nuevos intereses de la sociedad ya no enfatizados en el corrupto sistema político.

4.- Acudir a las escuelas de periodismo para cambiar los programas de estudio que se basan en las concepciones del periodismo anteriores a los atentados terroristas del 2001.

5.- Enfatizar el periodismo de investigación en los temas sociales que puedan atraer la atención de los lectores, sobre todo de los jóvenes.

6.- Asumir el desafío de internet como un aliado en la conexión medios-lectores y no como una amenaza para la sobrevivencia de los medios impresos.

7.- Y, entre otros, el reposicionamiento más difícil: una prensa independiente en lo informativo pero dependiente en lo empresarial.

La venta del The Washington Post fue el aviso de un problema mayor, más aún que la caída de los ingresos publicitarios, que la baja en la circulación y que la competencia del internet: ¿cómo hacer compatible el negocio de una empresa en un sistema capitalista e inmersa en la bolsa de valores con una organización definida como de servicio social? La alarma del Post ha comenzaron a sonar también en el otro gigante de las noticias impresas, el The New York Times, el cual está saliendo de una severa crisis que lo llevó a solicitar un crédito de 250 millones de dólares al multimillonario mexicano Carlos Slim, a una tasa onerosa y casi de prestamista. Y aunque la publicidad y la circulación ha mejorado sustancialmente, el Times no quiere dejar hilos sueltos y ha tomado una decisión nada fácil y que está causando estragos en la organización interna: la vinculación cada vez más estrecha entre el área de finanzas con la de noticias, cuando la gran tradición del diario era la de mantener no sólo separadas sino prácticamente ajenas. De hecho, en el Post, la designación de la Weymouth como presidenta de la empresa se hizo en función de su experiencia empresarial y no de su incomprensión hacia el área de noticas.

La historia de la relación empresa-noticias en el Times acaba de ser contada por Joe Hagan en la revista New York y las versiones que recogió no fueron del todo halagüeñas para el área de noticias, la cual quedó muy sensible desde el 2003 por el escándalo del reportero Jayson Blair que fue descubierto inventando o plagiando textos y la renuncia obligada del director editorial Howell Raines; su sustituto Bill Keller tuvo a su cargo la reconstrucción de la confianza en la redacción y ante los lectores, ayudado por la jefa de redacción Jill Abramson; en el 2011, en medio de ajustes en la organización interna, Keller pasó a retiro y Abramson asumió el cargo de directora editorial. A finales del 2012 el dueño del periódico Arthur M. Sulzberger Jr. tomó la decisión de contratar a un ex director ejecutivo de la BBC de Londres para hacerse cargo de la dirección de finanzas del corporativo con la tarea primordial de aumentar los ingresos y encontrar nuevas formas de captación de liquidez.

Si la decisión fue inteligencia hacia la urgencia de recomponer el área empresarial, de todos modos desató conflictos de entendimiento entre el director financiero y la directora editorial, sobre todo porque el nuevo responsable de las finanzas, Mark Thompson, fue insistente en vincular su área con la de noticias; el temor radicó en la posibilidad de que el Times tuviera que comenzar a sacrificar noticias o enfoques editoriales en aras de explorar otras fuentes de ingresos. En el Times, recuerda Hagan, existen puntos de vista “cuasi religiosos” sobre “la santidad de la sala de redacción” contra la influencia de los intereses empresariales. Hagan quiso entrevistar a Abramson pero ella se negó a hacerlo con una frase que despertó aún más suspicacias: “¿quieres hacer que me maten?” El problema también ha radicado en el recorte de personal y recorte de gastos y por tanto en las malas percepciones de algunos sobre la forma de usar los recursos de la empresa por parte de los ejecutivos, por ejemplo algunos gastos de vacaciones de la directora editorial con su hermana a Cuba.

La presión por las finanzas ha obligado a los grandes medios a buscar soluciones en el exterior con contrataciones de ejecutivos externos. Ocurrió en el Post y causó problemas para articular a la tradición de la empresa a un director editorial importado de otras empresas periodísticas, como si el propio diario hubiera sido incapaz de preparar a sus propios editores. En el Times ocurrió lo mismo con Thompson, un editor-empresario de la BBC de Londres, una empresa pública, y además involucrado en el encubrimiento de casos de pederastia en sectores de la iglesia católica. Sulzberger recibió presiones del interior de la empresa para retrasar la contratación de Thompson y hasta para revertirla, pero el dueño veía en el nuevo ejecutivo a un audaz comercializador del internet.

Pero el problema es el Times, la edición impresa. Tradicionalista en su diseño como el Post, ha retrasado una nueva configuración de las páginas. La primera plana del Times sigue estando llena de muchas letras, apenas un par de fotos y en interiores se sigue rindiendo culto al texto. El blanco y negro en interiores lo hace un periódico viejo. Conocida como la Vieja Dama Gris, el Times siempre ha lidiado con obstáculos a la hora de los cambios. Le costó mucho trabajo, por ejemplo, introducir las fotos de color en la primera plana. Y sigue siendo un enigma tratar de identificar hasta qué punto el estilo de redacción y los enfoques de las noticias tienen amarrados a sus lectores, cuando muchas encuestas señalan que los lectores están hartos de los mismos problemas con los políticos, de la subordinación de los diarios a las políticas de seguridad nacional de la Casa Blanca y a los temas exclusivamente empresariales. El Times ha mantenido la lealtad de sus lectores pero no ha podido conseguir más. La curva demográfica estaría acercando ya a los periódicos a una revolución en el perfil de los lectores: los radicales que en los años sesenta tenían entre 18 y 25 años ahora andan en los sesenta, más asentados en las exigencias del capitalismo y ajenos ya a las marchas del pasado, por lo que sus prioridades de lectura son otras. Y a ello el tema insistido en este análisis: el reforzamiento de la mentalidad conservadora en una sociedad apanicada por el terrorismo que estalló violenta y criminalmente en territorio estadunidense en septiembre del 2001.

La audacia del nuevo director de finanzas del Times causó los primeros roces con el área editorial, sobre todo con la puesta en marcha de reuniones entre empresas y anunciantes con periodistas. Una experiencia parecida estalló en crisis en el Post: reunión de periodistas con funcionarios y lobistas cobrando cantidades extraordinarias a los asistentes, porque afectaba la autonomía de los reporteros. Pero los medios escritor en realidad están más que desesperados buscando nuevas formas de tener ingresos; y hasta ahora, los periodistas cumplían su trabajo ajenos a las necesidades financieras de sus periódicos. Hasta ahora la atención se centra en internet y en la cobertura mediática de las noticias; Hagan reveló en su texto que el Times está contratando más camarógrafos que reporteros, en tanto que periodistas tradicionales han sido despedidos.

El conflicto se está centrando en la dialéctica de la crisis de los medios: la necesidad de mayores ingresos vis a vis el espíritu de informar sin más preocupación que la veracidad de los hechos. Pero hasta ahora, los medios estadunidenses aún no tienen claro el perfil real del lector de prensa escrita o cuando menos una aproximación; han detectado el interés por internet, pero la vía cibernética carece de reflexión y se basa mayoritariamente en la velocidad de la noticia en su primer versión. Los blog de periodistas carecen de la exigencia de verificación de hechos y atiendan más a las noticias escandalosas de políticos y empresarios. De ahí que los esfuerzos de reorganización interna en la gran prensa escrita se basen sólo en anticipaciones de tendencias de lectura y no en un perfil. En el Times, reveló Hagan, existe el modelo de “curva de compromiso” de lealtad de los lectores; sin embargo, existe una percepción pantanosa del asunto: se percibe al lector en función de lo que quiere/puede pagar, no en lo que necesita. Ello puede llevar a lo que un periodista del Times le dijo a Hagan: “están vendiendo chucherías”.

Lo más significativo del paso audaz del Times de llevar a un director de finanzas que está trabajando con la sala de redacción para encontrar un estilo de periodismo que pueda reactivar ventas y publicidad  ha sido el hecho de que los medios están concientes de que se encuentran en un momento en el que se debate su existencia como prensa. La venta del Post alertó los focos amarillos y hasta rojos en algunos otros periódicos impresos, algunos de los cuales se encuentran en franca caída, como el Los Angeles Times que ha perdido el foco periodístico y no levanta la viabilidad empresarial. La esperanza de algunos medios escritos radica en el hartazgo de la sociedad de la superficialidad de internet y de la televisión, pero mientras ese estado de ánimo de manifiesta la prensa impresa tiene que resolver su viabilidad.

Entre muchos periódicos que han tenido que terminar su ciclo en el medio estadunidense, The Washington Post fue el más emblemático por los temas que lo colocaron en el centro de la atención en los setenta: los Papeles del Pentágono y Watergate. De ahí la importancia de indagar las razones –y sinrazones– detrás de la decisión de la familia Graham de venderlo por escasos 250 millones de dólares, una media de 3.1 millones de dólares por cada uno de los ochenta de existencia.

El Post terminó su ciclo pero el periodismo seguirá su sinuosa marcha, en medio de contradicciones, insuficiencias y sobre todo metido en las contradicciones de un modelo informativo de crítica al poder pero metido en los conflictos de empresa. El nuevo dueño, Jeff Bezos, carece de algún indicio de ejercicio de la información para confrontar al poder y es un gran negociante de espacios de internet. Ahí es donde se percibe que el viejo The Washington Post, el de los Papeles del Pentágono y Watergate, no tiene destino histórico en su nueva etapa.

 

 

VIII

Bibliografía básica

Para evitar un texto académico se eliminaron las citas al pie de página. De todos modos, toda la información fue tomada de los siguientes libros y documentos en internet:

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Música para los ojos

  • Un repaso por la relación entre música y cine en México.
  • La experiencia de ver una película va más allá de sólo sumergirse en un mundo de imágenes, escenas y actores.
  • El aporte musical cumple un papel primordial e interesante en la estructura de cualquier película.
Foto: Ayuntamiento de Fuenlabrada @ Flickr

Foto: Ayuntamiento de Fuenlabrada @ Flickr

Por Lilian Michelle Pérez Rivera

“La música es una ley moral. Le da alma al universo, alas a la mente, vuelo a la imaginación, y encanto y alegría a la vida y a todo.”

Platón

La experiencia de ver una película va más allá de sólo sumergirse en un mundo de imágenes, escenas y actores. El aporte musical cumple un papel primordial e interesante en la estructura de cualquier película. Ésta proporciona contexto, texturas, profundidad y sentimientos, además de ejercer diversas funciones como crear atmósfera y resaltar algún momento, acción o personaje en particular, como lo explica Marcel Martín en su libro El lenguaje del cine.

Antes de adentrarnos en el mundo de la música en el cine mexicano, conviene conocer cómo fue que llegó la música a la pantalla grande con…

 

Un poquito de historia

En México, el cine llegó el 6 de agosto de 1896. La revista La república de los cines de Editorial Clío describe con detalle este acontecimiento: Ese día, Gabriel Veyre y Claude Fernand Bon Bernard llegaron al Castillo de Chapultepec para ofrecer ante el presidente Porfirio Díaz y un grupo de empresarios del país la nueva invención que revolucionaría el mundo del entretenimiento: el cinematógrafo.

Explica Marcel Martín que, durante la época del cine silente, ya se habían escrito partituras para música de acompañamiento que se tocaba en vivo dentro de las salas de cine. Pero se trató de casos excepcionales, ya que aún no se consideraba a la música como un elemento constitutivo del sentido estético de un filme.

El sonido y la música no fueron parte oficial del cine hasta 1927 con el filme The Jazz Singer. Fue en ella cuando el actor principal Al Jonson mencionó la célebre y apropiada frase “No han escuchado nada todavía”, como lo relata la Internet Movie Database (IMDb). Un momento clave para el desarrollo de la cinematografía.

Santa (1932), dirigida por Antonio Moreno y con temas musicales de Agustín Lara, fue la primera película mexicana con banda sonora original.

“Una vez arrancado el cine sonoro, se empezaron a producir películas con diversas temáticas.” Establece Jadira Berenice Armendariz Buaun en su texto La importancia del cartel de autor en el cine mexicano. “Aparecen películas históricas, de horror, westerns, rancheras, etcétera. Éste último con el gran éxito en 1936 de la película Allá en el Rancho Grande de Fernando Fuentes. Dicha película dejó ver a los realizadores que lo más explotable a nivel continental sería el folklor y costumbrismo mexicanos ornamentados con la tradicional música ranchera, lo que permitió al cine mexicano encontrar su solvencia comercial.”

 

Y la música ¿para qué?

El Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), perteneciente a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se fundó en 1961 y es la escuela de cine más antigua de América Latina.

José Felipe Coria Coral, cineasta mexicano, actual director del CUEC, con 25 años de experiencia docente en la misma institución y autor de libros como Cae la Luna: la invasión de Marte y Nuevo cine mexicano. Durante una entrevista, comentó acerca del papel de la música en la industria del cine.

“La música siempre la hemos visto como algo fundamental porque si la música es mala, se cae la escena. Por ejemplo, hay películas que son muy interesantes pero tienen una pésima musicalización y esto hace que el público se distancie. Tiene que ser la música correcta, porque si se sale de lo que es el ambiente que tiene que crear, de lo que tiene que subrayar, ya no funciona.

“Esto lo vemos de manera muy evidente en películas de género: las de terror, las películas policiacas… La música tiene que mantenerse por ritmos, con ciertas texturas. Es música muy impresionista por tradición. Por ejemplo, si no existiera el famoso tema de Tiburón, que todo mundo lo conoce, no tendría mucho impacto esa escena.”

Felipe Coria explica que la música fue un factor clave durante las décadas de los 40’s, 50’s y 60’s. En dichos años, las películas contaban con canciones y música. Pero considera que esta tendencia se ha perdido ya que hace años no se escucha que el tema de algún filme en particular se vuelva popular. Que se escuche una canción y las personas puedan ubicar que es “de tal película”.

Comenta que no es común que un director decida no utilizar música dentro de un filme. Que, aunque existen las películas silenciosas que se basan sólo en sonidos ambientales como una grabadora sonando o un guitarrista en la calle – un 98% de las películas cuentan con música.

****

Allá en el Rancho Grande. 1936.

En una escala de grises, debido al todavía inexistente cine a color, se puede ver una cantina. Decenas de personas reunidas, todas ellas con trajes y sombreros de mariachi. Gran parte de ellas, con prominentes bigotes también.

“¡Dicen los muchachos que nos eche una canción!”, le piden a Francisco – interpretado por Tito Guízar –, quien se encuentra en medio de la barra.

“¿Cuál quieren pues?”

“¡Rancho Grande!”

Francisco pide su guitarra, la cual le es traída como por acto de magia. La asistencia se acerca a su alrededor para escucharlo; sus rostros, muestran un dejo entre melancolía y ensoñación al verlo tocar.

“Te voy a hacer tus calzones…”

“¡Cómo!”

“Como los usa el ranchero…”

“¡Seguro, mi cuate!”

La canción se vuelve un momento de interacción entre toda la gente de la cantina; casi como una conversación. Al final, todos se unen para cantar al unísono: “Allá en el Rancho Grande, allá donde vivíiiiiiaaaa”.

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¡Pongámosle sabor!

“Hay dos técnicas para musicalizar una película. – Explica el maestro Coria – Una es sobre el montaje, se le llama primer corte. Se busca un compositor y él es el que, sobre las ideas que ya están plasmadas en la película, establece un criterio, una atmósfera y plantea cómo debe suceder eso. Entonces ahí ya queda la banda sonora.

“Hay otro proceso que consiste básicamente en lo mismo: se plantea una música temporal y hay un supervisor musical que propone y elige las piezas que se requieran para que funcione la película. Entonces ya se contratan piezas específicas, se compran los derechos y se utilizan para ciertas escenas.”

Lucía Álvarez, compositora de películas mexicanas como Los días del amor (1972) o El callejón de los milagros (1995), relata su experiencia cinematográfica en las páginas del libro Los artistas de la técnica: historias íntimas del cine mexicano de Malú Huacuja del Toro:

“Hay casos en los que no se analiza dramáticamente un guión para musicalizarlo. Lo he visto en musicalizadores jóvenes, que dicen: “Bueno, en esta parte de la película, si no hablan, meto la música”. Esto es una teoría errada ya que, como musicalizador, debes tener un compromiso dramático, dependiendo de la historia que te toque.

“El musicalizador de cine tiene que trabajar con un gran compromiso. A mí me gusta estudiar exhaustivamente el guión, desde el momento en que se está preparando la película. No puedo atenerme a una primera lectura. Tengo que estudiar todas las posibilidades musicales que pueda tener. Después voy mucho al rodaje, casi diario, como una espectadora muda. Esto es muy útil. A veces, al director se le ocurre algo en el momento en que está filmando. Después podría olvidarlo, pero en ese momento te lo dice porque te ve ahí, y tú ya lo anotas. Para mí eso es muy valioso porque me va orientando. El contacto mismo con los actores, con el fotógrafo, con el ambientador, es muy importante.

“Esto no se usaba. Muchas veces el músico llegaba a ver la película en el último corte, a tomar sus medidas y a inventarle música cuando no hablan. No puede ser, porque si vas a estar en un trabajo multidisciplinario, como es el cine, pues tienes que estar involucrado desde el principio.”

Coria comenta que el papel del director en la musicalización de una película es fundamental, porque este proceso se debe de hacer de acuerdo a sus ideas acerca de lo que lo que desea que se vea en una escena y qué es lo que busca que se escuche.

Herminio Gutiérrez, musicalizador y supervisor musical de películas mexicanas como Amores perros (2000), Amarte duele (2002) y Arráncame la vida (2008) compartió en una entrevista para el periódico El Informador la regla que, en su opinión, es la más importante de todas durante el proceso de musicalización de una película: “No intentes estar por encima de la historia, cuando lo tienes claro te será mucho más fácil saber si esa historia puede llevar 20 momentos musicales o llevar 3 momentos musicales”.

 

Sensibilidad e inspiración

Marcel Martín explica que, mientras la imagen cinematográfica le plantea al espectador un problema de desciframiento intelectual, la música influye sólo en los sentidos como factor de aumento y profundización en la sensibilidad. Entonces, ¿cómo sabe el compositor que notas y melodías emplear para transmitir alguna emoción?

“Para escribir una canción, se asocian mucho a las tonalidades menores con la tristeza, la melancolía, el drama, la añoranza, etcétera; y a las mayores con la felicidad, el heroísmo, el gozo, el júbilo y demás. De hecho en el siglo XVIII existían teorías acerca de qué tonalidades provocaban cuáles sentimientos”, explica Antonio Valencia Moreno, egresado de la Escuela de Iniciación Artística No. 4 del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), actual estudiante del Centro Cultura Ollin Yoliztlin y violonchelista en Romanza Classical Trio.

“Pero si hablamos como tal de canciones, la letra es muy importante porque puede decir algo completamente contrario a lo que está sonando y de este modo volverlo irónico. O puede ir guiándote más a fondo en qué es lo que quiere expresar el autor.”

Componer música es una cuestión de entrenamiento musical pero, sobre todo, de sensibilidad, como lo recalca Yadira Samantha Vega Águila, también egresada de la Escuela de Iniciación Artística No. 4 del INBA y actual estudiante en el Conservatorio Nacional de Música. “Es raro. Tú sabes lo que sientes y cómo debe sonar. No puedo expresarlo con palabras. Sólo escucho la melodía en mi cabeza porque eso suena cuando me siento «de tal manera». Si me siento triste, me suena algo, le doy unas pocas notas y todo comienza allí. Luego, sin saber en específico qué notas son, la melodía suena en mi cabeza hasta que se estabiliza la idea y todo comienza a fluir.”

 

¿Fácil? ¿De dónde?

Lucía Álvarez contó que algunos de sus colegas compositores se sentían como castrados con las exigencias del director ya que la velocidad del cine y la duración de las tomas limitaban bastante la extensión del terreno laboral. Algunas tomas podían durar 30, 18 o hasta 5 segundos y componer un tema que con esa duración logrará plasmar cierto sentimiento, necesita oficio.

El maestro Coria explicó que hace 60 años el Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica (STIC) contaba con una orquesta que, en conjunto con el compositor, componían piezas específicamente para cine. En ese tiempo el compositor fungía como orquestador y muchas veces también como el arreglista de las canciones. Así surgieron algunos de los grandes compositores del cine mexicano, como Rodolfo Halffter (Los olvidados, 1950) y Antonio Díaz Conde (Aventurera, 1950).

Felipe Coria contó que con el auge de la música electrónica y con la realización de Apocalipsis ahora (1979), se creyó que las bandas sonoras ya no necesitarían orquestas, que bastaría con el uso de sintetizadores y cajas de resonancias. Pero esto no fue cierto, ya que aún se contratan orquestas sinfónicas que específicamente realizan trabajos para cine. Un ejemplo de esta tendencia es la película Como agua para chocolate (1992), cuya banda sonora se encuentra mayormente integrada por temas interpretados a base de sintetizador.

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Como agua para chocolate. 1992.

En una sala de estar, se encuentra Tita. Pedro, con la ocasión de que Tita cumplía un año siendo la cocinera del rancho, decide llevarle un ramo de rosas. Pero ese detalle tiene un significado más allá de sólo ser una felicitación.

Existe amor entre Tita y Pedro, un amor condenado por Mamá Elena – madre de la joven –, la cual espera que Tita siga la tradición de quedarse soltera por siempre para poder cuidar de ella hasta el día en el que fallezca.

“Tíralas”, le ordena Mamá Elena a Tita, tras recibir con una sonrisa el ramo de flores de Pedro. Pero en lugar de deshacerse de ellas, Tita decide utilizarlas para cocinar el platillo de las codornices en pétalos de rosa.

Mientras Tita trabaja, la cocina se ambienta con una melodía alegre, romántica, con tonos de esperanza.

Se sirve en la mesa la comida que preparo Tita. Todo permanece en silencio hasta que se da el primer bocado. La melodía vuelve.

“Tal parecía que en un extraño fenómeno de alquimia, no sólo la sangre de Tita, si no todo su ser, se había disuelto en la salsa de las rosas, en el cuerpo de las codornices, y en cada uno de los olores de la comida. De esta manera, penetraba en el cuerpo de Pedro; voluptuosa, aromática, calurosa y completamente sensual.”

****

Con el declive de la industria, se fue perdiendo esa tendencia de ser compositor y surgieron los musicalizadores. Estos se encargan de conseguir la serie de canciones ya compuestas que se utilizarán en la película, explicó el maestro Coria.

“Tenemos una sobresaturación de bandas sonoras con… 40 canciones que han salido del radio o de los grupos que están en boga. – Declaró Coria – Que se utiliza un pedacito aquí, que se utiliza un pedacito allá… Va haciendo bastante difícil el escuchar una película porque queda bastante saturada con demasiados estilos y conceptos, entonces eso impide que exista una unidad.

“Pero los viejos compositores – o al menos los que todavía componen – todavía buscan crear este ambiente, hacer los comentarios sonoros, hacer el tema de algún personaje y que suena cada vez que entra en escena. En este sentido sí se ha perdido una parte, se ha mantenido otra y se ha logrado darle un auge a esto del musicalizador. Que es algo más sencillo: sólo consigues los derechos de las canciones y si no están disponibles, se proponen algunas alternativas.”

Herminio Gutiérrez, siendo musicalizador y supervisor musical en la actualidad, compartió la percepción que tiene acerca de su trabajo y, como se puede ver, su opinión no se encuentra muy distante de la que Lucía Álvarez tenía de su labor a pesar de la distancia generacional que dista entre ambos:

“Mi labor como supervisor musical es un  poco traducir  esas páginas en blanco y negro o ese guión en sonido, es decir, reconocer al personaje y saber que le queda mejor, o que le va mejor a la película, si debe de tener tal sonido o género. Es un ejercicio un poco extraño porque un guión alguien lo puede leer en dos horas, yo me pudo llevar  hasta ocho horas porque hago anotaciones para conocer el personaje, dibujarlo y hacer una propuesta real.

“Lo más importante es que  debes amar la música por sobre todas las cosas y amar la música significa poder escuchar una canción Pop y un disco de Banda, o uno Grupero, Norteño, de Metal o de Ska; es la apertura de poder descifrar la propuesta de cada género, pues cada uno tiene  una razón de ser.”

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Amarte duele. 2002.

Renata y Ulises son dos adolescentes enamorados. Su amor, al provenir ella de una acomodada clase alta y él de una familia de clase baja, es tachado de imposible.

Ximena Sariñana canta Cuento, tema que forma parte del soundtrack de la película. Una canción que exalta la temática central de la historia de Ulises y Renata.

“Puede que te quiera secuestrar y después te vaya a torturar. No sé. Pero sólo quiero contemplar cuántas de tus pecas puedo yo entender. Porque ya no puedo esperar, quiero que te vengas a tomar un té.

“Y entre todo este bienestar me acuerdo que ya despegue los pies.

“Me encimo, afino, termino y descubro que el cuento que cuento, no siento que quiera ser. Y el humo consumo que imaginé.

Enciendo y entiendo que no te conozco bien.”

**** 

Vista al futuro

¿Y qué ocurrirá en el futuro? ¿La música en la cinematografía mexicana perderá del todo la tradición de componer bandas sonoras originales o se ampliará la tendencia de usar temas ya existentes?

Todo dependerá del proyecto en cuestión, ya que existen películas que necesitan la composición de temas 100% originales mientras que otras pueden depender de temas ya existentes, o incluso que puedan emplear una mezcla entre ambas técnicas. Al final, será decisión del director identificar cuál de las opciones le conviene más para su proyecto para crear la atmósfera adecuada, de forma independiente a las tendencias musicales que se sigan en el momento, puntualizó el maestro Felipe Coria.

 

Fuentes

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Nuevas direcciones para la investigación en comunicación participativa

  • De lo normativo a lo práctico.
  • El desafío es diferente: entender flaquezas y fortalezas de la participación tanto en el análisis teórico como la práctica para evitar caer en argumentos puramente idealistas.

 

Imagen: "Social Media 01" por Rosaura Ochoa @ Flickr

Imagen: «Social Media 01» por Rosaura Ochoa @ Flickr

Por Silvio Waisbord / Nancy Morris

El tema de la comunicación participativa para el cambio social, particularmente en sus interacciones con los medios masivos de comunicación, tiene una larga y rica trayectoria en América Latina. A la luz de recientes experiencias en la región, es oportuno revisar cuestiones relacionadas con dichas interacciones. Las continuas movilizaciones populares sobre temas fundamentales en la región  –educación, salud, derechos civiles, medio ambiente–  y la explosión de los “medios sociales” son algunos de los fenómenos que sugieren tanto la vigencia como la complejidad de la cuestión de la participación. Debatir las implicaciones teóricas y analíticas de los casos analizados requiere entender la multi-dimensionalidad de la participación. El propósito de este artículo es discutir las premisas analíticas y normativas que subyacen en el estudio de la comunicación participativa a fin de repensar futuras direcciones de trabajo.

No hay duda de que la idea de participación ha sido adoptada en el estudio de la comunicación para el cambio social, así como en programas de cooperación internacional. Esto no implica que haya sido universalmente aplicada, que sea prioridad, o que haya acuerdo sobre precisamente de qué se trata. El centro de la discusión actual es diferente a décadas atrás cuando enfoques difusionistas, que ponían el acento en la diseminación de información y estaban apoyados en marcos epistemológicos individualistas y psico-sociales, dominaban el campo de la comunicación. Hoy en día, el debate está situado en torno a preguntas sobre la aplicación de premisas participativas en innumerables iniciativas de cambio social, sustentos conceptuales, y sus resultados. De hecho, trabajos recientes (de Cooke & Kothari; Hickey & Mohan) han concluido que hay una nueva tiranía según la cual la participación se ha convertido en idea imperiosa que tiene, al menos, apoyo retórico.

Por lo tanto, insistir en la importancia de la participación como concepto insignia y horizonte normativo de la comunicación para el desarrollo social no agrega demasiado al debate global. La participación se ha colocado al centro de las ciencias sociales contemporáneas, desde la comunicación hasta la sociología y la geografía. El desafío es diferente: entender flaquezas y fortalezas de la participación tanto en el análisis teórico como la práctica para evitar caer en argumentos puramente idealistas.

Aquí proponemos una serie de temas y preguntas  para mover el estudio de la comunicación participativa en nuevas direcciones, y señalamos los aportes de conceptos y enfoques tomados del estudio de la comunicación y los medios.

 

La ética universalista de la participación

Una cuestión poco tratada en la literatura es la premisa universalista de la idea de comunicación participativa. Si bien está articulada desde una concepción que prioriza la diversidad y equidad de conocimientos frente a visiones homogéneas del cambio social, es innegable que está sostenida en una perspectiva universalista según la cual la participación debe ser la columna vertebral del cambio social. Si bien se critica las ambiciones universalistas del desarrollismo modernista por ofrecer una perspectiva lineal y única sobre sociedades deseables, el participacionismo asume un valor central, válido a nivel global, tanto como horizonte normativo como estrategia para el cambio.  Esta premisa implícitamente se coloca en un debate difícil y sensible sobre las aspiraciones globalistas de ciertos conceptos éticos (como los derechos humanos, la verdad, o la multiculturalidad), al mismo tiempo que reivindica una posición que defiende el particularismo. Subyace una tensión importante entre valores evidentemente contrapuestos que precisa ser discutida.

¿Cómo resolver el dilema de la promoción de la participación en culturas con visiones estrechas de cuándo y quién debe participar ? ¿Quién está autorizado a comunicar y ser protagonistas del diálogo? ¿Qué ocurre cuando se promueve la participación de mujeres y niños en sociedades donde su exclusión se basa en principios locales, es decir, en ideas troncales de la comunicación participativa? ¿Qué hay si la jerarquía se prioriza por sobre el empoderamiento de grupos subalternos? ¿Cómo se conjugan los principios de la participación con el valor de las tradiciones y decisiones locales?

Lamentablemente, estas preguntas están ausentes en el debate sobre la participación a pesar de numerosos ejemplos  de confrontaciones entre principios universalistas y particularistas.  Estas disyuntivas se presentan, por ejemplo, en la eliminación de la circuncisión genital femenina en África Occidental donde, en varias comunidades, las ideas de empoderamiento y de decisión a través de procesos participativos chocan contra argumentos sostenidos en la soberanía cultural de la preservación de prácticas religiosas basadas en tradición. Asimismo, el trabajo de UNICEF sobre el fortalecimiento de los derechos de los niños inevitablemente entra en conflicto con visiones tradicionales que asumen que su voz y participación estén sujetas a los intereses de los jefes de familia. Iniciativas para promover el empoderamiento femenino en torno al acceso a microcréditos y la autonomía en decisiones de negocios y financieras en India están en conflicto con preceptos culturales y religiosos que asigna a las mujeres un rol subordinado a sus esposos y familias políticas. Esta clase de tensión no se ve solamente fuera de Occidente. Por ejemplo, los organizadores de un proyecto de promoción de la salud en una comunidad aislada religiosa canadiense se encontraron en un dilema de principios porque la cultura del grupo se fundaba en la autoridad jerárquica.  De ahí que “una orientación emancipatoria y comunitaria se posiciona en contra de las normas, las expectativas y los deseos de la comunidad”. Estos casos plantean dilemas enraizados en la promoción de la comunicación participativa cuando tal principio contradice creencias y prácticas locales.

No hay alternativa a este dilema: la participación como ideal normativo siempre implica intervenciones que contradicen su principio de la auto-determinación. La participación comunicativa conlleva la expectativa de crear y reforzar normas políticas y culturales que son débiles en comunidades alrededor del mundo. El empoderamiento no es bien recibido universalmente como horizonte del cambio social.

Es equivocado pensar esto desde una perspectiva del consenso ya que el conflicto, especialmente cuando se dirimen cuestiones de poder comunicativo, es inevitable. El problema, a tono con el espíritu de la comunicación participativa, es cuando el cambio es promovido o inducido externamente — cuando la participación y la deliberación aparecen como impuestos desde afuera más que como demandas de procesos locales.

Una manera de lidiar con esta cuestión es identificar las prioridades locales antes de lanzar o apoyar una iniciativa participativa. Esta clase de exploración debe ser en sí una forma de participación, como varios analistas han indicado (entre ellos Chambers y McDivitt). Por otra parte, hay varios grados y clases de participación, que pueden ser interpretados y recibidos de diferentes formas en distintas comunidades. Estas consideraciones deben ser enmarcadas dentro de la persistente falta de una definición única de participación.

 

El significado de la idea de  participación

Aunque el concepto de la comunicación participativa está establecido, y aunque desde hace más de dos décadas alguna medida de reconocimiento del valor de la participación comunitaria ha sido una norma dentro del campo de la comunicación para el cambio social, no existe una definición ampliamente aceptada.

El marco del modelo participativo se remonta al concepto de Paulo Freire de diálogo horizontal, no jerárquico entre maestro y estudiante. Se postula que el diálogo es fundamental para el empoderamiento individual y comunitario que contribuye a prácticas democráticas, y este proceso contribuye a la disminución de la desigualdad social. Los intentos de aplicar estos conceptos generales e idealistas a proyectos específicos de cambio social han cruzado con una gama de definiciones, metas, y estrategias de evaluación.

Las definiciones proveídas por investigadores de la participación para el cambio social varían en sus grados de especificidad, y se ha comentado que es una idea conceptualmente borrosa. La falta de claridad y acuerdo entre los que emplean el término requieren examinarse. Las definiciones de la participación varían en torno a dos ejes: primero, el objetivo de la participación dentro de una filosofía orientadora de la comunicación para el cambio social, y segundo, el grado de participación comunitaria en las distintas etapas de una iniciativa de cambio.

El objetivo de la participación se ve en algunos casos como una herramienta para lograr la meta de algún cambio social deseado. En otros casos, la participación es la meta misma – es un proceso que por involucrar a miembros de la comunidad en diálogo sobre cosas que les afectan es en sí un cambio social. Muchos proyectos evidencian aspectos de ambos propósitos, en diferentes proporciones. Si el objetivo de un proyecto se deriva de las metas típicas del cambio social como son, por ejemplo, el mejoramiento de la salud infantil o del medioambiente, la participación es más bien una estrategia: una categoría de comunicación que se supone conduce al resultado deseado. Por ejemplo, en un libro sobre comunicación para la salud pública que apenas trata el tema de la participación, Haider y Pal sugieren usar “la participación activa” de los grupos comunitarios para extender el alcance de información sobre salud. Al otro extremo, en algunos proyectos la filosofía orientador es la de la participación misma. En tales casos, “el énfasis se pone en los procesos, no en los resultados”, con el objetivo explícito de lograr el empoderamiento y aumentar el control de la comunidad sobre sus asuntos.

El nivel de participación comunitaria necesaria para que un proyecto se considere participativo es otro aspecto del tema sobre el cual no hay acuerdo. Un proceso de cambio social participativo puede incluir la participación en una o todas las fases: de la identificación del  problema social a tratar (la salud infantil, la educación, etcétera), el análisis del problema, la planificación de los pasos a seguir en solucionar el problema, el llevar a cabo el programa, y la evaluación y seguimiento del mismo. Dentro de estas fases, la participación puede variar de la presencia simbólica de un miembro de la comunidad en reuniones a un alto grado de gestión y liderazgo comunitarios.

Estas complejidades se extienden a una multiplicidad de actitudes hacia la evaluación. Ya que tiende a haber metas del cambio social específico por encima de la de la participación en sí, se pueden evaluar ambas clases de metas por separado o en conjunto. A veces se denominan los datos sobre los cambios sociales deseados “indicadores de resultados” y los datos sobre los niveles de la participación comunitaria “indicadores de procesos”. En cuanto a la evaluación de los resultados, se ha empleado medidas típicas como número de niños vacunados o visitas a clínicas. En cuanto a indicadores de procesos participatorios, algunos investigadores han dicho que evidencia del éxito se ve en que se hicieron reuniones que asistieron miembros de la comunidad, o que hubo diálogo, o que los procesos comunitarios se democratizaron.

Dada esta variedad de factores, está claro que la frase “comunicación participativa” no indica en sí de qué se trata, y que puede haber brechas grandes de entendimiento si no se reconoce la falta de una definición acordada de lo que es la participación.

 

La institucionalización de la participación

Un tema central que no ha recibido suficiente atención en el análisis de la comunicación participativa es el contexto institucional. Es imposible entender el proceso de participación por fuera de las estructuras existentes de liderazgo, jerarquía, toma de decisiones, y la canalización de demandas sociales. La participación no existe en un vacío institucional sino que existe dentro de contextos específicos vinculados con la existencia y funcionamiento de una variedad de organizaciones. Es preciso resaltar la importancia de cómo la participación fluye en instituciones o se institucionaliza con prácticas y normas determinadas. Por ejemplo, es ilusorio y equivocado intentar comprender la participación en salud fuera de los sistemas de salud o las instituciones locales vinculadas a estos temas (desde grupos de madres hasta organizaciones religiosas y no gubernamentales que brindan servicios sociales).

Aun si se hiciera un proyecto espontáneo por fuera de los canales establecidos, es factible que eventualmente se articulara con reglas y regímenes institucionales. Este tema es una vieja preocupación de la ciencia política interesada en la institucionalización de participación y la representación en organizaciones determinadas, desde los partidos políticos hasta los parlamentos y los movimientos sociales. Sin embargo, los contextos institucionales de la participación es una cuestión que aun permanece poco estudiada en el campo de la comunicación y el cambio social.

Por una parte, la institucionalización de instancias participativas es la última meta, es decir que los miembros de la comunidad sean protagonistas y dueños de un proceso de cambio social. Estos temas figuran prominentemente en las agendas y objetivos de políticas de desarrollo social tanto de agencias de cooperación como de organismos gubernamentales. Trabajos académicos recientes como el de Haider y Pal reflejan este sentimiento:

“Es importante construir capacidad que involucre múltiples sectores responsables de monitorear y gerenciar la planificación, implementación y evaluación de … iniciativas, sin intervención externa”.

La armazón institucional que existe en cualquier comunidad, más allá de sus fortalezas o debilidades, como así también dinámicas políticas, no pueden ser ignoradas para entender la participación ya que tanto brindan oportunidades como ponen desafíos.

Entender el “capital comunicacional” en una comunidad, parafraseando el concepto de “capital social” tan discutido en la literatura sobre desarrollo internacional en las últimas décadas, es crucial para comprender el proceso de participación: dónde la gente conversa sobre problemas comunes, qué recursos institucionales dispone para plantear demandas y sugerir cursos de acción, qué fuentes de información existen, cuál es la influencia de organizaciones locales en el flujo comunicativo. Asimismo, hay situaciones hostiles y otras conducentes a la participación; las posibilidades como los resultados difieren.  A nivel local, pueden existir estructuras partidarias, clientelisticas, comunitarias y caritativas que vinculan diferentes tipos de comunicación participativa. Por otra parte, a nivel internacional, es importante entender cómo se ve la participación desde diferentes instituciones globales que apoyan procesos de cambio social. Si el modelo de la participación comunicativa originariamente surgiera como crítica justificada a la idea de desarrollo y cambio social como inducido desde fuera y controlado por “expertos” técnicos, es preciso entender la interacción entre participación local e iniciativas nacionales y globales. Esta interacción no está únicamente influenciada por el capital comunicacional local, sino también por el enfoque adoptado por organizaciones internacionales, especialmente si éstas últimas están involucradas mediante el aporte de fondos y experiencia técnica.

A pesar del interés y la retórica a favor la participación, persisten obstáculos importantes para apoyar iniciativas locales participativas dentro de las agencias internacionales. Los requisitos burocráticos de predictibilidad impiden que exista un apoyo sostenido e importante.  La participación local previsiblemente opera según dinámicas que no siempre encajan con las prioridades de los organismos internacionales. Además, en general por más participativo que sea un proyecto, más tiempo se necesita para llevarlo a cabo, que a menudo no cabe con el ciclo de propuesta/proyecto/evaluación de las grandes agencias internacionales. La preferencia por enfoques convencionales que contradicen principios de la comunicación participativa está anclada no en cuestiones ideológicas o teóricas, sino en requisitos organizacionales contrarios a las dinámicas que requiere cualquier iniciativa participativa. Por definición, estas son impredecibles ya que su resultado no puede anticiparse, y son inseparables de cuestiones políticas. Tales características son contrarias a la mentalidad de “gerenciamiento” en las agencias de cooperación internacional. Las expectativas habituales dentro de cualquier agencia de cooperación son de programar fondos y desembolsos, obtener resultados medibles según estándares comunes, y controlar el desarrollo y objetivos (Waisbord, 2008). Tales requisitos no siempre pueden ser cumplidos en procesos que son efectivamente participativos.

Considerando estas diferencias, no sorprende que existan tensiones en la vinculación entre participación local y las expectativas de los organismos internacionales, ya que operan según lógicas diferentes que no siempre están en sintonía. Lo que está en discusión es el control de cualquier iniciativa de cambio social. Cualquier donante o agencia técnica tiene expectativas puntuales e intereses en un programa que contribuya a cambios determinados como, por ejemplo, índices de vacunación, aumento de escolaridad, o utilización de microcréditos.

Un paso para enfrentar los requisitos institucionales es sugerido por Thomas Jacobson. A diferencia de los métodos cualitativos etnográficos generalmente empleados para evaluar la comunicación participativa, Jacobson propone usar medidas cuantitativas del “diálogo participativo” siguiendo un modelo Habermasiano, para poder proveer indicadores que presentar a las organizaciones de cooperación que requieren tales clases de datos.

 

La contribución de un enfoque desde el campo de la comunicación

Existen una variedad de enfoques sobre la comunicación participativa, desde aquellos interesados en usos comunitarios de los medios hasta otros focalizados en la vinculación entre medios y redes interpersonales de influencia. En gran medida, los diferentes marcos teóricos respondían a la división entre comunicación masiva e interpersonal y al desarrollo paralelo de tradiciones teóricas e investigativas en el campo del desarrollo y el cambio social. Hoy en día, sin embargo, existe creciente interés en diferentes vínculos entre medios, comunidades y participación, en parte porque los medios digitales superan la separación entre “lo masivo”, “lo comunitario” y “lo personal”. La integración de medios audiovisuales y escritos, y el fin de divisiones entre medios “individuales” y “masivos” sugiere nuevas preguntas para entender el cruce entre comunicación y participación.

Ya que la participación es un concepto extendido en las ciencias sociales, vale la pena aclarar qué agregan los estudios de la comunicación y los medios al debate contemporáneo sobre el tema. Es preciso que el campo de la comunicación reconozca los múltiples abordajes al tema y contribuya a definir la importancia de entender dimensiones comunicacionales en la participación. No hay respuestas fáciles a esta cuestión, en parte debido al pluralismo epistemológico de la comunicación. No hay un solo objeto de conocimiento como resultado de la convergencia de diferentes miradas disciplinarias en el estudio de la comunicación y los medios.

Si el interés está puesto en las redes interpersonales de comunicación, el foco está en entender como esas redes contribuyen a o inhiben la participación. En cambio, desde perspectivas centradas en los medios, el análisis apunta a entender la utilización de varias tecnologías en procesos participativos. En la literatura latinoamericana, es claro que el primer tema ha recibido escasa atención, mientras que el segundo ha sido objeto de gran cantidad de estudios y experiencias.

Históricamente, la radio y el video fueron consideradas como tecnologías con enorme potencial para promover la participación. Tanto las experiencias en radio en la década del cincuenta como en video en los setenta en America Latina estuvieron basadas en la noción que ambas tecnologías ofrecen facilidad de acceso, particularmente comparadas con la televisión, que permite catalizar procesos participativos. Esto generó experiencias a lo largo de la región en utilizar medios con fines participativos y comunitarios. Ya sea en situaciones de dictadura o democracia, los usos participativos de los medios permiten la expresión de una diversidad de intereses que suelen estar ausentes o son distorsionados debido a intereses y sesgos propios en los “grandes medios.” Asimismo, la convicción que determinados medios pueden ofrecer plataformas participativas motivó la movilización en torno a la legislación de medios comunitarios como así también debates públicos y parlamentarios sobre la necesidad de priorizar el amplio acceso a medios controlados por organizaciones cívicas. Tales preocupaciones y esperanzas continúan vigentes, como lo demuestran experiencias recientes alrededor del mundo según las cuales los usos participativos de las “viejas tecnologías” ofrecen importantes alternativas para la expresión y el dialogo comunitario. Frente al comercialismo e insistencia en información de única vía de los grandes medios, los medios comunitarios permiten mayor interactividad y ofrecen posibilidades para la comunicación entendida como proceso iterativo.

Más allá de las oportunidades que continúan ofreciendo los “viejos medios” para canalizar la participación, el análisis reciente se ha focalizado en las tecnologías digitales. La noción de “participación digital” no solamente está al centro de varias agendas de investigación, sino que se convirtió en objetivo para una amplia variedad de organizaciones y movimientos. No es exagerado decir que la idea de “medios participativos” está en todas partes y que ya no es solo objeto de interés de movimientos alternativos. Está presente en la publicidad de empresas de tecnologías y redes sociales como Facebook y YouTube que alaban la participación y se presentan como modelos de nuevas formas de comunicación. También se manifiesta en la organización de acciones colectivas contra el capitalismo, el cambio climático, el desempleo y otras cuestiones; las nuevas tecnologías ofrecen nuevas formas de vehiculizar  opiniones y canalizar expresiones. Asimismo, existe como principio rector en una variedad de iniciativas destinadas a capitalizar las oportunidades de las tecnológicas digitales para fortalecer la participación ciudadana. Desde la instalación de kioscos tecnológicos para facilitar acceso a computadores e Internet hasta la puesta en marcha de plataformas para promover el “gobierno electrónico”, una gama de experiencias muestran las posibilidades que ofrecen las tecnologías digitales para estimular la participación y superar barreras “comunicacionales”.

Comparada con la participación bajo las nuevas tecnologías, la gran diferencia de la “participación 2.0”  es que las tecnologías están absolutamente incorporadas a la vida cotidiana. A medida que disminuye la brecha digital, los usos participativos de las nuevas tecnologías se vuelven comunes. La disponibilidad de una variedad de vías de acceso a Internet sumada a la popularidad de las redes sociales permitió que la participación comunicacional se convirtieras en fenómeno habitual más que una práctica puntual o esporádica. Oportunidades para el diálogo ya no residen en un lugar separado –en el estudio de radio o centros comunitarios–  sino que están al alcance de la mano para quienes tienen acceso Internet. La telefonía móvil y otras plataformas ofrecen puntos de entrada permanentes para emitir opinión, compartir ideas, mantener diálogo. Son canales múltiples que facilitan la interacción entre varios públicos simultáneamente a diferencia del consumo convencional de medios tradicionales. La realidad de públicos permanentemente conectados obliga a repensar cuestiones vitales de la comunicación participativa.

 

Dos temas van más allá de las clásicas cuestiones en la literatura.

Un tema es la relación  –o falta de relación–  entre la comunicación participativa y el cambio social. La cuestión de la participación no es únicamente un problema de acceso a tener voz, a poder expresar opiniones y discutir problemas comunes, sino que también debe considerar la vinculación entre comunicación, procesos políticos y toma de decisiones. Entender la participación comunicacional principalmente como una cuestión de diálogo y pluralidad de perspectivas es importante pero no es suficiente si no se entienden las implicaciones para la vida pública y su vinculación con instancias de decisión. Aun cuando existan oportunidades para que diferentes voces sean expresadas, no es claro que sean igualmente escuchadas o tenidas en cuenta en momentos de decisión y asignación de recursos. Solicitar a los ciudadanos opiniones por radio o correo electrónico sobre determinadas cuestiones, proveer “pizarras públicas” para la expresión de demandas, o instituir diálogos en plataformas digitales no garantiza que el cúmulo de opiniones tenga influencia alguna en decisiones. La multiplicación de posibilidades de diálogo es bienvenida en tanto permite reducir desigualdades de expresión, pero, por si sola, no combate o debilita jerarquías que afectan la distribución de recursos, políticas, o responsabilidades. De aquí, que es importante analizar el diálogo participativo en conexión con procesos más amplios políticos y de gobernabilidad a nivel local, nacional o global. La cuestión no es solamente “¿Quién habla?” o “¿Quién puede hablar?” sino “¿Quién escucha?”  y “¿Quién responde?” El diálogo es un paso importante, pero no equivale al cambio social si entendemos que éste se vincula a la justicia social y la igualdad de oportunidades. La formación de esferas participativas, ancladas en medios tradicionales o digitales, debe vincularse con su articulación (o falta) con la toma de decisiones.

Otro tema importante es quiénes participan en diálogo comunitario – si son personas con perspectivas similares o diferentes. La cristalización de públicos segmentados según posiciones sociales, demográficas, ideológicas, políticas, y religiosas no necesariamente conduce a diálogos entre visiones diferentes ya que pueden perfectamente conversar sin estar expuestos a ideas diferentes. La presencia de “islas ideológicas” es preocupante en tanto la democracia supone la comunicación en diversidad. No es, por lo tanto, una cuestión solamente de oportunidades para el intercambio de ideas sino además de entender las características de públicos y el tipo de conversación.

Más que conclusiones definitivas sobre la comunicación participativa, surgen nuevos interrogantes debido a las características y oportunidades de las tecnologías digitales,  la complejidad cultural y social de la democracia, y la creciente multiculturalidad en medio de la globalización de flujos de personas, culturas, e ideas. Argumentar que es necesario que existan “medios participativos” para promover comunicación horizontal es importante pero es demasiado abstracto. No porque los “grandes medios” se hayan convertido en aliados de la comunicación participativa  –aunque es cierto que eso ha sucedido en los casos del uso comunitario de recursos comerciales como Twitter, Facebook, y YouTube–  sino debido a la multiplicación de oportunidades para que diferentes públicos dialoguen sobre temas comunes. Insistir en la necesidad de mecanismos que faciliten la comunicación participativa, tales como legislación que favorezca medios comunitarios o la inclusión de diferentes instancias participativas en la política, es fundamental. Es necesario, sin embargo, repensar estas cuestiones en una ecología mediática de la abundancia, revolucionada por la creciente penetración de tecnologías que permitan la comunicación de red.

Aquí el campo de la comunicación puede ofrecer guías sólidas  para entender las interacciones entre individuos y grupos y saber cómo facilitarlas, especialmente en cuanto a fomentar diálogo entre grupos que tienen perspectivas distintas.  Los estudiosos de la comunicación interpersonal pueden aportar sus conocimientos. En cuanto al uso de la tecnología, los estudiosos de los medios ofrecen el análisis de las nuevas tecnologías como canales de comunicación que están inscritos en sistemas y contextos más amplios.

Los enfoques característicos del estudio de la comunicación       –los análisis de los procesos e instituciones involucrados en crear mensajes, de los textos mismos de los mensajes, y del público y su recepción de los mensajes–  proveen marcos que pueden enriquecer el entendimiento de la comunicación participativa.  Además, es imprescindible tener en cuenta que no se puede estudiar la comunicación fuera de su contexto amplio político-socioecónomico.

Dentro de los límites y las posibilidades ofrecidos por el contexto amplio se sitúa la posición de los creadores de los mensajes. Ver la creación de mensajes como producto del contexto tanto como del grupo social es necesario para confrontar las tensiones y las premisas universalistas de la participación. Pasando de la creación a los mensajes mismos, nos encontramos con artefactos  –imágenes o palabras grabadas, vistas o escuchadas–  que son por una parte objetivamente perceptible y estudiable. Por otra parte, estudios de comunicación y recepción demuestran que analizar el texto no significa saber cómo lo va a interpretar diferentes individuos y públicos. Hemos aprendido que lo que se intenta decir y lo que se entiende no son necesariamente iguales, aún con mensajes muy sencillos o dentro de comunidades relativamente monolíticas.

Como se señaló anteriormente, cualquier instancia de comunicación participativa tiene que estar entendida dentro de su contexto institucional y político particular. Tal contextualización también implica analizar tradiciones de participación. No hay modelo único ni experiencias iguales. En algunas comunidades hay amplia experiencia de participación en un sinnúmero de cuestiones, en otras no. Por lo tanto, es posible pensar que la comunicación participativa adquiere diferentes significados en distintos contextos y que haya expectativas opuestas sobre la factibilidad y los resultados. Tomar en cuenta estas cuestiones sería un paso hacia una consideración de la comunicación participativa que puede tratarla desde un punto de vista menos normativo y más práctico.

Conclusión

Las reflexiones expuestas están basadas en la convicción de que es preciso colocar la agenda de investigación sobre comunicación participativa mas allá de los parámetros originariamente delineados hace medio siglo. El mundo comunicacional cambió sustancialmente en épocas de abundancia de oportunidades y tecnologías. Décadas después, tenemos una cantidad de experiencias y documentaciones sobre la suerte de diferentes intervenciones y experiencias guiadas por principios participativos.

La participación requiere autonomía, rasgo que a menudo choca con necesidades burocráticas. Por lo tanto, es preciso entender los contextos institucionales externos e internos que afectan experiencias participativas. Esto implica ir más allá de asumir la participación como valor deseable, y profundizar el análisis de factores que promueven o dificultan la participación. Adoptar una perspectiva comparada sobre participación y contextos institucionales es importante para entender las ventajas y desafíos que existen en diferentes comunidades.

A la vez, insistir que la participación es en sí la solución a problemas de desigualdad social es simplista.  ¿Podemos decir con confianza que cualquier instancia de cambio social fue únicamente alimentada por procesos participativos? ¿Se puede argumentar que procesos comunicativos participativos inevitablemente desembocan en justicia social mayores derechos? ¿Es factible construir un argumento teórico que resuma lo que sabemos sobre la contribución de la comunicación participativa al cambio social?

Declamar la importancia de la participación no es suficiente sin considerar nuevas preguntas y afinar argumentos sustentados en la riqueza empírica. Principios normativos y teóricos sirven como horizonte y referencia de cuestiones que precisan ser analizadas, pero no agotan la necesidad de revisar supuestos sobre la importancia de la comunicación participativa en el cambio social. Sin tener una mirada crítica, que recoja e integre la riqueza de experiencias y desarrollos teóricos en torno al tema de la participación, es factible que terminemos argumentando lo que ya sabemos. Esto último no solamente es poco interesante sino que va contra los principios del pensamiento crítico que sustenta la tradición de investigación y practica en comunicación participativa.

Anunciar que la participación es importante y precisa estar al centro de la comunicación para el cambio social es repetir lo ya sabido o dirigirse a quienes ya están convencidos sobre sus méritos. Nuestro interés principal es levantar la presencia de las cuestiones mencionadas y contribuir al desarrollo de una sensibilidad sobre las premisas que guían el trabajo. De este modo, se pueden formular nuevas líneas de investigación que respondan a desarrollos teóricos y empíricos recientes e indaguen más profundamente sobre nuevas condiciones y oportunidades comunicativas.

 

 

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